Steven Pinker es un conocido cognitivista, psicólogo, lingüista y divulgador científico canadiense que expone una interesante tesis sobre el tema que nos ocupa primero en su exitoso libro “La Tabla Rasa” (2003) y un año más tarde en un polémico artículo titulado precisamente “Sobre la naturaleza humana”.
Dos son los aspectos de la obra de Pinker que llaman mi atención: primero que se mueve en ese espacio difuso entre ciencia y filosofía que siempre me ha resultado atractivo (y que, si embargo, parece ser un territorio hostil tanto para científicos excesivamente prudentes como para filósofos “puros”), y, segundo, que maneja una prosa ágil y precisa carente de la inane verborrea de algunos “intelectuales” que cada vez me resultan más insoportables.
Pinker defiende una renovada visión naturalista del ser humano apoyada por las últimas aportaciones de las ciencias cognitivas. La provocativa tesis de Pinker es que ahora, por primera vez, estamos en condiciones de formular una nueva teoría de la naturaleza humana con una sólida base empírica que la fundamente; bien es verdad que Pinker antes de señalar las líneas maestras de la nueva teoría dedica más tiempo y espacio en su obra a mostrar de qué manera los recientes descubrimientos de las ciencias cognitivas refutan viejas teorías sobre la naturaleza humana que es preciso abandonar sin contemplaciones para estar en disposición de elaborar una nueva y más acertada teoría.
Las viejas teorías se nos presentan como mitos, meros prejuicios sin base empírica que deberían ser abandonados. Estos son básicamente tres: la Tabla Rasa, el Buen Salvaje y el Fantasma de la Máquina o lo que es lo mismo la creencia que no existe algo así como una “naturaleza humana” y todo lo que somos es producto del aprendizaje y la cultura, la idea de que partimos de una bondad innata característica del comunismo primitivo y que nuestro “yo” funciona al margen del férreo determinismo que rige el funcionamiento del cuerpo. Una vez nombrados los enemigos estamos tentados a ridiculizar la batalla de Pinker pues ante tales adversarios parece fácil salir airoso. Es mérito del autor mostrar que la potencia de las viejas teorías ha sido tal que continúan operando incluso en científicos o filósofos que, a pesar de no reconocerse en ellas, utilizan argumentos que exigen como premisa oculta una u otra tesis. Dichos prejuicios quedan aglutinados en el llamado Modelo Estándar las Ciencias Sociales, modelo que procede según la premisa que "la naturaleza humana es increíblemente moldeable y se conforma de modos muy diferentes según dependiendo de las condiciones culturales" conforme a lo establecido por Margaret Mead. Pinker alerta que los partidarios del modelo estándar, que él llama “científicos radicales”, no han aportado pruebas contra el enfoque evolucionista, pero han ganado la batalla de la propaganda y suyo es el territorio de lo “políticamente correcto”.
Los viejos prejuicios continúan vigentes porque están conectados con valores que son socialmente apreciados. Pinker, en La Tabla Rasa, rompe esta conexión. Es más: los valores morales que consideramos valiosos estarán mejor apuntalados si partimos de una concepción correcta de la naturaleza humana; así pues el autor, como Epicuro en la carta a Meneceo, propone un tetrafármaco cuyo objetivo es conjurar miedos que nos atenazan y carecen de fundamento. Estos temores injustificados son los siguientes:
- Si las personas son diferentes de forma innata, se justificaran la opresión y la discriminación
- Si las personas son inmorales de forma innata, serían vanas las esperanzas de mejorar la condición humana.
- Si las personas son producto de la biología, el libre albedrío sería un mito y ya no se podría responsabilizar a las personas de sus actos.
- Si las personas son producto de la biología, la vida ya no tendría un sentido y un propósito superiores.
Pinker se esfuerza en mostrar porqué en todos los casos el consecuente no se sigue del antecedente y que las ciencias cognitivas, la psicología evolutiva , la genética, la etología etc nos dan buenas razones en contra de tales premisas, así pues, una nueva teoría de la naturaleza humana debería partir de lo que hoy sabemos:
- Que las personas somos diferentes de forma innata (contra la tesis de la Tabla Rasa).
- Que no partimos de una predisposición innata hacia la moral o la vida ética (contra la tesis del Buen Salvaje).
- Que todo lo que somos es producto de la biología (contra la tesis del Fantasma de la Máquina).
En todo caso Pinker no cae en un un pesimismo de tipo hobbesiano, sino que participa de lo que podríamos llamar un “espíritu progresista” pues los aspectos más oscuros de la naturaleza humana es posible compensarlos con otros que abren vías a la esperanza. Así, por ejemplo, el egoísmo de los genes se compensa con el sentimiento de empatía que como ya viera Hume, es un sentimiento de carácter innato que empuja a los hombres a compadecerse unos de otros.
Un año más tarde del éxito de la Tabla Rasa, en el artículo “Sobre la naturaleza humana”, Pinker retoma la vieja polémica entre naturaleza y cultura, la cual, según él, se ha cerrado en falso con el “interaccionismo holístico” , tesis que inagura una nueva etapa en la que todos los gatos son pardos, pues dado cualquier aspecto de la conducta humana este ha de ser entendido siempre como el resultado de la interacción de predisposiciones genéticas que interaccionan con el medio de tal forma que ninguno de los dos factores por separado puede explicar nada. La respuesta apropiada a toda pregunta sobre naturaleza o medio es “un poco de cada uno”. Finalmente la batalla entre innatistas y ambientalistas ha quedado en tablas. El problema es que estas respuestas que satisfacen a todos y que parecen explicarlo todo en realidad no explican nada y revelan pereza intelectual. La propuesta de Pinker es que cada caso habrá que estudiarlo por separado y las respuestas serán diferentes unas de otras. Precisamente esa diversidad es la que progresivamente nos irá dibujando un mapa de la naturaleza humana. Por ejemplo, no es verdad que enfermedades como la esquizofrenia o el autismo estén causadas por un inocuo término medio entre la naturaleza y el medio sino que están fuertemente determinadas por la herencia biológica; por el contrario las diferencias del coeficiente de inteligencia entre blancos y negros norteamericanos están determinadas básicamente por factores ambientales. De la misma forma hay que proceder en otros casos, al margen de apriorismos políticamente correctos, investigando qué factores inciden en tal o cual aspecto de la vida humana.
Una nueva teoría de la naturaleza humana ha de insistir en la pertinencia de la distinción entre naturaleza y medio aunque ambos ámbitos se interrelacionen. No podemos (no puede Pinker) aceptar la máxima orteguiana que sostiene que “el hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia”. No se trata de minusvalorar la importancia del entorno sino de acotar de la manera más clara posible los límites de ambas esferas. Un caso paradigmático sería la adquisición del lenguaje; no basta decir que depende en parte de los genes, en parte del entorno, esto es tanto como no decir nada; hoy sabemos que no nacemos determinados para aprender una lengua concreta, pero sí que existe una pre-programación biológica sin la cual nos resultaría imposible acceder a su aprendizaje. De igual forma hay que proceder ante problemas semejantes: explicando qué tipo de interacción se da en cada caso entre la herencia genética y los factores ambientales.
Con la ayuda de la investigación científica es posible establecer una nueva teoría de la naturaleza humana que nos permita comprender mejor qué somos para así plantearnos metas y objetivos no utópicos compatibles con nuestra naturaleza. Sólo podemos establecer una hoja de ruta o un plan de mejora desde el conocimiento cabal de lo que somos en realidad. (Sigue)
10 años ya de esta entrada. El problema de Pinker, a mi entender, es que niega o pasa por alto las evidencias en su contra incluso en su propio campo. La plasticidad cerebral permite ver el cerebro no como el fósil que aducen los evolucionistas sino como un soporte para el aprendizaje de habilidades muy distintas que están en consonancia con lo que los estudios de Mead, Boas, Malinovsky y otros antropólogos han aportado desde sus extensos trabajos de campo. El problema de Pinker, como el de Wilson, es que no explican los datos de la etnografía sino que los descartan sin más, como si no se hubieran tomado. La cultura pesa mucho pero parece que Pinker solo tiene en cuenta el modelo de La Metrie como referente humano, como si el ser humano fuera un problema de ingeniería inversa. Su cartesianismo le impide ver más allá, una ceguera a mi entender provocada por sus gafas filosóficas.
ResponderEliminar