Establecer la necesidad de un dios como justificador último del arte es algo ya del todo imposible; podemos hacer, como apuntan Borja Lucena y Joaquin Riquelme, “como si”, pero eso convierte el arte en una ficción que se aleja por completo de la trascendencia de la que habláis. Para que exista un arte trascendente debe haber trascendencia. Borja afirma que tal trascedencia no tiene por qué ser transmundana, pero sí transubjetiva. Esta idea no es nueva, coincide precisamente con el proyecto heideggeriano: superar la subjetividad logrando establecer un nuevo sentido ontológico a la existencia. El problema es que el proyecto heideggeriano es, en el fondo, mera negatividad. Puesto que que ha caído, tras la constatación de Nietzsche, la posibilidad de fundar los discursos y las actividades en el dios cristiano, tipos como heidegger se lanzaron a la búsqueda de un nuevo fundamento; este fundamento lo encuentra el alemán en una existencia en retirada. Lo que le concede trascendencia a lo inmanente es que se levanta sobre la pura nada, puesto que esta es la forma que adopta lo “fundante” en el mundo desencantado posmoderno, algo que antiguamente se identificaba con la presencia de Dios. Para entenderlo de forma más precisa: el ser no se da, se retira o, lo que es lo mismo, el ser se da como “retirada”. Por eso, el hombre posmoderno, como señalaba Nietzsche en su Zarathustra es “un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse” y su grandeza está precisamente en “ser un puente y no una meta [...] un tránsito y un ocaso”. En esta idea, el arte, como ocurre con cualquier otra actividad, se vuelve arte auténtico, en la medida en que se hace opaco, inescrutable, incalculable, se resiste a la interpretación.
La propuesta heideggeriana no es baladí, ya que le permite comprender distintos fenómenos en función de su vinculación histórica, sin por ello, disolver cualquiera de estas comprensiones en el historicismo y en la mera relatividad histórica o cultural. Le permite, como sugiere Borja, establecer una ontología trascendente pero no transmundana.
Y en este esquema, el arte tiene el lugar central. El arte es una forma de lo que él llama “poetizar”, tomando el significado de esto del griego “poiesis”, es decir, un desvelamiento o, si queréis, una forma de decir lo verdadero, una forma de ofrecer conocimiento. Lo importante del arte no es, coincidiendo con el texto que nos presenta Joaquín, representar el espíritu del tiempo, como pensaba Hegel, sino justo lo contrario: abrir nuevas posibilidades, fundar nuevas interpretaciones, “desvelar el ser” que diría el alemán. En el arte es donde se da primero la relación entre el hombre y el ser, y por tanto son los artistas los que, por así decirlo, fundan las nuevas posibilidades de existir. Esta es la razón por la que el arte contemporáneo se hace opaco, así evita ser pensado desde las categorías modernas y al mismo tiempo establece una nueva y más profunda relación ontológica. Puesto que el ser se ofrece en la forma de la “ausencia”, la existencia sólo toma un verdadero sentido en su vinculación con la muerte, y el arte sólo es arte verdadero cuando oculta su significado, se hace opaco, pura negatividad.
En este sentido, el arte no es nunca “algo nuevo”, ni tampoco procede de la subjetividad pura del artista, es decir, lo que se ha ensalzado como el “genio” desde el romanticismo. El arte, parte de una tradición, como bien señala Borja. Recoge un saber técnico previo, pero a su vez lo traiciona. Esta traición es lo que el alemán entendería como una forma de “donación”; no es la subjetividad grandiosa del genio artístico la que es capaz de ir un poco más allá, sino la peculiar relación que mantiene con la existencia lo que le hace, no ir más allá, sino estar ya, de facto, más allá. Por eso el arte no es nunca, contra Joaquín, una representación del espíritu, en cualquiera de las acepciones de la R.A.E, sino más bien en este caso, su disolución.
Así tenemos que los que buscan espiritualidad o sacralidad en la obra de arte, retroceden frente a las producciones contemporáneas, porque son la negación de la existencia entendida, precisamente, como existencia espiritual y, se enfrentan a la existencia no como “existencia” en el sentido de “lo que hay” sino en el sentido que le atribuye Heidegger de “Ek-sistenz” (siento la pedantería de acudir al alemán). Nos indignamos frente al arte contemporáneo porque nos lanza, de facto, a una nueva vinculación con nosotros mismos en la que, ese “nosotros mismos" (nuestra subjetividad) pierde todo su valor y sentido.
El profesor Lucena pretendía borrar todo rastro de subjetividad en el arte para, así, ensalzar la obra; pensaba que así no nos quedaría más remedio que acudir a las cantatas de Bach, hechas en pro de la gloria divina, o al gusto intelectual de la guitarra de Metheny, pero de esa forma se atascaba en el mismo fango que quería evitar. Son precisamente las producciones de Duchamp, o las instalaciones Fluxus, lo que resta de contenido la acción subjetiva al quitarle por completo su valor, los que le confieren el papel central a la obra; el problema es que, seguramente, al hacer eso, la obra de arte deja de interesarnos. Al fin y al cabo somos sujetos... y nos resistimos a lo contrario.
Tanto Borja como Joaquín repiten el esquema de la interpretación moderna, por lo que, finalmente son incapaces de establecer una ontología mundana que no sea, en el fondo, transmundana: joaquín habla del espíritu y Borja habla de la belleza, y en ambos casos no hacen sino acudir al almacén platónico de las “existencias”, las mercancías (la palabra que usarían los ingleses sería “Goods”). Y en este sentido, o acuden a un dios muerto y enterrado, o cargan todo el peso de la explicación sobre el sujeto que, sobrecargado, o deviene superhombre, capaz de echarse a los lomos la “carga más pesada” o se derrumba.
Heidegger, por su parte, sí cumple lo prometido, aunque de una forma evidentemente insatisfactoria, pero inevitable. El arte deja de ser propiedad y responsabilidad del artísta, para convertirse en un acontecimiento. El artista, inserto en una tradición ya dada, responde frente a una interpelación, dentro de esa misma tradición, que le trasciende por completo; el artista romántico, por ejemplo, llevado por su afán de cargarse con la responsabilidad del genio estira el esquema hasta que el esquema queda completamente irreconocible porque ya, de forma efectiva, es otra cosa. ¿por qué ha ocurrido? No porque el genio haya sido capaz de volar más alto como respondería un romántico, ni porque el artista de forma dialéctica descubrió necesariamente que, dentro de ese proceso, hay que dar ese paso. Fue más bien porque dio el paso, sin un por qué (o con unos “por qués” tan fácilmente disolubles por la sociología, la psicología o la teoría de la deconstrucción, que resultan irrelevantes) y, en ese abismo, ya no era posible hablar de otra manera. Sin embargo, para nuestro espíritu romántico o moderno, cuesta entender que, íbamos andando y nos pegaron un pelotazo. Nos cuesta entender por qué tenemos que preferir a Chillida en el Leku de Hernani, en lugar de Bach en Brandenburgo... aunque lo cierto es que lo que nos cuesta entender es lo que nos dice Heidegger: que no es cuestión de preferir, que eso es irrelevante.
Y a eso se le llama salvar el arte, si, pero a costa de desfondarnos: hombres modernos, vaya mierda.
Pese a todo, prefiero entenderlo de otra forma; no partir del lugar común que comparten Oscar, Borja y Joaquín, y salirme por la tangente. Hay una forma de interpretar a Heidegger, que más que “interpretar” sería, ya que estamos con el arte, una “performing”: Imaginemos por un momento que una raza extraña de alienigenas llegase a la tierra y intentase comprendernos; con respecto a algunas actividades sería bastante fácil entender los movimientos, las intenciones, las funcionalidades de esos extraños seres. Pero con respecto a otras actividades la cosa se complicaría, tanto que, seguramente, sin una adecuada Piedra Roseta que no existe, la exégesis sería del todo imposible. Es el caso evidente del arte; qué es esa actividad que algunos humanos llaman con el mismo nombre pero que, no parece tener un nexo común en ninguno de sus aspectos resultaría una pregunta difícil de contestar; incluso si, esta raza de extraterrestres, muy por encima de nosotros en desarrollo tecnológico, pudiese viajar en el tiempo y tuviera el mismo acceso al cincel de Miguel Angel, a la paleta de Picasso o a los momentos de lucidez creativa de Bach, la cosa no sería más fácil, sino al contrario.
Al final, después de un tiempo prudencial de estudio, algún listillo de Ganímedes, tendría la genial intuición de que “arte” es una designación vacía de significación, una suerte de cajón desastre en la que estos humanos extraños meten todo aquello que carece de significado o, si se quiere, posee, cuando menos, una significación demasiado confusa como para entender la actividad desde una categorización más convencional; “arte” no significa nada, es una designación puramente negativa: “arte es todo lo que no es claramente otra cosa”. Pero esta raza de alienígenas, imbuidos de un espíritu funcionalista y convencidos de que su Aristóteles y su Darwin tenían razón cuando pensaban que la naturaleza no hace nada en valde, tratarían de pensar para qué demonios hacer algo que, en principio, no parece servir para nada, o al menos no perece tener una significación funcional unívoca. Y podrían llegar a la conclusión de que esa actividad diversa es un borde, un límite definitorio de la cultura por donde, debido a su extraordinaria plasticidad y ausencia de reglas cerradas, la cultura es capaz de desbordarse y cambiar. ¿Qué es lo que hacen los artistas entonces? Los artistas simplemente hacen, actúan, no dejan de cambiar y variar sus modos de hacer y cambiar, y lo que es peor , lo hacen sin saber por qué lo hacen. Bueno, si.... algunos creen que desarrollan su “genio artístico”, otros creen que alaban a Dios y otros, incluso sólo pretenden perfeccionar ciertas técnicas o acercarse de manera más “esencial” a las “esencias”; pero las intenciones subjetivas, los contextos psicológicos de cada uno de los actores, no explica el teatro sino que, más bien lo oculta. Lo cierto es que ellos son los encargados, los interpelados a ensayar nuevas formas de actuar, de hacer, de vivir, al fin y al cabo de “ser”.
¿Y por qué tendrán estos tipos, cercanos a la locura esta raza de seres extraños” se preguntaría un estudioso de la Universidad Estelar de la Via Láctea... respondería que estos seres tienen una particular relación con la existencia: nunca llegan a ser nada sino que de forma continua y constante “van siendo”. Algunos llegarían a pensar en lo miserable de esta raza de seres imposibles, en esa existencia vertiginosa, siempre al borde del desplome desde una cuerda tendida sobre el abismo, en unos seres tan frágiles que ni siquiera “existen”.
Y estos visitantes ¿Sentirían lástima o envidia?.
Heidegger escribe en una de sus obras más interesantes:
<<¿y para qué poetas en tiempos de penuria? Hölderlin contesta humildemente a través de la boca del amigo poeta, Heinse, a quien interpelaba la pregunta:“Pero ellos son, me dices, como los sagrados sacerdotes del dios del vino, que de tierra en tierra peregrinaban en la noche sagrada.”Los poetas son aquellos mortales que, cantando con gravedad al dios del vino, sienten el rastro de los dioses huidos, siguen tal rastro y de esta manera señalan a sus hermanos mortales el camino hacia el cambio. Ahora bien, el éter, único elemento en el que los dioses son dioses, es su divinidad. El elemento éter, eso en lo que la propia divinidad está todavía presente, es lo sagrado. El elemento del éter para la llegada de los dioses huidos, lo sagrado, es el rastro de los dioses huidos. Pero ¿quién es capaz de rastrear semejante rastro? Las huellas son a menudo imperceptibles y, siempre, el legado dejado por una indicación apenas intuida. Ser poeta en tiempos de penuria significa: cantando, prestar atención al rastro de los dioses huidos. Por eso es por lo que el poeta dice lo sagrado en la época de la noche del mundo. Por eso, la noche del mundo es, en el lenguaje de Hölderlin, la noche sagrada.>>
Martín Heidegger, Para qué poetas en tiempos de Penuria
Me perdí la discusión anterior y me parecía imposible meterme ahí, después de todo lo que ya se había dicho. Por eso he preferido hacer un "post" a caballo entre las respuestas y las propuestas.
ResponderEliminarMagnífico post, aunque por su extensión (que no critico) es más para ser pensado que para ser comentado a vuelapluma. Me quedo, en todo caso con tu afirmación de que "el problema es que el proyecto heideggeriano es, en el fondo, mera negatividad". De acuerdo, salvo por la conciencia de los claros del bosque, que no son el bosque en negativo, sino la afirmación de su negatividad como claros. Creo.
ResponderEliminarLa verdad es que es difícil decir algo después de empeño tan descomunal por aclarar la consistencia del arte; bueno, en realidad, y corrígeme si me equivoco, la aclaración haideggeriana del arte no es más que el señalamiento de la imposibilidad de introducir claridad alguna en este ámbito. Son muchas cosas, y no sé por dónde empezar.
ResponderEliminarLo primero que se me ocurre es que la propuesta de Heidegger es un ensayo absolutamente romántico de superar el romanticismo. Creo que señalas muy bien todo aquello que el arte tiene de límite, de frontera que separa lo indecible de lo que se puede decir; a eso me refería yo con el título de "belleza". Estoy plenamente de acuerdo, como dije , en que eso que llamamos "arte" es, más allá de ciertos límites, indecible; por eso me interesa sobre todo lo que sí puede decirse. El cripticismo del arte muestra lo que se escapa, pero es necesario un discurso sobre lo que permanece y se puede nombrar. En este sentido, y reconocido mi conocimiento insuficiente del querido Martin, creo que Heidegger comparte la transferencia de sacralidad de la religión al arte que el siglo XIX operó; así como cierto romanticismo, Heidegger procura conservar ese resto de sacralidad en el arte y lo concibe como un ámbito en el que decir, procurar revelar un arcano, es una profanación. Creo que, aparte de señalar castamente lo que no se puede decir, es necesario atreverse a la profanación e intentar decir lo que se puede decir, sea esto lo que sea.
En este sentido, creo que es importante la distinción que establece Nietszche entre una "estética del espectador" y una del "creador", aunque yo preferiría decir, quizás, del "artesano". El espectador como tal es pura receptividad que confunde el objeto artísitico con sus propias sensaciones y las pasiones que en él desata la contemplación de un objeto inexplicable; el "artesano", sin embargo, más que a sí mismo advierte el objeto y las manipulaciones y operaciones necesarias para crearlo. Dada la oscuridad para con el objeto, el espectador sólo encuentra en él lo inexplicable, mientras que el artesano advierte el problema que ha hallado una solución. El puro oyente, sin conocimiento técnico del material, piensa que el artista está improvisando, pero quien conoce el jazz -o la improvisación barroca, etc.- sabe que no existe tal improvisación entendida como "creación ex nihilo"; seguramente, eso que se denomina "improvisación" es mucho más cercano al dominio y asimilación de un repertorio técnico de operaciones sobre un material, aunque se vea desbordado en última instancia por un "no sé qué" que señala una recreación y no una simple repetición. Como dices, lo que llamamos "arte" se incluye en un proceso de transmisión y traición dé difícil comprensión.
Por otro lado, para terminar, creo que el término "creación", que he utilizado, no nombra exactamente lo que encontramos en el arte; más bien, de acuerdo con esa trnsmisión-traición, haríamos mucho mejor en hablar del arte como "recreación".
¡Vaya, he vuelto a escribir sin separar párrafos! Perdona, Ashep, la próxima vez intentaré ser menos olvidadizo.
ResponderEliminarMuy buena entrada
ResponderEliminarYo también me perdí la anterior, pero es igual, porque este post de Edu ha sido tremendo.
ResponderEliminarPrimero comencemos con la definición, que es una tautología.Arte es aquello que algunos llaman arte. El arte anterior a las vanguardias era otra cosa que una elite de mecenas, críticos, clientes y artistas enmarcaban dentro de una tradición expresiva. Ahora es arte cualquier manifestación expresiva de lo humano y antes el criterio era mucho más restringido.
Si nos vamos a criterios antropológicos volvemos al fertil dicho del animal simbólico. El hombre, por su funcionamiento cerebral no deja de inventar posibilidades ( lo que se filtra de la pulsión irracional por la criba del intelecto) y esas posibilidades tratan de encarnarse en lo real( "donde el espiritu no trabaja con las manos, no hay arte" dijo el genio de Vinci, de hecho ars significa habilidad), modificando la naturaleza, humanizandola , que dijo el filósofo). así el arte es una compulsión por transformar el mundo y por adueñarnos de él, ya sea con el trabajo, ya colmandolo de significado. El sujeto sujeta al mundo y lo que se le escapa trata de atarlo.
El sujeto vive en comunidad, es animal liguístico y no puede parar en su compulsión expresiva.El individuo se socializa con el lenguaje y a la vez se individualiza.
Así pues el arte es una cualidad antropológica, un vehículo de comunicación intersubjetiva y una forma de autoconocimiento.Cuando empezó el arte a ser algo más que un trabajo, algo más que una palabra o algo más que ruido? pues en dos momentos: Primero, por una prolongación de su naturaleza animal, porque ciertas formas, colores o ruidos le servían para vivir mejor( vamos que le servían para follar).
Segundo cuando siente que debe conservar ciertas formas y conocimientos para las generaciones venideras. Así las formas que se consideran más adecuadas y los conocimientos más esenciales vendrán a ser la depuración del trabajo y del símbolo,lo que se considera necesario para la comunidad, al tiempo que se burla a la muerte. Por eso el arte ha tenido un sustrato transcendente en su inmanencia, con él los muertos nos hablan a los vivos, al tiempo que religa a una comunidad.
Por todo esto las formas artísticas debían ser inteligibles y más o menos compartidas, con códigos claros( u ocultos para las élites).
Durante siglos el arte fue la habilidad con la que se trabajaban los simbolos que definían a la comunidad o al poder que tenía la sartén. Cuando el artista comienza a hacerse autoconsciente ( con los griegos) se inventa un canon y una nueva tradición: las que esos nuevos artistas, sus mecenas y tratadistas consideran el verdadero arte. Y aquí ya entramos en el problema de la verdad( "la verdad es belleza , la belleza es verdad y esa es la única ciencia que merecemos saber", Keats) y del buen o mal arte. Si mal arte antes de la autoconsciencia era aquél que no cumplía las reglas del gremio, a apartir de ahora será aquel que no sigue las reglas de una escuela estética. Desde ese punto de vista no hay arte mejor ni peor, sino desde dentro de unas coordenadas y códigos. Que habeís tenido los santos cojones, Borja y Oscar de decir que el Anciano de los Días de Blake, ERA HORROROSA, cuando es uno de los cuadros que más ha desatado la inspiración de espectadores de toda condición.
Hasta que no sepamos más, nuestra percepción del mundo está formada por invariantes universales y componentes subjetivos. La Gestalt intentó formular ciertas leyes en la apreciación de las formas( pej, percibimos mejor el primer plano que el segundo, son más pregnates las figuras sencillas y geométricas, inventamos formas con apenas unas sugerencias, aprobamos la simetría, etc)La gestalt mostró un punto sumamente interesante: todos mostramos un punto de irritación cuando una forma artística no nos satisface y buscamos corregirla.Por eso se han montado tantos cristos con las formas estéticas.Esa irritación, o ese extrañamiento es la piedra de toque que nos conduce a investigar nuevas formas y nuevos conceptos, en ese deseo obsesivo por aprehender el misterio y decir lo inefable.( como dice Borja, no dejamos de construir teorías críticas, de historiar de decodificar, por muy inefable que sea el arte, se dice y a veces hasta se escucha.
Los legados artísticos se han tomado prestados, se han rechazado furibundamente, se han copiado gregariamente... en fin un canon cambiante que rastrea todas las posibilidades de lo humano.
Las vanguardias nacen en un contexto en el que se liberan las fuerzas productivas, se potencia el individualismo, crecen los mecenas y los clientes y donde se inventan nuevas tradiciones. Su potencia expresiva y conceptual es brutal. Otra cosa es discutir si la forma y el concepto se adecuaron tan bien como ellos creian, pero eso lo dirá el tiempo.
Discrepo con Edu, no toda la vanguardia es Duchamp y pretendían liberar la subjetividad y aprehenderlo todo de significado. Por otra parte, aunque Duchamp huye de la simbología, no pretende hablar del vacío o de lo opaco, sino de la pura evidencia de la forma, al tiempo que descodifica al objeto de cualquier lenguaje ( aunque eso en sí mismo es otra forma de dar significado). Tras Warhol el arte entendido como la adecuada expresión de forma y contenido ha muerto. Vale todo y no tiene por qué ser malo
También hay que destacar que sólo las artes plásticas de la pintura y la escultura se han vuelto ininteligibles: las demás por la cuenta que las tiene siguen con su función: Decirnos algo de la forma más depurada que nos ayude a vivir y follar mejorde
En primer lugar quiero agradecer a Gregorio que visite estas páginas; a menudo me doy paseos por su Ocata y, por supuesto animo a todos los Feacios a que lo hagan.
ResponderEliminarGregorio apunta justo al centro de lo que quiero llegar: Borja y Joaquín defienden, fieles a sí mismos, una idea del arte que trascienda al sujeto para poder escapar de la disolución posmoderna; a mí me pareció sugerente el apunte de Borja de una ontología que no sea trasmundana pero si transubjetiva e inmediátamente pensé en Heidegger ya que esto es, precisamente lo que ofrece este gran filósofo alemán; el problema es que, como bien ha sabido resaltar Gregorio, esta oferta es pura negatividad y, por tanto, dudo mucho que satisfaga las espectativas que, desde estas atalayan se tiene sobre el arte. Pero el caso es que no cabe otra y por eso me parece interesante traer aquí las reflexiones del profesor de Heildelberg. Heidegger nos muestra con crudeza de qué forma trascender al sujeto significa precisamente su anulación y eso no puede dejar tranquilo a un sujeto sediento de trascendencia. Dicho de forma más clara: tanto Borja como Joaquin quieren un arte que no se mida por la vara de la subjetividad y pretenden reivindicar unos criterios que estén más allá del sujeto, un dios, por así decirlo; lo digan como lo digan como lo digan (espiritu, belleza, las reglas técnicas...etc) viene a ser eso. Pues bien... ahí lo tienen, Heidegger. Pero claro, Heidegger no mola, ¿por qué? Porque entonces el arte se hace tan opaco que deja de interesarles. Claro, la idea les parece buena para las Cantatas de Bach, pero cuando tienen que tomar también en consideración las instalaciones Fluxus, entonces rece un aro demasiado estrecho por el que pasar. Porque eso es lo que viene a decir Heidegger: tanto Bach como Holderling persiguen las huellas de los dioses... lo que pasa es que el dios de Bach parece que gusta más que el de Holderlin y por supuesto qué decir del dios de los artistas “dada”.
Y es verdad, como dices, Borja, que Heidegger es un romántico si, pero esta no puede ser una acusación que nos salve de Heidegger. En el fondo creo que Martin es tan romántico como tu Borja o como tu Joaquin. El Romanticismo, como parte de la modernidad, no hace sino exacerbar alguna de sus tendencias; simplificando podría decir que hay dos tendencias fundamentales en la modernidad: por un lado la necesidad de encontrar un fundamento (lo que Nietzsche diría “pasión por la verdad”) y por otro la tarea incesante de disolución de todos los esquemas, el socavamiento de las raíces (el criticismo). La primera será el vicio de los románticos y la segunda el vicio de los ilustrados y ambos están en la base del pensamiento heideggeriano en la misma medida que está en vosotros dos; los dos tenéis la necesidad de fundamentar más allá de vosotros mismos lo que no es más que vuestros gustos, vuestras sendas y no aceptaríais nunca rendiros a las disoluciones posmodernas; eso es lo que os convierte en románticos. Borja puedes hacer todos los malabares que quieras, pero al fin y al cabo, lo que pretendes es justificar eso, tus modos de existir más allá de tu propia existencia; para ello te insertas en la tradición, le concedes un papel fundamental a las reglas que, por supuesto no justificas acudiendo a la subjetividad y, ni siquiera a la trascendentalidad como hace Santi (que también tengo un par de cargas de profundidad para él) e hizo Kant y, por lo que entiendo te quedas en la necesidad de su transubjetividad, sin llegar a enunciar positivamente su lugar. Heidegger si que lo hace, pero se da cuenta de que ya no puede encontrar el fundamento en ningún dios enunciable y se busca uno que no es enunciable, por eso su filosofía es pura negatividad y por eso el sujeto resultante (que ya no es de ninguna forma sujeto) nos espanta
A mi, aunque me impresiona el proyecto heideggeriano, un gigantesco esfuerzo para construir la ontología, mejor.... como apunta Borja, para Re-construir, no van por aquí mis pensamientos, que es lo que trato de apuntar al final del post.
Prefiero zambullirme en lo que se ha llamado la posmodernidad y, así, seguir manteniendo la subjetividad, aunque solo sea como ficción. Y, por tanto, prefiero pensar que el arte no es más que el nombre que le hemos puesto a un montón e actividades que no comparten absolutamente nada, una especie de residuo de la cultura que, de cuando en cuando, y por mera casualidad, engendra algo que es válido, que sirve para algo, pero incluso en ese “algo” hay heterogeneidad. A veces esa intuición del artista inspira una teoría científica, otras veces inspira a un gurú religioso, otras veces ameniza las veladas nocturnas o sirve de “atractor” de mujeres o, como señala Heidegger y recoge brillantemente Rorty, engendran nuevas posibilidades de ser, nuevas y más profundas relaciones con la existencia, nuevas formas de ser hombre, esa rara especie que nunca es y siembre “va siendo”. Por eso, aunque le duela a tipos como vosotros, empeñados en mantener viva la llama de la religión, Chiquilicuatre y Johan Sebastian Bach son “colegas de profesión”.
PD. Tengo que contestar a Santi también... pero no doy para más (volveré)
Y ahora me toca a mí...
ResponderEliminarAntes de nada -nobleza obliga- mi más rendida enhorabuena Eduardo por tan interesante post ... muy brillante.... como siempre... pero no me convence. Y lo que no me convence es, justamente, el papel que das al arte y a los artistas. El arte, después de presentarlo como límite, fragilidad y “ausencia”, acabas convirtiéndolo en un conocimiento en donde el artista es capaz de abrir nuevas posibilidades, fundar nuevas interpretaciones...crear una nueva vinculación, ser capaz de -¡nada menos!- ensayar nuevas formas de actuar, de hacer, de vivir, de “ser”... ¿Donde pierde valor la subjetividad? Dicho de otra manera: parece como si la disolución del espíritu, que mencionas, no supone una perdida de valor de la subjetividad... sino todo lo contrario... no es que mantenga esa hipertrofiada subjetividad moderna-romántica a la que te refieres sino que la hipertrofia.
Por eso quizá -a pesar de los pesares- y después de las proclamas necrológicas de rigor- no creo que estuviera de más buscar una trascendencia que justifique la realidad y -de paso- al arte.
Como siempre muchos y admirados saludos.
Y saludos a todos, claro.
PD: disculpad que no haya contestado a los demás... copié el texto de Eduardo y hoy estudiando, entre capítulo y capítulo de Archivística (un coñazo) me he zambullido en el proceloso texto del amigo Edu.
Gracias Joaquin por el inmerecido halago; ya sabía yo que encontraría por algún lado tu oposición, sin embargo también me opongo a estas últimas palabras tuyas.
ResponderEliminarEn primer lugar, yo no presento el arte como “conocimiento”, lo presento como “actividad” que, en algunos casos puede implicar el uso de un conocimiento y una tradición, como ya ha señalado Borja, pero no necesariamente en todos. En segundo lugar, es verdad que comparto, en cierta medida, con Heidegger, la consideración de que el artista, como bien dices, es el que puede “ensayar nuevas formas de actuar”, pero no me gusta del profesor alemán que eso le lleva a disolver la subjetividad. ¿De qué forma? Heidegger lo dice claro: el arte no es creatividad, sino que es “escucha”. Los artistas no son los que, subjetivamente crean y recrean algo nuevo partiendo de el material con el que cuentan. El artista de forma fáctica se sitúa más allá de lo que el alemán llama “el habla”, es decir, las formas de existir repetidas, para relacionarse con la existencia de una nueva forma. El problema es que esto no lo hace el “sujeto”: diría el alemán que esto lo hace el “ser”, es un regalo, una “donación” y yo lo entiendo (performando a Heidegger) como un error. El error disuelve la subjetividad, precisamente porque no es una predicación de un sujeto, sino una frase mal escrita.
Yo estoy cómodo con la noción de sujeto, pero puesto que ya no es posible la subjetividad moderna, prefiero la subjetividad posmoderna, es decir, la máscara.
Cuando afirmas, fiel a ti mismo, que no está de más buscar una trascendencia que justifique la realidad y, de paso, el arte, es cuando yo te lanzo contra Heidegger: ya hay quién lo ha hecho, este extraño profesor alemán, y los resultados, como ya he mencionado, son desalentadores. Si lo que pretendes es establecer una trascendencia al modo moderno, es decir, encontrar un Dios positivo, sólo serás capaz de encontrar cadáveres (a veces tengo la sensación de que tu y Borja perteneceis a otra época y os habría gustado compartir con Hegel el espectáculo de la entrada de Napoleón en Jena). Ya no es posible encontrar un Dios... es posible lo de Heidegger, encontrar su ausencia y creer que tal ausencia puede ser fundante.
Cuando escucho afirmaciones como las vuestras tiendo a leer psicoanalíticamente esas frases, seguramente por tantos años de psicoanálisis que me han hipertrofiado el olfato: tu escribes “es necesario encontrar un Dios que justifique la realidad” y yo leo “mi existencia en este mundo incierto es tan precaria que necesito un padre que me ampare”... tu escribes “el arte no puede ser cualquier cosa, sólo aquel que es profundo y no vulgar” y yo leo “como me gustaría que las cosas que me gustan a mi fuesen profundas y lo contrario fuera vulgar... si viniera un Dios a enseñarles a todos que esto es como yo deseo”...
A los que te ponen de cara a esta precariedad, les acusas de “ironistas de salón” que ocultan su pobreza de pensamiento. Un tipo que es capaz de sacarle un insulto a alguien profundo no es nunca un pobre de espíritu, tal vez vuela más arriba que nosotros y no le alcanzamos a dar con las piedras.
Ya te contestaré ya... que si que pones en el post que el arte es conocimiento... pero vamos lo que quiero decir es que los halagos si que son merecidos... no me seas tan humilde.
ResponderEliminarSaludos
Son muchas cosas, Edu, así que intentaré sólo tocar lo que creo que soporta toda esta divergencia, que es una teoría del lenguaje. No logramos salir de una cuestión semántica
ResponderEliminarCreo que tu comentario no responde en nada a lo que yo planteé: a la necesidad de tratar aquello que, sobre el arte, sí puede decirse. Creoq ue fundes todo en una misma nebulosa, en una misma indistinción fundamental derivada de tu concepción del lenguaje como nuda voluntad, por lo que haces imposible llegar a hablar sobre algo que no sea ésta. Presupones que todo es efervescencia de un sujeto encerrado y, consecuentemente, llegas una y otra vez a ésa conclusión. Es cierto que, creo, este es el peligro al que se enfrenta el pensamiento, el de la pura autorreferencialidad, y es difícil escapar al círculo de círculos en que intentamos mantenerlo. Sé que ése es tu postulado básico, lo respeto como tuyo y me cercioro de que es difícil que hablemos de lo mismo.
No puedo evitar decir, sin embargo, que cierto posmodernismo conduce a disparates al producir la inhibición de la capacidad de juzgar o la incapacidad de percibir diferencias entre las cosas diferentes, como evidenciabas al final del comentario.
La noción de un sujeto sin objeto, al igual que la de un objeto sin sujeto, conduce necesariamente a aporías insalvables. Ambos conceptos pertenecen a un par sólo disociable, mas no separable. Procurar inventar un sujeto sin objeto, o querer alcanzar un objeto sin sujeto, fue el laberinto de cierto idealismo alemán, y lo es del cientificismo contemporáneo. EN ese barrizal chapotea nuestra filosofía posmoderna: si sólo hay sujeto, entonces no hay sujeto.
Creo que el discurso basado en un lenguaje que se autoinventa constantemente como excrecencia de una voluntad arbitraria -la imaginación idealista o la "potencia poética" de Tetens- supone acorazar un posición impidiendo que nadie ni nada se inmiscuya en ella: parte del supuesto de que, como decía el Crátilo platónico o el Humpty-dumpty de Carroll, "Yo doy el significado de las palabras porque así lo quiero". Claro, así es imposible que lleguemos a un acuerdo sobre significados, y ni siquiera sobre el objeto de nuestra discusión: el objeto ha desaparecido. Flatus vocis. Hablar sobre arte es lo mismo que hacerlo sobre sexología angélica: cada uno entiende lo que quiere porque ha elegido el significado que le convenía para salir airoso de la conversación. El problema de esto es que, entonces, nada hay de qué hablar, y la conversación se torna una monótona tautología. Por supuesto, como bien sabía Platón, el diálogo sólo encuentra posibilidad en la posibilidad de que las palabras no se reduzcan a un material plástico maleable a voluntad, sino algo forjado de cierta consistencia y resistencia a la manipulación. Ésa es la trascendencia de la que yo hablo, aquello que, de hecho, se opone al sujeto y no se pliega a ser ilimitadamente manipulado sin ofrecer resistencia y sin presentar al sujeto la exigencia de un límite. Creo que el campo en el que esto se comprueba del mejor modo es en la vida ordinaria, y es que todas nuestras acciones están basadas en la convicción de que el mundo no es un sueño de sueños y en la precaución de contar con las cosas, tal y como son, para llevar adelante proyectos, búsquedas y comportamientos diversos.
Podemos suponer que ese significado que " decido yo", ese lenguaje que "poéticamente invento", no es la realidad con la que tratamos ordinariamente y a la que llamamos "lenguaje"; ayer fui a una junta de vecinos y me opuse termiannmemente a que me subieran la contribución de modo excesivo. El significado de ello no era meramente probable, sino materialmente inequívoco.
Concebir el lenguaje como una nada arbitraria me parece, empezando por el nivel fenomenológico, una impostura absolutamente insolidaria con la vida que nos involucra (si acordamos que separar abstractamnente vida y teoría es algo gratuito e injustificable). Todo se sostiene sobre la porosidad del lenguaje, tanto en el trato con lo las cosas como con los prójimos.
La postura que defiendes en torno al arte -no se puede juzgar porque es un lenguaje de la simple subjetividad empírica- me parece injustificada si no se puede extender a todas las demás actividades de la vida, y, en este último caso, me parece un absurdo. No nos comportamos así, ninguno de los Feacios. Me pregunto, si así fuera, el drama que podría ser algo tan habitual -dada nuestra profesión- como corregir exámenes: ¿es que no se puede distinguir entre buenos y malos exámenes -y no distinguimos entre ellos todos los días? Se me podrá decir que en realidad no hay buenos y malos exámenes, sino unos que gustan más y otros menos, pero, llanamente, quien los corrige sabe que, dado un margen de elasticidad en el juicio, existen objetivamente buenos y malos exámenes sobre un asunto dado. EN arte ocurre lo mismo, y ya apunté una dimensión técnica irrefutable que distingue profundamente el modo de operar sobre una materia dada: hay buenas y malas obras, aunque sea, quizás, más difícil de determianr que en el caso de los exámenes.
Bueno, una pregunta para terminar, Edu. De tu posición sobre el arte se deduce que no es nada, una simple etiquetaq sobre aquello que no llamamos de otro modo. La implicación aquí es evidente: ninguna otra actividad posee una consisterncia propia; cada una es otra etiqueta que ponemos sobre actividades que no caben en etiquetas diversas.... pero, ocurre que, entonces, al menos, tendríamos que tener una primera actividad sí reconocible por sí misma, perfectamente separada del resto de actividades, ¿no? En caso contrario, sería imposible el simple inicio de esa distinción y esa catalogación. ¿Qué actividad es ésa? Permíteme una broma: ¿es la filosofía heideggeriana?
Esto está escrito del tirón, así que espero que, al menos, se entienda algo de lo que quería decir.
Sigo con mucho interés vuestras palabras y, de verdad, enhorabuena por vuestro tono, tan poco usual por estos mundos de los blogs.
ResponderEliminarSólo, si me lo permitís, un apunte.
Cuando hablamos del antihumanismo de Heidegger hay que ir con cuidado porque eso no significa una desvalorización de lo humano, sino otra valoración, en el sentido de una "destruktion" que nos remita más allá de Descartes.
Otra valoración en la cual el problema de la manifestación ocupa ontológicamente el lugar preeminente.
Patocka interpreta a Heidegger -y yo creo que lo interpreta bien- diciendo que el problema de la manifestación es más primordial, más fundamental y más profundo que el del ser.
Si esto es así -y yo creo que sí-, ¿no se nos abre aquí la fecunda vía de la "inquietante extrañeza" de Freud?
Perdonadme por lo sintético de mi exposición, pero, ¿no es esta inquietante extrañeza la experiencia asociada a toda percepción estética? ¿Y, si esto es así, no nos señala un claro del bosque?
"Inquietante extrañeza". Sí, Freud tenía, sin duda, el don de la fórmula. Me parece una importante aportación en el sentido de la experiencia del arte, de la aprehensión subjetiva del fenómeno; pero, en esa línea, me pregunto, ¿no es la inquietante extrañeza un signo de que el sujeto se enfrenta allí a algo que, radicalmente, no es él mismo? Lo que intento decir es que el objeto, también el artísitico, no es reducible a la forma impuesta por el sujeto, sino algo en alguna medida extraño y, por lo tanto, también amenazador. Creo que el pensamiento de lo que es el arte, en conclusión, pasa por la consideración del objeto producido y experimentado como arte. El objeto obliga, no es el sujeto el que, siguiendo su gusto o su capricho, otorga a esto o aquello la consideración de artísitico. El objeto lo impone, aunque unos u otros no "permanezcan a la escucha", Heidegger dixit. Por eso me parece insuficiente la perspectiva unívoca sibjetiva: deja fuera como resto, o ni siquiera eso, aquello que el objeto exige.
ResponderEliminarEste post de Edu está dando mucho juego: me uno a los elogios por todos enunciados.
Una última cosa, Edu: quizás tengas razón en eso de que mi posición "parece de otra époce". En realidad, no deja de ser también un cierto honor, aunque lo quieras utilizar como descalificativo. En alguna manera, percibo como una obligación eso que acuñó Nietszche de ser un "intempestivo". De todos modos, no creo que, en caso de descalificar, sea algo que no se pueda aplicar a todos nosotros: tú mismo evocas una época aún anterior a la de "el espíritu del mundo a caballo": la de la sofísitica a la que Platón combatió, y además con muy buenos argumentos. Tu teoría del gusto y del convencionalismo del lenguaje es tan antigua como aquellas querellas. Hermógenes, en las primeras páginas del "Crátilo", expone esa misma teoría de la primacía de la voluntad en el lenguaje: ¿No llamo yo a mi esclavo, en cada momento, tal y como me place?"
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ResponderEliminarQuerido Eduardo....
ResponderEliminarPara mi la búsqueda de una justificación de la realidad, intenta, más que reestablecer una trascendencia al modo moderno, reconstruir aquello que Arthur Lovejoy denominó la “Gran cadena del ser”.
Decir “es necesario encontrar un Dios que justifique la realidad” significa -entre otras cosas- no tanto la justificación de una precariedad, como la justificación de un mundo inabarcable al que se ama y al que se quiere describir en cada uno de sus detalles...-me aburre sobremanera tanto ensimismamiento moderno y posmoderno!!. Así, por ejemplo, si tomamos en cuenta la poesía, un buen poema buscará, más que abismarse en las profundos abismos del sujeto, cazar mediante las palabras la realidad-¡¡¡un gran poeta siempre envidiará a Linneo!!!!. En este sentido, quiero aclarar, no defiendo una disolución del sujeto sino cierto equilibro entre sujeto y objeto.
Por cierto, hablando de “abismos fundantes” lo que me cuentas de Heidegger me recuerda poderosísimamente a Meinter Eckhart, ese hereje (es broma)...aunque también me suena muy Zen, al modo de La introducción al budismo Zen de Suzuki ¿no?
Saludos a todos
PD: disculpadme todos los demás por no contestaros. La razón, es que la respuesta a Eduardo ya la tenía hecha cuando me ha surgido un pequeño problemílla personal, que no ha tenido ninguna importancia, pero que me ha impedido leer vuestras entradas. Son las doce de la noche y no me siento capacitado para concentrarme y leeros uno por uno, y después escribir una respuesta digna. Perdonadme.
PD2: Creo que el exito de este post, además de ser un logro de Edu, creo que deja a las claras, que es una buena idea -de vez en cuando- escribir cosas aparte de la política.
BORJA
ResponderEliminarNo me veo reflejado en esa caricatura que haces de mis pensamientos (que evidentemente no son mios). Lo que más me sorprende de lo que dices es el constante recurso a que de mis palabras de desprende una nebulosa de indistinción y que, según lo que constato, esa subjetividad empírica, es imposible defender nada, afirmar nada, distinguir nada de nada, hasta el punto de no poder establecer cuándo un examen es bueno y cuándo es malo. Me parece un argumento tramposo ya que confunde planos, creo. Tu crees que la posibilidad de lo distinguible necesita, de manera esencial, la “trascendencia” y yo creo precisamente que se puede distinguir sin necesidad de referirnos a esa trascendencia. Entiendo y, por mucho tiempo compartí tu postura, la misma que encuentras de manera brillante en el Parménides de Platón; allí, un venerable Parménides acorrala contra las cuerdas al joven Sócrates hasta ponerle de rodillas y verse obligado a renunciar a la teoría de las ideas y abrazar, en cierta forma, la subjetividad. En ese momento Parménides, consciente del peligro de sus palabras, da un paso atrás restaurando de nuevo la dignidad ontológica de las ideas bajo el presupuesto de que, de otra forma, no sería posible la mera discusión. Estas páginas siempre me impresionaron y durante mucho tiempo las consideré el momento más brillante de la historia de la filosofía. Sin embargo ya no.
Actualmente soy un poco más modesto con respecto a nuestra profesión. Creo que no es necesario acudir a un universo de platónicas esencias para justificar el discurso. Con Nietzsche y con otros descubrimos que no existe el discurso libre de voluntades, de intencionalidades, de vinculaciones históricas, es decir, que no existe el discurso puro, sin más, pese a los impresionantes esfuerzos de Hegel de convertir el puro devenir en esencia. Ese descubrimiento no ha hecho que se tambalee el discurso, es más, creo que ha permitido (con todos sus peligros y riesgos) el discurso democrático. Descubrir que, cuando enuncio algo, lo enuncio desde una atalaya bien mundana, y que, estoy lejos de estar más iluminado por el “ser” de lo que lo pueda estar el tipo que me reclama desde la atalaya en la lejanía, no equivale a la imposibilidad del discurso, ni siquiera a la indistinción a la que aludes. Dicho en tus mismas palabras, yo no necesito ningún Dios que venga a decirme cuál es la distinción entre un buen examen y uno malo, sólo necesito aplicar unos criterios que previamente haya decidido yo, o quién sea. Y esos criterios no tienen por qué estar justificados ontológicamente por una trascendencia ultraterrena, basta con que lo estén funcionalmente: quiero que mis alumnos aprendan a usar metáforas comunes usadas entre filósofos y me pregunto ¿cómo hacerlo? ¿cómo evaluarlo? Esto no implica la apelación a ningún dios. No hacen falta jueces que decidan por nosotros la utilidad que le damos al conocimiento.
Claro que veo diferencias entre las cantatas de Bach y la música de Chiquilicuatre. Pero las diferencias seguramente son mucho más mundanas de lo que crees y no hay necesidad de apelar a esencialidades trascendentes para justificar una cosa y la otra. Defiendo, como bien has sabido ver, que el arte es una etiqueta que representa un conjunto de actividades que no pueden, o no sabemos, etiquetarlas de otra forma, una especie de sumidero. Esto no ocurre con las demás actividades, pero no es necesario ir tan lejos como vas... no hay que postular una “primera” actividad que si posee significación e ironizar sobre la filosofía heideggeriana; lo veo de una forma más simple... es fácil saber (al margen de consideraciones psicológicas) para qué amasa trigo y agua el panadero o para qué raja un cirujano o un criminal el abdomen de quien tiene delante.
Con el arte desgraciadamente no es tan fácil, como podemos observar. Interpretar cuál es el sentido del arte o simplemente qué es se nos presenta mucho más complicado. Ahora bien, pero que el arte carezca de un sentido determinado no significa que otras actividades si que lo tengan. Acusarte de que tu o cualquier otro, careces de legitimidad para acusar a un arte de vulgar frente a un arte elevado, no equivale a afirmar que es imposible establecer distinciones; por supuesto que es posible establecer distinciones, de hecho tu lo haces, yo lo hago, todos lo hacen. Pero eso es distinto de afirmar que hay algunas distinciones que no se establecen de forma convencional-subjetiva-histórica-psicológica-sociológica... etc sino que son esenciales, se fundamentan en la realidad misma. Cuendo se trata de lo que les gusta a los demás y de los vicios ajenos todos nos apresuramos a fundamentarlos en cuestiones psicológicas o sociológicas, pero cuando se trata de los nuestros nos apresuramos a la casa del “ser”.
Esta es la razón por la que, en este mundo de caducidades, Rorty propone como tarea ética fundamental “la Ironía”... sólo así uno es capaz de sacarse los pies de su propio tiesto y descubrir, de cuando en cuando, que hay algo de vida tras esa odiada vulgaridad.
Conozco a una futura pianista que es brillante a los ojos de cualquiera... si la ves tocar el piano enmudeces, también si la ves con el violín... yo un día enmudecí viendo como bailaba y cantaba el CikiChiki, así que desde entonces no creo que sea simplemente una “mierda”. Pero no sufras, esto no convierte en vulgar los lieder de Schuberth.
PD. SOY CONSCIENTE DE QUE SE ME ACUMULAN LOS FRENTES. TENED PACIENCIA AMIGOS PERSAS MIS ESPARTANOS Y YO AÚN OS AGUARDAMOS....
Algunos criterios de la Gestalty de la psicología de la percepción podrían en parte soportar la teoría de ciertas formas que parecen causarnos placer( como las mujeres en forma de ánfora). También, ciertos temas parecen más o menos universales y parecen superar el manto de los siglos. Una cierta intersubjetividad a lo Kant, también puede servirnos un poco... Y vale. El juicio lo hacemos desde criterios previos establecidos-en el mejor de los casos- desde vivencias propias y subjetividades varias- en los más corrientes.
ResponderEliminarAún así no podemos decir que arte es cualquier cosa. Es cualquier cosa que al menos dos personas reconozcan como arte. Y que uno , el emisor, lo hubiera concebido como tal
Edu: siento que t veas "caricaturizado", y tienes razón: en espacio tan corto como el que aquí utilizamos es difícil, o por lo menos lo es para mí, retratar la complejidad de todo este tema. Vaya por delante mi reconocimiento de esto.
ResponderEliminarEn cuanto a tu respuesta, yo tampoco me veo retratado en ella. Pones el acento en la existencia de un Dios trascendente del que yo, supuestamente, postularía existencia como fundamento del arte. Yo no hablo de eso, sólo defiendo que depositar el significado del arte en la vivencia psicológica -y en esto también me opongo a Santi- es recortar su realidad total, y refiero la consistencia del objeto como partícipe fundamental de ello. La trascendencia del objeto no es trasmundana, sino una trascendencia frente a la pura realidad formal del sujeto. Es una trascendencia en el mundo. AUnque respeto y valoro la posición de D. Cogito no comparto su concepción de trascendencia trasmundana; no obstante, a efectos pragmáticos al menos, también creo que no se puede negar que el arte, tal y como lo defiende, ha logrado realizaciones de un fuste bastante más sólido que las fotografías posmdernas de tipos embadurnándose la cara de mierda. De todos modos, mi postura es otra.
Cuando hablo de que tu discurso lleva a la "indistinción" de todo me refiero a que la pérdida del objeto y del respeto a su consistencia deja en su lugar la sola voluntad, que establece distinciones según el puro deseo de hacerlas o deshacerlas; y la voluntad por sí, separada de un medio que ora permite, ora facilita, ora resiste y obstaculiza, es una abstracción que, defiendo, no cuenta con realidad positiva.
Por último, no entiendo por qué limitas al arte, y no a las demás actividades, la dependencia con respecto al capricho subjetivo. Opones la actividad del asesino o del panadero (creo) como actividades -supongo- materiales y positivamente operatorias, pero es tan material una fuga de Bach o un templo griego. Tu argumentación me lleva a pensar que defiendes -y dime si me equivoco- que ciertas actividades sí poseen esa fundamentación trascendente que niegas al arte, pero no encuentro una justificación convincente. Si defines al panadero con respecto a lo que produce, al pan, no encuentro por qué niegas al artista la capacidad y la actividad de producir un objeto propio de a su hacer y, como en el caso del panadero, no sólo referido a la subjetividad del querer. Si el panadero se define en el producto que realiza, que no es cualquiera y se atiene a ciertas modos y operaciones propiaas, no entiendo por qué el artista no encuentra defijnición en su obra, sino sólo en lo que él o cada uno piensa de lo que hace. La obra es un objeto, aunque, por supuesto, un objeto peculiar al hacer del productor, y es tan difícil -para quién sabe reconocer qué es el pan- confundir una barra de pan con cualquier otra cosa como, para quién sabe qué es música, confundir una obra musical con cualquier otro objeto. También, y creo que es importante, se refiere al ámbito de lo extrasubjetivo- aunque sin negar la participación del sujeto en su reconocimiento- el distinguir entre el pan y la materia prima que el artesano utiliza para su producción, así como es fundamental la distinción entre la obra musical y el mero sonido (lo que creo se confunde muy a menudo).
En realidad, repito, no encuentro esa distinción que tan intensamente enuncias y, creo, deberías aclararla más detenidamente.
Bueno, un saludo.
Borja, yo no defiendo la vivencia psicológica como fundamento de criterios artísticos universales, entre otras cosas, porque aún se está en pañales en esa ciencia. Sólo digo que las invariantes de la percepción y las diversas respuestas de los receptores son algo a tener en cuenta, al igual que el estudio bíológico y psicológico del funcionamiento del cerebro.
ResponderEliminarTambién creo, como tú, que no se puede prescindir completamente del objeto, pero nuestra condición simbólica nos permite transmutar el objeto según nuestra inspiración.
Pero fuera de esto, no podemos establecer qué obra es mejor que otra salvo con unos criterios previamente establecidos que no tienen por qué ser mejores o peores que los de dos siglos más tarde. Si alguien ordena el ruido, le da método e intención, y a otro le gusta, está haciendo arte. Al final sólo podemos decir si nos ha gustado y a veces si sobrevive al tiempo o al lugar. Porque somos criaturas que luchamos contra la muerte y aunque al final seremos olvido, esa, como dice Brines, es la huella que deja el hombre en la nada.Estamos condenados a crear.
Santi, estoy ed acuerdo contigo en que la vivencia psicológica es parte fundamental del fenómeno "arte", aunque no sea con mucho el único elemento; no obstante, me parece caer en cierta contradicción decir que no defiendes que sea lo único -en lo que coincidimos- y, acto seguido, depositar en el gusto el juicio definitivo sobre ello... ¿es que el gusto no es, al fin y al cabo, precisamente psicología? Si el arte es sólo determinable a través del gusto, creo, el objeto, queramos o no, desaparece.
ResponderEliminarYo me revuelvo contra la idea de que, mientras todas las restantes actividades cuenten con objetos de una forma u otra determinados, en la consideración del arte siempre obviemos que también se resuelve en objetos, y nos quedemos simplemente con lo que nos gusta o nos disgusta; coincido con D. Cogito en que, en muchos casos, esa postura no es más que la muestra de nuestra pereza intelectual por indagar en una forma de conocimiento que se aparta de otras más asequibles al entendimiento.
En cuanto al final de tu comentario, me interesa la idea de necesidad que pones en la producción "poyética": creo que es también un muy buen arguemtno para oponer a la hegemonía caprichosa del gusto. No creo que esa necesidad de arrancarnos de la nada a la que estamos destinados esté tan lejos de la trascendencia de la que habla D. Cogito.
Edu, ayer se me olvidó: lo de la "filosofía heideggeriana" no era más que una pequeña broma, no te lo tomes a mal.
Saludos