Lo que Lacan entrevió con claridad, no solamente es que el inconsciente esté estructurado como un lenguaje, sino que la estructura misma del sujeto es lingüística. La práctica del psicoanálisis, definida por Breuer como “talking cure”, cura hablada o terapia a través del lenguaje, se fundamenta sobre el hecho de que buena parte de nuestro sufrimiento, aquello que nos hace padecer y frustra nuestras posibilidades de disfrute, consiste en un defecto del habla, es decir, un modo poco satisfactorio de hablar de nosotros y del mundo.
El síntoma de la enfermedad, nos dice Lacan, es el cuerpo que, no encontrando palabras adecuadas, un relato de sí suficiente, se “expresa” en tanto que síntoma. Por eso, lo propio del psicoanálisis es operar sobre el síntoma mediante la palabra: el analista no hace sino ayudar al analizante a encontrar palabras adecuadas que alivien su síntoma y permitan una mejor relación con el mundo. El analista no haría sino ayudar al analizante a encontrar un carácter adecuado, un modo de ser que le permita al analizante el disfrute de la vida y la experiencia de la felicidad, o lo que es lo mismo: el analista ayuda al analizante encontrar una ética, su propia ética.
Esta estructura lingüística del sujeto queda aclarada cuando el propio Lacan nos explica de qué forma surge en nosotros la unidad del yo. Cuando nacemos a penas somos un manojo discordante de sensaciones y movimiento, pero en un momento dado empezamos a tener conciencia de nosotros mismos en tanto que un yo. Este hecho se produce en lo que los lacanianos llaman la “fase del espejo”. Lacan nos dice que es la visión del propio cuerpo en el espejo lo que nos otorga unidad. Pero no basta la contemplación de nuestra imagen en el espejo, sino que esta imagen debe ser confirmada por un OTRO. El otro, que me habla y me mira es el que confirma mi propia identidad. Por eso Lacan nos dice que el “el sujeto nace pues como efecto del lenguaje, pero paga un precio por ello nos dirá Lacan. Este precio que el sujeto ha de pagar por constituirse en el lenguaje es que lo que él era como puro ser viviente, como puro ser de naturaleza, queda perdido como tal”1.
Somos hombres, y ya no somos animales, porque lo que somos está lejos de la inmediatez en la que viven los animales. Lo que cada uno de nosotros es, coincide con el relato que es capaz de contar acerca de sí mismo, y es es también el relato que somos capaces de contar acerca de los otros. El analista no hace sino sugerir al analizante, a través de la interpretación de las “formaciones del inconsciente” (sueños, lapsus, chistes), un nuevo modo de hablar y por tanto un carácter diferente, un ethos renovado, una ética a la medida de su caso personal. Pues mientras que la filosofía o la religión suministran modelos éticos universales, es decir, pretenden generar en el individuo un carácter especial, intercambiable de un individuo a otro, el psicoanálisis se orienta no a hacer surgir un carácter universal, o lo que es lo mismo, una máscara válida para todos los sujetos, un delirio colectivo al modo de la religión, sino quedándose en el nivel de la pura contingencia, ofrece una ética a la medida de cada ser que sufre y padece, puesto que descubrimos con Freud que tales sufrimientos no son intercambiables.
Lo que buscamos en el análisis no es, por tanto, consuelo o bienestar, es justificación. Y es la búsqueda de la justificación lo que queda explicitado como síntoma en el neurótico, lo que Lacan llamaba “la pasión del neurótico”. Hablar de la neurosis como pasión, ya es plantear su estatuto clínico en la dimensión de la ética, lo que implica no tratar a la neurosis como una enfermedad, no plantear la neurosis en la dimensión psicológica, sino ética2. Pero si el bienestar puede proporcionarse mediante la psicoterapia o la química, la justificación es algo que cae en el reino de lo que Lacan llamaba “lo simbólico”, es decir, del lenguaje; de esta forma los sujetos que buscan una justificación de forma neurótica, lo hacen porque no encuentran su modo de habla. Aquí es donde el psicoanálisis se comprende en tanto que “talking cure”.
En el psicoanálisis no se trata ni de dar consuelo ni de mejorar el bienestar ni de favorecer la adaptación social de los individuos. No se trata, por tanto, de reforzar el yo, de pintarle una máscara al sujeto con la que pueda andar felizmente por el mundo en el que vive. Para Lacan el yo, la imagen surgida del espejo y construida a partir del otro, es una imagen alienada que no dice la verdad del sujeto; tratar de engordar esta imagen yoica no haría sino alejarnos de nuestro centro aún más. El yo es siempre excéntrico con respecto al sujeto, supone una pantalla, un velo y por tanto una mentira. Se trata precisamente de romper esos velos, ir ir más allá de los espejismos del yo.
Y este rasgado de velos coincide precisamente con tener presente la idea más importante del psicoanálisis freudiano, que es lo que Lacan pensaba que olvidamos: el inconsciente. La ética propuesta por el analista consiste en un aprender a dar cabida al inconsciente en la estructura de lo que somos, en lugar de identificarnos con nuestra máscara o con una nueva. Se trata de que la misma práctica psicoanalítica se constituyera como ética. Es por eso que para Lacan el final del análisis coincide con la transformación del analizante en analista.
Para comprender esto debemos entender el concepto lacaniano de inconsciente: “el inconsciente no es esa amazonía de instintos con que suele confundirselo, no es la parte animal del hombre, sino que es un saber hecho de lenguaje, es, como lo define Lacan, la suma de los efectos del lenguaje en un sujeto3. No debe confundirse con “lo instintivo”, con nuestra parte más animal. El inconsciente no se define a partir de la conciencia, como puede indicar este término, sino siguiendo el trabajo práctico de Freud a partir de la palabra. Y es que el inconsciente freudiano está en las palabras4. El descubrimiento de Freud, señala Lacan, no es el haber encontrado el lugar oscuro donde surgen nuestras pulsiones animales, sino el haber descubierto que en las palabras siempre hay más de lo que uno quiere decir, de lo que uno cree expresar, que las palabras traicionan5. El trabajo analítico consiste, por tanto, en sacar a la luz lo no dicho en las palabras que usamos.
Eso que no está enunciado en el relato que somos de forma explícita, y por tanto acerca de lo que el yo nada sabe, está regido por determinaciones simbólicas que nos sujetan, y es lo que Lacan concibe como inconsciente. En el análisis se trata, por tanto, de hacer patente el principal descubrimiento de Freud, el inconsciente. Patentizar que siempre hay algo no dicho en todo lo que decimos, y por mucho que lo alumbremos siempre permanecerá no dicho. Es por eso que Freud identificó el inconsciente con la sexualidad, con el deseo; el deseo y la relación sexual son, precisamente, algo que siempre se escapa a las palabras, porque cuando se habla de ello ya no es propiamente el deseo. El deseo es algo que más bien se da a entender entre las palabras.
Dicho esto podemos entender qué significa que el inconsciente sea “la suma de los efectos del lenguaje en un sujeto”. Significa básicamente que, cuando hablamos siempre decimos más de lo que queremos decir y cuando escuchamos siempre aprehendemos más de lo que podemos comprender. Significa que si somos el relato que podemos contar de los otros y de nosotros mismos, siempre cabe una nueva interpretación. Pero no cualquier interpretación, no se trata de caer en el delirio, sino sólo aquello que me identifica como el sujeto que soy, como “sujetado” a lo no dicho en mis palabras, o lo que es lo mismo, sujetado a mi inconsciente. Hay un modo de comprender el psicoanálisis como un ejercicio artístico de escritura: un trabajo constante de redescribirnos, de re-relatarnos, un sacar a la luz lo no dicho en el poema que somos nosotros.
Por eso quien se acercó al psicoanálisis y averiguó el relato que le describe y le justifica, descubrió que le faltó el afecto de la madre, le hizo un neurótico la rigidez del padre, le castró la represión del deseo, en realidad no aprendió nada de su análisis, simplemente cambió una máscara por otra, que no necesariamente tiene por qué ser más consoladora o más satisfactoria.
El saber que se aprende en el análisis freudiano es que siempre queda algo por decir, pero no cualquier cosa.
1“La pasión del Neurótico” de Jacques-Alain Miller (1986). En “Introducción a la cñinica lacaniana. Conferencias en España ” RBA libros 1986
2Ibid 1
3 “La Renovación del psicoanálisis por Jaques Lacan”. Dolores Castrillo Mirat, Francisco José Martinez. Uned 2010
4“La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente” en “introducción a la clínica lacaniana” Jacques-Alain Miller. RBA libros, pag 191.
5Ibid 4, pag 192
El síntoma de la enfermedad, nos dice Lacan, es el cuerpo que, no encontrando palabras adecuadas, un relato de sí suficiente, se “expresa” en tanto que síntoma. Por eso, lo propio del psicoanálisis es operar sobre el síntoma mediante la palabra: el analista no hace sino ayudar al analizante a encontrar palabras adecuadas que alivien su síntoma y permitan una mejor relación con el mundo. El analista no haría sino ayudar al analizante a encontrar un carácter adecuado, un modo de ser que le permita al analizante el disfrute de la vida y la experiencia de la felicidad, o lo que es lo mismo: el analista ayuda al analizante encontrar una ética, su propia ética.
Esta estructura lingüística del sujeto queda aclarada cuando el propio Lacan nos explica de qué forma surge en nosotros la unidad del yo. Cuando nacemos a penas somos un manojo discordante de sensaciones y movimiento, pero en un momento dado empezamos a tener conciencia de nosotros mismos en tanto que un yo. Este hecho se produce en lo que los lacanianos llaman la “fase del espejo”. Lacan nos dice que es la visión del propio cuerpo en el espejo lo que nos otorga unidad. Pero no basta la contemplación de nuestra imagen en el espejo, sino que esta imagen debe ser confirmada por un OTRO. El otro, que me habla y me mira es el que confirma mi propia identidad. Por eso Lacan nos dice que el “el sujeto nace pues como efecto del lenguaje, pero paga un precio por ello nos dirá Lacan. Este precio que el sujeto ha de pagar por constituirse en el lenguaje es que lo que él era como puro ser viviente, como puro ser de naturaleza, queda perdido como tal”1.
Somos hombres, y ya no somos animales, porque lo que somos está lejos de la inmediatez en la que viven los animales. Lo que cada uno de nosotros es, coincide con el relato que es capaz de contar acerca de sí mismo, y es es también el relato que somos capaces de contar acerca de los otros. El analista no hace sino sugerir al analizante, a través de la interpretación de las “formaciones del inconsciente” (sueños, lapsus, chistes), un nuevo modo de hablar y por tanto un carácter diferente, un ethos renovado, una ética a la medida de su caso personal. Pues mientras que la filosofía o la religión suministran modelos éticos universales, es decir, pretenden generar en el individuo un carácter especial, intercambiable de un individuo a otro, el psicoanálisis se orienta no a hacer surgir un carácter universal, o lo que es lo mismo, una máscara válida para todos los sujetos, un delirio colectivo al modo de la religión, sino quedándose en el nivel de la pura contingencia, ofrece una ética a la medida de cada ser que sufre y padece, puesto que descubrimos con Freud que tales sufrimientos no son intercambiables.
Lo que buscamos en el análisis no es, por tanto, consuelo o bienestar, es justificación. Y es la búsqueda de la justificación lo que queda explicitado como síntoma en el neurótico, lo que Lacan llamaba “la pasión del neurótico”. Hablar de la neurosis como pasión, ya es plantear su estatuto clínico en la dimensión de la ética, lo que implica no tratar a la neurosis como una enfermedad, no plantear la neurosis en la dimensión psicológica, sino ética2. Pero si el bienestar puede proporcionarse mediante la psicoterapia o la química, la justificación es algo que cae en el reino de lo que Lacan llamaba “lo simbólico”, es decir, del lenguaje; de esta forma los sujetos que buscan una justificación de forma neurótica, lo hacen porque no encuentran su modo de habla. Aquí es donde el psicoanálisis se comprende en tanto que “talking cure”.
En el psicoanálisis no se trata ni de dar consuelo ni de mejorar el bienestar ni de favorecer la adaptación social de los individuos. No se trata, por tanto, de reforzar el yo, de pintarle una máscara al sujeto con la que pueda andar felizmente por el mundo en el que vive. Para Lacan el yo, la imagen surgida del espejo y construida a partir del otro, es una imagen alienada que no dice la verdad del sujeto; tratar de engordar esta imagen yoica no haría sino alejarnos de nuestro centro aún más. El yo es siempre excéntrico con respecto al sujeto, supone una pantalla, un velo y por tanto una mentira. Se trata precisamente de romper esos velos, ir ir más allá de los espejismos del yo.
Y este rasgado de velos coincide precisamente con tener presente la idea más importante del psicoanálisis freudiano, que es lo que Lacan pensaba que olvidamos: el inconsciente. La ética propuesta por el analista consiste en un aprender a dar cabida al inconsciente en la estructura de lo que somos, en lugar de identificarnos con nuestra máscara o con una nueva. Se trata de que la misma práctica psicoanalítica se constituyera como ética. Es por eso que para Lacan el final del análisis coincide con la transformación del analizante en analista.
Para comprender esto debemos entender el concepto lacaniano de inconsciente: “el inconsciente no es esa amazonía de instintos con que suele confundirselo, no es la parte animal del hombre, sino que es un saber hecho de lenguaje, es, como lo define Lacan, la suma de los efectos del lenguaje en un sujeto3. No debe confundirse con “lo instintivo”, con nuestra parte más animal. El inconsciente no se define a partir de la conciencia, como puede indicar este término, sino siguiendo el trabajo práctico de Freud a partir de la palabra. Y es que el inconsciente freudiano está en las palabras4. El descubrimiento de Freud, señala Lacan, no es el haber encontrado el lugar oscuro donde surgen nuestras pulsiones animales, sino el haber descubierto que en las palabras siempre hay más de lo que uno quiere decir, de lo que uno cree expresar, que las palabras traicionan5. El trabajo analítico consiste, por tanto, en sacar a la luz lo no dicho en las palabras que usamos.
Eso que no está enunciado en el relato que somos de forma explícita, y por tanto acerca de lo que el yo nada sabe, está regido por determinaciones simbólicas que nos sujetan, y es lo que Lacan concibe como inconsciente. En el análisis se trata, por tanto, de hacer patente el principal descubrimiento de Freud, el inconsciente. Patentizar que siempre hay algo no dicho en todo lo que decimos, y por mucho que lo alumbremos siempre permanecerá no dicho. Es por eso que Freud identificó el inconsciente con la sexualidad, con el deseo; el deseo y la relación sexual son, precisamente, algo que siempre se escapa a las palabras, porque cuando se habla de ello ya no es propiamente el deseo. El deseo es algo que más bien se da a entender entre las palabras.
Dicho esto podemos entender qué significa que el inconsciente sea “la suma de los efectos del lenguaje en un sujeto”. Significa básicamente que, cuando hablamos siempre decimos más de lo que queremos decir y cuando escuchamos siempre aprehendemos más de lo que podemos comprender. Significa que si somos el relato que podemos contar de los otros y de nosotros mismos, siempre cabe una nueva interpretación. Pero no cualquier interpretación, no se trata de caer en el delirio, sino sólo aquello que me identifica como el sujeto que soy, como “sujetado” a lo no dicho en mis palabras, o lo que es lo mismo, sujetado a mi inconsciente. Hay un modo de comprender el psicoanálisis como un ejercicio artístico de escritura: un trabajo constante de redescribirnos, de re-relatarnos, un sacar a la luz lo no dicho en el poema que somos nosotros.
Por eso quien se acercó al psicoanálisis y averiguó el relato que le describe y le justifica, descubrió que le faltó el afecto de la madre, le hizo un neurótico la rigidez del padre, le castró la represión del deseo, en realidad no aprendió nada de su análisis, simplemente cambió una máscara por otra, que no necesariamente tiene por qué ser más consoladora o más satisfactoria.
El saber que se aprende en el análisis freudiano es que siempre queda algo por decir, pero no cualquier cosa.
1“La pasión del Neurótico” de Jacques-Alain Miller (1986). En “Introducción a la cñinica lacaniana. Conferencias en España ” RBA libros 1986
2Ibid 1
3 “La Renovación del psicoanálisis por Jaques Lacan”. Dolores Castrillo Mirat, Francisco José Martinez. Uned 2010
4“La contribución del obsesivo al descubrimiento del inconsciente” en “introducción a la clínica lacaniana” Jacques-Alain Miller. RBA libros, pag 191.
5Ibid 4, pag 192
A ver si me he enterado:
ResponderEliminarUn litro de agua neurótico es un litro de agua con forma de botella de cocacola, pero sin la botella. La primera vez que se vio en un espejo estaba ahí metido y se creyó que era eso. Así, cuando salió de la botella de cocacola se quedó con la forma.
Antes de la psicoterapia, el litro de agua sólo sabía hablar de botellas de cocacola; durante la terapia, aprendió a hablar de, por ejemplo, recipientes (sólo de recipientes, porque su analista tenía poca imaginación).
El litro de agua pudo curarse o no curarse. Si no se curó, si siguió siendo un litro de agua neurótico, lo más que consiguió fue ser una jarra Brita hoy, un cuenco de IKEA mañana o una cantimplora pasado. Lo mismo de siempre, una y otra vez.
Si se curó, le importó un bledo la forma que tuviera (simplemente, tendría la forma que tuviera en cada momento). Incluso podría ser mar, o vapor, o nada de nada. Aprendió a describir su propia forma y a desechar sin apego sus descripciones, porque al poco tiempo habían caducado. A base de describir y describir, se hizo poeta (o filósofo, si no le llegaba el talento, jeje).
En fin, por paridas que no quede.
Pero tal vez no a desechar sin apego, ni siquiera desechar. Todos tenemos una historia, pero siempre podemos contarla de un modo distinto, aunque no de cualquier modo. El psicótico cree que sí.
ResponderEliminarMe parece importante la frase que enuncias a modo de conclusión, Edu: "siempre queda algo por decir, pero no cualquier cosa". Creo que condensa algo importante y, a la vez, muestra las limitaciones del psicoanálisis en ciertas interpretaciones (como la que refiere Ashep, que, aunque parezca exagerada, responde a muchas posturas posmodernas que se apoyan en Freud y sus seguidores para proponer sencillamente absurdos). Me ha gustado mucho leerlo, pero entiendo que nos debes algo más, algo que precise ése "no cualquier cosa". ¿Quizás piensas en algo así como una "existencia auténtica" de raigambre heideggeriano? EN algún momento me lo ha parecido.
ResponderEliminarYo no soy experto en psicoanálisis, pero encuentro objeciones a alguna de las tesis que sostiene; en el caso de Lacan, no he leído nada de él, pero quizás me puedas aclarar alguna de las dudas que me han surgido al leerte:
1- La primera tiene que ver con eso de la formación del sujeto a través de la imagen en el espejo. Me suena un poco a la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel, pero no sé hasta qué punto es así. EL problema que detecto es la defensa de que el sujeto sea una construcción "sin resto", una especie de ficción que puede comenzar literalmente de cero, mero producto de la imagen en el espejo; es decir, que a la nada suceda un sujeto. La cuestión la leí hace poco en el libro de un crítico inglés, y me dio que pensar: para que podamos reconocernos en la imagen del espejo, para que podamos "hacernos" sujetos en relación a esa imagen, tenemos que serlo ya previamente; si pòngo una manzana, o un gato, o un violín frente al espejo, nada pasará. QUien se reconoce como sujeto frente al espejo ya era sujeto, ya que sujeto es quien es capaz de reconocerse en el espejo.
2- Esta segunda objeción no está directamentre relacionada con tu artículo, pero sí con el psicoanálisdis, y es sobre la imagen de los humanos que ofrece. En cierta manera, entiendo que el énfasis puesto en el "interior" viene a desmundanizar la existencia humana. Parece que lo único importante es lo inconsciente, los deseos e impulsos, las funciones del organismo, la satisfacción del ímpetu sexual.... esto me da que pensar sobre una especie de ser extramundano, sólo preocupado por sus propios procesos bilógicos y por lo que pueda satisfacerlos o alimentarlos. Extramundano, entonces, en el sentido en que el mundo sólo sería algo a ser asimilado por el organismo, algo a ser disuelto en él. En cierta manera, como en la filosofía moderna, defendiendo algo así el mundo tiene que ser puiesto en duda. El mundo es dudoso porque lo único evidente soy yo (o mis funciones corporales, mi deseo...) Aquí podríamos emparentarlo con la duda que sobrevuela -desde el advenimeinto d ela filosofía moderna- sobre la verdad, y que el siglo XX no ha hecho más que corroborar.
El anterior comentario es mío. Soy Borja, y no sé por qué coño no aparezco con mi nombre.
ResponderEliminar3- Una tercera cosa que quería comentarte tiene que ver con lo anterior. Se refiere a esa exclusiva preocupación con el funcionamiento del propio cuerpo que deja a un lado el mundo. SObre esto Arendt tiene pasajes muy buenos. Pero yo quería hacer referencia a un aspecto concreto: el de los niños. Me refiero a la tesis de Freud sobre la sexualidad infantil, de la que no recuerdo los detalles precisos; según su postura -y corrígeme si me equivoco- desde bebé el niño está definido por la preocupación y dedicación a su propio deseo, la exploración y ocupación de su propio organiusmo y sus funciones propias.... etc. Mi experiencia con Hernán, que ya tiene casi nueve meses, es bastatnte alejada de esto, a no ser que suponga que todo lo que manifiesta en su comportamiento tiene una causa oculta y "esencial" que no aparece directamente en los fenómenos. Lo que yo advierto es que su exclusiva preocupación es el mundo, que le fascina, le atrae e inquieta por el sólo hecho de existir, de estar ahí. No se preocupa de sus propias funciones corporales, sino del mundo que le rodea y admira.
Lo del psicoanálisis me ha parecido siempre muy interesante, pero ahora me pregunto si nmo es por postular una causa oculta capaz de explicar las apariencias, de darles un significado que puede llegar a la interpretación minuciosa de cualquier pequeño comportamiento que lleva a que aparezca dotado de un sentido magnífico. Me pregunto si no será preferible ser fiel a la experiencia en lo que tiene de contingente y sin sentido, sin querer someter hasta lo más nimio a una lógica estricta. Ser fiel a que a menudo hacemos lo que hacemos sin saber por qué, sin razón subyacente y sólo "porque sí", sin tener que suponer que hay algo oculto -el inconsciente o lom que sea- que está actuando en la sombra.
Para terminar, y si me has entendido lo anterior, puede ser que la misma lucha contra conceptos como el de "esencia" esté muchas veces lastrada por la suposición de una esencia más auténtica, profunda y escondida. Una de estas "esencias", tan poderosas como para descalificar a las "apariencias", es seguramente ese "inconsciente" que parece estar detrás de todo, pero que nunca aparece directamente en nada.
Esto último lo he escrito bastante deprisa, así que puede ser que se entienda aun menos que lo anterior.
Un abrazo
Edu, acabo de leer tu entrada. Tengo poco que aportar pero quiero destacar que este texto es lo más inteligible que he leído nunca sobre Lacan, porque como sabes ni él ni sus acólitos parecen tener excesivo interés en hacerse comprender. Tiene su mérito la sola exposición.
ResponderEliminarSi me permites una maldad diría que Lacan a veces parece un pringao... http://www.youtube.com/watch?v=_zxdzGybjFI
ResponderEliminarEn una segunda lectura encuentro similitudes con, no sé si decir el pensamiento o las divagaciones, de Agustín García Calvo, a las que, por cierto, en mi mocedad, fui muy permeable.
ResponderEliminarAmbos insisten en que la necesidad de disolver el yo, dejar hablar al logos común etc.
¿Observas alguna relación?
Oscar, entiendo el reproche que le haces a Lacan porque yo mismo lo sufro; su discurso no es precisamente el más claro, aunque seguramente esa falta de claridad también tiene un propósito.
ResponderEliminarIntento contestar las cuestiones que se plantean, aunque no sé si podré con todas, que son complejas.
Empezando por la segunda objeción que hace Borja, que me parece importante atajar cuanto antes. Precisamente el reproche que le haces al psicoanálisis es lo que Lacan quiere combatir. Si te fijas, hablas de un inconsciente que en realidad no lo es, hablas de procesos biológicos, deseos, impulsos, funciones del organismo, cosas para lo que no es necesario hablar de un inconsciente. Esto es precisamente lo que piensa Lacan que se había desvirtuado en la enseñanza Freudiana: tras la muerte de Freud todos se lanzaron a identificar y desvelar ese inconsciente. Pero lo que Freud nos enseña es que lo inconsciente es, precisamente aquello que no podemos concebir, que no podemos enunciar. Para Lacan lo menos evidente de todo es el sujeto, precisamente por ese inconsciente así que en ningún modo se puede entender el psicoanálisis como lo describes, una anulación del mundo a favor del sujeto.
No creo que describas bien la teoría de la sexualidad infantil freudiana. Freud no considera que estemos centrados en el deseo, ni dedicados a nuestro deseo. De hecho esta descripción es contraria a la definición que Freud hace de la. La pulsión es justamente algo que se orienta a otra cosa distinta de sí; y la diferencia entre pulsión e instinto, que aclara este punto, radica en que el instinto tiene un objeto determinado e identificable a través del cual se satisface, mientras que la pulsión se dirige a algo distinto de sí para satisfacerse, pero este “algo” es variable (Lacan lo llama “plasticidad”). Lo interesante de una pulsión es que puede proyectarse en cosas distintas, variar sus objetos. Lo que Freud creyó descubrir en la sexualidad infantil es precisamente cierta repetición en estas variaciones. Los niños parecen variar sus descargas pulsionales (sobre el mundo) de una forma pautada. Pero también Freud y Lacán después, se dieron cuenta de que esta norma no es un desarrollo dialéctico. Estar centrado en el propio deseo de espaldas al mundo, como pareces describir el psicoanálisis, es completamente antipsicoanalítico.
Y por último me refiero a tu referencia a Hegel al hablar de la “fase del espejo” en Lacan. Te doy la razón en la referencia que haces a la dialéctica amo/esclavo hegeliana, pues también Lacan fue de los que asistió al famoso seminario de Kojeve y se sintió muy influenciado por él. Pero creo que Lacan no estaba contaminado por lo que Rorty llama “la parte mala de Hegel”, que sí se reprodujo en el marxismo. Creo que lo que en el fondo viene a decir Lacan con la fase del espejo, es algo que también está en Heidegger: aprendemos lo que somos a través de la relación con el otro. Y Lacán añade además, inspirándose en Hegel, que esta relación con el otro se da siempre, desde el inicio, en situaciones de diferencia. Es al otro el que nos reconoce y nos otorga existencia. No somos un algo antes de significar un algo para alguien.
Oscar, no conozco el pensamiento de García Calvo, así que no sabría decirte bien. Sí que creo que en Lacan hay cierta disolución del YO o, por decirlo de otro modo, la defensa de un yo provisional y contingente. Lo de “dejar hablar al logos común” no lo tengo muy claro…
Este verano pienso dedicarme a la lectura de Lacan de forma más intensa, si estudiar valenciano me deja algo de tiempo, así que espero ir colgando más artículos tratando de esclarecer un poco a este tipo que, estoy contigo en considerar que a veces (sino siempre) parece un pringao. Confieso que más que pringao a veces parece un impostor; en cierta forma los lacanianos insisten en que Lacan no dijo nada sino que sólo volvió a Freud. Y cuando leo a Miller, el gran discípulo de Lacan, hace más referencias a las obras de Freud que a las de Lacan.