El caprichoso destino ha querido que dos noticias coincidan en el tiempo: Una, la muerte de un joven en Valencia como consecuencia del fuerte golpe recibido cuando se disponía a socorrer a una chica maltratada; otra, la difusión del vídeo de la agresión del impresentable de turno a una adolescente ecuatoriana, mientras otro joven observa imperturbable la escena. El joven valenciano encontró la muerte por realizar lo correcto, mientras que el barcelonés (y no me estoy metiendo con los catalanes, no quiero decir que la cobardía es un rasgo de su “carácter nacional”…) se inhibe de actuar y recibe el premio de continuar su vida, como si nada hubiera pasado, como si nada hubiera presenciado… ¿o no? ¿Le reconocerán su familia y amigos en el célebre vídeo? ¿habrá confesado a estos que él era el que presenció la escena sin mover un dedo? ¿qué imagen de si mismo le devolverá el espejo cuando se mire en él?
No podemos exigir a los ciudadanos ( porque de eso se trata: de perfilar lo que es un ciudadano) que no tengan miedo, no podemos pedirles que se apunten voluntarios a una ONG (esto último dudo que sea siquiera recomendable), o que dediquen parte de su tiempo a tareas socialmente útiles para la comunidad; pero deberíamos exigirles, a ellos y a nosotros mismos, que se comporten dignamente cuando la ocasión lo requiera.
A mi modo de ver una concepción trágica de la vida ayuda no poco. Pienso que es de estúpidos y temerarios ir en busca del peligro, la violencia y la muerte, pero es posible que la vida te lleve a una encrucijada donde no haya otra salida digna, una que te permita mirarte al espejo al día siguiente. Pienso que los mitos son esquemas, unos más racionales o útiles que otros, que nos explican una situación y nos dan una pauta de acción. El mito del libre albedrio es útil y necesario en ocasiones, pero otras veces es preferible dejarnos llevar por el mito del hado y el destino. En una situación como la del metro es preferible no cavilar demasiado, levantarse maldiciendo tu suerte por haber cogido aquel tren y presenciar la escena, y, temblando de miedo, ir al encuentro de un mal golpe o una traicionera puñalada. Cualquier otra acción, o mejor inacción, es indigna y humillante para el espectador y para la sociedad entera que no pude menos que reconocerse en el anónimo cobarde.
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ResponderEliminarMe parece un tema muy importante.
ResponderEliminarPara dar un poco el tono que me gustaría dar a este tema os ofrezco este texto cogido de Los diálogos sobre el mito de Antígona y el sacrificio de Abraham que protagonizaron Pierre Boutang y George Steiner. En la presentación que Steiner hace de Boutang (un filosofo de raíz maurrosiana)dice:
“... enseguida comprendí que la atracción que ejerce sobre mí Boutang tenía una fuente más perturbadora, rata de biblioteca, mandarín, “intelectual” en el sentido no siempre glorioso del término.... protegido de casi toda violencia inmediata. No he conocido físicamente ni la guerra ni las palizas. “No comprenderá nunca la Ilíada”, me dijo Robert Graves, oficial de infantería, poeta, traductor de Homero. No sé absolutamente nada de cuál sería mi comportamiento personal ante el peligro real... sospecho que ese comportamiento sería abyecto... no son intuiciones hermosas. Pierre Boutang... parece no conocer el miedo o haberlo dominado con un perfecto desdén. Pegando carteles monárquicos en una calle sin salida se lanzó, uno contra veinte , sobre una banda de izquierdista... la reverencia... que me inspira semejante desenvoltura, tal rechazo perentorio del peligro es, lo sé, malsana. Pero también saludable, en la medida que me obliga a enfrentarme a lo más sospechoso en mí” (Pg 38-39)
PD He suprimido el anterior comentario ya que tenía un error en la trancripción del texto que podía llevar al error.
Os dejo el enlace a un cuento que ha escrito Hernán Casciari sobre el tema. Casciari es un escritor argentino que, a veces, se olvida de hacer el payaso y se pone su uniforme de escritor. Cuando lo hace consigue lo que sólo pueden conseguir los escritores: decir lo que todos pensamos pero no sabemos expresar*.
ResponderEliminarEl Sentido del Olfato en los Trenes
*Un tema que ronda el fondo de muchos de mis comentarios y del que me gustaría que alguna vez hablarais aquí vosotros, los filósofos: cada persona tiene una función en el mundo y está obligada a ejercerla. Los dentistas reparamos bocas, los maestros forman, los políticos gestionan, los periodistas cuentan las cosas, los científicos describen el mundo, los escritores dicen lo que todos pensamos pero no sabemos expresar y los filósofos hacéis ideas. Esta estructura es ideal, claro, porque asumo que el genos y el logos de los que hablabais hace meses se funden en una única cosa. Es por ésto por lo que leo a Casciari y por lo que vengo a escucharos en esta playa.
Muy interesante el cuento de Casciari, ashep.
ResponderEliminarQuizá como sugiere el texto el argentino (resulta que no era catalán como yo suponía después de ver por primera vez el vídeo) sea una víctima más, un ciervo, y que dado su carácter no podía haber hecho otra cosa. Pero ahora es cuando reniego del mito del destino y reclamo la vigencia del libre albedrio. Ya sé que parece ventajista abrazar una fe u otra según las circunstancias, pero cada vez soy más pragmático y, desde esta perspectiva, no conviene creer en leones y ciervos porque esa fe genera la distinción que pretende ser meramente descriptiva. Obviamente no todos somos iguales, no todos somos valientes, pero me niego a creer que algunos tienen vedado el acceso a la dignidad, que son incapaces de actuar correctamente cuando la ocasión lo requiera. Prefiero pensar que la cobardía o la iniquidad son el resultado de una “voluntad libre” (aunque sabe dios lo que quiere decir eso)
Retomo costumbres viejas:
ResponderEliminar1.- ¿qué es el libre albedrío? ¿Es una aldea de irreductibles galos que se oponen a la conquista del imperio del destino?
2.- ¿qué es la dignidad? ¿Es, como decía el tío Ben (tío de Peter Parker, Spiderman), que "un gran poder implica una gran responsabilidad"?
Me quedé dormido unas semanas, lo siento; pero todos tenemos el derecho, de vez en cuando, de recuperar cierta inconsciencia adolescente y vivir como si en la vida todo fuera cotidiano. Lástima que videos como los de "La bella, la bestia y el cobarde" nos saquen a veces de esa dulce existencia en la que la felicidad se cifra en galletas, las que es capaz de absorber un tazón de leche.
ResponderEliminarMe ha gustado el cuento de Casciari que nos trae Ashep, pese a que lo hace casi como un insulto: pretende que nos veamos a nosotros mismos viajando en ese tren, aceptando nuestro destino de cobardes. Aún así, me gusta porque puede servirnos en el futuro; los mitos y la literatura (si es que hay alguna diferencia) valen precisamente para eso, para suministrarnos una forma de relatarnos a nosotros mismos, de relatarnos y de no hacerlo. Si alguna vez me veo en esas, como se vió este argentino, ahora irremediablemente cobarde, o como se vio este verano Borja en un tren, con resultado heróico, espero poder no escribir después una página similar.
Me gusta esta dicotomía que plantea Oscar entre el pathos del Destino y el pathos del libre albedrio, y me gusta las razones por las que cambia de uno a otro. En un caso nuestro destino es el resultado de la voluntad y de la razón, y en el otro es algo reconocido desde siempre por la sangre y el carácter. Sin embargo también me gusta pensar que ninguna de las dos formas de relatar tiene por qué agotarnos (en los dos sentidos que podemos entender aquí "agotar").
Hay otra mitología que me gusta más que estas dos: la del instante. Me gusta más porque me sirve mejor para relatarme: yo he sido mil veces cobarde y mil veces valiente y si hubiera estado en ese tren, lo único que sé es que no sé qué habría hecho. Tal vez habría agachado la cabeza o tal vez me habría pegado el gusto de intentar meterle el estintor del tren por el culo de ese chimpancé, pero el caso es que no lo sé. El instante es ese momento preciso que dura exactamente "nada" en el que las razones para actuar o no actuar, y los sentimientos, miedos y motivaciones que generalmente están detras de nuestros pasos se colapsan. En ese momento uno se congela o se lanza al abismo unicamente "PORQUE SI".
Los héroes de los que hablamos aquí son tipos que, en un instante concreto hicieron un movimiento leve hacie delante y todo el cuerpo siguió detrás; incluso, qué sé yo, ese primer movimiento pudo ser sólo el resultado de una ráfaga de viento oportuna. Es por eso que todos podemos ser héroes o cobardes. Entre uno y otro sólo hay una diferencia: serlo/estarlo (para esto que digo viene mejor el inglé "to be").
Me conozco el reproche que se me hará, la acusación antirelativista de siempre: ... entonces, héroes y villanos.. todos hermanos. Pues no crean que digo eso: para ser un héroe o un cobarde basta un instante que dura exactamente nada; para ser un "hijo de puta" hay que elegir serlo y trabajar concienzudamente hasta lograrlo.
"Pues no crean que digo eso: para ser un héroe o un cobarde basta un instante que dura exactamente nada; para ser un "hijo de puta" hay que elegir serlo y trabajar concienzudamente hasta lograrlo."
ResponderEliminarPero para ser un heroe, aparte de ciertas hormonas también hace falta entrenamiento,una educación y un ideal,tres cosas que se han perdido en esta sociedad blanda,mediocre y hedonista.
Si bien es cierto que nos construimos en el instante, el libre albedrío no es más que poner ciertas barreras a los impulsos biológicos y ambientales.No estamos condenados a ser cobardes, alguna vez la indignación( la madre de la moral) será tan grande que la compuerta no cerrará el impulso altruista.Pero será una excepción, como la ocasional cobardía del héroe( por ejemplo,Hector), esclavo y ariete de su propio honor.O sea, que menos mariconadas y volvamos a educar a nuestros ciudadanos como si fueran hoplitas,porque la más profunda motivación del heroe es el amor a la especie,ensanchando el límite de lo posible
¿cómo hoplitas?... anda ya. Sólo hay una razón para necesitar educar a ciudadanos como hoplitas (dejando de ser ciudadanos) y esa es de caracter puramente militar. El rango y la obediencia ciega en el ejército está precisamente para evitar los héroes.
ResponderEliminarCuando se nos pone delante de los ojos los sumideros de nuestra cultura, los aspectos en los que falta la ciudadanía, la racionalidad y la moral, siempre hay alguien echando órdagos y censurando esta sociedad como "blanda, mediocre y hedonista" y pidiendo pasos adelante (o atrás en este caso). Como si la mera existencia de un cobarde y un subnormal justificasen que nos echemos al monte a defender la esencia inmortal de la humanidad... anda ya
jODER Edu, que a mi la esencia inmortal de la humanidad me la suda vilmente, como imagino ya sabes. No estoy lanzando ordagos, sólo hago la radiografía de una sociedad que prefiere expedientes en vez de espadas ( lo que probablemente sea mejor, al fin y al cabo el heroe es un arquetipo que nos inventa mejores,pocas veces es real).Ahora bien, el hoplita no sólo es el ciudadano en armas, es el ciudadano que sabe que si su compañero o el mismo caen, cae toda la falange.El ideal heroico pasa a ser un ideal cívico, de implicación y acción frente al riesgo. (como decía Le CARRÉ,en nuestra sociedad,para ser una persona decente casi hay que tener el temple de los heroes). Y para eso hace falta entrenamiento, fisico y mental
ResponderEliminarok ok ok... si lo de los Hoplitas en el fondo me mola. Pero tengo que ponerle freno a esta vena que a veces me domina que me hace querer recortarme en punta las orejas y echarme al monte... es mejor ser ciudadano.
ResponderEliminarEl video me pone los pelos de punta; desde hace algo más de tres años, cuando veo este tipo de cosas, imagino que esa niña, la que le dan la patada, puede ser mi hija y me enciendo.
Un saludo Santi
Volviendo a la pregunta de ashep sobre la dignidad, propongo otra palabra que creo que que es mucho más ajustada. Teniendo en cuenta que valiente es “esforzado, animoso y de valor”... creo que valor tiene algunas acepciones que creo que se ajustan muy bien a lo que queremos decir:
ResponderEliminar4. m. Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros.
5. m. Subsistencia y firmeza de algún acto.
6. m. Fuerza, actividad, eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos.
10. m. Fil. Cualidad que poseen algunas realidades, consideradas bienes, por lo cual son estimables. Los valores tienen polaridad en cuanto son positivos o negativos, y jerarquía en cuanto son superiores o inferiores.
~ cívico.
1. m. Entereza de ánimo para cumplir los deberes de la ciudadanía, sin arredrarse por amenazas, peligros ni vejámenes.
Saludos
Hola a todos, he estado algo ocupado la última semana, así que espero disculpéis mi ausencia (espero al menos que la hayáis notado).
ResponderEliminarEl problema del héroe es algo que recorre desde su fundación el imaginario de nuestra tradición; creo, aunque sin probar nada, que sólo en una civilización construida de tal manera en torno a la representación simbólica de un pu´ñado de héroes es posible el desarrollo inaudito de la idea de individuo y responsabilidad personal para con el propio destino. En este sentido, sin la Ilíada sería imposible concebir algo así como las revoluciones políticas liberales de la Europa moderna. El héroe, antes que otra cosa, es un individuo. Es un individuo que escapa al feliz derrotero de la masa amorfa, de la manada rebañuna (o la tribu nacionalista, ¡para el caso! ). Los trazos que perfilan su figura son inconfundibles con los de cualquier otro. Por eso la figura del héroe posee un significado eminentemente político y es crucial para la constitución de las sociedades occidentales conformadas en torno a la salvaguarda de la libertad individual. Todos aquellos que lamentan que el celo "excesivo" por la libertad desampara aspectos más importantes de la vida social (la igualdad por decreto ley,sobre todo)están demostrando, precisamente, la falta de gallardía ante la incertidumbre que quieren eliminar de la vida humana; pretenden una vida calculable, planificada, tutelada por el poder benevolente de un estado que se ocupe de todos y cada uno de sus hijos. Creo que esa falta que los críticos señalan en la tradición occidental ("individualismo" lo llaman mientras muestran una pose escandalizada y moralizadora)es la cualidad que hace de ciertos sistemas políticos existentes algo que merezca la pena. En este sentido, en caso de conflicto, supone un elogio para la política occidental el sacrificar cualquier cosa por la libertad y apostar por el individualismo aunque adolezca de problemas evidentes.
El incidente que Óscar señala, y que es ciertamente intranquilizador, viene a constituirse, además de lo que señaáis, en metáfora incomparable de nuestra política nacional, invadida por el "volver la cabeza hacia otro lado" o el hacer que nada ocurre. España ha renunciado a reconocerse en la idea de individuo, y -quién más y quién menos- la política se concibe como el arca inagotable de fondos a los que todos quieren acceder uniéndose ovejunamente a las partidas crecientes de siervos alimentados por el señor-estado. Se valora la unanimidad y se desprecia el pensamiento que no se acoge a dogmas; se etiqueta y descalifica a todo aquel que no sea sospechosamente cómplice de los mandarines de turno; se uniformiza la creación artística bajo el patrón de un gusto paleto y deslumbrado por las lentejuelas de lo vanguardista.
No creo que todos los ciudadanos de una nación hayan de ser héroes, ni siquiera creo que eso sea deseable, pero sí me preocupa la inversión de valores que conduce a hacer obligatorias la condición de cobarde y la práctica del servilismo. Las elites, ya sean políticas o intelectuales, sí deben mostrar el valor necesario para ejercer convenientemente su función; de otro modo, no merecen ni uno sólo de los privilegios que les son conferidos por no hacer lo que debieran. Lo preocupante es que las jerarquías se hallen de tal modo subvertidas que se enaltezca al ruin persiguiéndose, de una u otra manera, al valiente. Cuando una sociedad se reconoce en políticos ignorantes, si no abiertamente analfabetos (y no pienso sólo en la ministra de fomento, que apenas sabe articular un lenguaje reconocible, sino en la gran mayoría de profesionales de la política, de "izquierdas" y de "derechas"), en artistas envenenados por el resentimiento ideológico, en periodistas que hacen profesión de fe de las grandes empresas de comunicación, en deportistas que conservan la consideración general de "héroes" cuando a menudo no alcanzan la simple categoría de "seres humanos" ... Cuando una sociedad se recrea en tales arquetipos el resultante no puede ser más que la rabia, la desolacioón o el deseo de expatriarse.
Esto último de "expatriarse" lo digo teniendo en mente el divertidísimo pero terrible último libro de Boadella, "Adiós Cataluña" (Don Cogito colgó un fragmento en su blog). La deriva de las cosas en Cataluña, que Boadella diagnostica con aliento y perseverancia de médico de antaño, ofrece la imagen de lo que puede ocurrir cuando la política renunca al talento y la valía personal para refugiarse en el cálido abrazo de mamá-estado.
En un pasaje de ese libro Boadella relata un encuentro con Josep Plá, el gran repudiado del nacionalismo y, en correspondencia, gran despreciador de la tribu étnica; al despedirse, Plá aconseja a BVoadella, en relación a sus ataques al nacionalismo pujolista: "tenga cuidado: Cataluña es un país de cobardes". Lo peor de todo es que, considerando seriamente la situación, uno tiene que admitir que el viejo escritor catalán estaba en lo cierto.
Supongo que será casualidad que el incidente del animal contra la dama haya sido precisamente en Bartcelona, pero ese sujeto que miraba al suelo e -inmóvil- procuraba camuflarse entre los colores ocres del vagón es una imagen certera de la cobardía política que corroe a Cataluña y, me temo que cada vez más, al resto de España.
Hay otra lectura que me resulta inquietante. El joven argentino no estaba solo. Es decir, en ese vagón se encontraban más personas. Tal vez una sola pueda sentir temor a la hora de enfrentarse a un niñato, pero, ¿qué sucede cuando hay varias que podría hacer fuerza común?
ResponderEliminarHace unos años viví algo estremecedor en el metro de Madrid.
Me encontraba en compañía de mi entonces pareja y sus padres. El vagón en el que viajábamos estaba repleto.
Llegaron un grupo de jóvenes marroquíes que gritaban soflamas del estilo "puta España" y "malditos españoles". Primero uno de ellos se sentó al lado de una chica a la que, de repente, abrazó. Ella, muy ofendida y asustada, se bajó en la siguiente parada. Luego, se dedicaron a molestar a un chaval joven que iba en compañía de quien parecía su padre. Los dos hicieron lo propio.
Luego, el grupo este, viendo que no conseguían la bronca que buscaban, aumentaron la agresividad de sus acciones: directamente, se fueron primero hacia un hombre joven y luego encararon a otro a los que dijeron que "vosotros, ¡fuera! ¡Fuera de aquí! Cabrones, nos estábais mirando. ¿¡Qué miráis!?". Hubo empujones e incluso uno de ellos, el más alto, se sujetó a las barras superiores del vagón y propinó una patada en el pecho a uno de los jóvenes.
¿Qué hicieron el resto de las personas mientras tanto?
Nada.
Éramos suficientes en el vagón para hacerles frente. Pero nadie se movió.
¿Que qué hice yo? Buena pregunta. Cuando comenzaron a gritar tonterías y a molestar a la primera chica, dije en voz alta "Pero, ¿quiénes se creen que son? ¿Qué hacen? ¡Cómo se puede tener tan poca vergüenza!" Reacciones: quienes me rodeaban miraban hacia otro lado, y quienes me acompañaban (mis ex-suegros y mi ex-novio) me mandaban callar continuamente. Mi ex-suegra directamente me decía "Leticia, déjalo, déjalo, déjalo... No les mires, no les mires" y se me adelantaron los tres para dejarme atrás y que mi "ruido" no llamase la atención de los energúmenos... Que seguro que lo hizo, pero no sé porqué, no la emprendieron conmigo. Por una parte, me sentí responsable de poner en un... "Compromiso" a las personas que iban conmigo, pero cuando se pasó a las agresiones físicas y verbales, volví a gritar "¿Por qué nadie hace nada?".
Me tomaron la palabra: en la siguiente parada, bajamos todos.
Mi ex-suegro, por la cosa de no ser del todo llamado cobarde, se demoró un poquito detrás de "las mujeres" y el hijo joven, pero eso sí, a una distancia prudencia y ya en el andén.
La panda de niñatos se adueñó del vagón. A mi alrededor, unas veinte personas se marchaban cabizbajas, incapaces de haberle hecho frente a siete. Ese miedo grupal me parece mucho peor y más sintomático que la cobardía de uno solo.