Leer periódicos y libros de texto tiene el riesgo de hacer a uno tolerante a cualquier mala prosa, a la desgana en la narración, al descuido de las palabras y del ritmo en las frases. Esas lecturas nos enfrenta a la desolación de un lenguaje malvendido, desesperanzador y, como todo lenguaje carente de voluntad de estilo, profundamente mentiroso. Si, además, tenemos en cuenta que ambos medios pretenden aparecer -y con mucho éxito- como soporte de lo que realmente sucede, revelarse como esa verdad que hoy denominan "actualidad", deberíamos recomendar no leerlos más que en casos extremos de necesidad, y no sin las debidas precauciones. Y, sobre todo, mantener apartados a nuestros hijos de la mayor parte de manuales y material escolar como si de material radiactivo se tratara, hasta que hayan desarrollado los anticuerpos necesarios para hacer frente a epidemias enteras de intoxicación lingüística, fealdad contagiosa y mentira conveniente. Por poner dos ejemplos que me han salido al paso en los últimos días:
El primero:
"La quema de un Corán en EEUU causa otros diez muertos en Afganistán", en El País del pasado domingo.
Me causó bastante sorpresa la utilización casi surrealista de la categoría de "causa", que a estas alturas parece servir para todo. De hecho, así expresado queda muy progre, mucho más que decir, pongo por caso, "unos fanáticos terroristas asesinan a 10 personas con la excusa de vengar la quema del Corán por un payaso". Este tipo de titulares deben ser tenidos en cuenta para la redacción del libro de estilo del periódico, con lo que podríamos tener otros de esta naturaleza: "El aleteo de una mariposa en Pekín causa la invasión de Irak", o "La ojeriza de un palestino hacia los colores de la bandera de Israel causa un bombardeo en Gaza"...¿Estaría el redactor progresista dispuesto a firmarlos?
El segundo:
En el libro de "Educación para la ciudadanía" que a veces tienen que soportar mis alumnos en clase, escrito por José Antonio Marina, dice (y cito de memoria): "los partidos políticos son los encargados de facilitar y canalizar la participación política de los ciudadanos". A mis tiernos alumnos de segundo de la ESO les obligan a aprender -contra toda evidencia empírica- que los encargados de privatizar el poder, de alejar de su cercanía a todo aquel que no cuente con carné y visto bueno, de hacerlo propiedad de un estamento de profesionales del impuesto, la simonía y el clientelismo, favorecen la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos. Esta sí que es gorda.
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