Hay días de febrero que simulan ser primavera; días en que el viento, misterioso e invisible, agita las ramas de los árboles aún insensibles como si tratara de despertarlos de su prolongado letargo. Hoy, un día de esos, me he sentado a los pies del fragmento más digno de muralla de Soria y he recibido el sol de la tarde como una promesa de algo indeterminado pero bueno. A mis pies el Duero murmuraba cosas ininteligibles.
Situado en medio del mundo, he abierto la Summa Contra Gentiles y he leído algunos capítulos. Envuelto en la serenidad y la calma he vuelto a pensar que lo que me admira de Santo Tomás -a pesar del carácter extraño que para mí presenta buena parte de su filosofía y sus especulaciones teológicas sobre los ángeles y las formas separadas- es la pasión por penetrar la consistencia del mundo, en cualquiera de sus grandes o mínimos fenómenos. Nada nos dice de él mismo, y el mundo es respetado por un yo que todavía no ha adquirido las monstruosas dimensiones del sujeto moderno.
El "Yo" moderno, frente al humilde agradecimiento por la simple existencia de las cosas, es insaciable devorador, anulador de realidades, triturador de presencias que no se identifiquen con los instrumentos que sirven a su ansiedad por suprimirlo todo. De ahí el carácter asfixiante y oscuro de buena parte de la filosofía moderna, que levanta ideales pálidos para usurpar el lugar de las cosas iluminada por el sol. Para Tomás de Aquino, al contrario, lo maravilloso no es su yo, que no aparece; lo maravilloso es el mundo inacabable y las fuentes del ser de las que brota. El mundo es irreductible al deseo, siempre lo desborda y lo mantiene encendido, porque ése es el deseo más poderoso, más invencible: el de conocer sin suprimir. Un deseo que impulsa al conocimiento de una realidad que no puede agotarse. Los dos polos cuya separación irremediable permite la apertura de lo que, propiamente, llamamos "vida": realidad y deseo.
Por esta razón tan sencilla, por esta bendita ingenuidad y mundanidad, me gusta leer a Tomás de Aquino.
Preciosa entrada. Como sabes siento algo parecido con Tomás de Aquino. Siempre he pensado que Tomás ofrece un pensamiento en el que predomina una profunda sensualidad hacia el mundo inabarcable, un mundo que se afirma a pesar, incluso, del mal, de una forma misteriosa, terrible y de una gran belleza.
ResponderEliminarPor otra parte, cada vez me aburre más el "Yo-yo" moderno del que hablas, y cada vez tengo más claro que, en ciertas cosas, autores como Tomás de Aquino,Agustín de Hipona o Boecio pueden aportarnos mucho más de lo que creemos.
Sin ir más lejos, este último, en prisión y en plena descomposición del mundo antiguo (su mundo) proclamó su fe en la bondad del ser que "da cabida a todo en su sabiduría y causa que cada cosa aparezca en el momento y el lugar por Ella indicado. "
Esta confianza en la soberanía del Ser, sobre las ruinas del mundo asentaron las bases de la cultura europea.
Partiendo de este precedente, quince siglos más tarde, quizá debamos asumir, de nuevo, esa tarea. En este caso, las palabras de esperanza y confianza, parece que las debamos pronunciar al final del ciclo evolutivo de la civilización occidental, esperando que sirvan para sentar las bases, de una nueva reconstrucción.
Sí, D. Cógito, ya hemos hablado de esto unas cuantas veces: de la obsesión malsana por el yo y el descuido del mundo. La novedosa trascendencia del mundo moderno es una trascendencia "hacia dentro" que absorbe, como el sumidero del lavabo de la existencia, todo lo demás; me gusta leer a Tomás de Aquino, así como a muchos griegos y medievales, por lo que generalmente se rechaza como "ingenuidad" (con ese gesto pretencioso del que "ha superado lo antiguo"): la aceptación plena de la existencia del mundo. Como sabemos, esta existencia es señalada por muchos filósofos modernos con una interrogación y una duda -una duda que, sin embargo, deja incolumne la existencia tan abstractya del yo-.
ResponderEliminarExiste una afinidad, aparentemente sorpresiva, entre las filosofías de afirmación del mundo más poderosas que he conocido: Nietzsche y Tomás de Aquino. Nitzsche, el afamado anticristiano, en realidad comparte una visión santificadora de la existencia que sólo encontramos en la filosofía crisdtiana: el mundo es bueno tal cual es. Todo lo que es, es bueno.. ¿qué necesidad de reformar el mundo si éste está bien como está? Frente a la reivindicación filosófica de la esencia y la claridad lógica de la idea, Tomás de Aquino, como el alemán, se queda con el acto desnudo de la existencia, frente al cual toda especulación lógica es un mero fantasma.
El problema de esta afrimación del ser en tanto existente es, como también hemos hablado, la incapacidad para ofrecer una respuesta al problema del mal. Tanto Nietzsche como Santo Tomás son incapaces de advertir la existencia del mal, ya que todo lo que existe es bueno.
Un saludo
Ejemplo de una magnífica definición: El "Yo" moderno, frente al humilde agradecimiento por la simple existencia de las cosas, es insaciable devorador, anulador de realidades, triturador de presencias que no se identifiquen con los instrumentos que sirven a su ansiedad por suprimirlo todo. De ahí el carácter asfixiante y oscuro de buena parte de la filosofía moderna, que levanta ideales pálidos para usurpar el lugar de las cosas iluminada por el sol.
ResponderEliminarMagnifica entrada Borja. Aunque a fuer de sincero no comprendo en qué medida un discurso como el de Aristóteles o Sto Tomás es “respetuoso con el mundo”. En mi modesta opinión la metafísica aristotélica es una impresionante construcción intelectual que dice mucho sobre el “yo” y poco sobre “el mundo”. Una cosa es que no fundamente la totalidad de lo real en la conciencia y otra que las categorías que utiliza- sustancia, esencia, dios, género, atributos, materia, forma etc- sean, en algún sentido que no alcanzo a entender, respetuosas con el mundo.
ResponderEliminarSi lo que quieres decir es que la filosofía tomista se esfuerza por ser objetiva, por captar el Ser, por prescindir de los elementos psicológicos… entonces nos movemos en una caracterización tan vaga y general que pierde efectividad: toda la filosofía antigua, y buena parte de la moderna tiene esta finalidad.
Entiendo que la “mundanidad” de la obra de Nietzsche tiene un alcance más profundo que, sinceramente, se me escapa en el caso de Sto Tomas.
Un saludo.
Me ha encantado el texto. No reconocí el nombre del autor al principio, pero al leer lo de Soria y releer el nombre, me he acordado: Él fue mi profesor de Filosofía en primero de Bachillerato. Sin criterio diría que el texto es muy bueno, con criterio (como alumna) me permito decir que es un profesor buenísimo. Aún recuerdo muchas de las cosas que se hablaron en clase y, durante estos cinco años y medio que han pasado desde entonces, ha habido más de una situación en las que me he acordado, aunque mis estudios actuales "no tienen nada que ver" con Filosofía y mi vida en Soria quedó ya hace cuatro años y medio "atrás"... Sin duda, uno de los mejores profesores que he tenido... mejor dicho, Maestro.
ResponderEliminarPerdona si mi comentario se sale de contexto, pero no podía evitar expresar mi agradecimiento hacia alguien cuyas clases me marcaron tan positivamente. Muchas gracias, por entonces y por el texto.
Y de paso, un saludo,
María José
¡Yo soy "él"! Gracias, María José; espero merecer de algún modo todo lo que dices de mí, pero he de reconocer que soy escéptico... Me halaga mucho tu comentario, ¡pero qué viejo me hace sentir! ¡Me estoy convirtiendo en ese viejo profesor que todos tuvimos y seguramente está ya jubilado!
ResponderEliminarEspero que te vaya todo muy bien, como hace pensar el tono de tu comentario; aunque no estudies nada relacionado con la filosofía, no has dejado de ser filósofa. No lo dejes.
Si vuelves a visitar Soria no dudes en hacer una visita a tus viejos profesores. Un saludo