A riesgo de que me llaméis facha, he de confesar que me ha agradado el anuncio de la presidenta de la Comunidad de Madrid sobre los liberados sindicales. Jubilemos por un momento las etiquetas y prejuicios al uso y no oscurezcamos la inteligencia con los gritos de "que vienen los neocon". Se mire desde donde se mire, la existencia de los liberados es un fraude y una impostura. La experiencia que he atesorado del fenómeno me da cuenta de que se ha convertido en un instrumento, grato a las burocracias sindicales y estatal, a través del cual los profesores que han sido destinados en una plaza lejana o incómoda de la Comunidad Autónoma se libran de ocuparla, hasta que les es concedido otro destino más a mano; por otro lado, su contribución a la lucha sindical, como también constato por mi experiencia, es nula, y sólo sirve para hacer del sindicato una oficina más del estado donde informarse de permisos o asuntos personales. Un sindicato asimilado por la burocracia no hace más que engordar la burocracia, y recuerda, antes que a la honrosa defensa de los trabajadores, a la posición de Trotski durante el decisivo momento en que se decidió la suerte de los movimientos obreros en la Unión Soviética: dado que el estado socialista es la encarnación de los intereses del proletariado, los sindicatos ya no tienen que defender esos intereses, sino transformarse en "organizadores de la fuerza de trabajo" supeditándose a la planificación estatal y las exigencias revolucionarias de producción.
El problemático lugar de los sindicatos, su situación incómoda y desnaturalizada, su rara reunión de retórica obrerista y privilegios "de clase" ofrecen un espectáculo a veces ridículo, otras simplemente nauseabundo. Puede ser que, como en tantas otras ocasiones, el ocaso del marxismo haya succionado la energía del movimiento obrero de tal manera que, aun constatándose el hundimiento y el fracaso del evangelio según Marx -sobre todo a raiz de la experiencia soviética- los osificados movimientos sindicales se aferran cada vez con más fuerza, como para buscar salvación, a dogmas y eslóganes en los que ni ellos mismos creen. Ante nuestros ojos se repite la misma parodia que mezcla el humanitarismo más sensiblero con la apelación a la fuerza y superioridad morales de la clase trabajadora. Quizás, lo primero que habría de hacerse para insuflar autenticidad en la concha vacía de los movimientos sindicales sería reconocer por fin lo que Aleksander Watt esbozó diciendo que el proletariado es una ilusión óptica. Sólo un esfuerzo de realismo y apego a lo mundanamente constituido puede reconciliar a los sindicatos con una realidad que no es ya -por mucho que lo repitamos en consignas y mantras propagandísticos- la de la industria textil inglesa de mediados del siglo XIX.
Es el momento de volver a imaginar cómo puede constituirse un sindicato que, en vez de defender únicamente su posición de poder en el organigrama estatal, defienda los intereses de los trabajadores realmente existentes. A lo mejor vale la pena reencontrarse con la polémica a que hacía referencia más arriba, cuando de la revolución rusa surgió el problema de qué hacer con los sindicatos. Los bolcheviques, como antes expuse para el caso de Trotski, defendían la plena asimilación de los sindicatos a la maquinaria estatal, su integración en la burocracia como engranaje necesario en la construcción del estado socialista; los mencheviques, al contrario, defendieron -por poco tiempo- que los sindicatos habían de estar separados del estado porque ése sería el único modo de salvaguardar su independencia y su efectiva función de defensa de los trabajadores. El resultado de esta controversia fue decidido de manera inapelable por la fuerza del Ejército Rojo, y los sindicatos fueron engullidos por las oficinas y los papeles de la burocracia, cuando no por las fauces del GULAG. De manera similar, aunque por vago y pacífico consenso democrático, los sindicatos españoles fueron concebidos a partir de la Transición como prolongaciones del poder del estado antes que como limitaciones al ejercicio de ese poder; de tal manera, desapareció de su labor una genuina defensa de los trabajadores y se convirtieron en una secretaría del estado pseudo-bolchevique firmemente comprometida con el bienestar de la casta de burócratas que los dirigen y adormecen.
Puede que sea el momento de reconocer, una vez más, que la razón estuvo del lado de los mencheviques.
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ResponderEliminarDejando de lado tu ya –creo- definitiva caída en las “tinieblas exteriores”, tengo la sensación que todo lo que planteas, se refiere al conjunto de la izquierda post-89.
ResponderEliminarLa cuestión fundamental es que ha desaparecido (por lo menos como idea materializada en un proyecto político concreto) una izquierda no dependiente del totalitarismo o del recuerdo de la”” “experiencia comunista”””” .
Parece muy difícil no ver en alguien que defiende -en su conjunto- a la segunda republica, mira hacia otro lado cuando se habla de los Castro y no ve con malos ojos todo ataque que se haga a Estado Unidos e Israel, a –por muy defensor de los derechos de los animales y de los homosexuales- un “compañero de viaje” prototípico.
Queda por ver si es posible que aparezca un sindicalismo totalmente ajeno a esta izquierda. Algo muy difícil en un país donde es legal algo que ha sido parte de todo movimiento revolucionario: la huelga general. No está de más recordar que el Reino Unido –cuna de los Trade Unions- tal cosa está prohibida.
Hombre, D. Cógito, tu irrupción en mayúsculas era más acorde con tu temperamento intempestivo y casi eslavo.
ResponderEliminarSe me olvidó llamarte, y supongo que ya andarás por el Ducado de Varsovia. ¿Todo va bien?
EN cuanto al comentario, poco tengo que añadir; sobre la melosidad sensiblera de esta izquierda posmoderna -que, como dices, es bien selectiva- el mismo Marx hubiera ridiculizado la falsa conciencia de quien, aferrado a retóricas igualitarias, en sus condiciones materiales de vida no se diferencia de cualquier otro explotador. Tienes razón en que Marx pretendía una descripción científica del mundo, y no su enjuiciamiento moral; el mismo Engels dice que el "burgués explotador" no es culpable de su comportamiento, porque lleva a cabo lo que las leyes de desarroollo de la materia dictan: tan necesaria es la explotación como la revolución proletaria, en términos de leyes históricas. Es de notar que, para Marx, en este anhelo de explicación científica de las cosas humanas, no existe como tal una historia humana, sino la historia de la tecnología o de los cambios tecnológicos que introducen el cambio en las sociedades.
Otra cosa es que, caída la utopía científica del socialismo, sólo quede la retórica; una retórica al servicio de la burocracia y su ocupación por parte de el partisdo.
Un abrazo
Totalmente de acuerdo con lo que señalas, Borja.
ResponderEliminarAñado que me crispa especialmente la autoproclamación de los sindicatos como paladines de los más desfavorecidos. Si algo esta claro en este siglo XXI es que las líneas de tensión que atraviesan la sociedad sobrepasan con mucho el tradicional antagonismo de clase entre empresarios y trabajadores. ¿Acaso pueden presentarse los sindicatos como los legítimos representantes de más de 4 millones de parados? ¿defienden sus intereses? ¿coinciden estos intereses con los de los trabajadores fijos con antiguos contratos? ¿Por qué la tasa de paro es hoy, pero también en el pasado, el doble que la media de la UE?
Tal y como yo lo veo no se trata de dar razón a los empresarios en todas sus demandas. Creo que los sindicatos defienden –demasiado bien- los intereses de los “suyos”. ¿Pero quién defiende a los desempleados o a los jóvenes licenciados que carecen de experiencia de trabajo?
Tienes razón, Óscar: los sindicatos se han aferrado histéricamente a una forma de sociedad que en muy poco coincide con la realmente existente; se muestran cegados en su fidelidad a categorías marxistas que, si bien oudieron dar cuenta de los antagonismos ocurrentes hace tiempo, ya sólo constituyen espectros a los que se intenta asimilar lo existente. Según Marx, el único antagonismo social y político significativo es el que enfrenta a la masa asalariada y a los propietarios de los medios de producción; si miramos la situación actual, como bien dices, eso deja fuera una pluralidad de tensiones y conflictos que, según la teoría marxiana, son en última instancia ilusorios. Frente al dualismo histérico, tenemos que reconocer la pluralidad de intereses y motivos y dejar de lado la vieja dialéctica que sólo contempla pares de opuestos en lucha.
ResponderEliminarBuen propósito de enmienda, Borja el que propones: "tenemos que reconocer la pluralidad de intereses y motivos y dejar de lado la vieja dialéctica que sólo contempla pares de opuestos en lucha." Pero... no caes en ello cuando "simplemente" pareces deducir que Marx se habría "simplemente" equivocado, o fue un iluso, o fue un tipo de "idealista" maniqueo que reducía todo a los dos opuestos dialécticos (es decir, platónicos, conceptuales, imaginarios); y que "debido a ello" a su "error" de "enfoque", ¿tal vez "infantil" o "inmaduro", habría puesto en marcha las revoluciones burocráticas (llamadas socialistas o comunistas o proletarias) que "conmovieron" y siguen "conmoviendo" y "conmoverán" aún el mundo... realmente y no según su "idílica" imagen destinada a la publicidad, etc....? ¿Esa es la conclusión de "dejar de lado la vieja dialéctica" cuando aplicas eso a "comprender" y "criticar" a Marx y a sus obras reales y efectivas? ¿Es que la "pluralidad de tensiones" no existía en 1850 -a pesar de los análisis de Tocqueville y del propio "18 Brumario..." que escribiera el propio Marx...-? ¿Es que "no lo supo ver" obnubilado por la "vieja dialéctica", es que "simplificó" sin causa alguna que motivase esta actitud... tal vez porque estaba... "alienado" (preso de su "falsa conciencia")?
ResponderEliminarSin duda hay que abandonar muchas viejas... maneras.
Y no entro en los demás detalles ("simplificados") por que entiendo que hay que empezar por enfocar el quid de la cuestión tras lo que lo demás sadría por añadidura.
Un abrazo.
Carlos: es cierto que Marx es mucho más complejo que sus divulgadores y creyentes; quizás debiera haberme referido más al marxismo como doctrina establecida y acuñada por los teóricos que la aceptaron como ideología exclusiva, y no tanto a la obra del mismo Marx (recordemos que él mismo afirmó que no era marxista). No obstante, lo cierto es que todas las simplificaciones posteriores de Marx, hasta llegar al Diamat soviético y al breviario de historia del partido comunista de Stalin, están en Marx; Bakunin, como bien señala Kolakowski, infirió ya el leninismo de la doctrina de Marx, y lo hizo en vida de éste.
ResponderEliminarMarx tiene una tendencia al eslogan que no se puede negar, lo que a menudo oscurece u oculta la complejidad y riqueza de su pensamiento. Una de las mayores simplificaciones que recuerdo del marxismo procede del mismo Marx, cuando, de acuerdo con su férreo determinismo tecnológico, afirmó que la existencia del molino de viento PRODUCE una sociedad feudal, mientras que la del molino de vapor tiene como resultado la sociedad burguesa. Esto está muy lejos de Tocqueville.
Un abrazo
Empero, yo no sólo pretendía alertar contra la simplioficación enfocada en "alguien" sino contra la misma en general.Y en concreto y en lo referido por mí antes, se simplifica cuando se atribuye a "la dialéctica" (como a otras construcciones formales): por un lado más simpleza y por el otro más significación. Esto es peor que la alegoría de los molinos, que se puede al menos tomar por una alegoría (al margen de que ella sea un subproducto de un apriori discursivo que busca el slogan que se puede aprender para la propaganda... que era el punto de partida y el de llegada respectivamente de Marx).
ResponderEliminarPero, me reitero: "entiendo que hay que empezar por enfocar el quid de la cuestión tras lo que lo demás sadría por añadidura".
Un abrazo.