Decía Rorty en Trosky y las orquídeas silvestres que nuestras creencias e ideas no guardan, ni tienen por qué guardar, coherencia alguna: las ideas políticas de Rorty, su gusto por las orquídeas y su concepción pragmatista de la filosofía no son partes de una cosmovisión o “una sola imagen de la realidad y la justicia”. Supongo que Unamuno, pensador genial, pero a menudo contradictorio y siempre incoherente, estaría de acuerdo con el diagnóstico de Rorty. Pero, por mi parte, no puedo evitar una desagradable sensación de malestar ante las contradicciones e incoherencias. Aspiro, es posible que de manera muy ingenua, a no contradecirme en la medida de lo posible. Soy muy consciente de que nuestros intereses, motivaciones, creencias, ideas son de muy variada índole y no es preciso (y puede que ni siquiera deseable), conectarlos todos ellos: no tiene porqué existir conexión alguna entre el gusto de Rorty por las orquídeas y su concepción de la filosofía; pero no estoy ya tan seguro de que las convicciones políticas, de Rorty, o de cualquier otro, no deban mantener algún tipo de relación congruente con su filosofía. En cualquier caso, sea cual sea el grado de congruencia que es posible alcanzar, yo, repito, no me siento cómodo entre incoherencias y contradicciones.
Sirva lo anterior como introducción y justificación del siguiente tema: ¿Es coherente sostener una concepción pragmática de la verdad y, a la vez, defender que la filosofía es un saber sustantivo, esto es, un saber que no es meramente instrumental? Aparentemente no. Sin embargo ambas tesis me parecen acertadas.
Entiendo las ideas y teorías al modo de William James, como instrumentos que son válidos o no en función de los resultados que obtenemos a partir de ellos. Así una idea o creencia verdadera es aquella que nos conduce a una acción exitosa y mejora de algún modo nuestra vida; una idea falsa es todo lo contrario, aquella que nos orienta en la vida de manera deficiente. En caso de no poder extraer consecuencia alguna de una idea optamos por aquellas que son compatibles y coherentes con las ideas que han demostrado su valía, esto es, aquellas ideas de las que hemos obtenido consecuencias satisfactorias. Este criterio nos sirve para valorar teorías científicas, ideas filosóficas, creencias cotidianas, etc. Si somos incapaces de extraer consecuencia alguna de una idea o teoría, siguiendo este razonamiento, estamos ante flatus vocis, una mera forma de hablar irrelevante, algo semejante a lo que los neopositivistas llamaron “pseudoproposiciones”.
Por otro lado, me resisto a otorgarle a la filosofía una mera función instrumental, como si fuera un mero ejercicio intelectual cuya finalidad sea aprender a pensar o potenciar el talante crítico o cualquier otro objetivo similar. La filosofía debería ser considerada en pie de igualdad con otras disciplinas que ponen a los estudiantes en contacto con ideas que tienen un valor propio, al margen de las “capacidades” o “habilidades procedimentales” que pudieran extraerse de ellas. Reivindico una concepción platónica de la filosofía y, especialmente, de la enseñanza de la filosofía, en la cual, la función del profesor habría de ser facilitar el viaje de aquel prisionero liberado del que nos hablaba Platón, teniendo en consideración el doble sentido del mismo: hacia arriba y hacia abajo, es decir, regressus hacia las ideas invisibles que pueden ser captadas con los “ojos del alma” y que son el fundamento de nuestros juicios, y progressus desde las ideas hasta el mundo cotidiano para dar cuenta de él desde una nueva perspectiva.
Soy dolorosamente consciente que los dos párrafos anteriores son, o al menos parecen ser, abiertamente contradictorios: o lo uno o lo otro, pero no las dos cosas a la vez. En cualquier caso, aunque la completa coherencia del pensamiento sea un objetivo imposible, no por ello habría de ser menos deseable; podríamos entenderla al modo de las ideas trascendentales kantianas, como un ideal que se sabe de antemano inalcanzable pero que guía y orienta nuestra actividad teórica. Desde tal perspectiva voy a intentar armonizar las dos tesis expuestas.
Desde la perspectiva pragmatista todas las ideas son instrumentales en el sentido de que son herramientas lingüísticas que nos permiten hacer cosas: la tesis realista que afirma la existencia corpórea de los objetos percibidos es pragmáticamente afirmada en todas y cada una de nuestras conductas cotidianas y la creencia en virus, bacterias, átomos, ondas electromagnéticas etc es constantemente reforzada en nuestra práctica médica y tecnológica. Una idea verdadera ha de cumplir, al menos con una de estas dos condiciones: o bien es una idea de la cual podemos inferir resultados prácticos o bien es un idea exigida por un sistema conceptual que ha demostrado su solvencia cuando ha sido sometido a prueba.
Entiendo que la diferencia fundamental, desde esta perspectiva, entre las ideas científicas y las filosóficas es que las consecuencias que se infieren de las ideas científicas han de tener un carácter público: carece de sentido afirmar, por ejemplo, que para mí la hipótesis del éter es una idea verdadera porque puedo extraer de ella consecuencias positivas en mi vida cotidiana. Los efectos de las ideas y teorías científicas han de juzgarse y valorarse públicamente y es la comunidad científica, después de las discusiones pertinentes, quien establece las ideas y teorías “verdaderas”. No ocurre lo mismo, o al menos no en la misma medida, con las ideas y teorías filosóficas. Es verdad que partimos de un consenso (público) sobre los grandes maestros de la tradición filosófica occidental (Platón , Aristóteles, Descartes, Kant...) pero, en este caso, no es posible que una “comunidad filosófica” (un rebaño de gatos, al fin y al cabo) dictamine acerca de las ideas y teorías verdaderas. Pero ello no es un argumento en contra de la perspectiva pragmatista. Ocurre que “la verificación” puede realizarse de un modo privado y personal. Por ejemplo, para mi Platón, Hume, Nietzsche, Marx... y, en general, los grandes maestros de la historia de la filosofía, pero también algunos otros pensadores menos reconocidos como Feyerabend o Cioran, a pesar de ser filósofos muy diferentes y hasta contradictorios entre sí, son todos ellos “útiles”: sus ideas y teorías me permiten reflexionar sobre aspectos de mi vida y del mundo circundante de una manera que no hubiera sido posible desde la ignorancia y el desconocimiento. Esta reflexión, como todas, conlleva una toma de posición desde la cual vivo y actúo en el mundo. Sin embargo, otras partes de la historia del pensamiento me dejan frío, no consigo extraer consecuencia práctica alguna y me son indiferentes: la lógica hegeliana, la filosofía de la aritmética de Husserl o el segundo periodo de la obra de Heidegger, por ejemplo. Para mi son léxicos desconectados de mi vida que me resultan ajenos; pero otras personas pueden considerar estos autores y doctrinas como claves en torno a las cuales articulan su comprensión del mundo y la de la propia vida. En cualquier caso la “utilidad” de una filosofía no es algo que pueda establecerse, por entero, públicamente, cada uno de nosotros se hace cargo, de manera propia y personal, de las ideas filosóficas que considera fundamentales.
Cuando defiendo el carácter sustantivo de la filosofía lo que quiero decir es que las ideas y teorías filosóficas no son más instrumentales que el resto. Desde la perspectiva pragmatista todas las ideas tienen un carácter instrumental, pero cuando se insiste recurrentemente en la instrumentalidad de algunas ideas y disciplinas, se quiere dar a entender que hay una diferencia fundamental entre estas, las instrumentales, y las otras, las ideas y teorías sustantivas, aquellas que tienen un valor por sí mismas. Es esta distinción la que rechazo. Conocer la ética aristotélica es tan importante como saber historia de España, la revolución industrial, álgebra o la tabla periódica de los elementos. Lo que niego es que algunas disciplinas (el arte, la filosofía, el latín, la literatura) sirvan meramente para el goce estético, el pensamiento crítico o expresarnos correctamente y en cambio otras (ciencias sociales, biología, física, química, historia etc) contengan las ideas y teorías que son valiosas por sí mismas, porque nos dicen “lo que el mundo es”. No es así. La función de las ideas es la misma en ambos casos. Otra cosa que es que la sociedad (o este gobierno) valore unas ideas más que otras. Es evidente que las ideas y teorías enmarcadas en lo que podríamos denominar una “formación humanística” están desprestigiadas; es labor de todos hacer ver a la sociedad (y, especialmente, a la Administración) la importancia de estas disciplinas destacando la importancia de las ideas y teorías que las constituyen.
Sirva lo anterior como introducción y justificación del siguiente tema: ¿Es coherente sostener una concepción pragmática de la verdad y, a la vez, defender que la filosofía es un saber sustantivo, esto es, un saber que no es meramente instrumental? Aparentemente no. Sin embargo ambas tesis me parecen acertadas.
Entiendo las ideas y teorías al modo de William James, como instrumentos que son válidos o no en función de los resultados que obtenemos a partir de ellos. Así una idea o creencia verdadera es aquella que nos conduce a una acción exitosa y mejora de algún modo nuestra vida; una idea falsa es todo lo contrario, aquella que nos orienta en la vida de manera deficiente. En caso de no poder extraer consecuencia alguna de una idea optamos por aquellas que son compatibles y coherentes con las ideas que han demostrado su valía, esto es, aquellas ideas de las que hemos obtenido consecuencias satisfactorias. Este criterio nos sirve para valorar teorías científicas, ideas filosóficas, creencias cotidianas, etc. Si somos incapaces de extraer consecuencia alguna de una idea o teoría, siguiendo este razonamiento, estamos ante flatus vocis, una mera forma de hablar irrelevante, algo semejante a lo que los neopositivistas llamaron “pseudoproposiciones”.
Por otro lado, me resisto a otorgarle a la filosofía una mera función instrumental, como si fuera un mero ejercicio intelectual cuya finalidad sea aprender a pensar o potenciar el talante crítico o cualquier otro objetivo similar. La filosofía debería ser considerada en pie de igualdad con otras disciplinas que ponen a los estudiantes en contacto con ideas que tienen un valor propio, al margen de las “capacidades” o “habilidades procedimentales” que pudieran extraerse de ellas. Reivindico una concepción platónica de la filosofía y, especialmente, de la enseñanza de la filosofía, en la cual, la función del profesor habría de ser facilitar el viaje de aquel prisionero liberado del que nos hablaba Platón, teniendo en consideración el doble sentido del mismo: hacia arriba y hacia abajo, es decir, regressus hacia las ideas invisibles que pueden ser captadas con los “ojos del alma” y que son el fundamento de nuestros juicios, y progressus desde las ideas hasta el mundo cotidiano para dar cuenta de él desde una nueva perspectiva.
Soy dolorosamente consciente que los dos párrafos anteriores son, o al menos parecen ser, abiertamente contradictorios: o lo uno o lo otro, pero no las dos cosas a la vez. En cualquier caso, aunque la completa coherencia del pensamiento sea un objetivo imposible, no por ello habría de ser menos deseable; podríamos entenderla al modo de las ideas trascendentales kantianas, como un ideal que se sabe de antemano inalcanzable pero que guía y orienta nuestra actividad teórica. Desde tal perspectiva voy a intentar armonizar las dos tesis expuestas.
Desde la perspectiva pragmatista todas las ideas son instrumentales en el sentido de que son herramientas lingüísticas que nos permiten hacer cosas: la tesis realista que afirma la existencia corpórea de los objetos percibidos es pragmáticamente afirmada en todas y cada una de nuestras conductas cotidianas y la creencia en virus, bacterias, átomos, ondas electromagnéticas etc es constantemente reforzada en nuestra práctica médica y tecnológica. Una idea verdadera ha de cumplir, al menos con una de estas dos condiciones: o bien es una idea de la cual podemos inferir resultados prácticos o bien es un idea exigida por un sistema conceptual que ha demostrado su solvencia cuando ha sido sometido a prueba.
Entiendo que la diferencia fundamental, desde esta perspectiva, entre las ideas científicas y las filosóficas es que las consecuencias que se infieren de las ideas científicas han de tener un carácter público: carece de sentido afirmar, por ejemplo, que para mí la hipótesis del éter es una idea verdadera porque puedo extraer de ella consecuencias positivas en mi vida cotidiana. Los efectos de las ideas y teorías científicas han de juzgarse y valorarse públicamente y es la comunidad científica, después de las discusiones pertinentes, quien establece las ideas y teorías “verdaderas”. No ocurre lo mismo, o al menos no en la misma medida, con las ideas y teorías filosóficas. Es verdad que partimos de un consenso (público) sobre los grandes maestros de la tradición filosófica occidental (Platón , Aristóteles, Descartes, Kant...) pero, en este caso, no es posible que una “comunidad filosófica” (un rebaño de gatos, al fin y al cabo) dictamine acerca de las ideas y teorías verdaderas. Pero ello no es un argumento en contra de la perspectiva pragmatista. Ocurre que “la verificación” puede realizarse de un modo privado y personal. Por ejemplo, para mi Platón, Hume, Nietzsche, Marx... y, en general, los grandes maestros de la historia de la filosofía, pero también algunos otros pensadores menos reconocidos como Feyerabend o Cioran, a pesar de ser filósofos muy diferentes y hasta contradictorios entre sí, son todos ellos “útiles”: sus ideas y teorías me permiten reflexionar sobre aspectos de mi vida y del mundo circundante de una manera que no hubiera sido posible desde la ignorancia y el desconocimiento. Esta reflexión, como todas, conlleva una toma de posición desde la cual vivo y actúo en el mundo. Sin embargo, otras partes de la historia del pensamiento me dejan frío, no consigo extraer consecuencia práctica alguna y me son indiferentes: la lógica hegeliana, la filosofía de la aritmética de Husserl o el segundo periodo de la obra de Heidegger, por ejemplo. Para mi son léxicos desconectados de mi vida que me resultan ajenos; pero otras personas pueden considerar estos autores y doctrinas como claves en torno a las cuales articulan su comprensión del mundo y la de la propia vida. En cualquier caso la “utilidad” de una filosofía no es algo que pueda establecerse, por entero, públicamente, cada uno de nosotros se hace cargo, de manera propia y personal, de las ideas filosóficas que considera fundamentales.
Cuando defiendo el carácter sustantivo de la filosofía lo que quiero decir es que las ideas y teorías filosóficas no son más instrumentales que el resto. Desde la perspectiva pragmatista todas las ideas tienen un carácter instrumental, pero cuando se insiste recurrentemente en la instrumentalidad de algunas ideas y disciplinas, se quiere dar a entender que hay una diferencia fundamental entre estas, las instrumentales, y las otras, las ideas y teorías sustantivas, aquellas que tienen un valor por sí mismas. Es esta distinción la que rechazo. Conocer la ética aristotélica es tan importante como saber historia de España, la revolución industrial, álgebra o la tabla periódica de los elementos. Lo que niego es que algunas disciplinas (el arte, la filosofía, el latín, la literatura) sirvan meramente para el goce estético, el pensamiento crítico o expresarnos correctamente y en cambio otras (ciencias sociales, biología, física, química, historia etc) contengan las ideas y teorías que son valiosas por sí mismas, porque nos dicen “lo que el mundo es”. No es así. La función de las ideas es la misma en ambos casos. Otra cosa que es que la sociedad (o este gobierno) valore unas ideas más que otras. Es evidente que las ideas y teorías enmarcadas en lo que podríamos denominar una “formación humanística” están desprestigiadas; es labor de todos hacer ver a la sociedad (y, especialmente, a la Administración) la importancia de estas disciplinas destacando la importancia de las ideas y teorías que las constituyen.
Dices cosas muy interesantes Oscar, ya sabes que estoy de acuerdo contigo en mucho. Quiero hacer alguna breve precisión, sin embargo.
ResponderEliminarCuando Rorty habla de la coherencia, no está defendiendo sin más que debamos ser incoherentes, sino más bien que también la coherencia es una categoría más, junto a las demás. O lo que es lo mismo: no podemos apelar al tribunal de la lógica para decir que nuestras ideas sean más coherentes o menos adoptando, una vez más, una perspectiva extralingüística. No es que haya que ser coherente, sino más bien que, decir que somos coherentes o incoherentes es ya estar adoptando cierta perspectiva. Pero si se quiere, podemos decir que siempre hay una coherencia interna a nuestros pensamientos, sean los que sean. Por poner el ejemplo del propio Rorty: no hay ninguna razón para pensar que un democrata no pueda ser también nacional socialista, pero ese juicio no lo podrá hacer ni un demócrata antinazi ni un nazi antidemócrata. Rorty nos dice que Freud, por ejemplo, nos ayuda a entender cómo estas cosas son posibles.
Cuando dices que todas las teorías o ideas hay que comprenderlas como "instrunmentos", habría que ser cautelosos a la hora de comprender qué es un instrumento. En un artículo que hizo sobre Gadamer se acerca mucho a la consideración que la hermeneútica tiene del lenguaje: habría que enteder que lo que suponen nuestras ideas y conocimientos son siempre mediaciones para comprender y actuar.
Edu, gracias por el comentario. No estoy seguro de entender tu precisión. Creo que lo que dices es que la oposición coherencia-incoherencia forma parte de un léxico o juego del lenguaje y que no es una categoría extralingüística: carece de sentido pedirle a a Lewis Caroll, por ejemplo, que tome partido en este dilema porque, simplemente, maneja un léxico distinto donde tal oposición carece de sentido. Eso lo entiendo. Pero lo que yo entiendo por filosofía no puede ser indiferente a estas categorías o distinciones. Lo digo en un sentido muy simple: un filósofo no debería estar afirmando a menudo una cosa y la contraria, porque entonces nadie le tomaría en serio. Todo tiene un límite. Yo diría que, por ejemplo, Unamuno o Nietzsche se mueven dentro de ese límite, pero otros, por ejemplo, los surrealistas o los dadaistas, que vulneran consciente y provocativamente las reglas de la lógica, a mi, personalmente, no me interesan en tanto que pensadores o filósofos (sin perjuicio del valor artístico que pudieran tener sus obras).
ResponderEliminarUn caso muy interesante es el que señalas. Según Freud nuestra conducta está regida por el inconsciente y este puede perfectamente querer una cosa y la contraria. Pero lo relevante, creo, es que la doctrina del psicoanálisis no pude ser formulada en el leguaje de ello, debe ser formulada en lenguaje del Yo, el lenguaje de la lógica. Freud como todos, aspira a no contradecirse.
Lo que apuntas del artículo de Rorty sobre Gadamer tiene buena pinta. Pueden existir nexos importantes entre la tradición pragmatista y la hermeneútica. Entiendo la noción de “instrumento” de manera bastante laxa, tomado en consideración la teoría de los actos de habla de Austin y Searle, de tal forma que si una idea me permite hablar y comunicarme de manera satisfactoria con otras personas ya ha demostrado su “utilidad”, ha favorecido un conducta exitosa. En cualquier caso esto es bastante más complejo de lo que parece: distintos sistemas de ideas contradictorios generan otros tantos actos de habla que no justifican por si solos la “verdad” de tales teorías. Un lío.
Saludos
Estoy muy deacuerdo en lo que dices en el último párrafo de que las disciplinas como el arte, la filosofía, el latín, la literatura, no son simplemente para el goce estético. Y sobretodo, en el caso de la literatura (aunque puede que no sea muy objetivo al ser un gran amante de ella). En mi opinión la literatura puede aunar lo que la historia y la filosofia dan, incluso hasta la psicología, (no son pocos los personajes literarios que se utilizan para estudios psicológicos, veanse las tragedias de Shakespeare por ejemplo). La literatura hace que puedas meterte en la piel de otra persona, ver el mundo de otro modo, y quizá en algunos casos, despues de acabar un libro, no poder volver a verlo igual. Esto es algo que me parece de suma importancia. Yo, como estudiante y con la poca experiencia que tengo, puedo decir que aprendo mucho mas en un relato de Tolstoi que en veinte clases de determinantes y matrices. Muy bonito blog, un saludo.
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