La concepción tradicional del conocimiento y la moralidad en la filosofía moderna presupone la existencia de algo así como una mente o una conciencia sustancial. Desde esta perspectiva la verdad se concibe como un particular estado mental, mientras que la moralidad es vista como la acción que se realiza de acuerdo con alguno de estos estados mentales privilegiados. Precisamente por esta razón, el gran problema de los filósofos modernos, de Descartes a Hume, es la de establecer el criterio según el cual estamos en condiciones de privilegiar algunos estados mentales.
Kant, por ejemplo, para superar las dificultades que encontraban racionalistas y empiristas en su búsqueda de un criterio de corrección, va a replantear el problema. Puesto que es imposible encontrar dicho criterio lo que va a buscar va a ser, en lugar de una corrección, una rectitud. Tal vez no podemos conocer el mundo tal y como es en sí, nos dice Kant, pero lo que sí podemos hacer es pensar y actuar con rectitud. En su filosofía se hace evidente, por tanto, que de lo que se trata es de privilegiar ciertos estados mentales. Por esta razón la filosofía kantiana es la filosofía de la obligación, del deber absoluto: se trata de ensalzar unos modos de pensar y modos de actuar como los correctos, aquellos que son mi deber.
Por supuesto Kant es un ilustrado y ya no va a hacer lo que hace Descartes, ya no va a justificar estos estados privilegiados acudiendo a algo externo a nuestra razón, como por ejemplo Dios, lo que hará es decirnos que es la razón lo que justifica este privilegio: tenemos el deber de comportarnos racionalmente. Pero cuando uno pregunta qué es comportarse racionalmente, entonces la única respuesta que recibe de Kant, es que consiste en cumplir con nuestro deber. Nietzsche vio claramente esto y acusó a Kant de liberarnos de la tiranía de la superstición pero esclavizarnos al deber.
En cualquier caso, ya hablemos de Kant, de Platón o de algún otro filósofo moralista, desde esta perspectiva nos damos cuenta que en el fondo de lo que se trata es de establecer un “yo paradigmático”, un modo sustancial de ser humano al que subsumir nuestra conducta.
Freud nos permite concebir la conciencia, la mente, como el resultado incalculable de un conjunto de contingencias. Ya no se trata de justificar racionalmente, por ejemplo, el deber de ser compasivos como lo hace Kant o como lo haría el cristianismo, sino que podemos vernos así, como resultado de contingencias ocurridas en nuestra infancia. Este modo de actuar nos ayuda a superar la perplejidad de encontrarnos que una persona pueda ser una tierna madre y a la vez una despiadada guardiana de un campo de concentración, o un magistrado pueda ser justo y moderado en sus decisiones, pero se comporte como un padre indiferente y despectivo. Freud nos muestra por qué, en algunos casos, deploramos la crueldad y en otros encontramos placer en ella, por qué somos estrictos y cumplimos con nuestro deber cuando se trata de nuestro trabajo, pero nos dejamos arrastrar por inclinaciones de todo tipo en temas amorosos, por qué podemos ser individuos apasionados, comprometidos con la justicia y la igualdad, pero cometer terribles actos de injusticia y crueldad. La visión tradicional del yo, que insiste en distinguir estados mentales privilegiando unos sobre otros, haciendo unos centrales o esenciales, mientras que concibe otros como periféricos, inesenciales, es incapaz de concebir estas particularidades de nuestras vidas contingentes. Freud, en cambio, concibe un yo que consiste en un “tejido de contingencias”1 de forma que nos permite pensar en nosotros sin experimentar perplejidad alguna en ser morales e inmorales, veraces y mentirosos, crueles y compasivos. Podemos vernos desde una nueva complejidad, lejos de la antigua y esencialista consideración del yo, mucho más simplista y reduccionista. En palabras de Rorty “Nos pone en condiciones de esbozar una narración de nuestro propio desarrollo, de nuestra lucha moral individual, cuyo tejido es mucho más fino, y está hecha mucho más a la medida de nuestro caso individual, que el léxico moral que nos ofrece la tradición filosófica”2.
El modo moderno de concebir el yo, condensado en la filosofía kantiana, nos concibe divididos en dos partes: la razón por un lado, que es idéntica en todos nosotros y que tiene la característica de ser reflexiva, de analizarse a sí misma distinguiendo un funcionamiento correcto de un funcionamiento incorrecto; y las sensaciones empíricas y el deseo por la otra. Kant y el resto de los filósofos morales, proponen una moral consistente en ofrecernos un quehacer, un modo de usar ese conjunto de facultades que llamamos “razón” para organizar esta serie de contingencias y actuar respecto de ellas. Desde Platón a Kant actuar moralmente consiste en subsumir la conducta bajo una facultad rectora, la razón, concibiendo ésta como una facultad que tiene un funcionamiento descriptible y controlable
Freud, en cambio, ve a la conciencia como un mecanismo que ajusta estas contingencias entre sí pero que ya no es visto apriorísticamente, sino que el mecanismo mismo es también una contingencia. Por tanto la razón freudiana no es ya un reduccionismo, como sí lo es la mente kantiana o el alma platónica. Freud nos permite concebir la ciencia, la poesía, el arte, la psicosis o lo que es más importante, la moralidad, como procesos entre los que no existen discontinuidades. Todos estos estados o facultades no son sino modos distintos de organización de la serie de contingencias que compone nuestra mente, o si se quiere, dicho en términos darwinistas, son distintos modos de adaptación. Y como tales, ya no cabe una regla general bajo la que subsumir las explicaciones y las conductas.
Freud sugiere que si queremos comprendernos, debemos acudir a las contingencias que fueron particularmente importantes en nuestro desarrollo y entender nuestras conductas actuales como repeticiones de los modos de actuar que quedaron fijadas mediante aquellos acontecimientos particulares pasados. De este modo permite ver la vida humana como un poema; nos proporciona un léxico capaz de hacernos reunir dentro del mismo poema aquellas contingencias que en la filosofía moral tradicional eran vistas como despreciables: el contacto con la madre, la experiencia del abandono, el sufrimiento, el placer, el deseo sexual...
Pero el psicoanálisis no está concebido como una mera hermenéutica del yo que disuelve todas las centralidades mostrando sus contingencias. Freud también sugiere una “liberación”, esto es, una ética, y en esto se acerca a Nietzsche. Esta ética consiste en redescribir de tal forma estas situaciones clave, que seamos capaces de concebirnos de un modo distinto y por tanto, seamos capaces de hacer cosas nuevas. Pero esta moralidad psicoanalítica no es universalista. Freud no está interesado en ofrecernos un recetario de pautas de cómo liberarnos, y la práctica psicoanalítica está lejos de convertirse en nada semejante; se trata más bien de un diálogo con el psicoanalista que nos permite ir adquiriendo nuevas metáforas que nos capaciten para redescribirnos de forma distinta. Y puesto que no hay rastro de universalismo moral, el objetivo no es la producción de un hombre nuevo, feliz y pleno, pues el psicoanálisis no concibe ninguna consideración paradigmática de hombre. Lo que pretende esta redescripción es, simplemente, reducir la angustia y el dolor.
Esto mismo se puede decir señalando que Freud renuncia al intento platónico-kantiano de reunir lo público y lo privado; es decir, de considerar, como hace Platón, que hay una forma privada de ser un hombre público. Pero, pese a Marcuse y a Fromm, que consideran que el psicoanálisis puede fijar de algún modo objetivos sociales, Rorty defiende que no hay modo de forzar a Freud viéndolo como un filósofo moral que nos proporciona criterios universales de bien o virtud. Freud no propone un ser humano paradigmático, un ser dotado de una naturaleza o esencia intrínseca que debe desarrollarse, potenciarse o privilegiarse frente a los modos no esenciales de ser. La moral freudiana es, a lo sumo, una moralidad negativa y contingente: no es un viaje hacia la plenitud individual, ni el proyecto de construcción de un hombre pleno, es, a lo sumo, una huida del horror. Huida que cada hombre puede encarar de un modo distinto aunque, según el psicoanálisis, en compañía de otros.
1Richard Rorty “Ironía contingencia y Solidaridad” Paidos 1989. pag 52
2Ibid 52
Magnífica entrada Edu. Tengo sin embargo algunas dudas y puntualizaciones: ¿Por qué “moralidad” y no “antropología”? Yo sinceramente no acabo de ver moral alguna en la obra freudiana, lo que hay sin duda es una nueva concepción del ser humano (antropología) que toma en consideración el carácter contingente de la vida.
ResponderEliminarAun así, a pesar de tu insistencia en lo contrario, puedo detectar cierto esencialismo en el psicoanálisis, pero no se lo reprocho, pensar es captar esencias – aunque sean pequeñucas- ¿No es verdad que las tres instancias que determinan lo que somos están dadas de antemano? Y lo que es más importante, ¿no es verdad que el ello, auténtico motor de la vida psíquica, es uno y el mismo para todos? Al fin y al cabo todos deseamos las mismas cosas. De la razón universal al ello biológicamente determinado. Tanto da.
Sigues a Rorty en una obsesión, la crítica al esencialismo y la defensa de la contingencia, que no acabo de ver clara. Insisto: todo pesar es establecer esencias, conceptos que nos permiten hacernos cargo de la multiplicidad inabordable de lo que hay. La clave, y aquí igual estás de acuerdo conmigo, es abordar y comprender las esencias – razón, verdad, inconsciente, ello…- de un modo pragmático.
Saludos
tienes razón Oscar en el Reproche acerca de la moralidad; pero verás que desaparece cuando volvamos a redescribir lo que entendemos por "moralidad". Desde la tradición filosófica tenemos a pensar que esta se refiere a una serie de costumbres fijas, de reglas para la acción dotadas de cierta fuerza. La tradición filosófica coincide en señalar que la moralidad es una cuestión común , de tal forma que la moral es más un rasgo de la sociedad que una característica individual; para poder hacer esto, la moral necesita establecer un tipo paradigmático de hombre, dado que en el fondo, toda moral es la búsqueda de un tipo paradigmático de hombre; en esta perspectiva la moralidad se contrapone a la antropología al modo como Kant distingue "ser" y "deber ser".Freud redefine la moralidad desde una perspectiva no kantiana anulando por completo esta distinción. No obstante prefiero usar la palabra "moralidad" porque no se trata de de hacer ciencia, Freud no trata de describir al ser humano científicamente, sino más bien proporciona un léxico que nos permite redescribir nuestras prácticas, las cosas que hacemos. Pero lo hace en un sentido moral, tenemos una tarea, hay unos fines, se trata de alcanzar algo. Pero no ya un hombre paradigmático propuesto de forma externa a nosotros, sino que debemos alcanzar un relato de cada uno de nosotros que nos sea pragmáticamente útil, es decir, mitigue el dolor.
ResponderEliminarEn cuanto al esencialismo no comparto tu postura. NO creo que el pensamiento sea sin mas "pensar esencias"; ese modo de pensar es lo que denuncia Heidegger como metafísico y es lo que trata de superar. Entendiendo esencia como aquello inmutable, la presencia que soporta todos los cambios, y no veo la contradicción en pensar directamente el cambio.
Edu, manejas una noción muy rígida, platónica, de “esencia”.
ResponderEliminarYo la entiendo en un sentido más cotidiano y coloquial (entiendo que la labor de la filosofía no es crear otro lenguaje, otro léxico, sino crear inteligibilidad en el logos común). Esencia es, o puede ser, simplemente lo contrario a lo accesorio, a lo prescindible. Está muy claro para un hablante de castellano cuando se le recrimina que no ha captado lo esencial de un asunto; el receptor sabe que el emisor no le habla de realidades suprasensibles eternas sino de lo importante, aquello a lo que es preciso prestar atención. Es en este sentido cuando digo que pensar es establecer esencias. ¿O acaso no puedo decir que para Heidegger la “temporalidad” es la característica esencial del ser humano? o ¿cómo entender, al margen de noción alguna de “esencia”, la distinción entre vida auténtica y vida inauténtica?
Siendo así Oscar, entonces estamos de acuerdo. Manejas una noción de esencia que podríamos definir "aquello que en un momento dado es importante para nosotros" y a eso no puedo no adscribirme. Si lo entendemos así, y volvemos a Freud, es fácil comprender cómo el psicoanálisis no cae en un esencialismo de corte platónico pues no defiende ningún modo de ser, ningún modo paradigmático de hombre, sino que nos suministra un léxico para discriminar qué puede ser importante en un momento dado para hablar de nosotros y superar nuestras dificultades. Nos permite comprendernos en base a nuestras contingencias concretas y fantasías personales en lugar de tener que compararnos con modos paradigmáticos de ser.
ResponderEliminarY esas tres instancias mentales de las que hablas, concebidas desde este punto de vista de esencia, ya no describen un centro del hombre sino que marcan aquello que podemos considerar importante.
Antesdeayer estuve escribiendo un comentario que perdí, y básicamente iba en la misma dirección del de Óscar: no creo que todo modo de pensar la esencia excluya la contingencia del mundo. No todo pensamiento de la esencia es "esencialista". En tanto pensamiento de la diferencia -y no sólo de la pétrea identidad- se puede pensar la esencia de las cosas incluyendo en su seno la contingencia del mundo.
ResponderEliminarUna cuestión en la que estoy de acuerdo contigo, Edu, es la afirmación de la contingencia, pero creo que no por donde tú la llevas. Con esto quiero decir que no comparto que la contingencia equivalga a afirmar una "realidad líquida", una realidad en la que la consistencia de las cosas es contemplada como puro fenómeno o apariencia de un proceso en el que se disuelve todo. Tú afirmas -si te entiendo bien- la contingencia como proceso, es decir, como transitoriedad de todo momento, y depositas en "la esencia" un modo inadmisible de ver la realidad, ya que ésta no se puede fragmentar gratuitamente en "cosas" sin perder su carácter fluido y procesual: no hay cosas, sino procesos de los que aquéllas no son más que cristalizaciones momentáneas que no cabe confundir con lo real.
(intentaré seguir)