Lo mismo es ser y pensar (poema de Parménides)
El impulso conducente a reabsorber toda escisión y fragmento, toda contradicción y separación del hombre con respecto a sí mismo y al mundo en el que vive, no es específicamente marxista; la imagen de una realidad restañada en sus heridas, curada del aislamiento, de la contraposición y el desorden, parece animar buena parte de los esfuerzos filosóficos por aprehender la unidad de lo existente. Dado esto, la empresa marxiana sí tiene de específico el intento de superar un estado de cosas históricamente acontecido, un estado de cosas en el que la presencia de un mundo roto y abandonado tomó la forma de lo que el alemán denomina modo burgués de producción. Es éste, según vimos, un mundo en el que todas las contradicciones que germinaban silenciosamente ya en los comienzos de la historia han aflorado y se han exacerbado hasta el extremo, y, por lo tanto, señala el momento en que todos los antagonismos, al alcanzar el máximo posible de tensión, producirán una inversión dialéctica –la vuelta del tiempo sobre sí mismo- que, de la total pérdida del hombre para sí patente en la figura del proletariado, dé paso a una recuperación también completa de la humanidad y a su reconciliación con el mundo que habita.
Para lo que aquí me interesa sobra insistir en los detalles proféticos de la nueva sociedad que ha de surgir de las ruinas del mundo capitalista, porque únicamente persigo ahora ofrecer una imagen del pensamiento –de la transformación y remodelación a que es sometido el concepto tradicional de “pensar” en la filosofía de Karl Marx-. Me interesa dar cuenta de lo que constituye en esta filosofía la alienación del pensamiento y su superación. En este sentido, si levantamos la vista al viejo fragmento de Parménides podemos descubrir lo que también constituye el motivo marxista de la reunificación: el hombre se halla en estado de alienación -separado de una realidad circundante a la que contempla como algo extraño y alejado- porque en el transcurso de su historia hubo de darse una fragmentación de la continuidad entre ser y pensar, entre pensamiento y realidad. En el lenguaje acuñado por Marx, esto significa que la necesaria evolución humana arrojó a los hombres a la constitución de un pensamiento alejado de la actividad productiva, un pensar retirado de la esfera específicamente humana del trabajar.
Como ya he comentado en otras entregas, la poderosa intuición de Marx sobre la naturaleza humana habla de que ésta no es sino actividad productiva –trabajo- y, en consonancia con esto, todas las facultades que denominamos “humanas” sólo pueden entenderse como manifestaciones de una unidad funcional al servicio de la producción, del hacer específico que distingue a los hombres del resto de los animales. En el trabajo, los hombres no sólo producen un mundo separado de la inmediatez natural, sino que –lo que es a su vez fundamental- el hombre como tal se produce a sí mismo. La específica consistencia de lo humano es, por ello, producto histórico, tal y como es producto histórico el conjunto de cosas fabricadas; lo que sea el hombre depende de su actividad práctico-productiva, ya que todo sistema productivo conformado históricamente no sólo modela la materia en torno, sino que produce a su vez el tipo de individuo necesario para soportar el funcionamiento de ese tipo de producción.
Feuerbach resuelve la esencia religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto e inmanente a cada individuo. Es, en realidad, el conjunto de las relaciones sociales.Tesis sobre Feuerbach, 6
Individuos que producen en sociedad, o sea la producción de los individuos socialmente determinada: éste es naturalmente el punto de partida.
Contribución a la crítica de la economía política, Introducción
En la producción, en el trabajo entendido como constitutivo radical de la consistencia humana, no sólo el sujeto se dota de un objeto, sino que –respondiendo a la relación dialéctica en que ambos aparecen- el objeto se da también un sujeto. Si todo lo que el hombre es se encuentra en su actividad productiva, en el modo en que, en el seno de una sociedad dada, produce su mundo, se sigue que el sujeto como tal es producto de un modo social de organizar el trabajo. Por ello, si de esta apreciación general nos trasladamos a la consideración más específica del ámbito del pensamiento y la conciencia, tendremos que afirmar que también dependen genéticamente de ésa actividad práctica que presta consistencia a lo humano:
Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etcétera, pero los hombres son reales y actuantes, tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es un proceso de vida real.
La ideología alemana, 1
La conciencia, afirma Marx, no es otra cosa que la expresión de un proceso real de vida, y esta vida no puede entenderse si no es como vida productiva; la conciencia es la expresión en el pensamiento de una relación social con la naturaleza, una relación que consiste en el metabolismo que conforman las sociedades con la naturaleza circundante. Todas las capacidades que atesora el hombre son componentes de una relación práctica con el mundo, y también el pensamiento es función del desempeño de esa actividad; por eso, él mismo nace de la organización del trabajo, y supone la articulación del ámbito de la conciencia en correspondencia con la articulación de las actividades y experiencias dadas en el modo de producción concreto en el que surgen. El isomorfismo fundamental entre el ámbito de la conciencia y el de la organización del trabajo nos dice que en una sociedad en la que impera la división del trabajo la conciencia ha de reunirse en torno a una escisión constitutiva, ha de presentarse como inevitablemente dividida; también respondiendo a dicha correspondencia, es posible comprobar cómo la existencia de la propiedad privada de los medios de producción –que condena a la mayoría a la pérdida del producto de su trabajo- se presenta en la conciencia como extrañeza ante el mundo, como alienación y separación con respecto a él, como conciencia de algo que no es propio ni perteneciente al sujeto de ninguna manera. Es por esto por lo que, al contemplar la historia de las ideas, Marx afirma tajantemente su dependencia con respecto a la historia de la producción:
¿Qué demuestra la historia de las ideas, sino que la producción intelectual se transforma con la producción material?Ya adelantada por Proudhon –aunque su voz fuera acallada por las dimensiones titánicas que llegó a poseer el materialismo histórico – Marx da enunciación filosófica a una tesis de consecuencias gigantescas: el origen de toda idea es el trabajo. Por ello, la clave de la alienación del pensamiento es, para él, su separación con respecto a la práctica, la separación de la conciencia y de la actividad productiva a la que genéticamente se vincula y de la que extrae su sentido. En el curso de la historia, el pensamiento se alejó de la esfera de la “praxis”, la producción del mundo a través del trabajo. La separación introducida entre trabajo manual e intelectual, la división del trabajo que hizo a algunos productores y a otros pensadores y que desmenuzó las actividades productivas en fragmentos cada vez más reducidos y separados de la totalidad, significó la ruptura violenta de la unidad funcional que es el hombre y lo abocó a un deambular en pos de la reconciliación entre sus propias potencias enfrentadas. Toda la historia de la humanidad tiene, según relata Marx, el significado consecuente de la búsqueda de esa unidad originaria perdida que sólo advendrá tras la ruina del mundo capitalista, siendo éste el mundo en el que la separación entre ser y pensar alcanza su paroxismo: una clase productiva que hace y produce, pero no piensa –el proletariado- y la clase burguesa dominante, que piensa y disfruta del mundo fabricado por otros, pero no produce.
Manifiesto comunista
No hay comentarios:
Publicar un comentario