Concebir hasta el final, de forma coherente y lógica, el pensamiento como momento de la realidad –es decir, como momento de la producción de la realidad- permite a Marx dar cuenta de que la realidad misma está ya siempre ajustada a la lógica de su producción, y, por lo tanto, que sus leyes son las que el pensamiento productivo reconoce como propias. Así, lo que en el pensamiento “teórico”, en la mera comprensión contemplativa, se tomaba como un mundo extraño –como objeto en cuya existencia se desvelaba las dimensiones de gratuidad y sin porqué propias de lo que es por naturaleza, de aquello en cuyo llegar a ser no puede participarse- en el pensamiento integrado en la producción incesante de lo real se demuestra propio y reconocible, dado que en él se realiza la anulación de la naturalidad del mundo y la impresión en él del marchamo inteligible de lo fabricado.
(…) la división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de cómo, mientras los hombres viven en una sociedad natural, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo natural, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que lo sojuzga, en vez de ser él quien los domine.Todo esto quiere decir que el estado de alienación que para Marx se desprende de la opacidad –el desorden- de los procesos productivos en una sociedad de división del trabajo y clases sociales sólo puede ser anulada al incluir en ellos una organización racional que los convierta en transparentes para la común razón, que elimine su carácter natural, es decir, inexplicable, indomeñable, resistente a las aspiraciones humanas; liberar la racionalidad de la materia es, según esto, liberarla de su sometimiento a un orden natural que no es todavía expresión de una disposición racional del mundo, un orden que –como ocurre en Hegel- sólo consiste en la solidificación de un estado de cosas todavía rudimentario y agreste, un estado de cosas que apunta a lo racional pero es incapaz de llegar realizarlo, y que, por lo tanto, exige una superación; liberar la racionalidad de la materia quiere decir liberar la racionalidad misma de sus ataduras transitorias, eliminar los obstáculos –los objetos ya constituidos- que detienen el proceso de producción interminable en el que consiste la realidad y en el que también se muestra en su autenticidad el ser del hombre. Y esto sólo puede ser satisfecho en su plenitud en una sociedad de producción interminable. Liberar ésa racionalidad–hacer que el mundo se organice según sus principio de movimiento inmanentes- permite a su vez acceder a los hombres al entendimiento de la realidad social como conjunto, pero a un entendimiento ya no teórico y alejado de lo conocido, sino a un entendimiento desarrollado en la práctica, en un trabajo realizado de manera consciente como un momento del todo del sistema productivo planificado. Así ordenado, el trabajo particular ya no estará preso de las fronteras que imponen que, saliendo de sus propios límites, se encuentre con lo irracional y desorganizado, sino que podrá constituirse en un momento transparente de un sistema productivo también transparente. La organización, ese inmenso poder de clarificación en el que Marx deposita la promesa de emancipación, supone de este modo la realización del pensamiento, ya que sólo así es posible abolir los límites en los que éste es encerrado al no poder ir más allá de lo particular, lo fragmentado, lo deshilachado y desconectado de la totalidad. La apuesta de Marx pasa por extender el reino de la racionalidad del trabajo –tal y como es luminosamente racional el trabajo desarrollado en las fábricas e industrias nacidas de la revolución industrial- a todo el ámbito de la vida de las sociedades. La gran contradicción lógica que él advierte se encuentra en que, mientras cada una de las industrias del capitalismo goza de una organización estricta y plenamente eficiente que elimina toda incertidumbre, al salir de éstas la vida de la sociedad se halla entregada al desorden y la anarquía, a la mano ciega del mercado y la tiranía del valor de cambio; la organización impera en el interior de cada una de las fábricas, pero en el conjunto de la sociedad las cosas son dejadas al arbitrio del acaso a causa de la falta de un poder organizador correspondiente al que existe en el ámbito cerrado de cada una de aquéllas. La apuesta de Marx -la exigencia de una sociedad en la que haya dejado de dominar la irracionalidad productora de sufrimiento, de desorientación y alienación- pasa entonces por la extensión de la organización técnica de la industria moderna a la completa vida de la sociedad humana, y eso es precisamente lo que es para él irrealizable dentro de los límites de las relaciones de producción capitalistas, que consisten precisamente –en tanto propiedad privada de los medios de producción- en la reclusión de la racionalidad en el interior de cada industria y, en consecuencia, en el dominio de la irracionalidad y el desorden en el resto de la vida social.
La ideología alemana, 1
El comunismo (…) por primera vez aborda de modo consciente todas las premisas naturales como creación de los hombres anteriores, despojándolas de su carácter natural y sometiéndolas al poder de los individuos asociados. (…)Lo que crea el comunismo es precisamente la base real para hacer imposible cuanto existe independientemente de los individuos.
La ideología alemana, 1
Solamente al llegar a esta fase coincide la propia actividad con la vida material, lo que corresponde al desarrollo de los individuos como individuos totales y a la superación de cuanto en ellos hay de natural.
La ideología alemana, 1
Pero esta tendencia constante de las diversas esferas de la producción a ponerse en equilibrio sólo se manifiesta (en el capitalismo) como reacción contra la constante abolición de dicho equilibrio. La norma que se cumplía planificadamente y “a priori” en el caso de la división del trabajo dentro del taller, opera, cuando se trata de la división del trabajo dentro de la sociedad sólo a posteriori, como necesidad natural intrínseca, muda, que sólo es perceptible en los cambios barométricos de los precios del mercado y que se impone violentamente a la desordenada arbitrariedad de los productores de mercancías.De resultas de lo anterior, la imagen del pensamiento en Marx supone una ruptura tan traumática con la tradición como la visión de una sociedad aglutinada en torno a la racionalidad industrial. El pensamiento, como adelanté más arriba, ya no es algo parecido a la facultad de comprender, sino más bien ejercicio de una apropiación técnica y planificada de lo real; en expresión del filósofo alemán, ya no es teoría, sino práctica. El pensar y la conciencia sufren en Marx su propia industrialización, pero no solamente por encontrar su lugar en los procesos productivos, sino porque el modelo en relación al cual se redefinen es industrial y técnico. El mismo pensamiento que podía anteriormente ser categorizado como contemplativo –es decir, como radicalmente improductivo- es ahora pensado como producción, e incluso la noción misma de “teoría” es reformulada para adoptar los patrones lógicos de la fabricación industrial. Éste es el caso de Althusser, quien, cien años después de la propuesta marxiana, se dio a la tarea de desarrollar metódicamente la nueva imagen del pensamiento como forma de producción, como ejercicio de transformación técnica de la realidad. En él se advierte lúcidamente la conversión del pensamiento en pensamiento productivo:
El capital, 1
Por práctica en general entendemos todo proceso de transformación de una materia prima dada determinada en un producto determinado, transformación efectuada por un trabajo humano determinado, utilizando medios de producción determinados. (…) La “práctica social”, la unidad compleja de las prácticas que existen en una sociedad determinada, contiene en sí un número elevado de prácticas distintas (…): la práctica política que en los partidos marxistas ya no es considerada espontánea, sino que es organizada sobre la base de la teoría científica del materialismo histórico, y que transforma su materia prima, las relaciones sociales, en un producto determinado (nuevas relaciones sociales); la práctica ideológica (la ideología ya sea religiosa, política, moral, jurídica o artística, transforma también su objeto: la “conciencia” de los hombres), y, por último, la práctica teórica. (…)
Existe, por lo tanto, una práctica de la teoría. La teoría es una práctica específica que se ejerce sobre un objeto propio y desemboca en un “producto” propio: un “conocimiento”. Considerado en sí mismo, todo trabajo teórico supone, en consecuencia, una materia dada y “medios de producción” (los conceptos de la “teoría” y su modo de empleo: el método).
Althusser, L., Sobre la dialéctica materialista
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