Uno de los asuntos que más nos han ocupado últimamente, casi como una obsesión repetida, ha sido el de la posibilidad y consistencia de la verdad. Yo he defendido que lo verdadero es un horizonte que permite ofrecer dirección y sentido al pensamiento, un horizonte sin el cual se me antoja que la mente se escurre ingrávida como un fluido sin color ni forma; además, también he defendido que una dimensión permanente de la sensibilidad y el pensamiento es la de alcanzar las cosas, los hechos, las acciones y sucesos que jalonan el marco mundano en el que habitamos; no sé si fatalidad o liberación, pero creo que contamos con el poder, incierto y a menudo desdibujado, de desvelar lo que existe -lo que quiere decir: interpretarlo- y nos acompaña en nuestro deambular. Aun así, es tangible la fragilidad de ése nuestro poder, y nuestra torpeza para acertar en su uso. Tenemos el poder de lo verdadero, pero la mayor parte de las veces somos incapaces de distinguirlo del deseo o la vanidad de fijar una verdad. Esto último, además, suele estar presente tanto en los que afirman como los que niegan que haya algo así como verdad.
Defiendo que sin apertura a las cosas, sin reconocimiento de hechos de magnífica otredad con respecto al yo, el pensamiento ceja en un empeño fundamental: el de dar y darse cuenta del mundo. Es cierto que el asunto es de una complejidad endemoniada, y es cierto que nuestros intentos, al final, se convertirán en vanos, pero creo que mi idea de la verdad cuenta, al menos, con algunos apoyos sin los cuales se me haría difícil simplemente hablar:
En primer lugar, no me parece que la existencia de hechos sean en sí misma opinable; podemos reconocerlos o no, y podemos ofrecerles interpretaciones diversas, pero pasan cosas, hay sucesos y sucederes, acciones y palabras que, sin más, ocurren. Por otro lado, no creo que los hechos sean insignificantes o superfluos respecto al lenguaje, ya que lo que hablamos nace y adquiere consistencia porque algo ocurrió.
Lo anterior no quiere decir que lo verdadero sea simple, o unívoco; evidentemente, hablamos de la verdad de muchas formas, y sería absurdo suponer que toda verdad consiste meramente en adecuar el pensamiento a una cosa. Junto a la apertura a los hechos del mundo, existe una apertura a los hechos y acciones humanas que no consiste en señalar un objeto al que adherirse como guía de lo verdadero. El mundo de los asuntos humanos consiste en deseos, consiste en intereses y realidades de luz y sombra que no se reducen a la piedra de toque de la representación ajustada. Para ofrecer un concepto plausible de verdad, sería necesario contar con que existe una diversidad radical de hechos que no pueden ser encerrados en una clase homogénea. La existencia del mundo y lo que en él acaece, no obstante, sigue siendo el gran desencadenante.
En segundo lugar, sólo la asunción de que nos entienden nos conduce al habla. Todo diálogo, toda conversación banal se asienta en la presunción de compartir un mundo y unos hechos que en él se dan. Incluso cuando la conversación no trata hechos. Sin existencia compartida no hay lugar para el lenguaje. Hablar significa participar en verdades que se dan en el lenguaje y en él se reconocen de una u otra forma. Mostrar no quiere decir señalar, sino dar y pedir comprensión acerca de. La primera regla del diálogo es que haya algo acerca de lo que hablar, algo que, a la vez, se alcanza y se mantiene siempre inalcanzable, algo que en las palabras no sólo es palabra.
En tercer lugar, más allá que algo a ser adquirido, la verdad es seguramente una suerte de compromiso ético que exige no abandonarse a la ocurrencia, no dejarse mecer en el suave viento de las primeras opiniones que uno en su cabeza encuentra. En este sentido, la realidad es regla aristocrática, el esfuerzo de someterse a un poder extraño para escapar a la complacencia y la confortable dulzura del yo. La realidad representa en el pensamiento el poder corrosivo de lo negativo, de lo que no se deja reducir a explicación. Sin su presencia, moriríamos por consunción, tornaríamos pensamiento ahogado en pensamiento. Sin un horizonte de verdad ajeno al propio deseo, ajeno a la utilidad o a la eficiencia de la convicción, ajeno al hechizo de la propia representación y a la tentación de la autorreferencia, suprimimos la posibilidad de la crítica, la posibilidad del error o la mentira; y, en este sentido, antes que la verdad, lo que sostiene cualquier conversación es la posibilidad de mentir.
Al hablar de lo verdadero se hace más urgente reafirmar que nuestro destino no es otra cosa que el fragmento. También que la razón sin ironía es una potencia terrible y profundamente antipática. Por eso traigo conmigo un fragmento de Josep Pla que me ha empujado a escribir lo anterior. Pertenece al "Cuaderno gris", si no recuerdo mal a una anotación del 10 de agosto de 1918:
El drama literario es siempre el mismo: es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina.
Me gusta tu atrevimiento, Borja, aunque esté tan poblado de matices.La verdad es una necesidad natural, un alimento de la pura supervivencia.Hacer "como que se cree" en algo sólo vale como apuesta pascaliana, es decir, que vale para lo sobrenatural o lo trascendente laico. En el medio de todo este espectro está el autoengaño, esa poderosa ficción que permite la estrategia de supervivencia más ajustada.Porque , como bien dices, es esa oportunidad de mentir la que más humanos nos hace, la que crea la urdimbre social a partir de la trama del cotilleo( curiosidad, interacción con el medio, deseo de reconocimiento)
ResponderEliminarBorja, dices: "no sé si fatalidad o liberación, pero creo que contamos con el poder, incierto y a menudo desdibujado, de desvelar lo que existe -lo que quiere decir: interpretarlo- y nos acompaña en nuestro deambular. Aun así, es tangible la fragilidad de ése nuestro poder, y nuestra torpeza para acertar en su uso. Tenemos el poder de lo verdadero, pero la mayor parte de las veces somos incapaces de distinguirlo del deseo o la vanidad de fijar una verdad. Esto último, además, suele estar presente tanto en los que afirman como los que niegan que haya algo así como verdad."
ResponderEliminarTomo sólo este párrafo para algunas señalizaciones parciales sobre las que pretendo hacerte reflexionar (aunque para que reflexionemos juntos si acaso y porque como yo ya lo hago al cuestionar, no tengo aún el dato de que lo hagas tú).
En ese párrafo hay aprioris que no explicas y atriibución a causas como si fueran "últimas" sin que parezca que las preguntas se agoten al llegar a ellas. Dirías (o caerías en decir): "somos seres limitados para agotar la interpretación verdadera". Y con esto caes inveitablemente en un círculo vicioso, donde la "verdad inalcanzable" es supuesta sin duda alguna como "absoluta" sólo que "vedada al hombre" (¿acaso no vedada a Dios?, ¿acaso Una con Dios?).
Por eso, concluyes que "nuestro destino no es otra cosa que el fragmento", ¿de qué?, de lo que das por Verdad-Absoluta-Inaccesible-al-Hombre. Y esto es lo que te desarma ante el relativismo en plena marcha de devastación. Todo esto, no obstante, fue casi plenamente dilucidado por Nietzsche y el retroceso a la primera modernidad kantiana no sirve sino para... "especular", o, en otros términos, "hacer un discurso abstracto" que en absoluto permite conseguir lo que tú señalas (bien) como necesidad humana (de hecho lo es en tu discurso), a saber, dar "dirección y sentido al pensamiento". Pero esto no es de todos modos sino otra falacia desde mi modesto criterio, ya que (a) el pensamiento humano que ha dado siempre sentido y dirección fue el de unos pocos y no de todos, (b) el sentido y dirección fue siempre el que la "intuición eficaz" (de algunos y en disputa) construyó cada vez en un vaivén permanente entre "lo que hay" y "el deseo", creando así un sendero por el medio de la selva, es decir, creando "la verdad".
Pero no quiero tratar todos los matices (como bien los llama Santi, con quien nuevamente me siento más cerca, en realidad más cerca de su sensinilidad hacia el "problema", porque me falta saber más de su discurso). Y no quiero cortar sin señalar que sin duda hay algunos puntos en común dados a tí por la intuición, por el choque del pensamiento que intenta alcanzar la coherencia (no la Verdad), y que observa que "hay un causalismo" y a la vez "deberíamos aceptar" que "el diálogo cosmopolita y universal" exija un cierto coqueteo con el relativismo (el encomillado no es porque lo diga nadie). En este sentido, "la mentira" no es una posibilidad, sino una imperiosa necesidad grupal. Pero entrar en esto (que ya desarrollé muchas veces) es extenderme aquí y violar mi intención de apenas hacer unos apuntes para inducir la reflexión sobre... pues sobre lo que permitiría dar un paso más allá: sobre el propio ser humano y sus formas fragmentadas.
Un saludo.
Bien!... esperaba este debate. No voy a decir mucho porque es tarde, mañana lo comento bien.
ResponderEliminar1. Completamente de acuerdo con tu primer punto. Los hechos se dan y son lo que son, al margen de lo que nosotros pensemos o digamos de ellos.
2. Completamente de acuerdo con matices. El diálogo se asiente en un conjunto de significaciones compartidas, pero estas no son las de los hechos. Si fuera así sería sencillo acudir al tribunal de los hechos para dirimir entre nuestras disputas. Ese mundo compartido del que hablas lo podemos llamar "lexico ultimo" o "conjunto de creencias acerca de los hechos que compartimos y a partir de las cuales comenzamos a hablar·
3. Completamente en desacuerdo acerca de entender la verdad como un compromiso ético. Antepones verdad a complacencia y no veo por qué esto tenga que se así. Tu mismo te describes de modo como Heidegger caracteriza la esencia de la verdad en la metafísica: un modo de pensamiento en el que uno siempre se siente abrumado y sobrecogido por referencia a algo superior. Yo, en cambio, considero que concebir cualquier producto humano como contingente y arrojado a al cotidianidad, sin posibilidad de referirlo a una presencia superior e irrebasable no equivale a la autocomplacencia del Yo, sino todo lo contrario: a meter la cabeza en la realidad de lleno para responder a problemas muy concretos de aqui y ahora y que de ningún modo se resuelven con un discurso autocomplaciente y voluntarista, haciéndo que todo dependa del sujeto. La realidad no depende del sujeto. Pensar, como lo haces, que hay una disposición ética obligatoria, la creencia en la verdad, en los superior aristocrático, creo que imposibilitaría la resolución de problemas concretos al hacernos menos abiertos.
Santi: creo que el convencimiento es una necesidad biológica, como dices, pero defiendo -y en eso a lo mejor no estamos de acuerdo- que el problema de la verdad nop se identifica con la existencia del convencimiento, y tampoco se identifica con el de la supervivencia. Nuestra perspectiva es distinta, y la cuestión está en saber si pueden alcanzar a reunirse: ¿crees que somos seres capaces de aceptar verdades que no sostienen nuestra supervivencia como especie? ¿Es la verdad únicamente una función? ¿QUé ocurre con la verdad innecesaria? ¿La cuestión, quizás, también podría formularse de otra manera: ¿somos capaces de escapar a los imperativos de lo necesario? Así como existe el ámbito de la necesidad, ¿no existe también una capacidad para lo espontáneo?
ResponderEliminarEdu: la verdad es que este texto debería habértelo dedicado a ti, porque está claro que ha surgido de muchas conversaciones anteriores en las que nos hemos enfangado en lo mismo. Espero tu comentario.
Carlos: La verdad, no sé si me estás diciendo que no reflexiono cuando afirmas que "(aunque para que reflexionemos juntos si acaso y porque como yo ya lo hago al cuestionar, no tengo aún el dato de que lo hagas tú)". La frase es bastante oscura y no llego a entenderte.
Saludos a todos
Esto no tiene nada que ver con lo anterior, sólo es para enviaros la dirección de un artículo prácticamente inane que salió ayer en el periódico a cuento del informe PISA y que pone como ejemplo a Soria y "mi" instituto, el Machado.
ResponderEliminarhttp://www.larazon.es/noticia/7581-soria-la-pequena-finlandia-del-informe-pisa
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNo, Carlos, sólo lo preguntaba porque no lo entendía, y me sentía algo ofendido al ver plausible que fuera lo que te decía. Por lo demás, sigues siendo aquí bien recibido. En cuanto a las respuestas requeridas, confieso que hago lo que puedo, pero me es imposible pararme más tantas veces como quisiera. Intento comentar aquí, pero el tiempo me da para poco más de lo que ves. como te dije, elegimos cada uno el camino que consideramos más afín a nuestro ánimo, y muchas veces se quedan muchas cosas fuera. Ahora, por ejemplo, sólo puedo pararme a decir esto porque tengo otras cosas que hacer que requieren mi atención. Procuraré seguir siempre con lo sustantivo, pero creo que me exiges demasiado para lo que soy capaz de hacer. Haré lo que buenamente pueda.
ResponderEliminarUn saludo
Enhorabuena Borja, magnífica entrada. No comparto la noción de verdad que defiendes pero lo haces tan bien que me dan ganas de cambiar de bando. En serio, repito, magnífica entrada.
ResponderEliminarIgual que tú Borja, yo también tengo el tiempo limitado, por lo que me limitaré a comentar una sola cosa y por encima. Dices, muy elocuentemente, que la verdad es un compromiso ético pero cuando lo intento aplicar a casos concretos no lo veo claro. Pongamos un ejemplo: dos historiadores, uno palestino y otro israelita se proponen dar cuenta de la reciente historia de su pueblo, ambos desde un serio “compromiso ético”, ninguno es un demagogo populista y ambos se guían por un rígido código deontológico. La pregunta es ¿se pondrán de acuerdo? Sinceramente creo que no. Entonces ¿quién tiene razón? ¿quién tiene la verdad de su parte? ¿quién se ha abierto al mundo al margen de los prejuicios?
Si he entendido bien lo que dices ambos no pueden aspirar a la verdad puesto que los hechos que tratan de explicar son los mismos. ¿cómo resuelves la disputa?
Saludos
Bueno, me alegro Borja de que te hayas decidido a acercarte un poco más alrededor de este tema en el que siempre nos encontramos. Y me sumo a las alabanzas de brillantez que generalmente demuestras.
ResponderEliminarMe extenderé un poco más en lo dicho, pero creo que no diré nada nuevo.
En primer lugar coincido contigo en la defensa de esa otredad en torno a la cual gira el lenguaje y sin la que carece de sentido cualquier acción, incluso la lingúistica. Me gusta incluso las palabras que usas al referirte a este asunto: en el lenguaje se da precisamente esa apertura al mundo de la que hablas; son las palabras las que nos permiten hacer muchas de las cosas que hacemos en un mundo, algo completamente distinto a que sean ellas las que lo crean. Son más bien como el cuchillo que abre el melón. El mundo (eol ser) sigue siendo el “gran desencadenante” como tu lo llamas.
Y en segundo lugar también comparto contigo la consideración social del lenguaje (“sólo la asunción de que nos entienden nos conduce al habla”). Hablar sólo es posible dentro de una comunidad en la que las significaciones (los usos) de las palabras son compartidas/os. Difiero contigo en considerar, eso sí, que si bien todos vivimos en el mismo mundo, no todos usamos las palabras del mismo modo para hablar y actuar es ese mismo mundo. Por tanto no creo en esa definición que haces del habla: “Hablar significa participar en verdades que se dan en el lenguaje y en él se reconocen de una u otra forma”. Lo que vienes a decir consiste básicamente en defender que las palabras se refieren al mundo, que no son entes referidos únicamente a sí mismos, y hablar consistiría en una participación colectiva de esas significaciones. Ahora bien, creo que lo que dices no necesita hacerse desde una referencia a la verdad que vuelves a presentar vaporosa ya que tu mismo reconoces que es “algo que a la vez se alcanza y se mantiene siempre inalcanzable”. Creo que lo que vienes a decir no difiere demasiado de considerar el habla como un participar en los usos de las palabras; hablar consistiría en usar de forma semejante las palabras para referirse al mundo y actuar en él. Pero en todo esto sigue faltando una aclaración de lo que es la verdad dentro de tu discurso. Sigo pensando que lo mejor es hacer como James y considerar como buenos aquellos usos que sin más nos permiten tener una buena vida, algo que resulta mucho más concreto que decir que la verdad es la apropiación de algo que se nos escapa.
(sigue)
Y en tu tercer punto dejas bastante claro en qué consiste esta apropiación de lo que no se deja apropiar: hablas de un compromiso ético de “no abandonarse a la ocurrencia”, de una autoexigencia, de escapar de la complacencia. Pero es que esto que dices no dista mucho de la consideración que tiene Peirce de la verdad; para él, la verdad es algo así como “la meta ideal de una investigación ideal”, es decir, un compromiso ético con tratar de hacer de la investigación un programa cada vez más serio que aspira a encontrar la verdad aún cuando sabe que esto es un ideal más que algo asible: la verdad está en el futuro es uno de los lemas de los pragmatistas americanos ¿no será que defiendes en el fondo cierto pragmatismo?
ResponderEliminarVoy a responder yo por ti: hay algo que te diferencia y en lo que no nos pondremos de acuerdo: para ti, la verdad en tanto que meta ideal de una investigación tiene valor en sí misma dado que, como ya he señalado, tu modo de pensamiento está dentro de lo que Heidegger llamaría “metafísica” por cuanto el objetivo último (aunque sea como ideal) consiste en entrar en contacto con algo superior e incondicionado; tú alguna vez has hablado de esto como de “contemplación”. Para el profesor de Friburgo esta es la característica fundamental de la metafísica, el intento de elevarse por encima de la cotidianidad, de la historia, de lo condicionado y alcanzar una realidad no condicionada, sagrada o divina, si quieres. La metafísica, además, considera esta elevación como lo que nos singulariza como hombres, como hijos de dios.
El pragmatismo al que ya no tengo tapujos en adscribirme, eliminaría esa trascendencia considerando que no podemos escapar de lo condicionado, pero que aquí reside lo verdaderamente admirable del ser humano, que cada día debe inventarse modos de vérselas con su cotidianidad. Por eso, bien podemos considerar la verdad al modo como lo haces tu (y Peirce), como una meta ideal de la investigación, pero sin despegar los pies del suelo, del mundo, teniendo claro que esta meta es esclava de un bien aún mayor: la vida.
ResponderEliminarFin de los mutuos malentendidos... hasta nuevo aviso, je... Y dejo que la discusión se desarrolle ya que veo que los acuerdos y desacuerdos, objeciones y puntiualizaciones que se van dejando ya te darán, Borja, bastante trabajo y a los demás defender lo suyo cuando contestes. En todo caso, mi viejo blog, en el que los que me indiquen su email podré invitaros ya que ése lo he "privatizado", el que así lo quiera, podrá ver mi opinión desarrollada sobre este asunto al que le he dedicado casi medio blog y varias últimas entradas.
ResponderEliminarGracias, os leeré sin duda.
Borja, despues de escribir un larguísimo comentario sobre el asunto se me ha borrado.Me da pereza repetirlo.Te diré que creo más en el convencimiento que en la Verdad, que veo llena de prestigio religioso y aristocrático-metafisico. Estoy contigo y con Edu en utilizarla en minúscula, como un programa ideal de rigor que ayuda a inventar posibilidadaes.En cuanto a las verdades innecesarias, el hombre se ve arrastrado por el desquiciamiento de su construcción cerebral, irracional recubierta con neocortex y de postre, la neopiel de la cultura.Tiene pulsiones de muerte que le conducen morbosamente a romper el velo del autoengaño, aunque suele ser la armadura para construir el autoconcepto y engañar sin saberlo, buscando recomocimiento.También las escamas culturales han tejido extrañas redes con el mundo que a vecs sirven para sobrevivir mejor y otras para buscarse problemas.La verdad surge por oposición a la generacion de virtualidad, a la imaginacion de mundos, a la creacion artística y con esas posibilidades infinitas construimos la cultura, toda llena de falsedades que aspiran a convertirse en realidad, y por eso ese anhelo de verdad que va tan aparejado al arte, porque dice y no dice lo que no se puede decir, lo que está fundido entre la curiosidad generada por nuestra máquina virtual y la negrura ultima de la muerte.Aunque intentemos trascender con las generalizaciones, la racionalidad o la causalidad, siempre hablamos desde un aquí y ahora donde se ventila la lucha por la vida. es decir la reproducción, la autoeficacia,el placer y el reconocimiento.Buscamos la verdad para sobrevivir, para disfrutar y para que nos amen
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ResponderEliminarSiento estar desbordado por tantas apelaciones. Estas épocasde exámenes y evaluaciones no propician la escritura relajada, y me parece que tendré que dejar fuera muchas de vuestras atinadas observaciones. Lo siento. Intentaré sólo dar una pincelada:
ResponderEliminarSanti: el problema que yo veo en contemplar la cvuestión de la verdad dentro de una economía de la supervivencia es que, al final, es muy poco lo que se dice, ya que todo se encuentra de hecho inmerso en ésa economía. No digo que sea falso que todo concurre en ella, digo que así vamos a un género demasiado abultado y homogéneo en el que no se aprecian las diferencias. Desde el momento en que, por ejemplo, la atracción hacia la luz de ciertos microorganismos es tan función de supervivencia como la especulación sobre la verdad, estamos en un océano demasiado grande en el que todo corre el riesgo de convivir indiferenciado. Con todo, creo que tú mismo aportas una salida al ampliar la interpretación en tus últimas palabras e implícitamente negar que sea suficiente con decir "para sobrevivir": "es decir la reproducción, la autoeficacia,el placer y el reconocimiento.Buscamos la verdad para sobrevivir, para disfrutar y para que nos amen"
También pondría reparos a la perspectiva de la supervivencia desde una postura nietzscheana o, incluso, aristotélica: no queremos meramente conservar la vida, sino acrecentarla; no queremos meramente vivir, sino vivir bien.
Óscar: Ofreces un buen problema, y estoy de acuerdo en que no tiene solución si lo consideramos desde la perspectiva de la verdad. No es más verdad que una tierra pertenezca a unos o a otros, ambos sentimientos de pertenencia son verdaderos en tanto tales, o falsos, pero no admiten discusión en tanto sentimientos. Es un problema en el que lo político desborda lo verdadero, porque se refiere a intereses, a deseos,odios y otras exigencias de la convivencia que son difícilmente reducibles a verdad o falsedad.
Edu: Excepto en lo que tú precisas, estoy de acuerdo contigo -eliminando algunos detalles-; sólo apuntar que creo que me haces una crítica algo injusta, porque no obedece a lo que digo. Me refiero a tu acusación de búsqueda de un incondicional en el terreno de los hechos. Seguramente se me podría acussar de ello en muchos otros aspectos -porque es muy difícil, creo que para todos, escapar al anhelo de lo incondicional-, pero no en lo referente a la defensa de la verdad de hechos, ya que si existe algo contingente, éso es precisamente la existencia de hechos. Todo hecho es popr sí mismo un contingente, y defender la verdad en cuanto a los hechos creo que significa más bien la aceptación de lo contingente y muchas veces -desde el punto de vista de la lógica racional- absurdo. Aceptar la consistencia de los hechos, en la medida de nuestra capacidad, quiere decir aceptar la existencia más allá de su adecuación a los cánones de la razón y el sentido. Por eso necesitamos, además de reconocer hechos, insertarlos en narraciones.