1. Del imperialismo al Imperio.
El imperialismo de raigambre europea se
caracteriza por ser un proyecto del Estado-nación, un proyecto que
tiene por objeto diseminar el poder del Estado por nuevos
territorios, invadiendo, absorbiendo y explotando los países
colonizados. En cambio el proyecto imperial, tal y como lo conciben
H&N, es es un modelo para articular un espacio abierto
articulando relaciones diversas y distintos centros de poder a lo
largo de territorios sin fronteras. “El Imperio solo puede
concebirse como una república universal, una
red de poderes y contrapoderes estructurados en una arquitectura sin
fronteras e inclusiva” (H&N, 2000, p.160). Que el Imperio
sea una estructura inclusiva y sin fronteras no significa que todos
los lugares del globo sean iguales. Sin duda hay más concentración
de dinero y de poder imperial en EEUU que en África, por ejemplo,
pero la diferencia es de grado, no de naturaleza. Por el contrario,
el imperialismo no puede concebirse al margen de la oposición
esencial entre la metrópoli por un lado y las colonias por el otro.
Marx anticipa en su crítica al
capitalismo un análisis pertinente para comprender el Imperio: el
capitalismo tiende necesariamente a expandirse y constituir un
mercado mundial; la expansión puede realizarse colonizando nuevos
territorios y absorbiendo nuevas poblaciones, o bien creando nuevas
necesidades y demandas que impulsen nuevos mercados; pero llega un
momento en que todo es insuficiente. Esta voracidad del sistema
capitalista fue denunciada también por Rosa Luxemburgo: “el
capitalismo es el primer modo de la economía que no puede existir
por sí mismo, que necesita otros sistemas económicos como medio y
como terreno donde prosperar” (Rosa Luxemburgo, 1912). En ese
proceso las sociedades no capitalistas no permanecen incólumes. El
capitalismo trasforma las sociedades con las que entra en contacto.
Como bien señalan Marx y Engels en el Manifiesto Comunista:
“la burguesía obliga a todas las naciones son pena de
extinguirse, a adoptar el modo burgués de producción; las impulsa a
introducir en su seno lo que llama civilización, esto es a hacerse
burguesas. En una palabra, crea el mundo según su propia imagen”
(Marx y Engels, 1848). De manera que el capitalismo se va quedando
progresivamente sin un exterior en el que apoyarse, sobre el que
expanderse. Como muy lúcidamente vio Rosa Luxemburgo: “aunque
el imperialismo sea el método histórico para prologar la carrera
del capitalismo, también es el medio más seguro de llevarlo a su
veloz conclusión”. El imperialismo fue el medio utilizado por
el capital para expandirse y crecer y también para atemperar la
lucha de clases en el seno del Estado-nación, desviando las
contradicciones internas fuera del Estado, preservando así el orden
interno y la propia soberanía. Pero este modelo entra necesariamente
en crisis a principios del siglo XX cuando ya no quedan más
territorios por colonizar. “El imperialismo, en realidad coloca
una camisa de fuerza al capital o, para ser más precisos, en cierto
momento, las fronteras creadas por las prácticas imperialistas
obstruyen el desarrollo capitalista y la realización plena del
mercado mundial. Finalmente, el capital debe superar las imposiciones
del imperialismo y destruir las barreras que separan lo interior de
lo exterior” (H&N, 2000, p.220)
Durante el siglo XIX y principios del
XX el imperialismo sirvió a la expansión del capital. Pero también
creo fronteras, dificultó el libre flujo del capital y la mano de
obra etc. Impidió, en suma, la instauración de un mercado
mundial. El mercado mundial precisa para su plena realización de un espacio uniforme que no
obstaculice los flujos de capital, bienes, trabajadores, etc. Como
había advertido Rosa Luxemburgo, el imperialismo puede llevar al
capitalismo a su rápida conclusión. La realización del mercado
mundial exige el fin del imperialismo y el inicio de una Nueva Era.
2. Las Corporaciones
En la constitución del Imperio tienen
un papel fundamental las grandes empresas transnacionales que hacen
circular inmensos flujos de riqueza por todo el globo al margen del
control de los Estados-nación. Así, progresivamente, a partir de
mediados del siglo XX, el capital y los grandes inversores se han ido
desvinculando del poder de los Estados-nación. La
rápida expansión de las corporaciones por todo el mundo ha sido
posible, entre otras cosas, por las falsas promesas e ilusorias
expectativas que las grandes compañías traían consigo: altos
salarios y Estado del Bienestar para los trabajadores disciplinados.
Esta promesa funcionaba al modo de una “zanahoria ideológica”:
prosperidad para todos a cambio de entrar en la fábrica global.
Todos los Estados sucumbieron ante estos cantos de sirena, también
los Estados socialistas. El objetivo de todos los países ha sido
aumentar la producción a toda costa y los medios han sido siempre
los mismos: la industrialización, la modernización, la producción
en serie, el uso de las nuevas tecnologías etc.
En la ya larga historia del capitalismo
es posible distinguir tres fases en las relaciones entre el Estado y
las corporaciones: Una primera fase, que dura casi dos siglos,
los siglos XVIII y XIX, que se caracteriza por una escasa
intervención del Estado en los negocios de las corporaciones. Esta
no-intervención es especialmente acusada en las colonias. Tan es así
que, por ejemplo, no es exagerado afirmar que en Java durante el
siglo XVIII la soberanía la ostentaba la Compañía holandesa de las
Indias Orientales y lo mismo ocurría en algunas ciudades costeras de
China o la India con la Compañía británica de las Indias
Orientales. La segunda fase comienza con el siglo XX y se
caracteriza por la intervención del Estado-nación, que se hace más
acusada a partir de la crisis del 29. En cualquier caso es importante
entender que no estamos ante una intervención del Estado en contra
el capital, sino a favor de este. Los capitalistas, mediante
monopolios y trust, amenazan con esclerotizar el mercado mundial. El
interés del capital no coincide con los intereses de lo
capitalistas, que siempre son partidarios de mantener el statu quo
si sus beneficios están
garantizados. En la tercera fase, en la que
estamos instalados, las corporaciones transnacionales han superado la
jurisdicción de los Estados-nación, lo cual no significa que el
Estado-nación desaparezca; al contrario su acción sigue siendo
esencial, pero la función ha cambiado. En el Imperio, los Estados
nacionales ya no desempeñan funciones constitucionales sino,
sobretodo, funciones de mediación y policiales.
3. Capitalismo posmoderno: el Imperio.
H&N señalan a la Guerra del
Vietnam como punto de inflexión: fin del proyecto imperialista e
inicio del proyecto imperial. A partir de entonces un durante toda la
década de los 70 se suceden en todo el mundo luchas de liberación
contra “régimen disciplinario internacional del capital”.
Los jóvenes se rebelan contra la vida que el sistema
les tiene reservada: 8 horas de trabajo diario, 50 semanas al año,
durante toda la vida. Lo que era bueno para sus padres ya no es bueno
para ellos. Nace la contracultura y se empieza a gestar un nuevo
paradigma, un nuevo ideal de vida caracterizado, básicamente, por el
rechazo a la repetición narcótica de la sociedad-fábrica. Este es
un movimiento global, no circunscrito a los países capitalistas.
(H&N apuntan a la incapacidad del bloque soviético para
evolucionar y dar satisfacción a estas nuevas demandas como el
factor clave que explica su colapso final.)
Se inicia una nueva era en la historia
del capitalismo: el capitalismo posmoderno. La modernidad se
caracterizaba por la preponderancia del sector secundario -el sector
industrial- sobre el primario. Esta preponderancia o primacía no
debe entenderse en términos cuantitativos sino en términos de
poder. La producción agrícola no disminuye durante el capitalismo
moderno; al contrario, aumenta. Lo decisivo aquí es entender que la
agricultura se subordina a las necesidades de la industria. La
modernidad supone la industrialización de la agricultura. La
sociedad entera se trasforma en fábrica. Hoy la modernidad ha
llegado a su fin; la nueva era se caracteriza por un cambio en
relaciones de poder. En el capitalismo posmoderno el sector hegemónico es el sector terciario, lo cual no quiere decir que el sector
secundario desaparezca o disminuya sino que es concebido como un
servicio; toda la producción se trata como un servicio. La
preponderancia del sector terciario se manifiesta en la hegemonía
económica de los servicios financieros e informáticos.
La revolución tecnológica que el
capitalismo posmoderno trae consigo favorece lo que Foucault ha
denominado la sociedad de control. Las primeras etapas del
capitalismo estaban caracterizadas por la disciplina: a través de
las instituciones adecuadas -la familia, la fábrica, la escuela,
manicomios, cárceles, etc- el capitalismo infundió orden y
disciplina en las filas de los proletarios. Hoy los instrumentos de
dominación se han vuelto mucho más refinados, ya no es precisa la
coacción, hemos interiorizado al gran Otro; es nuestra “voluntad”
la que exige orden, paz y seguridad. El poder en el capitalismo
posmoderno ya no es un Leviatán, una voz superior que ordena
y manda sino una compulsión interna indiscernible de nuestra
voluntad. “En la posmodernidad imperial, el gran gobierno ha
llegado a ser meramente un residuo despótico de la dominación y la
producción totalitaria de la subjetividad. El gran gobierno dirige
la gran orquesta de las subjetividades reducidas a mercancías.” (H&N,
2000, p.329). Esta manipulación de las subjetividades no precisa ya
de un poder central trascendente. La soberanía
en la sociedad capitalista posmoderna es un poder difuso que, a
través del dinero, rompe jerarquías y lo iguala todo. Lo
característico del poder imperial es la proliferación de mecanismos
de control: control de la violencia, control del dinero y control
de la información. Este control no requiere un "controlador" central, se ejerce, como todo el poder imperial, de manera difusa y acéfala, pero hay tres lugares emblemáticos que lo simbolizan: Washington capital del control militar, Nueva York capital del control financiero y Los Ángeles capital del control de la información.
4. El mando y la administración
imperial
La ausencia de fronteras y la desterritorialización son características de la soberanía imperial que permiten distinguirla de
la soberanía en los Estados-nación. Las fronteras socio-económicas
no responden ya a ninguna frontera geográfica. El Imperio se
caracteriza por la estrecha proximidad de poblaciones extremadamente
desiguales: el Tercer Mundo está en los guetos y las favelas de los
países desarrollados y el Primer Mundo está en las corporaciones y
rascacielos de las ciudades de los países subdesarrollados. Hoy
“las diversas regiones y naciones contienen diferentes
proporciones de lo que se concibió como El Primer Mundo, y el
Tercero, como el centro y la periferia, como el Norte y el Sur”
(H&N, 2000, p.307). Este hecho socio-económico va asociado a un
nuevo urbanismo que es fácilmente perceptible: el fin de los
espacios públicos y proliferación de la arquitectura-fortaleza tan
característica de ciudades como Los Ángeles o Singapur.
No hay pues un centro de poder, sino
que el poder se ejerce de manera difusa por todo el globo. De todas
formas es manifiesto que en el nuevo orden imperial EEUU tiene un
papel preponderante. El historiador griego Polibio sostenía que
Roma había dominado el Mediterráneo porque su forma de gobierno era
la más armoniosa, al combinar, de manera equilibrada, las tres
formas clásicas de gobierno enunciadas por Aristóteles: el cónsul
en la República o, posteriormente, el emperador representa a la
monarquía, es el símbolo de la unidad y continuidad del Estado; el
senado representa la aristocracia, en él se define la justicia y la
virtud; y finalmente los comitia populares representan la
democracia, por medio de ellos se organiza el pueblo llano. H&N
ven claros paralelismos con la situación actual: EEUU representa,
naturalmente, la función del emperador; Los Estados-nación y las
corporaciones, la función del senado; y las ONG, principalmente, la
función de los comitia. Del mismo modo que en la Antigüedad
los senadores romanos acuden a Augusto para para que asuma los
poderes imperiales y proteja la república, hoy -a partir de la
Guerra del Golfo- las organizaciones internacionales -ONU- acuden a
EEUU para que desempeñe el papel de garante en el nuevo orden
internacional -el Imperio-. Aunque es muy probable que esta versión
posmoderna del Imperio queda mejor retratada no desde las formas
puras, sino desde las corruptas: EEUU representa la tiranía, Los
Estados-nación y las corporaciones la oligarquía y las ONG, la
demagogia.
Veamos esta estructura, la “Pirámide
de la Constitución global”, con algo más de detalle. En el
pináculo está el mando imperial, los EEUU, ellos ostentan la
hegemonía militar, lo que siempre ha sido y será un claro
estandarte que nos indica la presencia de un poder real. En esta
época imperial, los Estados-nación no toman ya las decisiones más
trascendentes, aquellas que determinan la guerra o la paz. Es el
Imperio quien decide, no tanto sobre la paz o la guerra -dada la
superioridad militar del Imperio- sino sobre la pertinencia o no de
intervenciones policiales a gran escala. A su lado las instituciones
monetarias globales que controlan el dinero: el Banco mundial y el
FMI. También en este primer nivel podemos incluir a las grandes
alianzas de los países mas desarrollados: el G7, el Club de Davos
etc. En un segundo nivel están las redes esparcidas por empresas
trasnacionales: redes de flujos de capital, de tecnología, de
comunicación y el conjunto de los Estados-nación. En el Imperio los
Estados-nación tienen todavía una importante función de mediación
política con las potencias hegemónicas, negociación con grandes
corporaciones, redistribución de los ingresos, etc. “Los
Estados-nación son filtros de flujo de circulación global y
reguladores de la articulación del mando global; captan y
distribuyen los flujos de riqueza desde el poder global hacia él y
disciplinan a sus propias poblaciones en la medida en que aún pueden
hacerlo” (H&N, 2000, p. 286). En el tercer nivel están los
grupos que representan los intereses populares en el mercado mundial:
partidos políticos, sindicatos, instituciones religiosas y ONG. H&N
subrayan la importancia de las ONG: hay, aproximadamente, unas 18.000
en todo el mundo y cumplen funciones muy diversas. Especialmente
relevante es la función de las llamadas las ”organizaciones
humanitarias” que, en muchas ocasiones, sirven de coartada
ideológica para las intervenciones bélicas. Primero se apunta al
objetivo, el Estado o grupo que no respeta los derechos humanos, y, a
continuación, el mando imperial interviene. Pero su intervención
queda de este modo avalada y justificada moralmente por las denuncias
previas de las ONG. (ie: la guerra de Kosovo).
5. La lucha contra el Imperio
La decadencia del Estado-nación es
irreversible, su estructura jurídica-económica ha quedado
definitivamente desfasada. El Imperio ha creado nuevas estructuras:
el GATT, el Banco Mundial, el FMI, la Organización del Comercio
Mundial etc; que sustituyen las antiguas funciones de los
Estado-nación. No es esta, a juicio de H&N, una pérdida que
haya que lamentar. El Estado-nación ha sido un régimen opresivo y
corrupto al servicio de las oligarquías nacionales; pero el Imperio,
pese a la difuminación de las fronteras y jerarquías, no ha propiciado una mayor igualdad. Al contrario. Hoy los sistemas sociales que
garantizaban una cierta protección para los trabajadores están en
retroceso en todo el mundo. Las nuevas tecnologías permiten la
flexibilidad temporal y la movilidad espacial de los trabajadores; el
debilitamiento de las estructuras de resistencia -sindicatos- genera
una competencia desenfrenada y feroz entre trabajadores; se reducen
los costos laborales, aumenta la jornada laboral... “Los países
que aún mantienen las rigideces de la leyes laborales y se oponen a
la flexibilidad y la movilidad plena son castigados, atormentados y
finalmente destruidos por mecanismos monetarios globales” (H&N,
2000, p.310). El miedo constante a la pobreza y la angustia ante el
futuro son las claves para crear una lucha entre los pobres por
obtener trabajo y para mantener el conflicto en el seno del
proletariado imperial.
Sin embargo H&N no son pesimistas:
el Imperio es un modelo inestable e híbrido que genera -muy a su pesar- un potencial para la revolución mayor que los
regímenes pasados. Las formas tradicionales de lucha están
caducas... pero surgen otras. La lucha contra el Imperio no debiera
hacerse desde la añoranza, levantando la bandera de lo pequeño, la defensa de las comunidades aisladas, el relativismo cultural, etc. “Ser
republicano hoy significa ante todo luchar dentro del Imperio y
construir en su contra, sobre sus terrenos híbridos y cambiantes. Y
aquí deberíamos agregar contra todos los moralismos y todas las
posiciones de resentimiento y nostalgia, que este nuevo terreno
imperial ofrece mayores posibilidades de creación y liberación. La
multitud, su voluntad de “estar en contra” y su deseo de
liberación deben atravesar con esfuerzo el Imperio para salir del
otro lado” (H&N, 2000, p.206). La lucha contra el Imperio
ha de ser global. Igual que San Agustín levanta toda una Ciudad para
hacer frente a la Ciudad Pagana, es preciso levantar un Contraimperio
frente al Imperio. Para ello es necesario aprovechar las debilidades
del sistema. El mercado mundial es un factor de doble cara: a favor
del Imperio, porque permite el intercambio de mercancías y con ello
la acumulación del capital; pero también en contra, porque genera
efectos que favorecen la revolución, como la movilidad del
proletariado, el deseo de liberación de la multitud, problemas para administrar los mercados nacionales, etc.
La dificultad mayor, en estos tiempos
posmodernos, es identificar correctamente al enemigo y planificar
adecuadas estrategias de acción y resistencia. H&N abogan por el
éxodo y la deserción. La migración descontrolada es un
grave problema para el Imperio que se esfuerza por ordenar el tejido
productivo mediante la integración y la segmentación. El Imperio
controla y segmenta a la multitud, pero necesita de su movilidad y de
su trabajo para persistir. Pero llega un momento -como podemos
comprobar en la valla de Melilla un día tras otro- que la movilidad
y circulación de la multitud ya no responde a la lógica del
capitalismo.
El objetivo es hacer de la multitud -no
el pueblo, ni las masas- un sujeto político. La multitud está
constituida por una pluralidad de personas, de diferentes culturas,
razas, sexo, orientación sexual, diferentes religiones, diferentes
formas de trabajar, de vivir etc que no pueden ser reducidas a una
unidad o identidad. “La multitud afirma su singularidad
invirtiendo la falsedad ideológica de que todos los seres humanos
que pueblan la superficie global del mercado mundial son
intercambiables”. (H&N, 2000, p.358). Esta multitud
constituye un nuevo poder. Ya lo es en realidad, todo el Imperio
descansa en su trabajo. Las intervenciones de la administración
imperial, por muy duras y violentas que sean, son esencialmente
negativas; su acción es meramente reguladora, pero no constituyente.
La acción creadora y constituyente reside en la multitud. “Cada
acción imperial es una reacción a la resistencia de las multitudes
que plantea un nuevo obstáculo que estas deben superar” (H&N,
2000, p.329). El poder imperial no es más que un parásito ligado a
la multitud.
H&N proponen potenciar el nomadismo
y el mestizaje entre la multitud. Para ello debemos
aprovechar las armas que el Imperio pone en nuestras manos: la
permeabilidad de las fronteras y la preponderancia del sector de
servicios, el sector terciario. La comunicación ha ido
progresivamente constituyéndose como el tejido de la producción en
el capitalismo posmoderno. El Imperio pretende, claro está,
controlar el producto, pero no lo tiene fácil porque, al fin y al
cabo, los productores son la multitud y siempre cabe la posibilidad
de orientar la producción “hacia el propio júbilo y el aumento
del propio poder”. Lo que la multitud produce es básicamente
cooperación lingüística. Un proyecto emancipador pasa
necesariamente por crear un nuevo léxico, nuevas máquinas, nuevas
tecnologías... Frente a la violencia del capitalismo cabe oponer la
capacidad productiva y creativa de la multitud, su capacidad de
desear. El deseo es un espacio productivo, es poder de generación,
de cooperación y amor.
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