Decía Nietzsche que la Verdad era una entelequia, que todo discurso, toda valoración estaba condicionada por una determinada perspectiva, - un lugar desde el cual se contempla el mundo, y lo que es más importante, se vive-, que no puede ser equiparada, medida o juzgada desde otra perspectiva. Durante mucho tiempo he pensado que esta tesis es la misma que el tradicional relativismo moral de los sofistas que, en mi modesta opinión, en lo que tiene de verdad es una banalidad y en lo que tiene de tesis filosófica es, sencillamente, falsa. No es mi intención aquí justificar la anterior afirmación, más que nada porque no tengo argumentos medianamente originales: Platón lo ha hecho mucho mejor de lo que yo jamás podría. En términos generales pienso que la tesis relativista suele ser esgrimida cuando no se encuentran otros argumentos y que en el fondo es una coartada de la pereza intelectual. Así pues quede claro: no soy relativista, mi simpatía está con los racionalistas e ilustrados que defendieron la igualdad y la libertad humana fundamentándola en la razón. Una razón, la misma para todos, que por encima de condicionantes históricos, sociales o psicológicos garantiza la comunicación, el intercambio de ideas y el avance del conocimiento. Soy consciente que este discurso suena un tanto ingenuo y ñoño, pero que le vamos a hacer, en el fondo soy un filosofo simplón, nada sofisticado.
Sirva lo anterior para contextualizar la siguiente reflexión. Por norma general pienso que la verdad tiene una cara y que dos posiciones antagónicas no pueden estar ambas en lo cierto. Pero hay un asunto que me desconcierta, me deja perplejo, y este escrito no es otra cosa que la constancia de esta perplejidad. El tema no es otro que la inmigración ilegal y mi postura al respecto es “políticamente correcta” y nada original: el estado debe regular los flujos migratorios – por razones obvias- y perseguir y repatriar a los inmigrantes ilegales. Cualquier otra postura en relación a este tema es una frivolidad y una falta de responsabilidad por parte del gobierno – y el gobierno español, por cierto, no ha sido todo lo responsable que debería- . Por tanto, no puedo menos que asentir ante un enunciado del tipo: “los inmigrantes sin papeles deben ser repatriados a su país de origen” Un buen gobernante, entre otras cosas debe trabajar para que esta justa – desde el punto de vista de los intereses nacionales- petición sea satisfecha y consiguientemente debe ser inflexible con los inmigrantes sin papeles.
Ahora nos ponemos al otro lado. Todos hemos visto documentales, películas – y muchos conocerán historias en primera persona; no es mi caso- en donde se describe la situación de estas personas: inmigrantes subsaharianos – ahora no se puede decir “negros”, como si no hubiera blancos por debajo del Sahara- que no tienen otra opción que escapar de su país de origen, poner en peligro sus vidas y dejarlo todo en busca de una vida mejor- o de una vida, sin más-. Hemos escuchado sus lamentos por la insensibilidad de los países desarrollados, piden una oportunidad para trabajar en lo que sea. Solo quieren un hogar donde formar una familia y sacar adelante a su prole. Me siento incapaz de poner un solo “pero” a sus acciones: entran de manera ilegal en nuestro país, trabajan en cualquier cosa – muchas veces explotados por empresarios sin escrúpulos- y aspiran a “tener los papeles”. Desde su perspectiva el “interés nacional” no es más que un sintagma vacío de significado. Y tienen razón. Aquí no es cuestión de argumentar sino de imaginar ¿Qué harías tú si estuvieras “al otro lado”? ¿Qué debe hacer el “buen inmigrante”? Mi respuesta es que el “buen inmigrante” debe hacer todo lo que está en su mano para encontrar una vida digna. Las únicas trabas al “todo” enunciado son morales pero no legales: El “buen inmigrante” no debe matar, ni robar para alcanzar su objetivo – si lo hiciera perderíamos la empatía que nos lleva a considerarle “buen” inmigrante- , pero por lo demás puede incumplir las leyes del país de acogida que le impiden alcanzar su objetivo (visados, permiso de residencia, permisos de trabajo etc) Por consiguiente cuando afirman que “toda persona tiene derecho a una vida digna, a un trabajo, a la educación, a un lugar donde cobijarse etc” pienso que tienen razón, que los “malos” son los que se oponen a su noble objetivo y los “buenos” los que les ayudan a vivir y establecerse en nuestro país, aun cuando carezcan de papeles.
El reto es el siguiente ¿Cómo hacer compatible lo afirmado en los dos párrafos anteriores desde un planteamiento no relativista – al menos no relativista en el sentido que los sofistas dan al término-?
El relativismo clásico tiene una parte de verdad que es preciso reconocer: nuestra concepción y comprensión del mundo depende de una perspectiva, de unas coordenadas que nos son dadas, no elegidas (época histórica, cultura, clase social etc) que no solo condicionan sino que determinan todo aquello que somos y pensamos. Sólo Dios podría tener una “visión adecuada” o neutral del mundo. Pero de ello no se desprende que todos los valores son relativos, que toda opinión vale lo mismo o que no hay criterios que justifiquen una decisión racional. Los atenienses que debatían en el agora compartían unos determinantes similares y defendían posiciones contrapuestas. Por ejemplo, unos consideraban adecuada la sentencia dictada contra Sócrates y otros la consideraban una injusticia manifiesta. ¿Quién tenía razón? El relativista afirmará que cada uno tiene su ideal de “justicia” y que examina el caso conforme a tal ideal, y, como ningún ideal es superior a otro, la cuestión de cuál es la posición correcta carece de sentido. Tal planteamiento estimo que es una impostura filosófica que revela la pereza intelectual que evita examinar cuidadosamente los argumentos de unos y otros. La tarea no ya del filósofo sino de cualquier persona que se precie es ponerse en la situación de los afectados – cosa posible pues tenemos mucha información sobre la época y sus circunstancias- y, una vez nos hemos hecho cargo del contexto histórico-político, valorar la fuerza de los argumentos de unos y otros y tomar una opción. No es posible que sea justo y no sea justo condenar a Sócrates. Nuestra posición en modo alguno zanjará la cuestión, otras personas, hoy y en el futuro seguirán defendiendo una posición contraria a la que nosotros consideramos justa. Pero debemos tomar partido. Es casi un imperativo moral: haz uso de tu razón. El relativismo clásico supone una abdicación de la condición racional del hombre y una afrenta a la filosofía al cancelar todo debate y diluir toda postura en un subjetivismo extremo.
La tesis perspectivista de Nietzsche pudiera parecer una versión moderna del clásico relativismo sofista, pero no lo creo. El alemán asume la acertada tesis ontológica que encierra el relativismo: vivimos y conocemos desde una determinada posición, desde una perspectiva ineludible y no existe algo así como la “perspectiva correcta”. Pero no sigue a los sofistas cuando estos desembocan en un relativismo gnoseológico. Nietzsche no piensa que todas las opiniones son iguales y todas las formas de conocimiento equiparables, por el contrario defiende un discurso contrario al dominante en su época porque entiende que es “más verdadero” que el discurso imperante. Si bien es verdad que la manera en la que puede articularse el”perspectivismo ontológico” con una epistemología no relativista es una cuestión que se echa en falta en las obras del alemán.
A mi modo de ver estos puntos de vista sólo pueden ser conciliables si entendemos el perspectivismo de una forma no radicalmente subjetiva, sino más bien social. Si resulta que cada uno vive “en su mundo” entonces la comunicación, el lenguaje y el conocimiento es imposible, pero no creo que sea el caso. Cada uno de nosotros tiene distintos “mundos” que no son herméticos y que comparte con otras personas: su familia, sus compañeros de trabajo, sus amigos etc. La separación nunca es total y la comunicación siempre es posible - puedes hablar con tu pareja de los problemas del trabajo, por ejemplo- si bien es cierto que cada mundo tiene sus interlocutores privilegiados – hablamos de los problemas del trabajo entre compañeros y de la salud de la abuela con nuestra pareja, generalmente-. Entiendo que la tesis perspectivista no debe interpretarse en un sentido subjetivista. Las condiciones que determinan nuestra perspectiva son sociales y como tales afectan a otras personas por lo cual es una exageración el dicho que afirma que “cada persona es un mundo”
Supongamos que consideramos la perspectiva de un modo no subjetivo, atendiendo básicamente a la dimensión social antes que a los condicionantes psicológicos ¿Cómo afecta esto a la cuestión de la verdad antes planteada? Vivimos y conocemos desde una determinada perspectiva que compartimos con otras personas y dentro de la cual no hay relativismo: existe la Verdad y la mentira, la corrección formal y las falacias, la justicia y la injusticia etc. No se puede establecer a priori qué es lo justo o verdadero en cada una de las perspectivas sino de un modo dialógico al estilo de Habermas. Compartimos una sola razón y como ya decía Heráclito sólo los dormidos piensan que tienen un logos privado. Por el contrario el Logos es común y aunque las perspectivas sean diferentes la comunicación - y ocasionalmente el acuerdo- es posible. O no.
El Logos común es condición necesaria pero no suficiente. Además de una razón común los hombres necesitan compartir intereses y objetivos, si quiera planteados en su forma más minimalista. La razón es esclava de las pasiones, como nos enseñó Hume y si no existen algunos intereses comunes pudiera darse el caso que las perspectivas fueran tan diferentes, la distancia tan grande, que el acuerdo fuera imposible al no existir un “mínimo común denominador” - lo contrario es pecar de optimista como le pasa a Habermas- . Lo estamos viendo todos los días. Por poner sólo un ejemplo, es obvio que los palestinos y los judíos ven el mundo desde perspectivas incompatibles e irreconciliables. Tal y como yo lo veo la cuestión no se plantea adecuadamente en términos de blanco y negro, todo o nada. Hay posiciones que comparten una misma base que pueden dialogar y establecer desde criterios racionales lo que es verdadero y justo, y otras cuya distancia es tal que, a menos que con el tiempo sus “perspectivas” se acerquen, efectivamente viven en “mundos diferentes”.
Pienso que la perspectiva política del ciudadano de un país desarrollado está en las antípodas de la perspectiva del inmigrante ilegal. Ambos tienen su verdad. Lo que no quiere decir que todo es relativo. La verdad política es que sólo es aceptable la inmigración legal, la posición contraria es una impostura que merece ser criticada por ser contraria a la razón de estado. La verdad del inmigrante es que debe hacer todo cuanto este en su mano para alcanzar una vida digna. Nada podemos reprocharles. Nosotros haríamos lo mismo. La conclusión no es relativismo sino la necesidad de pensar de forma dialéctica. Necesitamos una razón que no intente clausurar todas las contradicciones porque es imposible, porque a la armonía sólo se llega por el camino de la burda simplificación, una razón capaz de mirarle al mundo cara a cara… aunque duela, aunque no consuele.
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