El vínculo entre filosofía y literatura se remonta a los orígenes,
así encontramos en Platón al fundador de la filosofía y a un
literato de primer orden. Además podemos encontrar en el filósofo
ateniense las claves para entender el tipo de relación que cabe
establecer entre filosofía y literatura o, lo que es lo mismo,
entre argumentación dialéctica y relato mítico. El mito no es un
añadido superfluo a la dialéctica, tampoco es un instrumento para
una mejor difusión de la doctrina platónica. Por el contrario, el
relato mítico es una exigencia de la argumentación dialéctica y
arranca donde allí donde los logoi han terminado. El mito va más allá de los
logoi, apunta a lo que en sentido estricto no puede ser dicho sino
solo sugerido.
Pues bien, los herederos de Platón, los representantes más
conspicuos de la filosofía académica, parecen haber olvidado desde
hace tiempo esta importante lección. El filósofo académico, sea de
la rama que sea - analítico, marxista fenomenólogo…- tiende a
ignorar o mirar con desdén a los filósofos que cultivan la
literatura o a los literatos con ínfulas filosóficas. Ambos son
considerados diletantes; útiles, tal vez, como divulgadores pero
carentes de la profundidad y el rigor que cabe exigir de la
racionalidad filosófica. No puedo estar más en desacuerdo con esta
apreciación.
Hace unos días hemos celebrado el centenario del nacimiento del
filósofo del siglo XX que, desde mi punto de vista, mejor ha
transitado por ambos géneros cultivando con igual maestría el
ensayo y la novela: Albert Camus. La filosofía académica francesa,
encabezada por Sartre, nunca reconoció - más bien al contrario - la
obra del que era considerado un aficionado advenedizo argelino.
Tampoco han tenido mejor suerte los literatos de temáticas
filosóficas, entre los que cabe destacar la figura de Borges, el
cual, por razones semejantes a las que afectan a Camus, no forma
parte de los planes de estudio de ninguna Facultad de Filosofía que
se precie. En España, podemos coronar como rey y señor de este
extraño territorio híbrido a Miguel de Unamuno y, en un nivel
inferior de reconocimiento, pero no de calidad, a George Santayana.
El menosprecio, como filósofos, de los autores citados es una
petulancia que no tiene ninguna justificación. Los, digamos, "filósofos literarios" no es que estén al mismo nivel que los filósofos académicos sino que, dependiendo de los objetivos que nos hayamos marcado, están en un nivel superior. Los ensayos filosóficos mejores y más interesantes, para mí, no son
los que tratan de las cuestiones más profundas y vitales, sino
de otros temas que nos resultan menos íntimos, más "fríos". Así,
por ejemplo, entiendo que la filosofía académica en sus distintas
ramas - filosofía del lenguaje, filosofía política, teoría del
conocimiento etc- hace una provechosa labor cuando se marca el
objetivo de reflexionar en torno a ideas tales como democracia,
verdad científica, mente, arte, cultura, libertad política, secesión,
significado etc. En cambio cuando se trata de internarse en el centro
mismo de la existencia y de plantearse algo así como "el sentido de la vida”,
la filosofía académica no transmite del mismo modo que la
literatura y, en ocasiones, se muestra fatua e inane. Si mi objetivo es dilucidar la noción de libertad política, un ensayo filosófico- de Isaiah Berlin o Antonio Negri, por ejemplo- me resulta adecuado, pero cuando se trata de reflexionar sobre el paso del tiempo o la muerte prefiero a Proust o Dostoievsky antes que a Heidegger o Merlau-Ponty.
El discurso conceptual sigue unas reglas -lógicas, semánticas y sintácticas- que imponen unas limitaciones al pensamiento que son felizmente rebasadas en la obra literaria. La expresión literaria de las ideas no es más vulgar que la académica, al contrario, conforme al patrón platónico es más profunda y reveladora. La tesis que pretendo defender es esta: las ideas filosóficas más profundas hallan su más adecuada expresión en forma literaria, no conceptual. Así, por ejemplo todas las formulaciones conceptuales de las ideas pacifistas y naturalistas palidecen al lado de las reflexiones de Lyovin y la descripción de la vida rural que hace Tolstoi en Ana Karenina o la historia de Joseph Wayne en A un dios desconocido de Steinbeck. La noción de identidad personal es puesta en cuestión de manera admirable en la obra de Pessoa o en La metamorfosis de Kafka de forma al menos tan profunda como en las reflexiones de Schelling o Deleuze. La manera en la que Zweing trata del amor en Carta de una desconocida no tiene replica conceptual alguna. El lenguaje es, como señala Victor Gomez Pin, el protagonista principal de En busca del tiempo perdido de Proust y también es el protagonista principal de la novela de Javier Marías, Corazón tan blanco. Borges reflexiona de forma magistral sobre la idea de tiempo en El jardín de senderos que se bifurcan o sobre la idea de infinito en La biblioteca de Babel. El sentido de la vida o más bien la ausencia del mismo es tema principal de El extranjero de Camus o El Caminante de Hesse. La idea de poder y los efectos de la corrupción política se concretan en la progresiva desintegración moral del personaje de Cayo Bermúdez en Conversación en la Catedral. La soledad está presente en toda las generaciones de la familia Buendía, especialmente en la figura del coronel Aureliano Buendía. También la consideración de la memoria y su función son un tema central en Cien años de soledad. La importancia de la voluntad, su rango por encima de la realidad cotidiana es el asunto central de El tambor de hojalata. Del mismo modo encontramos en La montaña mágica de Mann una reflexión insuperable sobre el paso del tiempo y la muerte. La lista pudiera ser interminable: la idea de expiación en Lord Jim, la de virtud en Vida y destino, la de eterno retorno en La insoportable levedad del ser, la de libertad personal en Demian etc.
Por último quisiera reconocer
una manifiesta injusticia: muy posiblemente la mejor manifestación
literaria de las ideas enumeradas sea la poesía. No tengo más excusa para la omisión de importantes autores y obras líricas que el desconocimiento y una escasa sensibilidad poética que me conducen una y otra vez a un muy reducido círculo de autores - Ángel González y Miguel Hernández, principalmente - dejando al margen muchos otros que seguramente merecen todo el reconocimiento y serían muy buenos ejemplos de la tesis expuesta.
Oscar, me ha encantado tu entrada. Te doy la enhorabuena. Decirte que no puedo estar más de acuerdo: la filosofía siempre palidece frente a la poesía. Lo sabía Hegel cuando se daba cuenta de que la lechuza sólo alzaba el vuelo en el ocaso, lo sabía Nietzsche cuando hablaba de las ideas filosóficas como monedas cuyo cuyo había sido borrado, lo sabía Freud cuando descubría que el verdadero valor de decir algo no está en la referencia sino en la forma de decirlo, en su poetización; lo sabía Heidegger, que pretendiendo el análisis fenomenológico más riguroso de todos, se daba cuenta de que tenía que hablar necesariamente como un poeta (una lástima que Heidegger no haya sido mejor poeta, sino habría nacido un segundo Platón). La filosofía es una pasión muerta que trata de decir aquello que no se puede decir y para decirlo debe traicionarse a sí misma una y otra vez. La línea de pensamiento que nace con Nietzsche, pasa por Heidegger y llega a Gadamer, Ricoeur... etc se ha dado cuenta finalmente que la filosofía no deja de ser un género de la poesía.
ResponderEliminarGracias por el comentario Edu. Como bien sabes estamos de acuerdo en muchas cosas. Sin embargo discrepamos en otras. Me gustaría hacer hincapié en estas últimas. Distingo lo que podríamos llamar “zonas frías” y “zonas cálidas” para la reflexión. Creo que estamos de acuerdo en las “cálidas”, es decir, cuando se trata de reflexionar sobre la muerte, por ejemplo, el discurso conceptual tiene superioridad alguna -mas bien al contrario- sobre el literario o el poético. Pero creo que discrepamos en lo relativo a las zonas frías. Yo sí creo positiva y necesaria una reflexión conceptual, fría y aséptica – por decirlo de algún modo- sobre ideas que tienen más una dimensión social o epistémica que existencial. Ahí hay un espacio para la filosofía académica que no puede suplirse, ni con la literatura, ni con la ciencia.
ResponderEliminarSaludos
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ResponderEliminarCordiales saludos, escribo por primera vez, aunque llevo ya algunos años leyendo vuestros artículos, que suelen ser de gran inspiración en estos tiempos confusos, como diría Borges "le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir".
ResponderEliminarMe resultan muy interesantes las reflexiones que abordas. Remarcas la validez de la poesía, para expresar ideas, y enseguída pienso en que sería de la filosofía sin el poema de Parménides alrededor del "ser". Así como en Platón, que aunque a mi parecer trata sin éxito de desembarazarse de esta forma de lenguaje, en la busqueda de una prosa conceptual como la que acabaría llevando a cabo Aristóteles. Pues es conocida la animadversión a los poetas que tiene el ilustre ateniense, quienes desde entonces parecen condenados a un segundo plano, al no ser más que unos bufones que inventan mentiras para engañar a los ciudadanos.
Por lo poco que puedo saber, Nietzsche sufrío en sus carnes, la presión que en su tiempo ejercían estos dos lenguajes ya tan encapsulados e independientes, al realizar una obra que transgredía este antiguo precepto o prejuicio, que de alguna forma volvía a juntar estos dos planos. Y con otro pequeño salto, fruto de mi escaso bagaje, llegamos a un autor que he conocido recientemente y que me a sido muy grato de leer y cuya ausencia en este post me ha obligado ha participar, se trata de Antonio Machado, quien decía que el filósofo quiere ser poeta y el poeta filósofo, no se si valdrá para todos los casos, pero en el suyo creo que esta más que justificado. Era un poeta que se interesó sobremanera por la filosofía; se nutrió de grandes pensadores como Bergson o de Unamuno, con quien mantuvo correspondencia. Defiende la poesía como un terreno en el que se pueden llevar a cabo grandes ideas filosóficas, sin caer en los herméticos sistemas del racionalismo europeo, dandole más peso a la intuición frente a éstos.
A mi parecer no se trata de acabar con la filosofía académica, pero sí de desembarazar este prejuicio atávico, que parafraseando a Foucault encapsula los saberes en departamentos independientes, dejando a grandes pensadores sistematicamente fuera de los planes de estudios, lo que la aleja de un campo muy fecundo de la reflexión humana. Pues pueden funcionar muy bien sí se complementan, como se puede comprobar en títulos como "La insoportable levedad del ser", donde las reflexiones filosóficas no pueden quedar en agua de borrajas porque inmediatamente se ponen en juego en la vida de los personajes. Así como el enorme aporte de la obra Cervantina a la historias de la filosofía. Para ser justos, he de decir que a lo largo de los años me he ido encontrando con conspicuos representantes de la filosofía académica que no han dejado de lado la lección platónica.
Acojo con entusiasmo algunos títulos y nombres que aquí se han nombrado y desconozcía, así como la distinción entre "zonas cálidas" y "frías". Y aprovecho para agradecer vuestra labor en este blog, que como ya he dicho es de gran inspiración.
J. León , gracias por tu comentario. Creo hablar por todos los feacios cuando digo que intervenciones como la tuya siempre son de agradecer. Merezco el reproche que me haces, lo reconocí en el último párrafo del post. No solo Machado, otros muchos poetas merecen un lugar de honor en esta labor, no de “difusión”, sino de “construcción” de ideas filosóficas, empezando seguramente por Hölderlin, Whitman, Emerson, Rilke, Baudelaire, Chesterton, Cernuda y tantos otros.
EliminarYo también, Óscar, estoy de acuerdo en lo que dices.Un poeta polaco al que admiro, Aleksander Wat, decía, parafraseando a Kant, que el pensamiento filosófico sin poesía está vacío, mientras que la poesía sin pensamiento es ciega...
ResponderEliminarJuán, un comentario muy interesante. Te animo a participar en este foro con más asiduidad y hacernos disfrutar de tus comentarios. Aplaudo lo que dices que, en esencia, es más o menos donde quería llegar.
ResponderEliminarComo sabes, Óscar, no me convence mucho esa distinción que haces de zonas frías y zonas calientes. No creo que sea fácil separar unos discursos de otros, encapsularlos como señala Juán, en disciplinas, incluso en profesiones. Creo, también con Foucault, que este encapsulamiento también tiene un sentido político y que no debe obviarse. Convertir un habla en una "tradición intelectual" cerrada y delimitada, sólo pued tener un propósito que consiste precísamente en eso: cerrar y delimitar. Esa fue la pretensión platónica, obviamente política, cerrar y delimitar, expulsar la poesía de la ciudad en favor de la filosofía no podía querer decir otra cosa que establecer el monopolio de lo poético a un habla y a una casta. El establecimiento de la literalidad, o si se quiere, de la racionalidad, frente a la poesía y la literatura fue, desde siempre un proyecto capcioso, y es capciosa toda la filosofía que pretende continuar con el error.
Como sabes, una de las cosas que más aprecio de Rorty fue precisamente su abandono de la filosofía en favor de la literatura y su defensa de una sociedad de la literatura. Al final, lo que realmente causa una diferencia no es el argumento, sino la lectura de un libro o el visionado de una película (y si puedo añadir, la reescritura de una biografía en el análisis freudiano). La filosofía está empeñada en establecer las reglas del discurso, pese al discurso mismo. En este sentido prefiero las propuestas como la de Rorty, que no le concede ningún valor a la verdad, o como la de Gadamer, para el que lo realmente interesante del lenguaje no es la referencia sino la función comunicativa, la comprensión. La comprensión, nos dice, es la tentativa de realizarse en el otro. Del mismo modo, el análisis freudiano es la tentativa de reconocerse en el otro.
Edu. Como sabes en esto discrepamos. Estamos de acuerdo cuando se trata de limitar el alcance y validez de discurso conceptual, pero no a la hora de estimar su valor intrínseco. Concibes la argumentación racional como un discurso más entre otros, promueves el mestizaje de los discursos y denuncias los intereses profesionales y políticos que se esconden en la defensa de la racionalidad.
ResponderEliminarYo lo veo de otra forma. Entiendo el discurso racional de manera si quieres ingenuamente ilustrada. Las reglas de inferencia no sirven para todo, pero sí para todos. No todos los discursos pueden ser universalizados, pero sí algunos. No tiene nada de extraño: si la constitución biológica de todas las personas es muy semejante ¿qué tiene de sospechoso que algunos productos humanos - la racionalidad, por ejemplo- sean universales? Lo extraño sería que el cerebro humano funcione de manera muy diferente dependiendo del lugar o la cultura. Las matemáticas son el mejor ejemplo. No estamos ante una construcción arbitraria susceptible ser modificada a nuestro antojo, tampoco ante una herramienta en favor del colonialismo cultural occidental. Es otra cosa. Hay algo universal en ellas y si admites esto debes admitir también que hay algo universal en la lógica, la ciencia y la filosofía.
Defender la argumentación racional no equivale a defender unos intereses políticos o privilegios corporativos, es, por el contrario, defender lo que tenemos en común todas las personas. Si me apuras yo lo veo exactamente a la inversa: lo que es sospechoso y parece encerrar intereses corporativos es la visón que del ser humano y del conocimiento que tienen Foucault, Deleuze, Lacan, Zizek y compañía. Me explico: una persona, yo mismo, puede no estar de acuerdo con Popper, por ejemplo, pero no necesito ninguna clase de filosofía, ni nada por el estilo para entender lo que dice. En cambio el común de los mortales no puede decir ni “mu” sobre Foucault o Lacan ... ¡porque no se entiende nada! Si quieres participar en el discurso debes iniciarte, primero en psicoanálisis, después en psicoanálisis lacaniano etc ¿Quién defiende un proyecto “cerrado” y “capcioso”? ¿Lacan o Popper?
Circula por ahí una polémica entre revolucionarios: Chomsky vs Zizek. Ninguno de los dos es santo de mi devoción, pero simpatizo con la acusación de Chomsky a Zizek, que podría extenderse a tantos otros: Zizek no sabe ni lo que dice por que el galimatías que pergeña no lo entiende ni él. El respeto por la argumentación racional equivale al respeto por nuestros semejantes, equivale al respeto por las reglas del juego y es la mejor prueba de honestidad intelectual.
Saludos