Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

martes, 10 de junio de 2008

Guerra de léxicos

Lo que está de forma ya cotidiana en el discurso de la gente de a pie parece que sigue sin llegar al diccionario de la Moncloa. Todos los indicadores económicos llevan más de dos meses avisando de lo que parece que el gobierno no puede o no quiere darse cuenta: estamos ante una de las peores crisis económicas que haya podido atravesar la democracia española. Los precios del petróleo, la crisis financiera y, fundamentalmente, el pinchazo del ladrillo, amenazan, según algunos a meter de lleno a este país en una recesión económica que, en el mejor de los casos empezará a superarse en el 2010 y en estimaciones más pesimistas abarcará los próximos cinco o seis años. Y las recesiones económicas no son cosas para tomárselas a broma; consisten básicamente en estar cada vez peor... y si estamos mal, echen ustedes las cuentas.

Pero en esta situación el gobierno sigue empeñado en no llamar a las cosas por su nombre; o mejor dicho, en no llamar a las cosas como todos ya las llaman: "crisis económica". Se fuerzan los ministros, empecinados, en seguir manoseando esa palabreja, “desaceleración”, un término traído del lenguaje técnico de la ciencia, que se usa para describir las situaciones en las que la aceleración de un móvil decrece, pero no impide la marcha ni lo detiene, al menos mientras hay desaceleración.

Esta actitud lleva tiempo siendo criticada, en primer lugar, de forma tímida, por la oposición, y en segundo lugar por el cuarto poder, que no deja de señalar que la única forma de empezar a ponerle remedio a los problemas es hacer un buen diagnóstico; columnas de opinión que argumentan en este sentido se pueden encontrar en prácticamente todos los periódicos nacionales en las dos últimas semanas.

Y el gobierno insiste. Hoy mismo el presidente ha defendido en la comisión ejecutiva de su partido que se evite usar el término “crisis” ya que, según nuestro primera cabeza, perjudicaría el prestigio de España impidiendo la llegada de inversión extranjera, absolutamente necesaria en estos momentos. No entraré a considerar que la ejecutiva socialista más parece una comisión de filólogos esencialistas a la búsqueda de las designaciones más acertadas, y tampoco el hecho de que las recomendaciones del presidente llegan tarde, dado que la inversión extranjera lleva tiempo haciendo las maletas. Pero sí quiero detenerme en una impresión mucho más subjetiva: la sinceridad de Rodriguez y con él, de todo el Partido Socialista.

Voy a suponer que cuando Zapatero asegura que el uso del término “crisis” perjudica los intereses de España, está cometiendo un inusual lapsus linguae, inusual porque, aunque muestra la verdad de la intención, el error no se produce de forma inconsciente. Y que, en realidad, en virtud a una asociación muy poco saludable, cuando dice “España” quiere decir “gobierno”. Es decir que, cuando los mandatarios socialistas evitan describir la realidad como ya lo hacemos todos, usando términos como “crisis” o “recesión”, no están pensando en salvaguardar los intereses del estado, sino únicamente los intereses propios, salvaguardar el gobierno.

Pues bien, esto que señalo me sirve para volver a plantear uno de los ya clásicos temas en Feacia, en torno al cual no dejamos de dar vueltas. Algunos de vosotros frente a este hecho, señalaríais de forma inmediata al concepto de “ideología” y seguramente no estaríais desencaminados. El Gobierno Socialista, y con él, todo el partido y los medios de comunicación afines, estarían empeñados en hacer pasar por realidad algo que no es más que ficción, un conjunto de ideas falseadoras y, por tanto, destructoras de la realidad. Frente a este atentado sólo cabría llamar de nuevo a las esencias y hacer presente, a través de la crítica, la realidad pura y verdadera.

A mí me gusta adoptar una descripción de los acontecimientos sensiblemente distinta, aunque no tan alejada este otro pensamiento feacio; prefiero considerar que uno puede moverse dentro de léxicos diferentes a la hora de describir la realidad y, sobre todo, a la hora de hacer algo con ella. Me muevo, como sabéis dentro de una concepción no referencialista del lenguaje, sino más bien “instrumental”. Las palabras, los léxicos, más que formas de referirnos a lo real son herramientas para manipular las cosas.

En uno de los ensayos de Eduardo Sabrovsky, "El desánimo", éste utiliza un término sacado del lenguaje informático para referirse a lo que yo también quiero señalar: la "interface". Es verdad que él allí lo usa para describir el papel de la tecnología y que yo aquí lo quiero emplear para referirme al lenguaje. No estamos, sin embargo, tan alejados puesto que, desde mi punto de vista, el lenguaje no es más que eso, una innovadora tecnología humana para manipular la realidad, “hacer cosas con palabras”.

Como bien sabéis una interface es el modo en cómo podemos manipular de forma “humana” el magma incomprensible e inexplicable de "unos y ceros" que componen un programa informático. Cuando utilizamos software no lo hacemos directamente alterando y cambiando cadenas de unos y ceros, no introducimos nuevos bucles o saltamos de un lado a otro de la cadena de forma directa; y no lo hacemos básicamente porque nos resulta completamente imposible hacerlo. Un ordenador puede procesar millones de números en un segundo pero nosotros somos incapaces de encontrar, en ese mismo tiempo, por ejemplo, la repetición de un bucle de cienmil números. Precisamente por esto utilizamos lenguajes informáticos que se nos presentan como interfaces: eso nos permite hacer todas esas operaciones en forma de pulsar un botón, abrir una ventana, combinar una serie de comandos... etc. Ahora bien, las interfaces que podemos usar para manipular de la misma forma la máquina(o de forma distinta) son seguramente infinitas, tantas como la imaginación de un informático sea capaz de concebir (imaginemos, pues, si hablamos de cien millones de informáticos). Alguien podría objetara mi palabras que no acierto cuando digo que no podemos manipular de forma directa las cadenas de unos y ceros, el magma del software y, seguramente tiene razón; sin embargo yo añadiría que el tipo de cosas que podemos hacer enfrentando la tarea de este modo es tan mínima que resulta irrelevante: es lo que hacían las facultades de informática en los años sesenta y setenta con las antiguas tarjetas perforadas (un exceso intelectual usando esta técnica era, por ejemplo, lograr que una pelotita recorriera la pantalla de izquierda a derecha).

Con el lenguaje ocurre lo mismo; existen léxicos que nos permiten hacer diferentes cosas con la realidad. En unos casos logramos la paz social y en otros desatamos una guerra, en unos casos nos convertimos en un ávido broker y en otros conseguimos que nuestros alumnos aprendan matemáticas. Hay léxicos que hacen mejor unas cosas que otros y la experiencia nos lo ha demostrado, pero no existe ningún léxico que se refiera de forma más auténtica ni más esencial al mundo. Y es verdad que tenemos la posibilidad de referirnos a las cosas de forma tan directa y tan innegable que resulta difícil no creer que efectivamente se puede estar más o menos en lo cierto; si yo digo “hay un árbol frente a la ventana por la que estoy mirando”, resulta ridículo que nadie venga a decirme que realmente ahí no hay nada y que es mi lenguaje quién crea esta situación. Pero igual que con la manipulación directa de los transistores del ordenador, el tipo de cosas que podemos hacer con este juego referencialista es tan mínimo que ni siquiera merece la pena que nos lo tomemos en serio. Wittgenstein advirtió esto con brillantez en el Tractatus: el reino de lo que se puede decir queda tan limitado que la filosofía, la historia, la política o cualquier asunto de los que consideramos verdaderamente importante, incluido el mismo Tractatus, se relegan al silencio o al ámbito el llamaba “lo místico”.

Entonces, volviendo a tomar tierra, ¿en qué consiste el léxico socialista? No creo, como he dicho que sea cuestión de ideología ni de falseamiento, sino que creo que es una potente herramienta para manipular la realidad, una buena interface. La cuestión es ¿para hacer qué? La respuesta se deduce de todo lo que ya he dicho: el discurso gubernamental es evidente no nos va a sacar de la crisis, ni va a producir más paz social, ni va a superar de forma verdaderamente patente las desigualdades y las discriminaciones; y no lo va a hacer precisamente porque no es una herramienta para estos logros. Si quieres cambiar la rueda de un coche no utilizas una pulidora por lo mismo que si quieres pulir un suelo de mármol no sacas el gato del camión. El discurso socialista esta destinado fundamentalmente a producir agrado, confianza y simpatía entre la gente y, ahí, funciona como un tiro, como hemos comprobado en las pasadas elecciones. Zapatero para esto es el mejor y ha sabido usar como nadie esta puerta que deja abierta la democracia.

Intuyo que el que mejor ha sabido ver este asunto es el señor Rajoy; y lo digo porque últimamente se mueve en dos frentes. El primero, lograr que el PP sea competitivo en este mercado de las sonrisas, adoptando un léxico más amable y simpático. El segundo, acusar al gobierno de no hacer justamente lo que deberían hacer: gobernar. Pero claro, resulta un poco incongruente el hecho de que por un lado quiera adoptar el "buen rollito" y por el otro lo censure.

12 comentarios:

  1. Edu: sigo sin estar de acuerdo contigo en la supresión de lo que trasciende al lenguaje. Por supuesto que el lenguaje es un modo de hacer, pero es preciso tener en cuenta que el mismo "hacer" es un término transitivo, es decir, es hacer algo, y "lo hecho" adquiere propia consistencia y realidad -objetividad propia- e inserción en un mundo que ya existe. Un hacer sin objeto, un hacer sin mundo preexistente -sin el material preformado a que se refiere el lenguaje en su hacer- es, creo, irrepresentable e impensable. No creo que la referencia sea tan poco importante, sino, al contrario, simplemente crucial. EL problema de un hacer que no tiene en cuenta lo que ya hay es que, constantemente, se topa con lo real y, una de dos, o bien fracasa absolutamente o bien su éxito implica el destrozo de lo real. Ese es el problema, por ejemplo, de la política contemporánea: el lenguaje se piensa como hacer puro, como virginal creación "ex-nihilo", y tiene que suprimir el mundo preexistente para lograr la afirmación de la ficción postulada. La concepción de que el lenguaje es un hacer que extrae de sí mismo la realidad de lo que hace, sin contar con materiales ya existentes, se identfica en la política contemporánea con la pretensión utopista de creación de un orden completamente nuevo, sin vínculo alguno con el orden político "viejo", "decadente" o "tradicional". El predominio de la voluntad absoluta sobre el conocimiento de lo que ya es conduce a la suplantación por parte del sujeto de la función fundante del dios cristiano. SInceramente: creo que concebir el lenguaje como creación ex-novo, como fundación sin resto de la realidad, como "el hacerse de la realidad en el desarrollo de la voluntad del sujeto", es rehabilitar el papel absoluto de un Dios omnipotente, aunque ahora se trate de cada sujeto referido a sí mismo en una multiplicación de sujetos indeterminada; hablar del lenguaje como "hacer" me parece, lisa y simplemente, TEOLOGÍA: el reciclaje del "Logos" del evangelio de S. Juan, aunque ahora "humanizado", "secularizado", "laicizado". Lo mismo, pero políticamente mucho más peligroso por eliminar la contención tranquilizadora de la trascendencia divina.

    De todos modos, seguramente, estoy exagerando tu posición, porque en tu texto pareces asumir que, de hecho, sí existe una realidad que escapa a ese hacer lingüístico: por mucho que Zapatero se empeñe en que no estamos padeciendo una crisis económica, el discurrir de lo real desmiente a cada paso su intención de construir una realidad en la que sólo hay una desaceleración. Existe, por lo tanto, algo que no se deja plegar dócilmente al lenguaje, y que, más bien, exige de éste una cierta adecuación. Podríamos decir que "crisis" no tiene u significado determinado, que puede decir cualquier cosa, pero lo cierto es que es el término apropiado para bregar, comprender y manejar una realidad como la ahora existente. No todo es construcción sobre el sin-fondo, sino construcción en lo dado y de acuerdo con lo que lo dado permite o hace posible. Hay cosas que se pueden hacer, otras que no, y otras que, para ser hechas, exigen la demolición o supresión de una realidad que "no se deja". Esta es la tentación política implícita en el lenguaje posmoderno: repetir el "hacer sobre la nada" de un Dios primigenio, sin contar con lo que ya hay hecho.

    COmo supongo preveías, tu negación de lo ideológico no podía más que despertar mi ánimo de contestación. No cabe duda de que estas disensiones que aquí tratamos nos estyán dando discusiones, no sé si fructíferas-aunque así lo creo-, pero al menos interesantes y prometedoras.

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  2. Edu, comparto contigo la tesis básica de lo que podemos llamar una concepción pragmática de la verdad, a saber, que “no existe ningún léxico que se refiera de forma más auténtica ni más esencial al mundo”. Pero a partir de ahí es necesario reconocer que se nos plantean, al menos a mí, varios problemas:

    1 Una concepción meramente pragmática o instrumental de la verdad o el léxico político no creo que sea moralmente aceptable. Por ejemplo, puede ser posible, como ya ocurrió en el pasado, que una política eugenésica encuentre eco entre la opinión pública y pueda justificarse desde la perspectiva utilitarista. ¿Significa ello que la eugenesia es “buena” para una determinada sociedad? Creo que no; que Sócrates tenía razón y no debemos aceptar el convencionalismo de los valores morales porque es posible fundamentar estos valores en algo parecido a una “naturaleza humana” que es difícilmente compatible con las tesis de los posmodernos.

    2. Una concepción pragmática de la verdad no creo que sea totalmente compatible con lo que entendemos por ciencia (digo “totalmente” porque está claro que el criterio de utilidad es básico para la ciencia moderna) Por ejemplo:

    a) Desde el punto de vista de su utilidad la teoría de cuerdas no es mejor que la teoría del diseño inteligente. Es más: ambas son perfectamente coherentes con el grueso de enunciados científicos admitidos por la comunidad. Si es preferible un léxico a otro no será por su utilidad, ni por su capacidad para enfrentarnos a problemas con mayor o menor éxito.

    b) La física moderna es básicamente matemática. Se desarrollan ecuaciones y después se busca, y muchas veces no se encuentra, una interpretación empírica al desarrollo matemático. ¿Por qué los científicos toman por “verdadero” este léxico que carece no solo de utilidad sino incluso de significado empírico? ¿Solamente porque esperan una futura aplicación tecnológica?

    c) Por otra parte sabemos que algunas de las terapias de magos y chamanes son efectivas y sin embargo no son avaladas por la medicina académica y por lo tanto son desterradas de la Sanidad Pública.

    3. Por otra parte nos enfrentamos a las paradojas de los metalenguajes. Afirmas que el léxico de los posmodernos es más acertado que el de los racionalistas referencialistas, pero si tu tesis es cierta entonces no tenemos razones para preferir el léxico posmoderno al racionalista.

    4 Por último haríamos bien en traer a colación el conocido argumento de la apuesta de Pascal ajustándolo al asunto que planteas. El incierto lugar de la filosofía en el mundo contemporáneo se tornaría mucho más negro si esta visión posmoderna de la verdad y el conocimiento fuera la dominante, así que, a la vista de lo que está en juego, propongo hacer como la mujer del obispo de Worcester en relación al darwinismo cuando afirmaba confiar en que la teoría no fuera cierta… “pero si lo es, confiemos que no llegue a ser de conocimiento general".

    A pesar de todo este es el camino, también el mío: una concepción pragmática de la verdad e instrumental del lenguaje.

    Saludos (a todos los miembros y miembras de esta tierra feacia.)

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  3. Óscar: me siento absolutamente identificado como "miembra" de esta tierra feacia. A partir de ahora me podéis llamar "Loreta".
    Me parecen ciertamente adecuadas las objeciones que presentas a Edu, aunque, también tengo que decirlo, para mi posición se mantengan dentro de una tibieza que creo a su vez innecesaria: ¡queremos una oposición dura e implacable! Bueno, aparte de bromas, espero poder más tarde decir algo con respecto a eso, ahora no puedo.



    (Edu, aparte de estas deiscusiones: al entrar en "Polis feacia", pero me refiero a través de "Blogger", no puedo "editar" textos porque no me aparece tal posibilidad. ¿estoy haciendo algo mal? ¿O es que no se puede por alguna razón? Por otro lado: muy a menudo no puedo colgar comentarios con mi "identidad" original y tengo que hacerlo de esta manera...¿por qué, doctor?)

    Saludos

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  4. BORJA
    Algunas cosas hay para decir, si.
    En primer lugar, el argumento que ya has usado varias veces, de resaltar que el lenguaje no puede ser un mero instrumento construido en el vacío, sin referencia, sin un mundo en el que insertarse me parece correcto. Yo también pienso eso. Es claro que los distintos léxicos no son meros juegos de palabras, son herramientas con los que los hombres se refieren al mundo, lo manipulan, lo transforman... etc. Nadie niega la existencia del mundo, eso sería una locura después de veinticinco sigloS de filosofía. Lo que yo vengo a defender es que no hay una única función en el lenguaje, sino muchas. Por usar la metáfora rortiana, podemos entender el lenguaje como una caja llena de herramientas con las que hacer algo EN EL MUNDO. Yo en el post señalo claramente que los distintos léxicos serían "tecnologías", es decir, formas concretas y precisas de operativizar nuestra acción en el mundo; la técnica, en un sentido general, sería precísamente el lenguaje.
    Lo que sí vengo a defender, con la metáfora de la "interface" es que, si bien es posible usar el lenguaje en un sentido referencialista, este uso, en cuanto tal, es tan limitado que casi no merece tenerlo en cuenta mucho más allá de la cotidianidad; cuando tratas de utilizar la referencialidad del lenguaje como bara de medir el discurso ético, político, histórico o filosófico, o sobrepasas con creces esta referencialidad, o a penas eres capaz de enunciar un sólo enunciado. Y esto no es que lo diga yo, es el Tractatus de Wittgenstein, que tu también conoces. Aqui, Ludwig, estirando al máximo la tesis referencialista, llega a una conclusión aterradora: es absolutamente imposible encontrar una sola certeza fuera de los límites del lenguaje.
    Cuando usamos la tesis referencialista para operaciones concretas es fácil ver su operatividad... "esta mesa rota", "el árbol está sin hojas", "has llegado tarde"... son enunaciados que sólo tienen sentido dentro de un contexto referencialista. El problema es cuando tratas de fundamentar en esta misma referencialidad las afirmaciones de la ética, la filosofía, la religión o la política... ahí la cosa resulta mucho más dificil, tanto, que no funciona.
    Pongo un ejemplo: muchas veces se ha denunciado desde estas páginas la tergiversación nacionalista de la historia. Todos entendemos a qué merefiero con esto y todos podemos recordar alguna de estas tergiversaciones concretas. Pero ¿qué significa falsear la historia? podríamos decir que consiste en hacer un relato carente de una referencia clara en el pasado. Sin embargo esto no es así. La Historia en sí misma, como todos sabemos es un relato, una construcción hecha a partir de otros relatos y otras construcciones, lo que los historiadores llamas "las fuentes". Sabemos, y aquí seguramente esté de acuerdo conmigo Santi, que estas construcciones no se hacen teniendo en cuenta todas las fuentes, seguramente porque este "todas" es ya una toma de postura: primero tendrás que decidir qué vas a considerar como fuente y qué no y después podrás establecer el relato de los "acontecimientos". Por tanto... ¿en qué sentido podemos hablar realmente de una verdad "histórica" en un sentido referencialista?. El concepto de verdad que, en rigor, usan los historiadores, es el de la coherencia interna del discurso: un historiador dice la verdad cuando el discurso empleado es compatible con el conjunto de discursos aceptados por una comunidad dada (las fuentes). Elñ problema surge cuando cambias de comunidad o no existe un consenso acerca de qué tomar como "fuente". Pero en todos los casos, si tratas de hacer historia en un sentido meramente referencialista debes limitarte a coleccionar, como Bacon, listas de "hechos" en las que aparecerán enunciados del tipo "Critobal Colón llegó a América en 1492" o "Isabel I de Castilla nació en Madrigal de las Altas Torres", lo que de ningún modo satisface a ningún historiador. Por el contrario, cuando quieres averiguar si Cataluña en el siglo XVI era una comunidad diferenciada y con sentimientos particularmente diferentes a Castilla, constatar hechos en forma de colecciones no sirve de nada y entonces, debes plegarte a la verdad como coherencia; y, claro, en el caso de la referencia, sólo hay una y, por tanto la verdad es única, en el cso de la coherencia ¿cuantos relatos distintos pueden ser cogerentes con un mismo grupod e fuentes? y más aún ¿cuántos relatos distintos podemos contruir si variamos sensiblemente las fuentes? (¿No habrá habido ningún historiador que haya aplicado la Teoría del caos a la Historia? Variando sensiblemente las condiciones iniciales (las fuentes) los resultados, retroalimentados, pueden ser impredecibles).
    La referencia, por tanto, es crucial como dices, pero sólamente en uno de los múltipes juegos del lenguaje o léxicos, el de la cotidianidad. Para todo lo demás: historia, política, filosofía, religión, arte, economía... etc, es sencillamente, algo completamente irrelevante. Pero esto no significa que esté defendiendo, como me acusas, que el lenguaje sea "un hacer que no tiene en cuenta lo que ya hay", una "fundación sin resto de la realidad" o "virginal creación "ex-nihilo"": de hecho, entender el lenguaje como "herramienta" significa precisamente que es una herramienta para hacer algo con las cosas, no mero flatus vocis. Si usas una pala para hacer un agujero, la pregunta de si esa es o no una pala verdadera carece de sentido ¿verdad?. A los umo cabe preguntarse si vale para hacer el agujero y, seguramente también, esa pala vale y a la vez otras muchas herramientas son capaces de hacerlo (sin que unas sean más verdaderas que otras).
    En la posición que mantengo, como señalas al final de tu entrada, no hay una negación de la realidad en favor del lenguaje, nada que ver. Pero es que tampoco creo que sea eso lo que le pasa al Psoe y a la izquierda, como mil veces denuncias; creo que usan otras herramientas para conseguir otras cosas que no son las que tu o yo pretendemos, lo que no significa que exista un falseamiento. Para contunuar con la metáfora: es como si le increparas a un campesino que hace un surco con su azada para plantar trigo que está construyendo malamente su casa. En mi opinión lo que sí se le puede decir es... "si quieres construir una casa, plantar trigo no te va a ayudar"

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  5. OSCAR
    1.No defiendo una concepción instrumental o pragmática de la verdad, sino una concepción instrumental del lenguaje que es algo muy diferente. La verdad sólo tiene sentido, como señala el Tractatus, cuando hablamos de proposiciones lógicas con un referente previemente establecido en el mundo. Es decir, cuando, como he señalado, nos limitamos a constatar que los ladrillos de nuestra casa son rojos. Fuera de ahí la referencialidad carece de sentido. Wittgenstein, en cierta forma hace lo mismo, respecto del lenguaje, en el Tractatus que hace Kant respecto de la razón en la Critica de la Razón pura: muestra hasta donde podemos enunciar verdades y a partir de dónde ya no es posible hacerlo; desafortunadamente la conclusión del Tractatus nos abocaba a la filosofía al silencio, a no poder hablar (de lo que no se puede hablar es mejor permanecer en silencio), del mismo modo que la primera crítica kantiana parecía dejar a la filosofía poco margen frente a la ciencia natural. Afortunadamente Wittgenstein escribió las Investigaciones filosóficas y Kant la segunda crítica, dándonos más margen, aunque en el caso del primero, prescindiendo de la verdad.
    Y dicho esto ¿significa que debemos aceptar que una sociedad dada acepte la eugenesia porque así lo considera? Pues evidentemente no, aunque para eso no es necesario apelar a valores universales. Si acudo a Rorty para contestarte, te diré que en este punto el americano acude a la tradición. Cuando empleamos cierto léxico innovador y rápidamente obtenemos logros deseados, no sabemos muy bien, dentro de una sociedad a dónde nos va a llevar: eso ha pasado con el marxismo y con el fascismo. Que tales fracasos pertenezcan a nuestra tradición, nos da una pista de por dónde no debemos ir. Seguramente la contestación te parezca insatisfactoria, pero visto de forma práctica, si aceptamos la existencia de valores morales universales, eso no ha impedido que se desarrollen programas eugenésicos o programas de exterminio en Alemania o Rusia. En cambio, la democracia surgida de tales batacazos si que lo hace.
    2.En segundo lugar no sé si la ciencia casa o no casa con una concepción pragmática de la verdad, repito que la verdad sólo tiene sentido desde un punto de vista referencialista, pero me parece claro como el agua que la ciencia coincida a la perfección con la concepción del lenguaje como herramienta. Y aquí me agarro a Heidegger y reivindico la esencia tecnica de la ciencia moderna. Podría estenderme mucho en este punto y hablar, desde el contexto de nacimiento de la ciencia moderna, en el que no estaba presente el aber teórico, sino más bien el técnico, hasta la renuncia por parte de la física contemporánea de suministrar modelos de descripción de la realidad en favor de representaciones puramente matemáticas. Me parece evidente, mucho más que en cualquier otro léxico, la pretensión científica como “manipulación de lo real”; el mismo principio de indeterminación de Heisenberg, aceptado a pies juntillas por los científicos, desde los defensores de la relatividad, la cuántica o la teoría de cuerdas, pone de manifiesto este hecho.
    3.La tercera objeción es ya clásica, pero también es clásica la respuesta. ¿por qué no vamos a tener razopnes para preferir el léxico posmoderno frente a los referencialistas modernos? ¿no prefieres tu usar una pala mecánica en lugar de una pala de madrea para hacer un agujero? El léxico referencialista sigue siendo válido, pero según para qué. Invocar la existencia de dios en el parlamento para sacar adelante una ley no creo que ayude mucho al osado diputado a conseguirlo ¿no crees?
    4.El cuarto argumento es un clásico también en la derecha americana: defender que la verdad no es absoluta es hacer temblar los cimientos de la civilización. Bueno, en este caso, no creo que la cosa vaya más allá de una mera opinión, Oscar. Yo vuelvo a invocar el mismo argumento: la verdad claro que existe, pero su uso es muy limitado; no es muy inteligente prescindir de la verdad en nuestra vida cotidiana ya que nos complicaríamos mucho la existencia; sin embargo no es interesante acudir a la verdad cuando se trata de discutir acerca de la independencia de una región ya que, con toda seguridad quedaremos en tablas entre dos esencialismos contrapuestos. Sería preferible, en este caso, no invocar la verdad, y hablar de cuestiones menos elevadas pero más interesantes como, por ejemplo, ¿va a mejorar nuestra vida a través de esta independencia?

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  6. Un apunte nada más que es tarde.

    Edu, criticas la filosofía referencialista y después utilizas la noción de verdad en el mismo sentido que el primer Wittgenstein. No lo entiendo ¿Dónde está escrito (además de en el Tractatus) que solo se puede llamar verdadero a un enunciado que representa la realidad? Ese camino no lleva a ningún sitio, como bien señalas.

    Pero es que además no se corresponde para nada con el uso habitual del término”verdad” y no podemos solventar la cuestión dictaminando que el vulgo no da el significado correcto al término.

    La gente, todo el mundo, entiende enunciados del tipo: “la teoría de la evolución es verdadera”, “es cierto que las peticiones de los transportistas son justas”, “no es verdad que Cataluña sea una nación”, “la verdadera causa de la recesión es la subida de los precios del crudo” “el verdadero arte trasciende la individualidad humana” etc. Todos, tú también, utilizamos expresiones similares, y si la teoría referencialista de la verdad no sirve para dar cuenta de este uso lingüístico… para mi esta claro como el agua: la teoría referencialista (o el atomismo lógico) no da una definición adecuada de “verdad”

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  7. Bueno Edu, veo que llegamos a algún acuerdo (y es que para algo han de servir estas parrafadas que nos echamos). Aún así, supongo que nuestras exposiciones se ven condenadas a esquematizar, y por eso somos también presa de malentendidos. Uno de éstos tiene que ver con que entiendes -seguramente porque no me he exprersado con sufieciente claridad- que yo defiendo que el lenguaje tiene una pura función referencialista. Eso no es así, no dudo que cuente con funciones de distinta naturaleza. Defiendo que no se puede desechar sin más la referencia en la que se enmarca el lenguaje, aunque no toda su función sea referencialista.
    Lo que sí defiendo es que la distinción de funciones como algo separado, claro y distinto, es, a su vez, una abstracción; esas funciones a las que te refieres son tipos, es decir, abstracciones de una realidad en la que nunca están separadas una u otra función como realidades distintas: el lenguaje es una realidad única en la que sólo metodológicamente se distinguen funciones como elementos separados, pero en la realidad no se dan esos tipos puros, sino que se da el lenguaje en su inabarcable mezcolanza. Esto quiere decir, y es lo que defiendo, que no existen valoraciones desligadas de la consideración de aquello a lo que se REFIEREN, al igual que, y en esto estamos de acuerdo, no existe un puro lenguaje "protocolario" en el que la referencia se ofrezca aparte del sujeto.

    El problema de reucir el lenguaje a moralidad, o a política -es decir: a voluntad- es que se crea la ilusión de que la valoración posee existencia efectiva y autónoma, siendo indiferente la realidad en la que esa valoración se realiza en acciones u obras. Ese es el peligro que señalo: si la valoración se encierra en una autorreferencialidad acorazada toma lo real como un puro material moldeable y pretende realizar meros deseos a costa de lo que las cosas son.

    (En cuanto a la separación rígida y abstracta de "lenguajes", tan cara también a Hume cuando crea esa distinción de razón, tan útil para ciertos propósitos, entre "ser" y "deber ser": aquí está la madre del cordero. ¿Es cierto que el ámbito de los valores se constituye como una esfera cerrada y autosuficiente co respecto a la realidad restante? ¿Es cierto que los términos de "bueno" y "malo" nada tienen que ver con la consistencia propia de las cosas? La respuesta afirmativa que tú pareces adoptar es ya una posición, creo, discutible. Esto implica ya una ética a la que pueden planteársele muchas objeciones. Ahora mismo recuerdo que, en "TRas la virtud", McIntayr lleva a cabo un análisis muy interesante del asunto, mostrando que no existe una separación real entre "juicios de valor" y "juicios de hecho". No tego tiempo para extenderme)

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  8. Sólo un apunte: si al final todo se resuelve, en el ejemplo que Edu ofrece, en "si la opción X va a mejorar nuestra vida": ¿Cómo responder a esa pregunta sin volver a introducirnos en el terreno que trata de excluir, el de la verdad? ¿Es que tener una vida mejor es idéntico a creer que se tiene una vida mejor? ¿Es que no habrá que referirse a estados de cosas y relaciones para establecer lo mejor y lo peor? Creo que en esa dirección se encaminaba la fundación misma de la filosofía y la distinción platónica de conocimiento y opinión: en la opinión no es posible alcanzar acuerdo alguno porque expresa la mera autorreferencialidad del sujeto abstraído de su situación y relaciones con otros sujetos y una rtealidad que lo acoge..

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  10. OSCAR
    Supongo que continuaremos este debate en la ACADEMIA FEACIA, pero quiero contestar lo que dices aquí; no critico la filosofía referencialista; de hecho he repetido unas cuantas veces que el uso referencialista del lenguaje es absolutamente necesario, pero en un ámbito limitado; tal vez este "limitado" ha sido muy mal explicado por mi parte, por eso he comparado la tarea del primer Wittgenstein con la de Kant: ambos querían establecer los límites fuera de los cuales "hablar" (acerca de la realidad) o "pensar" (racionalmente) carece de sentido. Es cierto, como señalas, que en el Tractatus no hay un análisis de la verdad, propiamente dicho. De hecho señala que preguntarse por la verdad es una carente de sentido, como mucho podemos preguntarnos bajo qué condiciones podemos tomar un enunciado por verdadero. Y ahí responde en una doble dirección: un enunciado puede ser verdadero de forma sintáctica (es el caso de la lógica), cuando está simplemente bien construido, de acuerdo con ciertas reglas y un enunciado puede tomarse por verdadero cuando, de forma extensional, describe un estado de hechos, es decir, la disposición de ciertos objetos en el mundo de una manera determinada, manera que representa la estructura de la oración; por tanto, la verdad de un enunciado empírico sería una pseudopropiedad de dicho enunciado, la de representar efectivamente un estado de hechos determinado y existente en el mundo, lo que acontece.
    En rigor, el Tractatus no defiende una teoría referencialista al modo de Tarsky, aunque no sea incompatible con ella, sino un trascendentalismo del lenguaje o, más concretamente, de los distintos lenguajes o sistemas de descripción. Wittgenstein quiere mostrar cuáles son las condiciones bajo las cuales se puede hablar con sentido de la realidad y a partir de qué momento este habla supera las limitaciones del propio sistema de descripción. Es aquí donde estoy completamente de acuerdo con la obra y es en la conclusión donde se produce el disenso; es cuando afirma Ludwig que “de los que no se puede hablar (referencialmente) más vale permaneces en silencio” cuando considero que se excede. Pero él mismo enmienda su trabajo en las “Investigaciones Filosóficas” y amplia su visión reduccionista del lenguaje; no anula el uso referencialista, pero lo considera un uso más dentro de otros muchas posibilidades. Aquí estoy completamente de acuerdo y es justamente lo que trato de decir: yo no voy contra la teoría de la referencia, únicamente señalo que este modo de considerar el lenguaje, y la verdad, es completamente inoperante cuando se trata de hablar, por ejemplo de política.
    Los ejemplos que pones son del todo reveladores; pero reveladores de que usamos el concepto de verdad de una forma polisémica: decir “es verdad que ayer te vi en el centro comercial” y “la teoría de la evolución es verdadera” se refieren a cosas completamente distintas: una apela a nuestra experiencia y la otra evidentemente no lo hace.
    De todas formas, la postura que sigo manteniendo es que en cuestiones tales como la Política, sería deseable abandonar el uso de tal concepto y sustituirlo por otro tipo de cuestiones.

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  11. BORJA
    En los dos últimos comentarios no puedo estar en desacuerdo contigo yo también pienso todo lo que dices: En los distintos léxicos hay muchos usos, uno de los cuales es el de la referencia.
    Y completamente de acuerdo con que cuando tratamos de responder a cuestiones como "¿qué es preferible?"
    nos tenemos que referir a estado de cosas, es decir, a referencias concretas. Sin embargo, seguramente cargamos las tintas con diferente intensidad: tu pareces concederle un papel crucial, miesntras que yo limito bastante este uso. Por ejemplo, respecto a la cuestión de si "Cataluña es o no una nación", me parece que la apelación a estados de hechos, desde uno y otro bando, solamente emborrona el asunto haciendo que nos tiremos los trastos. Renunciar a eso y operar dentro de consideraciones como "Cataluña puede ser una nación si acordamos que esta designación se establezca en estas condiciones..." pues me parece mucho más provechoso.

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  12. Por cierto, quería señalar algo que creo que apoya lo que vengo diciendo en esta entrada. No sé si sabeis que, pese a la crisis en la que nos estamos aventurando, el gobierno socialista ha aumentado el gasto en un asunto que parece no tener demasiada relevancia para atajarla... ¿adivinais?
    En PUBLICIDAD. Aproximandamente un 30% más que lo que venía gastando. Está claro cuál es la receta de Zapatero frente a la crisis: el objetivo no es que el país la superes, sino que él sobreviva.

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