TERCERA PARTE: ¿SÍNTESIS?
En las dos anteriores entradas he presentado a grandes rasgos la polémica entre Pinker y Rorty en relación a la naturaleza humana. Es hora de mojarse: ¿quién tiene razón? La solución más fácil es aquella de “un poco de cada uno”. No quisiera transitar por caminar tan trillados pero en verdad pienso que hay consideraciones y argumentos valiosos por una y otra parte.
Merece la pena destacar que las diferencias entre Pinker y Rorty se plantean desde un acuerdo fundamental: ambos son darwinistas, ambos se declaran herederos y deudores de la teoría de la selección natural; bien es verdad que cada uno extrae de Darwin diferentes lecciones: Pinker participa de una visión biologicista del ser humano que le lleva a integrar (“reducir”, le reprocharán sus adversarios) las distintas facetas y ámbitos de la vida humana; Rorty, por su parte, hace hincapié en la indeterminación de todo proceso evolutivo, tanto biológico como cultural, y se declara contrario a todo tipo de reduccionismo, salvaguardando así la autonomía de la esfera social o cultural. En todo caso, a pesar de lo opuestas que pudieran parecer las posturas de uno y otro, todo el debate parece tener un aire de disputa familiar posible solo bajo el supuesto de acuerdos básicos.
La crítica de Rorty a Pinker se apoya, creo entender, en una conocida falacia, la mal llamada “falacia naturalista”. Un análisis del alcance y límite de la misma puede ser muy esclarecedor en este asunto. Como es sabido fue David Hume el primero en denunciar el razonamiento falaz de algunos moralistas de su época: de lo que es el mundo no puede deducirse lo que debe ser, no es posible deducir oraciones normativas a partir de oraciones descriptivas. Rorty reprocha a Pinker y en general a los científicos que cuando se ponen a filosofar tienen buen cuidado en no caer en este tipo de falacia pero el precio a pagar es elevado: la insulsez de sus afirmaciones. Poco importa saber qué tipo de neurotransmisores actúan en nuestro cerebro, las funciones del sistema límbico o el papel de determinados genes si no sabemos qué hacer con esa información, si no podemos extraer de un conjunto de premisas de este tipo una conclusión que nos indique qué debemos hacer en tal o cuál situación. Rorty exige que una “teoría de la naturaleza humana” diga algo al respecto y Pinker, temeroso de caer en la falacia naturalista, guarda silencio.
Ahora bien la falacia naturalista tiene un alcance, pero también un límite. Supongamos que argumentamos siempre con extrema pulcritud evitando incurrir en la falacia. La pregunta entonces es: ¿cómo justificamos los enunciados normativos que operan en toda vida humana? Vivir es, entre otras cosas, seguir unas normas la mayor parte de las veces, otras, sin embargo vulnerarlas en aras de otra norma que consideramos de mayor trascendencia. Así, por ejemplo, habitualmente decimos la verdad pero si con ello podemos causar un daño gratuito a otra persona podemos guardar silencio o incluso mentir. Todas estas normas (jerarquizadas, no meramente yuxtapuestas) que regulan la vida humana serían totalmente gratuitas y arbitrarias si nos tomamos al pie de la letra la falacia naturalista pues cualquier justificación que adujéramos en su favor haría referencia necesariamente a un estado de cosas... pero de lo que hay no puede inferirse lo que debe ser. (Es algo semejante a lo que ocurre con la inducción incompleta: desde el punto de vista lógico es un paso injustificado, pero la vida exige darlo constantemente. )
Así pues incumplimos cotidianamente las reglas del razonamiento formal, la vida así lo exige, y no vemos nada malo en ello. Si nos dicen que tenemos los pulmones muy dañados (un hecho) inferimos que debemos dejar de fumar y si alguien no razona de esta forma (lógicamente falaz) decimos que no obra de manera sensata y racional. Debemos buscar (en los hechos) algún apoyo a nuestras normas porque de lo contrario no tendrían ningún fundamento.
Pinker aprovecha de las ciencias cognitivas toda la información posible relativa a la conducta humana y Rorty le reprocha que tal acumulación de datos es estéril, pero la acusación no es del todo justa. Los datos y los resultados de los experimentos que aporta Pinker no justifican lógicamente un enunciado prescriptivo, pero lo pueden hace pragmáticamente. Por ejemplo las investigaciones sobre el autismo indican que no debemos culpar a los padres por la enfermedad de sus hijos o el estudio del cerebro humano no justifica la discriminación de género. La mayor parte de prescripciones que podemos extraer de la información que nos suministran las ciencias cognitivas son de este tipo, prescripciones negativas, nos dicen lo que no debemos hacer (y no lo que debemos hacer). ¿Por qué?
Quizá la clave no la encontremos en la antropología sino en la sociología, al fin y al cabo las reflexiones en torno al ser humano y la sociedad están necesariamente emparentadas, ambas se enfrentan a similares problemas y las soluciones que unos encuentran pueden servir de inspiración para los otros. La acusación que Rorty hace a Pinker también se la podría hacer a los sociólogos y las aspiraciones de la filosofía política son semejantes, en su aspecto práctico, a las de la antropología filosófica: ambas apuntan a un deber ser que rebasa el conocimiento meramente teórico. Es por ello que un campo puede servir de referencia para el otro. Recordamos que el problema que estamos planteando es de qué manera “burlar” la falacia naturalista y deducir enunciados prescriptivos a partir de enunciados observacionales a fin de elaborar una verdadera teoría de naturaleza humana. Pues bien un problema semejante se plantearon los frankfurtianos Adorno y Horkheimer al formular la Teoría Crítica y sus conclusiones pueden ser aplicables al presente caso: las ciencias en general, y las ciencia cognitivas en particular, pueden ser una buena base para realizar prescripciones negativas, es decir, no para indicarnos en qué consiste la “vida buena”, pues como sostiene Rorty no existe un solo ideal de vida buena, pero sí para señalar modos de vida que son inhumanos, es decir contrarios a nuestra naturaleza. El ejemplo más palmario es la discriminación de género: a pesar de que la mayor parte de las culturas discriminan a la mujer, las ciencias cognitivas no encuentran fundamento para tal actitud (lo que no quiere decir que el cerebro de los varones sea igual que el de las mujeres); una teoría crítica de la naturaleza humana puede decir alto y claro que la discriminación por razones de sexo (o de raza) es del todo injusta y debe ser evitada.
Por otra parte una teoría crítica de la naturaleza humana está libre del peligro totalitario que parece temer Rorty, pues no prescribe un modo de “vida buena” sino que reconoce que hay muchas vidas buenas, compatibles con la naturaleza humana... pero no todas; la labor de la teoría sería precisamente señalar las “vidas malas”, aquellas propuestas incompatibles con la naturaleza humana. La expresión “vida mala” puede ser equívoca, puede incluso ser tenida por lo contrario de lo que pretendo designar con ella. Por ejemplo, supongamos que el modelo de organización social y política que propone el anarquismo sea contrario a la naturaleza humana porque este modelo social presupone que las personas han de comportarse altruistamente de forma natural; pero las ciencias nos dicen que lo natural no es el altruismo, así pues el modelo de vida que proponen los anarquistas es contrario a la naturaleza humana, una “vida mala” al fin y al cabo, aun cuando el modo de vida que proponen pueda interpretarse en un sentido opuesto.
Una teoría crítica de la naturaleza humana, por último, debiera reunir dos condiciones: primero, ser coherente y compatible con los resultados y descubrimientos de las ciencias cognitivas, la genética, la psicología evolutiva, la etología etc (como sostiene Pinker); y segundo, abstenerse se de prescribir un modelo de “vida buena” (como exige Rorty), pero también señalar y denunciar conductas y modos de vida inhumanos, contrarios a nuestra naturaleza.
Te felicito Óscar, me ha parecido muy interesante y muy bien planteado el debate que traes a Feacios.
ResponderEliminarCreo que casi sobra decir cuál es la postura a la que me adhiero yo, porque ya la expones tú en tu segunda entrada. Con Rorty estoy convencido de que la necesidad de una "teoría de la naturaleza humana" (unitaria) no existe, y cuando se demanda, ya sea desde el ámbito de las ciencias sociales, de las ciencias naturales o de la política, esconde siempre la voluntad de establecer un modo de vida como obligatorio. Las personas respondemos con más entusiasmo la pregunta de "quiénes somos" que de "qué somos", y es la respuesta a la primera pregunta la que realmente orienta nuestra vida; únicamente en el caso del enfermo psicótico es la respuesta a la segunda cuestión la que ees realmente pertinente.
Tu introducción de la falacia naturalista en el debate, como elemento de análisis, resulta muy interesante, pero tengo un reproche que hacerte: la falacia naturalista afirma que no se puede extraer ninguna enseñanza ética de la obsevación de los hechos, en esta caso de la naturaleza humana, pero desde una postura como la de Rorty o la mía, muy influída por Nietzsche, la observación de los hechos no es nunca desinteresada, sino que precisamente esconde un interés ético y político, así que tomar en consideración la falacia naturalista invalidaría de raíz todo conocimiento, puesto que todo el conocimiento tiene una voluntad práctica (y por tanto ético-política). Como sabemos Hume cae finalmente en un escepticismo muy parecido al pragmatismo rortiano: todo son creencias fundamentadas en una tradición que nos son útiles.
Tu argumento más poderoso para salvar, en parte, a Pinker, es que hay muchos casos en los que resulta más útil la distinción tajante entre conceptos como "naturaleza" y "cultura" y apostar por un origen orgánico o social de un acontecimiento. Por ejemplo, no tiene sentido culpar a los padres del autismo de los hijos; en casos así, lo que ocurre es que hay muchos ámbitos de la acción humana (muchas tradiciones) en los que resulta más útil actuar como si existiera un origen biológico de nuestra naturaleza, mientras que hay otras en las que resulta más edificante considerar nuestra naturaleza social. Es la pretensión , y eso lo ve muy bien Rorty, de que realmente sólo podamos tener en cuenta una naturaleza, lo que nos lleva a situaciones indeseables, y se me ocurren dos: algunos regímenes comunistas que pensaron que podían generar "el hombre nuevo" controlando la educación por una parte, o la actual muerte de la psicología y la medicina humanista en favor de las neurociencias, lo que conduce, entre otras cosas a diagnosticar casi cualquier comportamiento infantil "ano
ómalo" como TDAH, y a medicarlo.
PD: Añado a tus entradas en los títulos a Rorty y a Pinker para facilitar las búsquedas, si te parece.
ResponderEliminarOlvidaba comentar la conclusión. Creo, Óscar que, aunque te resistes (seguramente por tu aprecio excesivo de la verdadcientífica), te mueves mucho más cerca de Rorty de lo que crees, pese a la síntesis que haces utilizando la Escuela de Frankfurt. Pese a que tu conclusión parece realmente una síntesis de ambas posturas: aceptemos la naturaleza humana, pero no para orientar nuestra conducta en un sentido positivo, sino para impedir conductas indeseables; señalas que debemos rechazar la discriminación entre sexos porque no encontramos científicamente ninguna base biológica. Pero en realidad esto no ocurre así Óscar: primero encuentras reprobable la discriminación sexual, y sólo después apoyas tu decisión en una constatación científica. En realidad son tus creencias y tus experiencias acerca del sufrimiento lo que te lleva a tal consideración. Sino fuera así, ¿por qué no ibamos a rechazar cualquier conducta humana por no encontrar un correlato biológico? ocurre, por ejemplo, con el tan "manoseado" altruismo.
ResponderEliminarEdu, feacios todos: feliz año.
ResponderEliminarYa sabía yo que la entrada que más te iba a gustar era la segunda.
Señalas algunos puntos muy importantes. Voy por partes.
a) Relativizas también la importancia de la falacia naturalista aunque de distinta forma: yo insisto en que las normas están “contaminadas” con los hechos y tú que los hechos están “preñados” de intereses. Hasta aquí nada que objetar, en una entrada anterior hice hincapié en que no es posible establecer una distinción precisa entre enunciado observacional y teoría y estamos, creo, en lo mismo. Sin embargo pareces ir más allá. Reconocer, con Habermas, que todo conocimiento va ligado a un interés no invalida la crítica de Hume: los valores o normas no pueden deducirse a partir de los hechos; aun en el caso de que no exista un “hecho puro” siempre es posible establecer una distinción- difusa- entre un tipo de enunciados y otro. Alguna vez lo hemos comentado: la misión de la filosofía, tal y como yo la veo, no es, no puede ser, refutar conceptos y distinciones firmemente asentadas en la vida cotidiana, más que nada porque tal tarea es fútil. Así pues, si todo el mundo es capaz de distinguir en su vida cotidiana entre una norma, consejo u orden y un dato o hecho es que algún sentido ha de tener la distinción. La labor del filósofo es dar cuenta del uso de los conceptos y no inventar un lenguaje privado que a nadie interesa. Distinguimos entre hechos y valores (esto es un “hecho”, un punto de partida) y cuando damos el salto de unos a otros hemos de ser precavidos. Por mi parte me he limitado a señalar que si queremos fundamentar de algún modo los valores o las normas tenemos que acudir a los hechos, no hay otro modo, de tal modo que no es posible establecer un hiato, una separación radical entre ambos.
b) Señalas con Rorty que es más “útil” distinguir una doble naturaleza en el ser humano que reducirlo a una sola dimensión. Otra vez un viejo asunto. Has debatido a menudo con Borja sobre esto, reduces todo problema a un problema lingüístico, los problemas filosóficos se reducen a qué tipo de léxico es más útil emplear... No deja de ser curioso que tú y Rorty, críticos con toda forma de reduccionismo o determinismo, empleéis sistemáticamente un reduccionismo lingüístico tan extremo. No lo veo así; la distinción entre naturaleza y cultura es objetivamente relevante porque en función de como se solvente un caso concreto, (el que tú mismo comentas: un niño con TDAH) puede ser tratado de un modo u otro. No niego que a menudo las disputas entre especialistas (sobre todo si son filósofos) sean más lingüísticas que otra cosa pero el asunto de fondo no es de naturaleza lingüística: el niño no se concentra y no para quieto ¿por qué? ¿qué debemos hacer con él? Este no es un asunto lingüístico.
Sigo...
ResponderEliminarc) Traes un magnífico ejemplo en tu último comentario para ilustrar la función de una teoría crítica de la naturaleza humana. Aciertas: tengo, entre otros, dos valores que no pienso someter a las conclusiones o experimentos de los científicos, son el de la igualdad de género y la generosidad (tal y como la entiende y formula Spinoza) Los valores que defiendo no dependen del avance de las ciencias, una teoría de la naturaleza humana no suministra nuevos ni viejos valores. Su función es otra. Las investigaciones de la psicología evolutiva demuestran dos cosas: que no hay diferencias cognitivas relevantes entre hombres y mujeres y que no existen ningún dispositivo de carácter innato que favorezca el altruismo (mas bien al contrario). Estos resultados me sirven para trazar una línea entre justicia y utopía. Nada hay en nuestra naturaleza que impida lo que es un hecho en occidente: una sociedad igualitaria entre hombres y mujeres, esta habría de ser una exigencia ética irrenunciable de Occidente. Por el contrario un lugar donde reine la generosidad y el altruismo es un ideal, una utopia alejada de lo que en realidad somos. Debemos alabar y potenciar la generosidad allá donde surja, abandonado todo programa político que exija esta virtud por decreto. Una teoría de la naturaleza humana nos muestra los obstáculos – mecanismos innatos- para una vida moral, lo que no lleva en absoluto a negar su posibilidad, ni a menospreciarla en modo alguno, sino a todo lo contrario: a ensalzar su aparición siempre que acontezca , sabiendo que es un brote delicado que puede echarse a perder en cualquier momento. La igualdad se asienta, se fundamenta en lo que somos, la generosidad en lo que queremos ser. Esta importante distinción no deriva de mis creencias, lecturas o experiencias personales (como sugiere Rorty) sino de una teoría de la naturaleza humana.
Muy buenas tardes a todos desde esta tarde mía, que a saber qué hora será para vosotros...
ResponderEliminarAprovecho para felicitaros el nuevo año y para colaros la dirección de mi página web anticrisis, recomendada por mi asesora laboral, que es la que sigue http://misindicedelibros.blogspot.com/
Además, viene muy al caso con la entrada de Óscar.
Quiero comentar sobre la naturaleza humana un asunto inquietante, y es que no se parte desde una perspectiva neutra y aún seguimos siendo antropocentristas. Que no somos el centro de la atención de la vida, o de la Naturaleza, llevará años asimilarlo.
La naturaleza humana es ante todo, evolución. digo evolución y no Historia, ojo. Quiere decirse que no somos ni principio ni fin, sino intermedio evolutivo. Sabemos que hemos ido conformándonos poco a poco durante miles de años, y que seguimos conformándonos y muy probablemente evolucionaremos o nos extinguiremos antes, dando lugar a nuevas especies.
No estaría de más recordar que una teoría de la naturaleza humana no es más que parte de la Teoría de la Naturaleza.
Un saludo
Si hay algo de naturalez
Feliz año Óscar, y también a todos los Feacios.
ResponderEliminarVeo que sacas tu artillería pesada y ,me va a ser difícil contestar. Iré por partes, igual que tu, aunque no responderé a todas hoy, que acabo de volver de viaje y estoy cansado.
a). En esa distinción entre valores y hechos aludes al sentido común: todos somos capaces de distinguir entre valores y hechos en nuestra vida cotidiana. Rorty describe el sentido común como la tendencia de algunas personas a valorar y describir ciertos asuntos de la misma forma, y mi opinión no es distinta de esta. Pero añadiría algo más, las aportaciones del psicoanálisis. Si algo descubrió el psicoanálisis es que eso que llamamos "hecho" no está nada claro, dado que hay personas empeñadas en tomar como un hecho algo que los demás tomamos como una ilusión: es el caso de una histérica convencida de su embarazo, o un psicótico que no encuentra diferencia entre la representación exterior de su madre y la interior, y se ve obligado a matar a los visitantes de su tenebroso motel. Me dirás: el ejemplo no es pertinente porque son enfermos mentales y te contestaré con la afirmación de Freud de que en tales síntomas (neurosis o psicosis) operan los mismos mecanismos que en los cuerdos; piensa sino en lo que una persona religiosa puede considerar como un hecho y comparalo con lo que puede considerar un hecho un científico o un economista; ¿de quién es el sentido común? ¿un musulmán que apedrea a una adúltera porque se ha producido un "hecho"?, ¿un científico del CERN que cree haber descubierto la antimateria después de valorar unos números en su ordenador? ¿un economista convencido de que la crisis se solucionará con más liberalismo? Freud o Lacan (figuradamente) nos dirían que para encontrar la clave de ese sentido común habría que acudir al modo en cómo, cuando éramos niños, empezamos a jugarnos algo con "lo otro"
Llego muy tarde a la discusión tan bien planteada por Óscar. Me ha parecido interesantísimo y muy pertinente. No voy a remontarme al centro de vuestra distinción, y así me castigo por no aparecer por aquí en siglos. Sólo quería preguntarle, o señalarle algo a Edu:
ResponderEliminarme refiero a la eterna discusión sobre la realidad, sobre la consistencia de los hechos mundanos, que, como hablábais más arriba, hemos discutido largamente. Hablas de la problematicidad de delimitar qué es un hecho, de que no está nada claro en qué consiste ser "hecho". En esto no puedo más que darte mi aprobación, porque, seguramente, nunca seremos capaces de desentrañar teóricamente los enigmas mismos del ser de las cosas. Otra cosa es alcanzar, en base a su problematicidad, a negar la existencia misma de hechos. Tachar la realidad porque no puede ser aprehendida teóricamente con claridad y distinción y siempre se debate en el claroscuro. Seguramente eso es uno de los caracteres primordiales de lo real, el ser inasequible a cualquier teoría. QUizás la cuestión es que no percibimos la realidad a través de la teoría, es decir, la realidad no ha de estar marcada por la consistencia lógica de una teoría, sino, más sencillamente, la percibimos a través de ojos y oídos, y por un sentido que nos vincula a un mundo que compartimos con otros (y por eso se llamó "sentido común"). La función de la teoría lleva a problematizar, y si buscamos el fundamento nos perderemos en la falta de fundamento y no podremos asegurar ni siquiera que existimos. Pero, no obstante, nos encontramos constantemente ante realidades y, en tanto no tenemos tiempo de problematizar teóricamente sobre todas ellas, ellas aparecen como reales -como "hechos"- en el marco de nuestra experiencia.
Para poner un ejemplo, Edu, hablas de lo que cada uno tomamos como "hechos". Hablas de que una histérica está convencida de que su embarazo es un hecho. La cuestión es : ¿es un hecho?
Feliz año a todos, feacios
Contestación Borja: sí, es un hecho. Pero no es un hecho codificado en un lenguaje común, sino en un lenguaje privado. El síntoma neurótico es la forma en cómo un individuo es capaz de encajar todos los vectores de fuerza que se coordinan en su organismo: tanto eso que podemos llamar "realidad externa" como lo que llamaríamos "realidad interna". Cuando de lo que se trata es de convertir un poco de excitación sensorial en una representación que me haga a mí poder decir: "es una manzana" parece que no hay demasiados problemas y es sencillo hablar de "sentido común". Pero esa línea de fuerza, esa excitación, no es algo aislado, sino que entra en juego con muchas otras excitaciones. A veces, el puzle compuesto con todas esas líneas de fuerzas arroja huecos vacíos en los que "esto es una manzana" es una pieza para la que no hay hueco y la excitación tiene que dar lugar a otra proposición. Si la excitación es interna lo llamamos "neurosis" y si es externa lo llamamos "psicosis". Pero en ambos casos, el neurótico y el psicótico, no hacen sino lo mismo que los individuos normales, sólo que de forma extravagante. Volviendo a Rorty, diríamos que sería complicado alcanzar un acuerdo con ellos sobre la base de sus representaciones, pero que éstas tienen un origen tan real como las nuestras, es innegable.
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