En 1921 el psicólogo americano William McDougal publicó un libro titulado ¿Es América segura para la democracia? (Is America Safe for Democracy). McDougal, mezclando ideas de la antropología, la biología y la psicología de la época y adoptando una explicación racista del origen y declive de las grandes civilizaciones, se preguntaba por las características psicológicas de los americanos a fin de determinar si estaban o no preparados para un modelo democrático de sociedad. McDougal consideraba que una sociedad democrática no podía admitir cualquier tipo psicológico y solamente si estaba constituida por individuos inteligentes y civilizados, que participasen de forma razonable en el Estado, el modelo tenía viabilidad. McDougal no hacía más que añadir a a la vieja idea ilustrada de “república de intelectuales” dos ideas: la primera de carácter racista afirmaba que no todas las razas están igualmente preparadas para la democracia; la segunda, una consideración determinista de la inteligencia humana como una capacidad innata no mejorable mediante la educación.
Aunque pueda parecer que el libro de McDougal no va más allá de lo anecdótico, pues, en los mismos años, otros psicólogos americanos, además de científicos, políticos y filósofos, utilizaban un léxico parecido. Léxico que, pese a que pueda parecer importado del viejo continente, donde también calaría el discurso racista y biologicista, era una evolución propia del pensamiento americano, especialmente de la psicología, y solo después calaría en los discursos de los partidos nacionalistas europeos. Es más, me atrevería a decir que el lenguaje empleado y las motivaciones de los científicos al usarlo, componen un producto típicamente democrático, aunque el juicio de la historia haya relegado su uso al extremismo de ultraderecha. No se trata de algo sorprendente pues las democracias, tanto la americana como la inglesa, habían sido el producto político de unos pocos intelectuales privilegiados que, desde palabras grandilocuentes de libertad y dignidad universal del hombre, establecieron sistemas políticos administrados claramente por élites y con la pretensión de que eso no cambiase. Sin embargo, con el nuevo siglo, la creciente industrialización, la evolución demográfica y la necesidad de una burocracia cada vez más preparada, esto tendía a cambiar: las clases bajas de Inglaterra y Estados Unidos, estaban lejos de asemejarse al ideal ilustrado de ciudadano y constituían una seria amenaza para el statu quo. Parecía imposible que la educación fuese a cambiar esta situación de una forma tan radical. Es en este contexto en el que se ensayó un nuevo discurso, el del “racismo científico”. Se trataba de un discurso que habilitaba a las sociedades democráticas para hacer distinciones y limitar derechos con el fin de controlar grandes grupos de población que no encajaban con el ideal ilustrado de ciudadano. La biología darwinista-mendeliana y la floreciente psicología aplicada, que en tan solo unos pocos años se convertiría en la “niña bonita” de las universidades norteamericanas, aportaron los conceptos necesarios y también los métodos (eugenesia e higiene mental) para que este discurso se volviera terriblemente eficaz. Las ideas de Galton, por ejemplo, calaron profundamente tanto en Estados unidos como en Inglaterra, dando lugar, especialmente en Norteamérica, a ordas de enfervorecidos galtonianos dispuestos a defender la democracia de su extinción a manos de las "razas inferiores". Estaban convencidos del origen genético tanto de la excelencia como de la bajeza moral e intelectual, y por tanto desconfiaban de la educación, proponiendo métodos más radicales. Los test de inteligencia, que unos años antes había diseñado otro psicólogo, Yerkes, para reclutar científicamente a los soldados y poder distinguir, de forma rápida y barata, los sujetos aptos para el ejército, suministraron las herramientas necesarias para distinguir a los buenos de los malos ciudadanos. Según los galtonianos, los resultados de los test del ejército demostraban la irremediable estupidez creciente del pueblo americano y la necesidad de una urgente intervención. Concluían que, si no se quería cometer un suicidio racial de insospechadas consecuencias para los Estados Unidos, era necesario dictar leyes que favorecieran la reproducción de los individuos más capacitados y limitara el de los individuos deficientes, así como la entrada de razas inferiores en Norteamérica.
Otro psicólogo influyente, Henry Goddard, utilizabe el término «morón» para designar a los sujetos con una edad mental menor a 13 y, basándose en las pruebas del ejército, concluía que prácticamente la totalidad de afroamericanos, italianos y sudamericanos podían admitir esta designación. No tomaba en cuenta, eso sí, variables como el nivel de educación o el conocimiento de la lengua, el inglés, que podían alterar el resultado de las pruebas. Goddard concluía en su obra The Kallikak que «el idiota no es nuestro principal problema. Es repugnante, pero no es probable que se reproduzca por sí mismo, así que es el tipo morón el que nos plantea los mayores problemas».Otra palabra acuñada para estos nuevos parias, fue “cacogénico”, palabra que resaltaba el hecho de que estas clases eran portadores de genes malignos y peligrosos para el desarrollo social. Yerkes hablaba de la poca inteligencia de la raza negra y reclamaba al congreso leyes que garantizasen que la inmigración sólo fuera del tipo “nórdico”.En poco tiempo, el congreso dictó leyes “selectivas” de inmigración, leyes que siguen vigentes hoy en día, y uno por uno, los diferentes Estados desarrollaron de manera activa distintos programas eugenésicos. En 1924, el Congreso aprobó un decreto, que no eliminado hasta 1991, que limitaba el número de inmigrantes basándose en una fórmula establecida en función de la proporción de inmigrantes de cada país llegados a EE.UU.
Este fue el comienzo de lo que más tarde marcaría el camino tanto de la democracia americana como de las europeas. El país en el que un siglo y medio antes sus fundadores habían empeñado su palabra en la defensa axiomática de que todos los hombres son iguales, asistía ahora a la constatación de que unos lo eran más que otros. Pero, como no podía ser de otra forma, el fundamento para este nuevo discurso ya no eran las ideas tradicionalistas, sino un lenguaje científico incontestable.
El biólogo Charles Davenport, uno de los difusores de Mendel en estados Unidos, fundó en 1910 en Nueva York un laboratorio destinado principalmente al estudio de la herencia humana y la eugenesia. Este laboratorio sería decisivo en el desarrollo de los proyectos eugenéticos en Estados Unidos y su libro Heredity in Relation to Eugenics, fue texto universitario durante muchos años en toda Norteamérica. El proyecto principal de Davenport era limpiar Estados Unidos de los tipos humanos que degradarían la especie en unas pocas generaciones. Partía de la base de que la degradación cultural, moral e intelectual, tenía un fundamento biológico; así lo puso de manifiesto en un estudio en 1929 sobre el cruce de razas en Jamaica.Si antes de la primera guerra mundial ya se hacían vasectomías a deficientes mentales, tras el conflicto, los programas eugenésicos llegaron a su mayor auge. Hacia 1932 se había esterilizado a lo largo de treinta Estados, especialmente en California, a más de doce mil personas. La razón más común para justificar la esterilización era la
debilidad mental, pero el rango abarcaba otros
problemas como el alcoholismo, la prostitución, las condenas por violación o la degradación moral. Hasta tal punto se había asumido este estado de cosas que Oliver Wendell Holmes, un magistrado progresista afirmaba que «en lugar de esperar a tener que ejecutar a los descendientes de los degenerados por sus crímenes o dejarlos morir de hambre por su imbecilidad, sería mejor para todo el mundo que la sociedad evitara que los incapaces perpetuaran su linaje... Tres generaciones de imbéciles son suficientes».
No se puede negar, por tanto, que entre 1910 y 1940 el discurso racista que luego se achacará en exclusiva a los movimientos ultranacionalistas y totalitarios europeos, era común en Estados Unidos, la tierra de la democracia. Fue allí donde se desarrolló el léxico y los argumentos necesarios para dotarlo de potencia dialéctica, convirtiéndolo en una poderosa visión científica del mundo y fue allí donde primeramente se trató de planificar la sociedad atendiendo a criterios biológicos. Aunque este hecho no puede borrar que fue en Alemania donde tomó unas dimensiones monstruosas, pues hacia 1936 las leyes eugenésicas de Hitler, inspiradas en las americanas, habían llevado a la completa esterilización a más de un cuarto de millón de personas.
Cabe preguntarse por qué fue en Alemania donde el discurso social racista tuvo unas consecuencias tan nefastas. El antisemitismo y muchos otros "anti", no eran una novedad en el viejo continente. Europa llevaba siglos arrastrando discursos de odio. Sin embargo, estos discursos se justificaban generalmente apelando a la religión más que al racismo biologicista. La creciente secularización de la población europea hacía inoperantes los relatos antisemitas de origen religioso, por lo que el discurso científico ocupó con facilidad estas posiciones. Las nuevas palabras permitían hacer lo que ya se hacía, pero más eficazmente.
No obstante, este rápido crecimiento del discurso científico-racista no explica sus brutales consecuencias. Éstas hay que ir a buscarlas en lo político. No es que los alemanes fueran "genéticamente" más racistas o más cientificistas que los americanos o los ingleses. Ocurrió, más bien, que fue en Alemania donde ese discurso no encontró resistencia alguna para expresarse de la peor manera, debido a la propia estructura política del Reig alemán. En Alemania, gracias al modelo de estado, la aplicación de tales leyes tuvo menos trabas y pudo hacerse de un modo más sistemático, más eficaz. Las autoridades nazis encontraron pocas resistencias a actuar de acuerdo a unas leyes racistas brutales. Y no porque los alemanes aceptasen de mejor grado el racismo biológico, sino más bien porque aceptaron mejor que la ley la dicta el poder y la acata el pueblo. En Estados Unidos la existencia de una burocracia más heterogénea, de distintas administraciones competentes a la hora de dictar leyes, de distintos tribunales de justicia que unas veces corroboraban las leyes y otras las rechazaban, y en general la atomización del poder entre estados, municipios y administraciones, frenó la aplicación sistemática de la eugenesia y de otras leyes racistas. No ocurrió lo mismo, por ejemplo, con las leyes de inmigración que, por ser competencia de una única administración, fueron muy efectivas impidiendo la entrada en América de “morones” y “cacogénicos”.
La eugenesia fue abandonada en Estados Unidos tras la guerra, cuando se descubrieron los horrores de los programas nazis en los campos de concentración, y se identificó el discurso racista biologicista con el nacionalismo alemán y en general europeo, el discurso de los perdedores. Pero cabe suponer que si Estados Unidos no hubiera entrado en guerra con Alemania, tales prácticas no hubieran sido satanizadas y rechazadas. El juicio de la historia ha querido que el racismo científico y la eugenesia sea el patrimonio intelectual de los totalitarismos europeos olvidando que fue gestado y aplicado en una sociedad democrática, considerándose como un discurso perfectamente racional y justificable. Es más, estamos tentados a decir que, por ser la democracia un sistema político altamente sensible al discurso científico-racional, es el sistema más expuesto a que los avatares científicos influyan de manera más notable en sus políticas, lo que no ocurre con sistemas políticos más vertidos hacia lo tradicional. Por eso, siguiendo las palabras de Rorty, no hay ninguna razón para que un nazi, por ejemplo, pudiera considerarse a sí mismo un demócrata convencido.
No hay ninguana duda de que la democracia puede dar fruto a cualquier maldad imagionable. La oclocracia no queda muy lejos de las democracias del XIX y primera mitad del XX, pero no me veo capaz de asegurar que esa frontera sea ahora mucho mas fuerte e inexpugnable. Esto me lleva a la conclusion de que algo se olían estos "pioneros" al decir que el "idiota" puede destruir la emocracia; para ejemplos: la democracia estadounidense, La República Italiana, la República de Weimar, La Republica Española desde el 32... y nuestra democracia actual. No quiero sino recordar que la democracia es lo menos malo (hasta ahora) hasta que deriba en "eso". Para evitar que derive en "eso" una democrácia debe contar con unas firmes trabas legales.
ResponderEliminarEdu: me ha gustado mucho tu texto, y estoy plenamente de acuerdo en la amenaza que señalas sobre la planificación científica de la sociedad; Es una corriente muy común la que invadió la sociedad norteamericana durante los primeros años del siglo pasado, y es también una de las herencias que debemos al pragmatismo que en otros lugares has retratado: Dewey, por ejemplo, subraya (en "problems of men") su convicción de que todos los males contemporáneos provienen del "laissez-faire", y que es necesario el modelado de la sociedad de acuerdo con los principios de la ciencia natural para remediar su declinante estado. Este odio al fantasma del liberalismo sigue siendo uno de los tópicos de la elite intelectual, como vemos todos los días en los periódicos.
ResponderEliminarEstoy en desacuerdo, como adivinarás , sobre tu apunte sobre la ideología; para mí no cabe duda de que es precisamente en eso en lo que se presenta con más claridad lo que constituye una ideología: la promesa de acabar con el desorden de los asuntos humanos e instaurar la administración plenamente lógica, coherente, científica de las sociedades. Todas esas estructuras que señalas, y que impidieron hasta hoy que en USA se haya desarrollado el germen totalitario también allí presente, son precisamente baluartes, obstáculos y límites interpuestos para salvaguardar lo que la ideología quiere suprimir en nombre de una unidad postulada: la pluralidad del espacio político.
Por eso todo totalitarismo coincide en un odio ancestral, sea de "izquierdas" o de "derechas", contra el liberalismo.
Dicen los filósofos de la ciencia (Lakatos y cia) que una teoría es "más verdadera" en la medida en que da cuenta de fenómenos ajenos a aquellos problemas que, en principo, suscitaron la formulación de la teoría.
ResponderEliminarAlgo de eso veo esta entrada. Expones un conocido asunto bajo una luz nueva, lo que nos permite relacionar temas, como el de la eugenesia y la descentralización política, que , aparentemente no tienen conexión. Muy interesante.
Saludos.
Bien Borja, creo que podemos hablar de algunas cosas. Dices que una característica importante de la ideología es que se presenta como un intento de acabar con los desórdenes humanos y administrar una administración plenamente lógica y coherente. Hasta aquí estamos plenamente de acuerdo. Sin embargo en un punto nos separamos: tu apelas al liberalismo como un modo no ideológico de encarar lo político y yo precísamente, en mi entrada, apelo al peligro del caer en esos modos en la sociedad más liberal de todas. La cuestón es de raíz ontológica: ¿acaso puede haber un discuro político que se suscriba a la pretensión de acabar con los desórdenes humanos? Yo no en tal posibilidad, a menos que se renuncie de antemano a la coherencia, al fundamento, a la esencia... incluso en este caso me parece complicado
ResponderEliminarOscar... como bien sabes, creo que el papel del filósofo es, precisamente, la de hacer nuevas re-descripciones. La conexión entre la eugenesia y el nazismo está tan usada que ha dejado de explicar nada.
ResponderEliminarSólo una cosa, Edu: creo que también el liberalismo puede solidificarse en ideología, pero entonces, por definición, es que ha dejado de ser un pensamiento liberal aunque quiera presentarse con ese nombre; ese es el uo del liberalismo que denuncias en tu texto, y señala una tendencia totalitaria que está presente en la misma contitución de la política contemporánea, también en EEUU.
ResponderEliminarQue EEUU haya sido más o menos fiel a su constitución liberal no quiere decir que no existan tendencias como las que señalas, de marcado carácter totalitario. Otro ejemplo es la caza de brujas de Mcarthy, que utilizó métodos en abierta contradicción con las leyes fundacionales de la república y muy en consonancia con los totalitarismos europeos realmente existentes, como el de exigir que los acusados demostraran que NO eran comunistas. Creo que el ideal de administrar los asuntos políticos y la vida toda de acuerdo con la planificación y organización científicas, aunque sea en nombre de un "liberalismo" pretendido, es algo totalmente antiliberal.
Me decepcionais todos
ResponderEliminarMe decepciono yo
nada
nada
...
Me ha gustado la entrada de edu,
ResponderEliminarlos comentarios de todos...
..... y, que hacemos
A propósito de una discusión de hace ya unos meses entre Borja y Yo, he vuelto a releer esta entrada y quiero añadir alguna cosa. Borja, es bien sabido que llevas un tiempo defendiendo que el nazismo es un hecho radicalmente nuevo en el ámbito político, algo así como una aparición nueva que cambia las cosas. Como tal, defendías, que nada tiene que ver con el nacionalismo decimonónico y el estado que aspiran a construir los nazis es algo así como un "nuevo comienzo", alejado de tradicionalismos. Yo, como sabes, sigo creyendo en una íntima conexión entre el nacionalismo y el nazismo. Releyendo este artículo he recuperado aquella conversación y me he reafirmado en mi postura, algo que seguramente tratarás de remover.
ResponderEliminarLo que creo es, que lo radicalmente nuevo, y esta es una idea muy extendida, es sin más el discurso científico, especialemente el biologicismo que se ha desarrollado durante el siglo XX, a partir de la revolución darwinista y también la revolución mendeliana, casi barriendo en pocos años todas las ideas -algunas milenarias- que se tenían acerca de "lo vivo". Ese discurso no es patrimonio de ninguna concepción política, al menos no de forma evidente, sino que resulta ser un léxico extremadamente versátil para su utilización. Lo radicalmente nuevo es la posibilidad de considerar la vida humana como un hecho méramente científico, con todo lo que conlleva: calculo, disponibilidad, utilizabilidad, y esto no es algo que, sin más, inventaran los nacionalistas alemanes. Como expongo en el artículo, el discurso biologicista y psicologista se desarrolló de forma primera y primaria en el país de la democracia; de hecho, se desarrolló como una herramienta para preservar la democracia. Si los ilustrados franceses creyeron que la única forma de construir una República de intelectuales era la educación, los científicos sociales americanos (y después alemanes y rusos) pensaron que será más eficaz a través de la biología. Los nazis no fueron más que un grupo de nacionalistas alemanes que, tras la primera guerra mundial, y agotado completamente el discurso nacionalista del tradicional Reig Alemán (básicamente una mezcla de cristianismo y tradicionalismo) encontraron en el discurso biologicista una herramienta mucho más poderosa que el cristianismo rancio. En América y en Alemania se utilizó el mismo léxico racista para cosas completamente distintas: en Estados Unidos básicamente se usó para controlar la inmigración (seleccionarla) y combatir comportamientos que se consideraban desviados. Pese a todo, Estados Unidos por ser una democracia de colonos seguía conservando "cierta" pluralidad (digo cierta porque se tenía claro que no cualquiera valía para colono americano. Irlandeses, polacos, alemanes, italianos, ingleses, si, pero negros por ejemplo no. Incluso los italianos se aceptaban con reservas). En Alemania no se trataba de controlar la inmigración, claro está, sino que la cuestión era nacionalista, tras la humillante derrota en la Gran Guerra: un estado fuerte, una única lengua, una única cultura, una única raza; todo conectándolo con el pasado "glorioso" de los pueblos germanos. El nacionalismo resentido, el perdedor, siempre mira a un pasado glorioso a recuperar. Hasta aquí no es distinto de cualquier otro nacionalismo derrotado. El elemento que lo hace brutal es precisamente ese léxico biologicista-racista, que permite tomar a la vida humana como células en una probeta. Pero sin eso, nada nuevo en los nazis alemanes que no esté en los ultranacionalismos de otros países.