¿Qué es ser libre? ¿En qué consiste
la libertad? La noción contemporánea de la libertad es en buena
medida deudora de la célebre distinción de Isaiah Berlin (1958)
entre libertad positiva y libertad negativa.
1. Libertad positiva y negativa.
La libertad negativa consiste en la
no-interferencia por parte de los otros. Soy libre, en este sentido,
cuando nadie interfiere en mi voluntad. Esta es la noción moderna de
libertad que se equipara a la ausencia de coerción y es el ideal
propio del liberalismo. Dentro de la tradición liberal encontramos
un amplio abanico de posibilidades acerca de los límites de la
libertad: los libertarios son partidarios de un estado mínimo que
coaccione lo menos posible y deje un amplio margen a la libertad
individual. Otros, como Rawls, son partidarios de un estado
intervencionista que garantice una igualdad de oportunidades entre
los ciudadanos. Pero todos ellos entienden la libertad como
no-interferencia: unos sostienen que la libertad debe ser absoluta o
muy amplia y otros que debe estar limitada en favor de la igualdad de oportunidades y
la justicia social.
La libertad positiva consiste en la
autodeterminación o autodominio. La persona libre es dueña de sí
misma y esta soberanía implica siempre una distinción entre partes
enfrentadas: esclavo es quien se deja guiar por las pasiones y hombre
libre quien es dueño de sí mismo porque domina sus inclinaciones naturales mediante el ejercicio de la razón. De igual modo, en el ámbito político, una
sociedad libre es aquella en la que el pueblo, el demos,
ejerce el poder y la soberanía. Un estado títere de una gran
potencia o al servicio de la oligarquía es un ejemplo de servidumbre
y de ausencia de libertad. Los partidarios de la libertad positiva,
arguye Berlin, valoran como condición necesaria para la libertad
política, la participación en la vida pública. Solo a través de la
participación el demos alcanza y ejerce la soberanía. De lo
contrario, aunque un régimen se declare demócrata, el poder estará
necesariamente en manos de unas élites y será, de facto, una
oligarquía, o sea, una sociedad no libre.
Berlin reconoce que su distinción es
deudora de la que en 1819 realizó Benjamin Constant cuando separa la
libertad de los antiguos y la libertad de los modernos. Los antiguos,
coinciden Constant y Berlin, conciben la libertad como libertad
positiva, libertad “para” porque se es libre para participar.
Por eso Tucídes dice:
“(…) nos preocupamos a la vez de los asuntos privados y públicos, y gentes de diferentes oficios conocen suficientemente la cosa pública: pues somos los únicos que consideramos, no como hombre pacífico, sino inútil, al que nada participa en ella, y además, o nos formamos un juicio propio o al menos estudiamos con exactitud los negocios públicos, no consideramos la discusión como un estorbo para la acción, sino como un paso previo indispensable a cualquier acción sensata” (Discurso fúnebre de Perícles).
En cambio la Modernidad y el
liberalismo conciben la libertad como libertad negativa, libertad
“de”, libertad de hacer esto o lo otro, y la identifican con la
no-injerencia, especialmente por parte del estado.
Esta dicotomía, como todas, no es
neutra. Berlin se muestra partidario de la libertad negativa porque
advierte peligro de totalitarismo en los partidarios de la libertad
positiva: el estado pudiera arrogarse la función de dominar y
controlar nuestro yo más bajo, identificándose, por ejemplo, con el
espíritu nacional. Un estado así sería libre en sentido positivo
porque lo que predomina en él es el autocontrol de aquellos
intereses egoístas que conviene someter y reprimir en aras del bien
común.
2. La libertad como no-dominación.
Pero en esta historia falta un
ingrediente fundamental. Philip Pettit reprocha a Berlin que su
famosa distinción no da cuenta de una sólida tradición política:
el republicanismo. Berlin equipara a los republicanos con los que a
partir de ahora llamaremos populistas o demócratas, aquellos que
conciben la libertad como libertad positiva porque entienden que solo
es libre aquella comunidad en la cual el pueblo o demos ejerce
el poder o la soberanía. Pero las críticas y los recelos de Berlin
hacia los planteamientos de los populistas, que pueden resumirse en la
prevención ante la tiranía de la mayoría, son compartidos por todos
los pensadores republicanos: Ciceron, Maquiavelo, Spinoza,
Montesquieu, Madison, etc. Ellos no conciben la libertad ni como
libertad positiva ni como libertad negativa sino como no-dominación:
es libre quien no está sometido a la voluntad arbitraria de otro.
Esta ha sido tradicionalmente la clave para distinguir entre el liber
y el servus: es libre quien no es esclavo, es decir, quien no
está sometido a la interferencia arbitraria del otro. Ahora bien, el
estatus de no-dominado no puede depender de la benevolencia del
monarca o el poderoso pues en ese caso estaríamos a su merced. El
liber es el cives, el ciudadano cuyo derecho
a la no-dominación está garantizado por un ordenamiento jurídico
adecuado que garantiza su libertad, es decir, su derecho a vivir
protegido de la injerencia arbitraria del otro.
3. De la no-dominación a la no-interferencia.
Durante mucho
tiempo, hasta principios del siglo XIX, la noción republicana de la
libertad fue hegemónica. Hoy, sin embargo, es marginal. ¿Qué ha
ocurrido? ¿cómo ha sido posible un cambio tan brusco?
La
noción de libertad como no-interferencia, el ideal liberal, nace,
paradójicamente, en la obra de un defensor del absolutismo: Thomas
Hobbes. Pero, en verdad, la posición del filósofo inglés es perfectamente coherente: Hobbes sostiene que no hay nada de
especial en un régimen republicano porque en última instancia todas
las leyes, tanto las de una república como Luca como las de una
tiranía como Constantinopla, arguye Hobbes, constituyen trabas a la
libertad humana, por lo que para determinar cuál es la mejor forma
de gobierno debemos utilizar otros criterios: la paz, el orden, la
seguridad, etc.
“En los torreones de la ciudad de Luca está inscrita en letras capitales la palabra “libertas”; pero nadie puede inferir de eso que un hombre particular goce aquí de mayor libertad o inmunidad respecto al servicio a la comunidad que en Constantinopla. Ya sea una comunidad monárquica, ya popular, la libertad siempre es la misma” (Leviathan, 1651)
Aparece así formulada por primera vez
la noción de libertad negativa que los utilitaristas -especialmente
Jeremy Bentham- divulgaran en el siglo XIX. Pero el triunfo del
planteamiento de Hobbes no es inmediato. Durante los siglos XVII y
XVIII fue más influyente, especialmente en el ámbito anglosajón,
la noción republicana de libertad de James Harrington que la noción
de libertad como no-interferencia de Hobbes. Incluso los principales
pensadores políticos de la tradición liberal y democrática de esta
época manejan una noción republicana de libertad. Muy clara y
elocuentemente John Locke cuando afirma:
“Donde no hay ley no hay libertad, pues la libertad ha de ser el estar libre de las restricciones y la violencia de otros, lo cual no puede existir si no hay ley. No es, como se nos dice, ‘una libertad para que todo hombre haga lo que quiera’, pues ¿quién pudiera estar libre al estar dominado por los caprichos de todos los demás?”. (J. Locke, Tratado Segundo del Ensayo sobre el Gobierno civil, 1689).
Por su parte Rousseau,
como es sabido, propone un contrato social cuya esencia consiste en:
“encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda
fuerza común a la persona y a los bienes de cada asociado, y por
virtud de la cual cada uno, uniéndose a todos, no obedezca sino a sí
mismo y queda tan libre como antes”. Es decir que los asociados,
cada uno de los ciudadanos, no pierden la libertad en un estado bien
organizado sino que la incrementan pues: “dándose cada cual a
todos, no se da a nadie, y como no hay un asociado, sobre quien no se
adquiera el mismo derecho que se le concede sobre sí, se gana el
equivalente de todo lo que se pierde y más fuerza para conservar lo
que se tiene.” (Contrato social, libro I, cap. 1, 1762). La
verdadera libertad, la libertad cívica, solo es posible bajo el
imperio de la ley, como proclaman los republicanos
No es preciso ser especialmente sagaz
para advertir que el desplazamiento semántico de la noción de
libertad a principios del XIX tiene mucho que ver con el triunfo del
capitalismo. La libertad como no-interferencia es el nuevo ideal del
empresario hecho a sí mismo que exige al estado que no se entrometa
en sus negocios, que no le obligue a pagar impuestos y que, en definitiva,
respete su “libertad” y la de sus empleados para llegar a los
acuerdos que estimen oportunos.
4. Comparación entre unas nociones y
otras.
Ya hemos señalado que los republicanos
comparten con los liberales su desconfianza frente a la libertad positiva
por lo que pudiera parecer que la libertad negativa o libertad como
no-interferencia es básicamente lo mismo que la libertad como
no-dominación. No es así. Por una lado es perfectamente posible
concebir un amo descuidado o bondadoso que no interfiere en la vida
de su siervo, o un acreedor que no exige el pago de la deuda
al deudor, o un marido decimonónico que deja a su esposa vivir a su
modo; pero en todos estos casos existe una relación de dominación y
por tanto, desde la perspectiva republicana, ausencia de libertad.
Por otro lado también es perfectamente posible imaginar una
injerencia justificada, no arbitraria. Por no poner el caso
paradigmático de la coacción estatal: imaginemos un ludópata que,
consciente de su enfermedad, entrega a su pareja el salario mensual
para que lo administre y, posteriormente, reclama el dinero para
jugar. Su pareja se niega con lo cual, naturalmente, interfiere en su
voluntad, pero no se trata de una interferencia arbitraria, su
negativa responde a un acuerdo previo y tiene como objetivo el bien
común. Conforme al criterio que estamos defendiendo, el jugador no
pierde su libertad, no pasa a estar dominado por su pareja.
Un liberal tenderá a ser tolerante o
indiferente con aquellas relaciones de dominación que no se
concretan en injerencias concretas y reacio a toda injerencia en su
vida privada sea o no justificada. Un republicano, por el contrario,
considera intolerable toda servidumbre, independientemente de que
se actualice o no en coacciones concretas y en cambio no siente como un
menoscabo a su libertad, sino una condición de la misma, el respeto
y la sumisión a leyes justas, libremente acordadas por toda la
comunidad. Es precisamente el imperio de la ley quien garantiza la
libertad porque impide la arbitraria injerencia de otros. La
no-dominación es la situación que disfruta alguien cuando convive
con otros y en virtud del diseño social ninguno de ellos le domina.
Los republicanos no creen en lo que los
contractualistas llamaron libertad
natural. En ausencia del derecho lo que impera es la
coacción y la ley del más fuerte. La libertad es siempre libertad
cívica, es la condición ligada al liber: Libertas es
civitas, como diría un romano. No es la injerencia considerada
en sí misma quien atenta contra la libertad sino el carácter
arbitrario de la misma. Naturalmente esa arbitrariedad que tratamos
de evitar puede estar amparada por un ordenamiento jurídico corrupto
cuando las leyes están al servicio de los poderosos. Por eso es
crucial para toda sociedad dotarse de buenas leyes y garantizar la
separación de poderes.
Por otra parte, como ya ha sido
señalado, el republicano desconfía del populismo y de la apología
de la democracia directa. La libertad política requiere de instituciones independientes
y soberanas que velen por los derechos de las minorías. La historia
nos ha dado muchos ejemplos de cómo puede manipularse la voluntad del
pueblo, especialmente cuando no hay sólidas instituciones
republicanas que fijen un marco de convivencia.
5. Ventajas del enfoque republicano.
Una vez señaladas las diferencias
entre las distintas nociones de libertad, acabo apuntando algunas
ventajas que encuentro en el enfoque republicano.
La noción de libertad como
no-dominación favorece una conexión entre ética y política que
considero fundamental. Una comunidad de corruptos siempre encontrará
la forma de echar a perder las más justas instituciones. Un
ordenamiento jurídico o una estructura social solo puede funcionar
de manera satisfactoria entre una ciudadanía medianamente virtuosa.
No hace falta una profunda reflexión para vincular la libertad, la
libertad como no-dominación, con la virtud. Quien está dominado no
tiene ocasión de ser virtuoso, más bien al contrario. Como Mary
Wollostonecraft dijo a propósito de las mujeres de su época:
“Es vano esperar virtud de las mujeres, mientras en uno u otro grado no sean independientes del hombre; y es vano esperar de ellas esa fuerza de los afectos naturales que les haría buenas mujeres y buenas madres. En tanto dependan absolutamente de sus maridos, serán arteras, ruines y egoístas”. (Vindicación de los derechos de la mujer).
Otra importante ventaja del ideal
republicano de libertad es su autosuficiencia. No es preciso
complementar la libertad como no-dominación con, por ejemplo, la
igualdad porque la segunda está implicada en la primera. Lo que los
republicanos denominan “el imperio de la ley” es, básicamente,
la exigencia de que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley;
que nadie, especialmente los legisladores y los poderosos, esté por
encima de la ley. En este punto no hay divergencias importantes entre
los partidarios del ideal de no-interferencia, es decir los
liberales, y los partidarios del ideal de no-dominación. Pero los
republicanos tienden a considerar insuficiente la mera igualdad
formal. Las desigualdades sociales y económicas también propician
situaciones de dominación que deben ser combatidas. Yo no puedo
depender de otros para acceder a algunas cosas necesarias para una
vida decente sin estar dominado por ellos. Quien no dispone de renta
alguna o se tiene que conformar con un salario miserable se halla
objetivamente en una situación de dominación, se encuentra a merced
de la voluntad arbitraria de otros. Una política que promueva la
no-dominación ha de favorecer la independencia socieconómica de
todos los ciudadanos.
Por último acabo apuntando que el
ideal de la no-dominación, al contrario que el de no-interferencia,
es indisociable del enfoque comunitario: si yo estoy dominado lo
estoy en mi condición de trabajador, mujer, inmigrante, musulmán,
homosexual o lo que sea. La lucha por mi liberación es inseparable
de la lucha por el reconocimiento de la comunidad a la que
pertenezco. Los comunitaristas censuran a los liberales porque
consideran a las personas como meros individuos, es decir, como
átomos aislados que persiguen sus propios fines al margen de todo
vínculo social, pero todo lo que somos, dicen ellos, es producto de
la comunidad a la que pertenecemos y esa perspectiva no puede ser
obviada en los planteamientos políticos como pretenden los
liberales. Los republicanos dan -en parte- la razón a los
comunitaristas en este reproche. Pero el ideal de libertad como
no-dominación, al contrario que el ideal de no-interferencia, es un
ideal solidario porque la libertad republicana es, en palabras de
Pettit, un bien social y común: social “porque precisa de una vida
en sociedad para existir” y común “por que es tal no puede ser
incrementado (o decrementado) para ningún miembro relevante sin ser
a la vez incrementado (o decrementado) para otros miembros del
grupo”. De similar manera argumentaba Spinoza en el Tratado
político cuando sostenía que no
podemos incrementar nuestro poder y libertad sin incrementar el poder
y libertad de nuestros conciudadanos o Bakunin cuando afirma:
“No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un limite o la negación de mi libertad, es al contrario su condición necesaria y su confirmación. No me hago verdaderamente libre más que por la libertad de los otros”. (Dios y el Estado).
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