Cuando alguien se acerca por primera vez a los
Diálogos platónicos suele ser después de tener conocimiento, por medio de un
manual o de un profesor, de la Teoría de las Ideas. El lector sabe -o cree saber- que tal teoría aparece
expuesta principalmente en los llamados diálogos de madurez: el Fedón, el
Fedro, el Banquete y la República. Una vez leídos cualquiera de estos diálogos,
que suponemos los más representativos, causa extrañeza lo poco que se dice en
ellos acerca de la Teoría de las Ideas, es más, en realidad no aparece tal “doctrina”
en lugar alguno.
El libro Platón, Verdad del Ser y Realidad
de la Vida, de Paul Friedländer - editado por primera vez en 1928 y
traducido al español en 1989 por Santiago González Escudero en Tecnos, en una
edición que actualmente se encuentra agotada - parte de esta constatación y no
obliga a Platón a ser un “platónico”, no busca en los Diálogos las pruebas que
corroboren la Teoría de las Ideas. Friedländer hace una lectura atenta y
rigurosa de los Diálogos a partir de un análisis filológico profundo y complejo
que pretende eludir todo tipo de prejuicio filosófico.
De entre todos los temas que Platón trata en
sus Diálogos nos interesa aquí especialmente el problema del conocimiento, pues
es en el intento de dar una respuesta a esta cuestión cuando, supuestamente,
nace la Teoría de las Ideas. Sabemos que Platón sostiene, especialmente en la
República y en la Carta VII, que el conocimiento es un camino gradual de subida
y bajada hasta que, “después de gran esfuerzo y trabajo, de repente el
conocimiento reflexivo brota (carta VII)”. Lo mismo ocurre, en el Mito de
la caverna, con el prisionero liberado cuando, después del arduo viaje,
contempla el sol y toma conciencia de la realidad circundante. El conocimiento verdadero surge de manera
repentina, de manera semejante a un arrebato místico.
Podemos distinguir en Platón dos ámbitos o
espacios en los que la Verdad se manifiesta : el mundo de los logoi,
-los discursos- donde aprehendemos la esencia de las cosas a través del
lenguaje: "me parece que habría que remontarse a los logoi y afirmar en ellos la verdadera esencia de las cosas que son" (Fedón 99e); y, por otra parte, lo que está “más allá de la esencia”, lo arrheton
- lo indecible, inefable o innombrable-
o el “quinto grado de conocimiento” (carta VII)”. Platón designa
con este término, arrheton, lo que propiamente no puede designarse y,
sin embargo, es la meta final de toda indagación:
"Pero cuando nos vemos obligados a contestar y definir claramente el quinto elemento, cualquier persona capacitada para refutarnos nos aventaja si lo desea, y consigue que el que está dando explicaciones, sea con palabras o por escrito o por medio de respuestas, dé la impresión a la mayoría de los oyentes de que no sabe nada de lo que intenta decir por escrito o de palabra. Carta VII."
Lo arrheton se nos escapa entre los
dedos cuando queremos verbalizarlo o poseerlo de algún modo. No se trata entonces de un saber sustantivo,
un secreto que deba ser custodiado y mantenido oculto para los no iniciados.
Por ello, al contrario del pitagorismo, Platón no precisa de esoterismo alguno.
En realidad no hay nada que esconder. De ahí la vocación platónica por el Mito.
Allá donde el Logos no puede llegar, apunta el Mito. Cuando tenemos el saber
supremo al alcance de la mano, Platón nos insta a abandonar el medio que nos ha
llevado hasta allí - la razón, el logos - y entregarnos a las
evocaciones mitológicas. La Verdad más alta no puede ser Verbalizada - por eso no
encontramos en los diálogos platónicos definición alguna del Bien - pero puede
ser sugerida o evocada de algún modo, y es entonces cuando surge el Mito, el
último escalón en el camino dialéctico que nos deja a los pies de lo arrheton.
Encontramos en los Diálogos platónicos tres caminos que conducen
a lo arrheton: el camino
dialéctico de la República, el camino de Eros en el Banquete y el camino de la
muerte en el Fedón. En realidad son solo uno camino, pues se complementan
perfectamente: el camino del saber se emprende bajo el auspicio de Eros y no
concluye hasta la muerte, con la liberación del alma y su consiguiente “purificación”
que es ante todo purificación intelectual, es el conocimiento o puro
pensar. En cualquier caso, el objetivo
siempre es el mismo: alcanzar lo arrheton.
El problema es que, una vez alcanzada, la Verdad no puede ser enunciada, no son posibles los
atajos, tampoco es posible diseñar una ruta que especifique claramente las
etapas a superar y la dirección a tomar. Sócrates, al parecer, transitó, toda
su vida por este camino sin alcanzar la meta y Platón calla en lo esencial:
“Desde luego, no hay ni habrá nunca una obra mía que trate de estos temas; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias, sino que después de una larga convivencia con el problema y después de haber intimado con él, de repente, como la luz que salta de la chispa, surge la verdad en el alma y crece ya espontáneamente. Carta VII “
A la vista de todo esto, la pregunta que a
Friedländer le interesa plantear es la siguiente: ¿Es Platón un místico?
Hemos dado razones suficientes para considerar
muy seriamente la posibilidad de una respuesta afirmativa a esta pregunta. No
en vano la tradición mística posterior - primero Plotino y después la mística
cristiana, islámica y cabalística - hace suya la noción platónica de arrheton.
Además podemos encontrar similitudes significativas entre el viaje dialéctico
de Platón y la peregrinación de Dante a través de los tres reinos y también
encontramos ecos platónicos en las enseñanzas de Buda y de los sufíes.
Sin embargo, Friedländer sostiene, con buenas
razones, pienso, que Platón no es un místico.
Lo más excelso está “en la fila del Ser”
(no “más allá”, antes o después), damos con lo arrheton cuando
transitamos por el camino del conocimiento del Ser (no por una caída o trance
místico). Son necesarios los números, la geometría, la astronomía, la teoría
musical:
"Y cuando después de muchos esfuerzos se han hecho poner en relación unos con otros cada uno de los distintos elementos, nombres y definiciones, percepciones de la vista y de los demás sentidos, cuando son sometidos a críticas benévolas, en las que no hay mala intención al hacer preguntas ni respuestas, surge de repente la intelección y comprensión de cada objeto con toda la intensidad de que es capaz la fuerza humana. Carta VII."
No solamente en la Carta VII, también en la
República, Platón insiste en la dificultad del camino dialéctico, en los
esfuerzos que deben realizarse, en el tiempo que debemos invertir para
transitarlo - quince años en el Estado Ideal- y la paciencia y tenacidad que
deben acompañarnos; de tal manera que la urgencia e inmediatez de la Gnosis
mística es del todo ajena al planteamiento platónico.
En Platón es inconcebible el antagonismo que,
posteriormente, planteará Pascal: Dios de Abraham vs Dios de los filósofos. No
hay ni puede haber divergencia entre la Razón y la Revelación, accedemos a la
Verdad por el camino de la Razón, no hay otra vía alternativa. En palabras de
Friedländer: “en Platón la locura de Dios y matemáticas guían hacia arriba
el camino”. Por otro lado, la consideración del conocimiento sensible en
Platón no es tan negativa como pudiéramos suponer: si bien es verdad que en el
Fedón, por ejemplo, se incide en la separación entre los sentidos y la razón,
otros diálogos no avalan esta separación y son ajenos a la tradición mística de
enfrentar el amor a los sentidos con el amor de Dios. Tanto en el Banquete como
en el Teeteto, por ejemplo, encontramos un reconocimiento de la sensibilidad
como necesario punto de partida del camino dialéctico.
Por último, no encontramos en Platón la promesa
de la unión indisoluble del Alma con lo Uno característica de la “scala
mystica” en Plotino. “ Llegar a ser Dios” es el objetivo de Plotino
y de la mística, mientras que Platón “el objetivo es ser de forma de dios,
amado de dios, parecido a dios, en la
medida de las posibilidades”. El camino de Platón conduce a lo arrheton por
medio de las Formas eternas. “¡Cuán llena debe estar el alma con las figuras
en las que ella ha contemplado los arquetipos iguales a esencias, que conserva
frente a ella! Y así es el camino a lo arrheton; tampoco se trata de aquel
Altísimo alcanzable por ejercicio propio. Sino incluso debe permanecer el alma
frente a él en una manera llena misterio, no hundirse en la corriente”
Muy interesante tu entrada Oscar. Buscaré el libro para echarle un vistazo si tengo tiempo este verano. estoy bastante de acuerdo con lo que dices acerca de Platón: no era un místico. Ni siquiera era un ultra de la razón y el conocimiento, como lo será Hegel. Yo le veo más bien como le veía Nietzsche: un sofista. Platón era consciente de las virtudes de los discursos, pero también de sus limitaciones. Lo deja claro en muchas partes de su filosofía, En el banquete insinúa que las ideas no pueden ser jamas alcanzadas, en el Parménides llega casi a decir que las ideas sólo son contenidos de la mente y en Fedro, por ejemplo, nos habla sobre los "primeros principios"
ResponderEliminar,que están más arriba de las ideas, sobre los cuales es mejor no dejar nada escrito. Puede que Platón fuera consciente, al fin y al cabo, de estar inventando una nueva mitología, y de ahí su apego por el mito.
Muy interesante, Óscar. Será cosa de procurarse el libro. Para añadir algo a lo que ya ha dicho Edu, sólo decir que Platón, frente a tantos filósofos "ilustrados", supo perfectamente que un mito sólo puede ser vencido por otro mito, no por el intelecto. Esto también lo supo Nietzsche, y Hegel, que para asegurar el triunfo de lo racional tuvo que convertir a la misma razón en sujeto mitológico de una Odisea..
ResponderEliminarUn abrazo
Lo que últimamente llama mucho mi atención es que filósofos aparentemente muy dispares, Platón, Kant, Shopenhauer, Wittgenstein… vienen a decir cosas muy semejantes: que el conocimiento requiere el ejercicio del logos, de la razón; que este ejercicio tiene un límite; que lo realmente valioso este más allá de este límite; que no existe un acceso directo a “lo Real”, pero otros discursos – no racionales- y otros medios –el arte- pueden evocar, de algún modo, lo más valioso; que, sin embargo, debemos ejercitarnos en el ejercicio de la razón …
ResponderEliminarSaludos
Completamente de acuerdo Óscar. Añade también a Freud y a Heidegger en esta defensa de que siempre hay algo que se nos da de un modo peculiar: como imposible, como lo que se retira, lo que se resiste. Es el drama de tener palabras para nombrar las cosas y darnos cuenta de que los nombres no las alcanzan del todo, nunca.
ResponderEliminarCon gusto acepto a Freud en “mi club” Edu. Con Heidegger tengo algún reparo. Es característico de los filósofos que he citado el aprecio por la argumentación racional, por el camino dialéctico – aún siendo conscientes de sus limitaciones-. No tengo claro que el bueno de Martin comparta este afecto. Lo que él llama “pensar” es un ejercicio bastante peculiar ¿no?
ResponderEliminarSaludos