Hannah Arendt, sobre la terrorífica virtud política del idealista:
"El idealista era el hombre que vivía para su idea -en consecuencia, un hombre de negocios no podía ser un idealista- y que estaba pronto a sacrificar cualquier cosa en aras de su idea, es decir, un hombre dispuesto a sacrificarlo todo, y a sacrificar a todos, por su idea."
Eichmann en Jerusalén
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