El sábado tomé el tren en Soria para pasar unas horas en Madrid. Crucé las llanuras interminables mientras el sol se desplomaba sobre el horizonte y bañaba el mundo en su luz anaranjada. De vez en cuando, un pueblo minúsculo y triste -con sus casas ruinosas, sus chopos otoñales, sus calles polvorientas y desoladas- se dejaba ver entre los campos, fugaz como el temblor de un astro. Enseguida, como tiempo que huye, el tren pasaba y sólo había ya vegetación y la tarde que caía.
Atravesar Soria, como recordé en el tren, es contemplar la hecatombe de sus pueblos, museos de una vida abandonada. Pero además de ésta, otra agonía consiguió llamar mi atención. Si la visión de las aldeas desde el tren fue momentánea y fugitiva, tuve tiempo para observar sin prisa el transcurso de cientos de campos de girasoles que expiraban bajo la tarde de otoño. Las pobres plantas se hacinaban unas junto a otras, alineadas geométricamente frente a la nada; su color había ya desaparecido, y las otrora flores eran sólo capuchones negros y callados inclinados hacia el suelo.
Al pisar de nuevo la estación de Chamartín, al inmiscuirme otra vez en su ajetreo y su iluminada intrascendencia -¡bendita intrascendencia!- iba yo embargado en el pensamiento de los girasoles: ¿de dónde sale tanto girasol y por qué alguien pone tanto esmero en cultivar lo que ha de dejar pudrirse al capricho de los elementos? Sé, como todos sabemos, que estos campos inmensos de girasoles se cultivan con el único objeto de recibir "ayudas" -"ayudas" para instaurar un medio artificial en el que algunos puedan persistir a costa de los demás, o, también, para que otros exhiban su nuevo cuatroporcuatro los fines de semana por la capital-. La hecatombe de los girasoles, su abandono y olímpico descuido, se me antojaron, por eso, una imagen fantástica de la rara virtud de las subvenciones, la de condenar a la ruina aquello que, supuestamente, pretenden cuidar y mantener en la existencia. Si el estado paternalista se ofrece a conservar la vida y tareas del campo, su intervención provoca una desecación continuada y gélida de lo que quizás antes fue existencia auténtica; si irrumpe para salvar, condena. El estado instaura la colosal ficción del cultivo de girasoles y evita así cualquier actividad verdaderamente productiva -dotada de vida- que no quepa en sus planes quinquenales. Si acabáramos con estas subvenciones obedientes al cálculo -al cálculo, por poner un ejemplo, de que Soria ha de hibernar para que Valladolid viva- ¿No abriríamos al menos la posibilidad de una vida menos tramposa y pálida, lejana a la impostura y el adocenamiento?
Donde empieza el estado termina el hombre, decía Nietzsche, y es que en la convicción de que el estado ha de amamantar y proteger a los hombres reservándoles del peligro de lo vivo, del riesgo de lo presente, se muestra una vez más la descomunal desconfianza hacia la libertad y la incertidumdre contenida en una parte importante del pensamiento occidental y, particularmente, del pensamiento político. Muchos -como Nietzsche, como mi querida Hannah Arendt- avisaron de lo que nos jugamos al convertir al estado en destino; aquí, por ejemplo, tenemos una provincia que se muere porque las arcas públicas pagan a sus habitantes para que, como a los girasoles, la dejen morir.
Magnífica entrada, Borja. Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarPor estas tierras norteñas pasa algo parecido con la ganadería.
Los ganaderos que se dedican a la leche claman porque el gobierno fije un precio mínimo para su producto y el personal asiente ante tan justa petición. Si el gobierno les hiciera caso el ganadero disidente que estuviera dispuesto a vender la leche por debajo de su “justo” precio sería un delincuente, o, al menos, como decimos por aquí un “faltosu” pues habría saltado por encima de una norma legal y sería acreedor de un castigo ejemplar. Piden al estado que les obligue a fijar una postura común. Es como si los obreros en huelga exigieran que el estado – que, como todos sabemos, es un esclavo del capital - castigue al esquirol. Es tan absurdo que cuesta entenderlo. No es que el colectivo de ganaderos en conflicto con otro grupo social demande medidas estatales que favorezcan a los suyos (en detrimento de los otros, claro). No, no es eso. Se trata de demandar al estado que les obligue, a ellos mismos, a fijar una postura común, pues si el grupo de ganaderos estuviera unido podría adoptar libremente la decisión de no vender su producto por debajo del precio que consideran justo. El estado ya no es “el otro” que no cede a nuestras justas peticiones, sino mas bien una especie de conciencia universal que ha de tutelar la conducta, especialmente la de “los míos”, para garantizar que se adecue a la norma correcta, es decir, aquella que más nos favorece pero somos incapaces de adoptar por mutuo acuerdo.
Saludos a todos ( y todas, claro)
Gracias, Óscar. El caso de los ganaderos es uno más entre toda la caterva de aspirantes a ver resueltos sus problemas por obra y gracia del estado. Creo que la pretensión de asegurar el futuro es tan vana como la ilusión de una inmortalidad: no sabemos nunca lo que pasará, y en eso consiste estar vivo, en no ser dueño de nuestros actos y tener que apostar cada vez que hacemos algo. El deseo de que el estado nos libere de la incertidumbre de la acción, de la lucha, del presente, en suma, además de despojarnos de lo más valioso que tenemos es una forma de dirigirnos al fracaso con certidumbre. El que juega a asegurar, las más de las veces pierde. El estado es incapaz de salvar porque, con todo su cálculo y toda su grey de expertos, es incapaz de liberar al presente de sus caminos futuros insospechados. Que se lo digan al sistema de planificación soviético, y adláteres: eliminaron la indeterminación de la libertad para construir una sociedad total del bienestar, y ni siquiera llegaron a tener una prosperidad prudente.
ResponderEliminarSaludos también a todos los miembros y miembras.
Muy interesante Borja, y aún más este último comentario. Hoy leí en El Mundo (ED) una noticia que me ha hecho pensar en lo que dices. Resulta que la ministra Bibiana Aido ha puesto en marcha un servicio de atención telefónica para ayudar a las parejas a resolver sus problemas, si si, habeis leído bien. Si te peleas con tu mujer por ver quién frega los platos no lo duces, llama al Papá Estado que te aclarará rápidamente la duda. Lean lean: El alto cargo del Ministerio de Igualdad explicó que este servicio de información y orientación resolverá dudas sobre la corresponsabilidad en el cuidado de los hijos y en las tareas domésticas, separaciones y divorcios, relaciones paterno-filial, salud sexual, y resolución de conflictos y crisis de pareja...
ResponderEliminarAnda que...da la impresión de que estos ministros de Zapatero se sacaron la carrera leyendo el Jueves y poco más.
Por si no me creeis: http://www.elmundo.es/elmundo/2009/10/08/espana/1255019173.html
En estos tiempos de crisis hay recortes de presupuesto en casi todos los misnisterios excepto en.... ¡respuesta acertada!... el ministerio de igualdad . No es posible escatimar esfuerzos en tan excelsa tarea.
ResponderEliminarPdt. Lo primero es lo primero. Por ejemplo: este año hay una partida aprobada de 28.000 € para...el movimiento de gays y lesbianas de ZIMBAUWE.
Estos ejemplos que dais hablan por sí mismos de la estupidez a la que conduce esta "minoría de edad" a la que nos quiere someter el estado. EL problema es que esta minoría de edad -esta renuncia a la ilustración de la que hablaba Kant- es vista como lo más deseable: todo el mundo pretende que el estado le subvenciones, que el estado le resuelva los problemas, que el estado deshaga todos los entuertos como un nuevo supercaballero andante, que el estado haga reinar la felicidad en las relaciones sexuales, que elimine cualquiera de las aristas y riesgos de la vida.... La verdad es que es bastante abochornante.
ResponderEliminarBuena entrada amigo, da para pensar en muchas cosas. Como asoma el título de esa descomunal serie que es "The Wire", tirando de la madeja de tus girasoles declinantes, postrados y umbríos llegaríamos a tener una panorámica tremenda de la corrupción que supura el parque de atracciones.
ResponderEliminarYo no le tengo tanta ojeriza al Estado, si, como tu, al Estado corrupto que es lo que tu pintas. ¿ Tiene la culpa el girasol de languidecer, de que ennegrezcan las uñas de sus pétalos y se retuerzan sobre si ?.
El campo se muere, solo quedan esas naturalezas muertas que vemos pasar en el tren, en el coche cuando nos desplazamos y salimos de la bendita intrascendencia. Al inmiscuirnos otra vez en el ajetreo y la iluminada intrascendencia de la ciudad, ¿ no inclinamos la cerviz también ante el Estado ?, o vamos a volver a la vieja querella campo-ciudad. Esta ciudad, no otra. El del cuatroporcuatro no viene los fines de semana a reinar en la ciudad, no viven en la ciudad, no aspiran a devastar la ciudad.
Conoces Democracia sin Estado?. Estado de derecho sin Estado?. Política redistributiva sin Estado?. Sin estado de cuentas, de la cuestión....
Por que esa querencia a rebelarnos contra el Estado a propósito de la subvención, no la defiendo per se pero hay cosas que me parecen más graves.
“Defendemos la igualdad ante la ley, no ante su aplicación” A propósito de la aspirada inmunidad de Berlusconi.
La subvención indiscriminada y sin políticas serias que impulsen la autonomía y el desarrollo de las capacidades, la igualdad y la libertad de cada cual suele ser síntoma de corrupción, omerta, silencio y abulias compradas. Estoy de acuerdo.
Zapatero nos dice que nos sacrifiquemos por los parados. Dos falacias: Primero dictamina él, no hay la casilla correspondiente al lado de la de la Iglesia o de la de las veleidades del ministerio de Igualdad que comentáis y Segundo, no es un sacrificio por los “pobres” sino por sus amigos que no pagan un duro y roban y desprecian y matan y suscribirían lo que has escrito. Les gusta el campo y desdicen y se quejan, ante la atónita mirada del paisano, de su muerte.
El estado, malo.
Todos somos esos girasoles que admiraste viniendo de Soria.
Algo nos impele a mirar el sol, pero no hay que equivocar el tiro.
Pd: Mi última travesura a propósito de tu atardecer de otoño, fue una ficción precisamente por esto que hablamos, me cabreo, y me invente ese otro otoño.
Un abrazo amigo.
Alfred: está claro que lo que aquí se ventila es la dosis justa de estado, y es en eso en lo que no estamos de acuerdo. Yo no pretendo la erradicación del estado -cuyo poder sería sustituido por otro quizás mucho más arbitrario- sino, precisamente, la contención de su poder denttro de límites en los que no aboque al adocenamiento, la corrupción y la tutela sobre los individuos que existimos. El estado-asegurador, creo, traspasa con creces esos límites al despojar a los individuos de la constitutiva fragilidad de la acción y convertirlos en meros receptores de prebendas. Sin acción no nos exponemos a la indeterminación y el desorden -y ése es el señuelo que el estado presenta al prometernos liberarnos de ella- pero tampoco vale la vida un chavo sin ella.
ResponderEliminarClaro, el trazado de esos límites es el meollo de la cuestión.
Un abrazo, Alf