En estos días que las
tensiones nacionalistas arrecian de nuevo en España conviene
calibrar el fenómeno en su justa medida. Creo equivocado, o al menos
incompleto, el análisis que, por una parte y la otra, se suele hacer
de esta cuestión. Algunos catalanes (no “Cataluña”, no
caigamos en la trampa lingüística de los nacionalistas) reclaman la
secesión de su país aduciendo básicamente razones económicas:
“Cataluña da más de lo que recibe”. Por su parte, dirigentes
del PP insisten en la imposibilidad legal y económica de la demanda
pues, entre otras cosas, un estado catalán es, hoy por hoy,
económicamente inviable. Pero nunca han sido los factores económicos
determinantes para explicar el problema del nacionalismo.
Tanto el liberalismo como
el marxismo han encontrado especiales dificultades para explicar la
persistencia y contumacia de las demandas nacionalistas por el
enfoque prioritariamente económico de ambas teorías. Desde el punto
de vista económico el nacionalismo es un sinsentido: no cabe duda,
por ejemplo, que una eventual secesión de Cataluña perjudicaría
-todavía más si es posible- tanto al resto de los españoles como a
los propios catalanes ¿Por qué se plantea entonces?
Podemos dar cuenta del
asunto sobre otras bases, siguiendo una línea de pensamiento que va
de Platón a Hegel y, más recientemente, Kojève y Fukuyama.
Platón formula una
teoría sobre el alma humana que parece injustamente abandonada.
Todos la conocemos: el alma tiene tres partes o predisposiciones: la
racional, la irascible y la apetitiva. Digo que la teoría del alma
platónica está injustamente olvidada porque tendemos a analizar la
conducta humana en términos de razón y deseos (apetitos)
olvidándonos del thymos, la parte irascible del alma, como si
fuera un añadido superfluo que puede ser reducido a alguna de las
otras dos partes del alma y esto no es así. Algunos comportamientos
no obedecen a criterios racionales, pero tampoco a motivos egoístas
orientados a dar cumplida satisfacción a los apetitos. La trama de
las más importantes obras de la literatura universal, de Homero a
Tolstoi pasando por Shakespeare y Cervantes, no puede ser
comprendida sin apelar al thymos, el
cual tiene motivaciones propias, ajenas a la razón y los deseos.
Hegel era muy consciente
de la importancia del thymos al formular la dialéctica del
amo y el esclavo. Lo que enfrenta a los primeros hombres no es la
codicia por acumular bienes materiales sino el deseo de
reconocimiento. El futuro amo es quien vence en la lucha por el
reconocimiento porque su amor a la libertad es mayor que su apego a
la vida y está misma razón, a la inversa, es la marca el futuro del
esclavo. El amo encuentra reconocimiento en la sumisión del esclavo
pero tal reconocimiento es, a la larga, insatisfactorio pues no es
reconocimiento por parte de un igual sino de un ser inferior. La
Historia de la humanidad acaba de empezar, aún quedan muchas etapas
por recorrer en el camino, pero el sentido esta ya marcado desde el
inicio: es la lucha por el reconocimiento y la conquista de la
libertad el motor de la Historia, el motivo que empuja a los agentes
históricos a actuar e introduce inteligibilidad en los
acontecimientos históricos.
Kojève hace una lectura
psicológica del conflicto entre el amo y el esclavo que influirá en
gran medida en Lacan: la autoconciencia no es un fenómeno originario
sino derivado, antes de ser conscientes de nuestra singularidad es
preciso que esta sea reconocida desde afuera, es necesario que
otro nos reconozca como humanos para ser conscientes de la humanidad
y dignidad propias. El combate entre las conciencias es una fase
necesaria para el nacimiento de la autoconciencia, y con ella, el
reconocimiento del ser humano como sujeto moral, con los derechos y
obligaciones que ello comporta.
Por su parte Fukuyama
insiste en que la única vía racional para alcanzar un
reconocimiento mutuo, de tal manera que todos reconozcamos la
humanidad y con ello la dignidad propia y la del prójimo, es
plantear en conflicto de las conciencias en términos de individuos
racionales que están dispuestos a reconocerse mutuamente como
iguales. El problema mayor es que no solamente aspiramos al
reconocimiento de nuestra individualidad, sino que también ansiamos
que se nos reconozca en cuanto parte integrante del grupo al que
pertenecemos (familia, estirpe, tribu, nación, género, clase
social...). Ahora bien, el deseo de reconocimiento basado en la
nacionalidad o raza no es racional, sólo los seres humanos, en
cuanto individuos libres y racionales, pueden escapar a la trampa que
supone la dialéctica del amo y el esclavo planteada por Hegel. El
estado liberal, según Fukuyama, es la institución política que
hace posible un reconocimiento mutuo entre todos los ciudadanos, pero
tal arreglo es incompatible con el reconocimiento de los grupos pues
estos, por decirlo en términos hegelianos, viven prisioneros de una
tensión dialéctica irreconciliable. Esto quiere decir que la
relación entre los grupos es afín a la que se establecía entre los
señores aristocráticos: cada uno aspiraba a ser reconocido por el
otro, tal pretensión les llevaba al enfrentamiento, el resultado del
mismo acaba cuando uno se convierte en amo (nación señora) y otro
en esclavo (nación esclava) pero tal resultado no es satisfactorio
para ninguna de las partes; para el esclavo, o la nación esclava,
por razones obvias, pero tampoco es positivo para el amo, o la nación
señora, pues el vencedor del combate aspira a ser reconocido por un
igual, no por una entidad de rango inferior. Solo el estado liberal,
plantea Fukuyama, garantiza una salida a esta antinomia sobre la
única base posible: el reconocimiento de la igualdad humana
atendiendo a la condición, que todos compartimos, ser individuos
libres y racionales que disfrutamos de los mismos derechos cívicos
que nos igualan en cuanto ciudadanos.
El análisis de Fukuyama
es, a mi modo ver, básicamente acertado, pero peca de un optimismo
infundado. La prueba es que -a la vista está- el estado liberal
no acaba con el nacionalismo, es más, ni siquiera supone un
parapeto razonablemente sólido que soporte las acometidas
secesionistas. El sentimiento gregario del ser humano forma parte de
su naturaleza del mismo modo que las exigencias de reconocimiento por
parte del thymos, de tal modo que la superación de la
sinrazón nacionalista por medio de sólidas y racionales
instituciones democráticas parece un objetivo, hoy por hoy,
inalcanzable. Como Finkielkraut muestra, analizando el caso de
Alsacia, en La derrota del pensamiento, cuando el conflicto se
plantea entre los partidarios del reconocimiento de grupos contra los
partidarios del reconocimiento de los individuos, estos últimos
tienen todas las de perder; el poder de los sentimientos “thymóticos”
vinculados al orgullo de pertenecer a un grupo es más poderoso que
la fría y racional necesidad de reconocimiento individual. Así
pues, temo que no hay demasiado margen para la esperanza. Cuando el
demagogo nacionalista azuza los sentimientos e invoca reales o
fantasmagóricos agravios comparativos, la racionalidad declina, la
fuerza de los argumentos se muestra impotente y la política,
considerada en el sentido más noble del término, es derrotada.
En todo caso, en este y
en otros asuntos similares, hago mío el verso de mi paisano Ángel
González: sin esperanza, con convencimiento. Hay que
resistir. No queda otra. Mantenerse firme en la defensa de las
instituciones democráticas que nos permiten vivir como ciudadanos
libres y no como miembros del rebaño.
Muy interesante. Aunque no comparto ciertos matices. Creo que no hay que retrotraerse a Platón teniendo a Damasio.
ResponderEliminarPor otro lado, tendemos a hablar de la economía desde el punto de vista del liberalismo, como si no existiera otra posible. No es rentable el nacionalismo para una economía liberal, pero para una economía feudal sí. En tiempos de crisis, volver a la masía es rentable, que ya regresaremos al club cuando las cosas mejoren.
El liberalismo ha hecho suyo los últimos descubrimientos sobre la conducta humana y les ha dado la vuelta. Dicen que en las sociedades el individuo colabora porque quiere ser reconocido, porque no les interesa aceptar que las investigaciones llevan a plantearse que la solidaridad y el altruísmo es algo innato...
Me tengo que ir. Un saludo
Gracias por el comentario, Javi.
ResponderEliminarTienes razón en el reproche que le haces al liberalismo. Con matices también.
Hubo otras economías distintas a la del modelo capitalista. Pero ya no. Hoy en día no veo otra alternativa.
También tienes razón en que, la etología, por ejemplo, desmiente el modelo de naturaleza humana que defienden -algunos- liberales. Pero la alterativa no es tan idílica como parece. Cuanto mayor es la solidaridad y el altruismo dentro del grupo mayor es el odio y la intolerancia hacia el “otro”. Lo que ganamos por un lado parece perderse por el otro.
Saludos
Tocas algo hoy crucial, como todos podemos contemplar, Óscar. Creo que queda fuera de duda que el espectáculo de los aglutinantes nacionalistas ofrecen una exaltación tal del gregarismo y las pasiones rebañegas que uno no puede más que sentir inevitables naúseas. Lo del otro día en el campo del Barcelona no es más que la estilización estética de un fenómeno de disolución del individuo en el agregado social que, verdaderamente, puede producir escalofríos. SIn embargo, yo no estoy tan convencido de que estemos ante el opuesto a la democracia realmente existente (quizás, llamarla liberal sea más la expresión de un deseo que la constatación de una realidad). En realidad, tiendo a pensar que éste es, más bien, un complemento a esta democracia, es decir, algo derivado de ella y en absoluto ajeno a su realidad. Una democracia confundida con el imperio de las estructuras burocráticas, es decir, con los partidos y las infinitas oficinas del Estado, necesita forjarse sustitutivos de algo así como una real vida pública de participación. Al desaparecer, o no existir, la participación real, se exaspera la simbólica, que puede llegar a un crecimiento que haga incluso peligrar el sistema en el que toma alimento y sentido. En cierto modod, creo que el nacionalismo es este sucedáneo de vida pública y acción política que erigió la burguesía ante la imposibilidad de vida en el puro y liso automatismo.
ResponderEliminarPor eso, Óscar, creo que la posición política dotada de sentido no es sin más el apegarse a las instituciones "democráticas" representativas, sino la de hallar vías reales de participación política, erigir nuevos poderes en los que la acción política no sea meramente sentimental, sino realmente activa. Los sustitutivos nos hacen también el favor de indicarnos las cada vez mayores lagunas de sistemas que han quedado sin base popular real, como estos gobiernos de "expertos" que vienen a mostrarse a su vez como las oclocracias más despreciables.
Un abrazo
Tienes toda la razón, Borja. Es verdad que que del post parece desprenderse una justificación del status quo político y no es esta, en absoluto, mi intención.
ResponderEliminarSaludos
Pues a mí me cuesta mucho apreciar al individo. Yo no lo veo, no me lo han presentado. Me parece más una rebaba del mito del alma, del pecado original..., ayer oí en un documental que en el Imperio Maya (creo que era el Maya) si un mayordomo imperial caía en desgracia, era sacrificada toda la tribu de donde procedía.
ResponderEliminarPrecisamente ese juego malabar de definición: "individuos racionales que están dispuestos a reconocerse mutuamente como iguales", es una frase que cruje, se desmoroma: una frase sospechosa y, en el fondo, llena de suspicacia y agresividad.
Javi, yo pienso que toda armazón conceptual es igual de artificial: tanto da hablar de “individuo” “racionalidad , “derechos humanos” … ; como de “patria”, “pueblo”, “nación”…. No son más reales las “sociedades” o los “grupos” que los “individuos”. Lo que importa es que los discursos tienen consecuencias que afectan a la vida de las personas.
EliminarNo soy ajeno a las perniciosas consecuencias que genera eso que se ha dado en llamar “neoliberalismo” (al contrario, como la mayoría, las sufro en mi vida cotidiana) , sin embargo, en esta entrada me he limitado a señalar los peligros del discurso nacionalista.
Saludos
Tu entrada me parece muy interesante, y lo cierto es que mi comentario la afea y está metido con calzador. Pero me emociono, chico, y se me escapa el verbo...
EliminarMe encanta, por otro lado, que aparezca en tu última respuesta la palabra "persona". ¡¡Por fín!! Personas, qué bonito. Hablar de individuo no implica paridad. Un hormiguero está lleno de indivudos. Ay..., las personas...
Por otro lado, antropológicamente hablando, parece no haber remedio. Las personas buscan afilición para reafirmarse y para sentirse más seguras.¡Viva CATALONIA! Y desde el prisma político, mirar hacia el horizonte de un ideal inmaculado (paraíso perdido, edad de oro) salva de ver la cruda realidad.
Y si no, pues dónde dice que va Vicente, pues donde va la gente... Y ya no sé por dónde iba... Una de las satisfacciones que tengo en estos momentos es leeros. Yo, si eso, de vez en cuando iré voceando... Un abrazo
Oscar, creo que das en el blanco con este artículo. El tema del nacionalismo es un tema de identidad, y la identidad es reconocimiento por parte del otro. Y el problema, precisamente estriba en que el reconocimiento nunca es satisfactorio porque nunca es de igual a igual, ni siquiera en una democracia liberal. Hay un enfoque que no señalas, y es el propio del psicoanálisis, al que mencionas. Para el psicoanalisis la condición fundamental no es el verse reconocido, sino en la experiencia del truncamiento de este reconocimiento: la castración. Explicaré esto.
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