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miércoles, 26 de diciembre de 2012

El arte, según el ángel de la historia
Borja Lucena Góngora




Aquí dejo una colaboración en el blog de mi amigo Javier Arribas, que se ha montado todo un proyecto junto a otros artistas sorianos que forman "Latidos del Olvido"  

“Hay un cuadro de Klee (1920) que se titula Ángelus Novus. Se ve en él a un Ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso”.
Walter Benjamin, Tesis sobre la historia, IX

Cuando Walter Benjamin rememoró la contemplación del cuadro de Paul Klee dio cuenta de un ángel que,arrastrado por el tumulto de la Historia, empujado hacia un adelante interminable por tormentas provenientes del paraíso, lanzaba la vista atrás y, horrorizado, únicamente encontraba ruinas y destrozos.

Las distintas producciones que han madurado en las manos y los espíritus de los miembros de "Latidos del olvido" se me antojan análogas a aquella mirada horrorizada del ángel: la mirada que sólo halla ruinas y se entrega a su predominio. Estar hoy sobre el mundo es habitar entre ruinas, es soportar el horror de la tempestad de la Historia. "Latidos del olvido" nos ofrece una mirada singular sobre los escombros, nos obliga a fijar la vista sobre aquello que en el vivir cotidiano es anulado por la marcha consuetudinaria y aceptable de las cosas, por la cháchara oficial y la hegemonía de la Historia sobre la vida. Como el ángel de Benjamin, las pinturas, imágenes y palabras que nos propone son dadas para mostrarnos la ruina que el vendaval de la Historia esparce a su paso. Lo otrora construido, al ser dejado atrás por la compulsión de seguir construyendo, se plaga de sombras; las paredes, al desconcharse, al palidecer sus colores y debilitarse su consistencia, revelan que el ir hacia delante del tiempo histórico se sostiene sobre la conversión de los hombres en víctimas, en material de fabricación y deshecho. En el despoblado de Villarijo -primera intervención del proyecto "Latidos del olvido"- los antaño pobladores de casas que ya nadie cuida; en el matadero de “Carne: materia prima”, la carne de los que, despojados casi de humanidad, fueron sometidos enteramente al trabajo y gastaron su vida en el automatismo. Ahora, en Polonia, las manchas que comienzan a perfilarse sobre los tabiques abandonados toman la forma de espectros de tiroteados, de los encerrados y torturados, de los silenciados, de las gentes sumidas en esa forma de organización total que fue el comunismo soviético y que, como ya Marx adelantó, quiso conducir a perfección y virtuosismo el principio general de la organización industrial de la sociedad humana.

En las ruinas del campo militar de Pstraze, al artista le es dado desvelar el carácter siniestro de la utopía racional. El comunismo tuvo la gran osadía de demostrar que la Razón gobernaba el mundo, y una coherencia despiadada en aclarar qué significaba ése gobierno: que todo -incluidos el dolor, la muerte, el sollozo humano- servía a su propósito como sirven los ladrillos con los que se erige una casa futura. Llevando a plenitud la fe en la Historia, también llevó a cumplimiento la extrema clarificación que ésta exige de los hombres, y es que -allí donde reina el caudal ciego de lo histórico- el hombre sólo puede adoptar dos papeles: el de víctima o el de ejecutor. Con esto, el comunismo anunció, en última instancia, cuál era el sino de los hombres en una sociedad industrial desarrollada hasta sus últimas implicaciones lógicas: ser meras funciones del Gran Proceso de la Historia, ser material indiferente y superfluo en la construcción de la Sociedad Feliz, ahora también llamada “del Bienestar”.

El fantasmal abandono de Pstraze, con su arquitectura plenamente funcional, desnuda, sin sitio para lo accesorio, todavía revela cómo el sueño histórico -el sueño de una sociedad racional en la que todo se dé con Sentido- produce monstruos. El imperio de la Razón es aquí retratado en las líneas puritanas, frígidas, en los ángulos vacíos, en la exaltación general de la geometría que rebosa el edificio más condensado, más claro y más luminosamente técnico: un cuartel militar en el que el espacio no está dispuesto para ser habitado, para desarrollar una vida y poder contarla a otros, sino para dominar el entorno y reducirlo al cálculo de las operaciones bélicas o estratégicas; una construcción cuyas paredes no sirven para abrigar la vida y su inexplicable pluralidad, sino para atormentar a los réprobos de la Idea y fusilar a los elegidos para el sacrificio. Una edificación, en suma, que, en vez de engrosar un mundo humanamente dispuesto, lo ahoga en la vigilancia y en la estricta disciplina de lo planificado. Frente a esto, la modesta pero arriesgada tarea del arte sigue siendo, como nos recordaba Benjamin, la de romper la continuidad supuesta de la Historia que justifica toda opresión, quebrar las líneas rectas que unen los medios con los fines, hacer saltar por los aires la geometría asfixiante de los planes y los ordenamientos, y convocar en lo muerto la imagen de la vida aplastada; así, hacer surgir de la pared tiroteada la figura renqueante del cráneo acribillado, o salpicar de palabras la silenciosa superficie de la fortaleza, entregan la posibilidad de zafarse del orden de lo ya diseñado para abrir nuevos significados sin los que la vida humana se reduce a la condición de una raza enanos sometidos al Tiempo. En el arte todavía vivo, como en el pensamiento no burocratizado, resuena entonces la apuesta por romper la Historia y rescatar de entre sus escombros lo que aún merece ser contado, aquello en lo que refulge el sentido no lineal y contingente de una vida vivida. Resuena el lamento del ángel que quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado.

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