El estudio de la Fundación BBVA es sobradamente conocido ya por todos; resulta que se confirma que Cataluña es una de las comunidades autónomas que más aportan a las arcas del estado, algo que llevan haciendo los últimos quince años; pero no es menos cierto que lo mismo ocurre con Madrid, la Comunidad Valenciana o Baleares. De hecho los madrileños aportan el doble que Cataluña y el déficit fiscal catalán, una de esas palabras que forman parte del lenguaje común del nacionalista payés, está en la mitad del madrileño (10,2% en Madrid y 5,2% en Cataluña). Esto viene a decir que cada catalán aporta al estado a través de los impuestos 6.849 euros, de los que el estado le devuelve en forma de servicios 5.359 euros, lo que significa que le “regala” al estado un total de 1.490, en principio destinados a intereses muy ajenos a un labrador del Ampurdán o un funcionario de Gerona, por ejemplo la autovía del cantábrico, que actualmente está terminando de vertebrar Asturias. La situación para un madrileño es aún peor, pues la cantidad que viene a aportar a las arcas públicas a “fondo perdido” es de 2.077 euros, lo que hace que los servicios que el estado le presta a cambio de su contribución tengan un coste máximo. Por la contra, en comunidades como Andalucía o Extremadura esta realidad se invierte, convirtiéndose sus ciudadanos en lugar de en “donantes solidarios”, en agradecidos receptores de fondos públicos. Resulta sangrante, como siempre, el caso de País Vasco o Navarra que, pese a ser comunidades en las que el PIB está por encima de la media nacional, sus ciudadanos también son merecedores de gravar negativamente las arcas públicas.
Con todo esto, los profesores Ezequiel Uriel y Ramón Barberán, ambos catedráticos de economía, han abierto la caja de los truenos; y no me refiero a que, como consecuencia de la catarsis de los números y las balanzas, los españoles vayamos a, por fin, entrar en razón. No va a ocurrir que los catalanes alumbrados pos la “realidad” abandonarán sus exigencias, o los vascos renegociarán los acuerdos sobre la financiación en pro de la solidaridad; que va. Contra todas las posibles conclusiones, se avecina tormenta, es decir, una avalancha de estudios que, desde ópticas y criterios dispares, no nos ayuden aclarar posturas, sino más bien a enquistarlas. Esquerra ya ha avisado: están preparando su propia versión de dichas balanzas para diciembre, y con toda seguridad las conclusiones del nuevo estudio serán dramáticamente diferentes, lo que no le va a sorprender a nadie; también la Generalidad de Cataluña publicará su propio “ensayo” a finales de año; y según dicen, aquí los madrileños contarán con un superávit frente a los catalanes, apostados desde hace años en el déficit.
El resultado de toda esta tormenta de estudios será, probablemente, la muerte de los mensajeros: para unos el estudio del BBVA, capcioso y politizado, no responderá sino a los intereses políticos de la derecha, empeñada en derribar al demonio zapatista y hacerles crecer el rabo y los cuernos a los insolidarios nacionalistas; para otros, los datos de Esquerra o de la Generalidad serán claramente ideológicos y sus conclusiones falseadoras. Finalmente, tras la marea de números, éstos resultarán irrelevantes, primando frente a cualquier otra consideración, la voluntad y la ideología y afianzándose sólo una cuestión en todas las mentes: la mala fe del contrincante. Y lo peor de todo es que, seguramente, todos tengan razón.
Ya se empiezan a escuchar críticas procedimentales: al análisis del BBVA se le achaca que saca fuera de las inversiones en la Comunidad de Madrid los llamados “gastos de capitalidad” o, al menos, no los cuenta todos. Por ejemplo, respecto al museo del Prado, en el centro de Madrid, el estado ha invertido una cantidad considerable de euros en su ampliación y gasta anualmente una buena partida presupuestaria en distintas actividades y en su mantenimiento. El estudio de los catedráticos considera que sólo una parte de este dinero puede tenerse en cuenta como inversión en la Comunidad, pero que la mayor parte debe ser considerada como un gasto “estatal” y, por tanto, dividida entre todas las comunidades. Esto no sólo pasa con el Museo del Prado, como se puede uno imaginar, sino con prácticamente todos los organismos públicos del estado y, supongo, que también con el aeropuerto, las infraestructuras en telecomunicaciones, transporte… etc.
Es más que claro que los próximos estudios venidos de las tierras allende el Ebro tendrán en cuenta este tipo de cuestiones y, considerarán que la inversión que se hace en la Comunidad de Madrid, por razón a su capitalidad, es mucho mayor de lo que se considera en la investigación recientemente publicada. Y en cierta forma tendrán razón; es verdad que el aeropuerto de Barajas o el museo del Prado no son cuestiones estrictamente “madrileñas”, pero también lo es que estas infraestructuras o servicios inciden primariamente sobre la Comunidad de Madrid y, secundariamente sobre el resto del estado. Si el Museo del Prado, seguramente uno de los más importantes reclamos turísticos de nuestro país, o la T4, principal puerta de entrada internacional en España, estuvieran en Barcelona, seguirían siendo “cuestiones de estado”, pero resultarían un motor económico de primer orden para Cataluña.
Estos estudios están por tanto lejos de la objetividad científica ya que dependen de posturas demasiado arbitrarias: decidir en qué saco meto cada euro. Respecto de algunos billetes, unos y otros lo tendrán bastante claro, por ejemplo, lo que se gasta la Generalidad catalana en el fomento del catalán parece que, razonablemente, no se le puede atribuir a un ciudadano de La Rioja. Pero respecto de otras cantidades la duda implica el error necesario en cualquiera de los casos.
El problema del estudio de la Fundación BBVA y, por descontado, de los que le seguirán, no es, efectivamente, su carácter ideológico, sino los mismos términos en los que se realizan este tipo de análisis y, sobre todo, su función práctica. En primer lugar, para siquiera plantear tal investigación, es necesario situarse en una realidad ficticia, la de que las comunidades autónomas pueden ser tenidas en cuenta como “mini-estados” que establecen relaciones económicas entre sí, a través de un organismo que se ocupa de distribuir el dinero recaudado entre todos: el estado central. Esto lo llevan haciendo los nacionalistas durante los últimos veinticinco años y, a fuerza de repetición, ha calado en el lenguaje y, por lo que se ve, en los estudios universitarios. Pero, evidentemente, es una situación del todo ilusoria y, por este carácter, cualquier intento de precisión desde esta óptica no puede ser considerado mucho más que “literatura política”.
La realidad es que, pese a los intentos más o menos capciosos de la propaganda autonómica, hoy por hoy, sólo hay un estado en este país y, tanto el dinero que gasta la Generalidad catalana en TV3 como la Junta de Extremadura en pagar ordenadores, o el gobierno central en llevar el AVE a Cataluña, si es que algún día llega, es dinero que gasta el estado español en ofrecer servicios a sus ciudadanos, a todos sus ciudadanos. El Ave a Cataluña no es algo que interese sólo a los catalanes, sino que nos interesa a todos, igual que la autovía del cantábrico, el Museo del Prado, las escuelas en Tarragona y Benidorm, o un aeropuerto más competitivo en el Prat.
No se trata, por tanto, de exigir solidaridad a las comunidades ricas frente a las pobres, sino de darse cuenta de que las carencias de Extremadura, lo son también de Cataluña o Madrid. Actuar como si fuésemos un agregado de miniestados puede estar bien para la retórica política autonómica, pero a la hora de analizar la situación económica en virtud de una mejora, resulta del todo inútil y sólo sirve para refrescar discursos vacuos (aunque rentables en cuanto a votos).
Por eso, dudo mucho que estudios como el que acaba de publicar el BBVA tengan alguna función práctica; más bien al contrario. Al plantear las cuentas desde la óptica de las distintas cajas autonómicas, hacen que los ciudadanos entiendan el estado al modo de las hinchadas futboleras; lo que lleva a que algunos catalanes, con cierta razón, estén permanentemente enfadados con el árbitro y algunos madrileños, también justificados, vivan con satisfacción los socavones del AVE al paso por Manresa, o el colapso del Prat cada primero de agosto.
Los próximos estudios ahondarán en esta situación; y si seguimos con cuestiones de este tipo, finalmente, tendremos que ponernos las camisetas de nuestra hinchada y me da que no van a ser de colores muy vistosos.
Espero que algunos no se pasen tirando bengalas en el campo.
Con todo esto, los profesores Ezequiel Uriel y Ramón Barberán, ambos catedráticos de economía, han abierto la caja de los truenos; y no me refiero a que, como consecuencia de la catarsis de los números y las balanzas, los españoles vayamos a, por fin, entrar en razón. No va a ocurrir que los catalanes alumbrados pos la “realidad” abandonarán sus exigencias, o los vascos renegociarán los acuerdos sobre la financiación en pro de la solidaridad; que va. Contra todas las posibles conclusiones, se avecina tormenta, es decir, una avalancha de estudios que, desde ópticas y criterios dispares, no nos ayuden aclarar posturas, sino más bien a enquistarlas. Esquerra ya ha avisado: están preparando su propia versión de dichas balanzas para diciembre, y con toda seguridad las conclusiones del nuevo estudio serán dramáticamente diferentes, lo que no le va a sorprender a nadie; también la Generalidad de Cataluña publicará su propio “ensayo” a finales de año; y según dicen, aquí los madrileños contarán con un superávit frente a los catalanes, apostados desde hace años en el déficit.
El resultado de toda esta tormenta de estudios será, probablemente, la muerte de los mensajeros: para unos el estudio del BBVA, capcioso y politizado, no responderá sino a los intereses políticos de la derecha, empeñada en derribar al demonio zapatista y hacerles crecer el rabo y los cuernos a los insolidarios nacionalistas; para otros, los datos de Esquerra o de la Generalidad serán claramente ideológicos y sus conclusiones falseadoras. Finalmente, tras la marea de números, éstos resultarán irrelevantes, primando frente a cualquier otra consideración, la voluntad y la ideología y afianzándose sólo una cuestión en todas las mentes: la mala fe del contrincante. Y lo peor de todo es que, seguramente, todos tengan razón.
Ya se empiezan a escuchar críticas procedimentales: al análisis del BBVA se le achaca que saca fuera de las inversiones en la Comunidad de Madrid los llamados “gastos de capitalidad” o, al menos, no los cuenta todos. Por ejemplo, respecto al museo del Prado, en el centro de Madrid, el estado ha invertido una cantidad considerable de euros en su ampliación y gasta anualmente una buena partida presupuestaria en distintas actividades y en su mantenimiento. El estudio de los catedráticos considera que sólo una parte de este dinero puede tenerse en cuenta como inversión en la Comunidad, pero que la mayor parte debe ser considerada como un gasto “estatal” y, por tanto, dividida entre todas las comunidades. Esto no sólo pasa con el Museo del Prado, como se puede uno imaginar, sino con prácticamente todos los organismos públicos del estado y, supongo, que también con el aeropuerto, las infraestructuras en telecomunicaciones, transporte… etc.
Es más que claro que los próximos estudios venidos de las tierras allende el Ebro tendrán en cuenta este tipo de cuestiones y, considerarán que la inversión que se hace en la Comunidad de Madrid, por razón a su capitalidad, es mucho mayor de lo que se considera en la investigación recientemente publicada. Y en cierta forma tendrán razón; es verdad que el aeropuerto de Barajas o el museo del Prado no son cuestiones estrictamente “madrileñas”, pero también lo es que estas infraestructuras o servicios inciden primariamente sobre la Comunidad de Madrid y, secundariamente sobre el resto del estado. Si el Museo del Prado, seguramente uno de los más importantes reclamos turísticos de nuestro país, o la T4, principal puerta de entrada internacional en España, estuvieran en Barcelona, seguirían siendo “cuestiones de estado”, pero resultarían un motor económico de primer orden para Cataluña.
Estos estudios están por tanto lejos de la objetividad científica ya que dependen de posturas demasiado arbitrarias: decidir en qué saco meto cada euro. Respecto de algunos billetes, unos y otros lo tendrán bastante claro, por ejemplo, lo que se gasta la Generalidad catalana en el fomento del catalán parece que, razonablemente, no se le puede atribuir a un ciudadano de La Rioja. Pero respecto de otras cantidades la duda implica el error necesario en cualquiera de los casos.
El problema del estudio de la Fundación BBVA y, por descontado, de los que le seguirán, no es, efectivamente, su carácter ideológico, sino los mismos términos en los que se realizan este tipo de análisis y, sobre todo, su función práctica. En primer lugar, para siquiera plantear tal investigación, es necesario situarse en una realidad ficticia, la de que las comunidades autónomas pueden ser tenidas en cuenta como “mini-estados” que establecen relaciones económicas entre sí, a través de un organismo que se ocupa de distribuir el dinero recaudado entre todos: el estado central. Esto lo llevan haciendo los nacionalistas durante los últimos veinticinco años y, a fuerza de repetición, ha calado en el lenguaje y, por lo que se ve, en los estudios universitarios. Pero, evidentemente, es una situación del todo ilusoria y, por este carácter, cualquier intento de precisión desde esta óptica no puede ser considerado mucho más que “literatura política”.
La realidad es que, pese a los intentos más o menos capciosos de la propaganda autonómica, hoy por hoy, sólo hay un estado en este país y, tanto el dinero que gasta la Generalidad catalana en TV3 como la Junta de Extremadura en pagar ordenadores, o el gobierno central en llevar el AVE a Cataluña, si es que algún día llega, es dinero que gasta el estado español en ofrecer servicios a sus ciudadanos, a todos sus ciudadanos. El Ave a Cataluña no es algo que interese sólo a los catalanes, sino que nos interesa a todos, igual que la autovía del cantábrico, el Museo del Prado, las escuelas en Tarragona y Benidorm, o un aeropuerto más competitivo en el Prat.
No se trata, por tanto, de exigir solidaridad a las comunidades ricas frente a las pobres, sino de darse cuenta de que las carencias de Extremadura, lo son también de Cataluña o Madrid. Actuar como si fuésemos un agregado de miniestados puede estar bien para la retórica política autonómica, pero a la hora de analizar la situación económica en virtud de una mejora, resulta del todo inútil y sólo sirve para refrescar discursos vacuos (aunque rentables en cuanto a votos).
Por eso, dudo mucho que estudios como el que acaba de publicar el BBVA tengan alguna función práctica; más bien al contrario. Al plantear las cuentas desde la óptica de las distintas cajas autonómicas, hacen que los ciudadanos entiendan el estado al modo de las hinchadas futboleras; lo que lleva a que algunos catalanes, con cierta razón, estén permanentemente enfadados con el árbitro y algunos madrileños, también justificados, vivan con satisfacción los socavones del AVE al paso por Manresa, o el colapso del Prat cada primero de agosto.
Los próximos estudios ahondarán en esta situación; y si seguimos con cuestiones de este tipo, finalmente, tendremos que ponernos las camisetas de nuestra hinchada y me da que no van a ser de colores muy vistosos.
Espero que algunos no se pasen tirando bengalas en el campo.
Ciertamente realizar balanzas fiscales por autonomías resulta complejo y probablemente poco util.Aunque tampoco está de más que se hagan públicos ciertos datos de gasto público.El estudio deja claro una cosa:En Madrid y Cataluña tienen sus sede las mayores fortunas de España; por eso hay deficit,nada más.Más util sería publicar el gasto por habitante y sobre todo, su justificación( no es lo mismo articular con autovías Castilla y León que Murcia).Pero hay otros aspectos relacionados con la financiación de autonomías que no está mal sacar a colación.No están nada claros los criterios de financiación autonómica,cuando deberían ser meridianos y con consecuencias en la economía real( ahora los deficits los paga Rita).Es necesario hacer una reforma fiscal a la manera de un estado federal con impuestos y gastos autonómicos y estatales claramente definidos
ResponderEliminarLa imagen de un campeonato de fútbol como modelo en torno al cual se ordena la política de este país es muy acertada, Edu; creo que va más allá de uha simple metáfora e ilumina de modo profundo muchas cosas. Creo que algo fundamental en este hermanamiento entre fútbol y política es que se ambas realidades se comprenden en relación a "sentimientos de pertenencia" y "compromisos emocionales", y no vinculadas a argumentos o consideraciones argumentativas. En el momento en el que se exige un grado de abstracción situado más allá de la mesa y la cama, el españolito -que nunca ha sido preparado para convertirse en un ser político y cada vez lo es menos- se tiene que aferrar a el modelo futbolero que dsde medios y poartidos se le suministra como modo único de comprender lo real.
ResponderEliminarPasa en la relación entre partes de España, que se concibe como una "Liga" -demostrando lo apartados que estamos del saber socarático: poder pensar la unidad en la muiltiplicidad y lo múltiple en la unidad- y pasa también en el ámbito de lo que podemos denominar "principios ideológicos" (aunque en esto no estés de acuerdo): "izquierda" y "derecha" han desbordado el ámbito categorial de lo estrictamente político para convertirse en cuestión de "emociones" o "actitudes vitales", es decir, para incorporarse a cada uno como una "segunda naturaleza" que vuela impasible sobre todas las acciones y palabras que enuncie o emprenda. Tal y como el forofo de un club, haga lo que haga su equipo, "pertenece" -sintomático modo de decirlo- a un club, el señorito de izquierdas se vincula emocionalmente a "la izquierda" haga ésta lo que haga, aun en el caso de que "la izquierda" se comporte de modo tan "derechista" como la actual.
La revitalización de la política pasa por la reforma de este modelo que sólo conduce a asimilar el lenguaje y la comprensión vulgar e interesada que reparten generosamente los políticos mantenidos en sus puestos por esta mezcolanza de desconocimiento, confusión y mala fe.
Saludos
Pero creo una cosa Borja, con la que seguramente no estés de acuerdo: las categorías de análisis, tan manoseadas ya, según las cuales hay dos modos de entender la realidad y, por extensión, la política (si es que son cosas diferentes, que lo dudo), por un lado desde la fundamentación sentimental y por el otro de acuerdo a criterios racionales o, por lo menos, pretendidamente universalizables, deben ser abandonadas. Esta contraposición es, según creo entender, lo que tu haces en tu comentario: por un lado está el marco político real, en el que los ciudadanos deciden sus ascripciones (izquierda, derecha, español, catalán... etc)de acuerdo a cuestiones emocionales, eso que tu llamas "segunda naturaleza", y por otro lado el marco en el que te gustaría vivir (y a mí tambien)én el que prima la racionalidad socrática en la que, por encima del corazón caprichoso está la dialéctica, es decir, la voluntad de unificar lo múltiple, articular en un mismo discurso, un mismo estado... etc, una realidad múltiple.
ResponderEliminarCreo que esta forma de ver el asunto, la eterna lucha entre la ilustración y el romanticismo, son categorías que no sirven para nada. Supongo que ya me empiezas a ver el plumero: esta inutilidad proviene del hecho de que, como escribes, no están por un lado las actitudes vitales, las emociones, la segunda naturaleza, y por el otro la razón auxiliadora; en rigor, ambos "contrarios" no lo son tal, sino que podemos considerarlos como distintos modos de estar afectados, es decir, distintas actitudes vitales. A mi modo de ver, sólo las emociones, esa segunda naturaleza de la que hablas, puede lograr que nos sintamos partícipes de algo, lo que sea. Y son emociones tanto lo que lleva a adoptar la actitud vital del hincha al nacionalista catalán, al nacionalista español o al ilustrado que defiende la razón socrática.
El artículo denunciaba el hecho de que, estudios como el que ha publicado el BBVA no sirven para nada, más que para echar un poco más de leña al enfrentamiento abierto que ya existe. Su inutilidad proviene del hecho de que no dan pie a ninguna aceptación, ningúna posibilidad de entendimiento, dado que dependen demasiado de las primeras decisiones que se tomen a la hora de plantear el estudio y, por tanto, son demasiado evidentes sus vinculaciones políticas.
Una vez dicho esto, no cabe e mi entender, ninguna llamada a un árbitro justo; no se trata de... "venga chicos, dejémos las peleas y comportémonos de forma racional". Esto en fútbol sólo lo diría Pep Guardiola para salír en el Avuí del día siguiente como ejemplo de caballero catalán.
Para Rorty, y siento acudir siempre al mismo pilar, pero cuanto más lo leo más convencido estoy de la sensatez de este pensador, la racionalidad no se puede entender como un esquema abstracto supraindividual, un árbitro al que podemos pedir amparo de forma independiente a nosotros mismos y a los demás, cuando estamos en pleno combate. La razón es, como mucho, una actitud vital y moral, una forma de estar afectados o, si quieres, como señalas, una segunda naturaleza que nos permite apostarnos en la solidaridad. O lo que es lo mismo, en la actidud sentimental según la cual el otro tiene algo bueno que decirme, de lo que sin duda sacaré algo interesante para mio, y por tanto, lo mejor es escucharle. Si quieres lo digo de forma más simple: el único criterio de recionalidad es una actitud emocional: querer escuchar al otro.
Es verdad que los nacionalistas tienen los oidos taponados con loctite, pero no es menos cierto que tampoco nosotros estamos dispuestos a escuchar, ya que tenemos de nuestro lado la razón...
Esta entrada pega con las próximas fiestas... cuánto espíritu navideño...
Edu, al leer lo que escribes siento que -en buena parte- compartimos una posición sólo distinguible por cieros énfasis. No me reconozco en la posición que me atribuyes, y es que (como todos hacemos al escribir estos comentarios fugaces) simplificas en demasía con el fin de presentar una refutación nítida e inequívoca. Es verdad que enfatizamos diferentes aspectos de la controversia, pero el esbozo que trazas de lo que afirmo se parece demasiado a una caricatura. Seguramente yo mismo he inducido tal distorsión porque -como antes afirmé- tendemos a condesar lo sustantivo afinando tanto el trazo que dejamos de lado contornos que nutren y definen lo que exactamente queremos decir. Por mi parte, me parece tan ajeno como a ti el afirmar que el universo se divide en el bando de los racionales y el de los irracionales y emocionales. Dicho así, no es en absoluto lo que trato de apuntar (y Dios sabe si yo mismo sé de qué se trata). Es el concepto de "razón2 el que está aquí en juego, y me temo que ni tú ni yo nos hemos aventurado a despejarlo. Yo no me siento encarnación de la razón, y creo que la razón socrática de la que hablábamos es precisamente la conciencia de la distancia infinita con respecto a lo verdadero. En este sentido, creo desatinado confiar en un uso de la razón que excluya la ignorancia socrática. El imperativo que deposita el acceso a la verdad en el diálogo es lo característico de esa razón que se desenvuelve de forma dialéctica. La pragmática de la razón se resuelve -precisamente- en la aceptación de que lo verdadero se sitúa siempre más allá de lo que el discurso es capaz de alcanzar. Esto - a mi entender- está vinculado a ese "compromiso emocional" o precomprensión de las que hablas. Sólo la disposición previa al diálogo -lo que también puede nombrarse como disposición previa hacia la verdad- permite su aparición en medio del ruido que es la vida humana. El concepto ilustrado de razón -que Adorno denominaría "razón instrumental"- no es el que defiendo. Pienso que una razón "descarnada" no es más que un ente de razón impracticable y -como tú defiendes- pernicioso.
ResponderEliminarYo no critico a los nacionalistas -simplemente- porque sea "nacionalista español", sino más bien por la carencia de racionalidad -lo que incluye esa disposición afectiva al diálogo- que advierto en su posición. La orgía de las banderas, la sangre de la tribu, la complacencia paleta en los propios sentimientos son algo que desprecio de todo nacionalismo. Algo que impide el desenvolvimiento de eso que hemos llamado "diálogo".
El problema que encuentro en Rorty es la cancelación de todo lo que no es meramente craso voluntarismo. Depositar toda validez en las intenciones me parece un modo de blindarse a toda contrargumentación, lo que redunda en menoscabo del diálogo. Y es que estoy convencido de que el diálogo, para ser efectivo como tal, necesita de algo que siempre está más allá, de algo que si no se buscara acabaría con la posibilidad misma de todo diálogo. Por eso desconfío de quien afirma (¿como Rorty?) que el fin del diálogo es -simplemente- el acuerdo. Es una postura tramposa, puesto que sólo sirve para acorazar a cada "dialogante" en lo que "siente" como verdadero.
Como conclusión, eso que trasciende el diálogo -y que ofrece la posibilidad de que éste se desarrolle- es a mi entender lo que Sócrates denominó "verdad". Por ello me parece necesario que, antes de dar por sentado qué es la razón o que atributos corresponden a la verdad, ofrezcamos una definición en la que podamos coincidir. De lo contrario seguiremos cada uno hablando biográficamente sin alcanzar algo fructífero.
Saludos constitucionales (por lo del puente, se entiende)