Cabe pensar que en el siglo XXI, una
vez que los países socialistas han colapsado o están en vías de
extinción y las sociedades liberales viven inmersas en una profunda
crisis económica, lo que urge es una reflexión crítica hacia el
capitalismo y no insistir en la crítica al modelo socialista. Así
lo pienso. Sin embargo el azar –en la forma de irresistible oferta
en mi habitual tienda de libros de segunda mano- ha puesto en mis
manos un libro de Jean Fraçois Revel, La gran mascarada, en
el cual el francés arremete contra los críticos al sistema
capitalista. El libro fue publicado en el año 2000 y, por un lado,
desde entonces hasta hoy han pasado muchas cosas que, naturalmente,
el autor no puede tomar en consideración; pero, por otro lado, los
fundamentos teóricos desde los que Revel argumenta no han cambiado
de manera sustancial. Lo que ha cambiado, del año 2000 al 2014, es
la irrupción de la colosal crisis económica en la que todavía
estamos inmersos que hace que relativicemos mucho la victoria del
liberalismo sobre el comunismo; una victoria que en el año 2000
parecía definitiva y concluyente. De todos modos el motivo que
impulsa a Revel a volver a escribir sobre un tema que ya había
analizado con cierto detalle en el pasado - en Ni Marx ni Jesús
(1970) o La tentación
totalitaria (1976)-
es la constatación que el triunfo final del liberalismo es
replicado, desde mediados de los años 90, por buena parte de la
intelectualidad occidental. De tal forma que el libro no ha perdido
actualidad pues Revel ya se sitúa en un escenario que no ha hecho
más que consolidarse en la segunda década del siglo XXI: el mundo
de la cultura mayoritariamente sostiene una posición muy crítica
hacia el liberalismo a pesar del evidente del fracaso del modelo
comunista.
En estas líneas voy a limitarme a
comentar cuatro fragmentos del libro que me han parecido
significativos y especialmente sugerentes. Los dos primeros hacen
referencia a cuestiones más teóricas o filosóficas y los dos
últimos son afirmaciones más empíricas o históricas.
a. “Cuando digo que el liberalismo jamás ha sido una ideología quiero decir que no es un teoría basada en conceptos previos a toda experiencia, ni un dogma invariable e independiente del curso de de las cosas o el resultado de la acción. No es más que un conjunto de observaciones sobre unos hechos que ya se han producido. Las ideas generales que de ello se derivan no constituyen una doctrina global y definitiva que aspira a convertirse en el molde de la totalidad de lo real, sino una serie de hipótesis interpretativas relativas a acontecimientos que han tenido efectivamente lugar. Adam Smith al comenzar a escribir La riqueza de las naciones constata que algunos países son más ricos que otros. Se esfuerza por distinguir en su economía los rasgos y los métodos que pueden explicar ese enriquecimiento superior para intentar establecer indicaciones recomendables. (Revel 2000, pag 60)
Esta es, a mi modo de ver, la tesis de
más calado filosófico, la más potente, que enarbola Revel. No la
comparto. Sin embargo me ha hecho rumiar, como diría
Nietzsche, pienso que debe ser tomada en consideración y percibo un
fondo de verdad en ella.
Una valoración rigurosa de la tesis de
Revel pasaría necesariamente por un análisis minucioso de la noción
de “ideología”, que tiene significados muy diferentes en uno u otro
autor. De igual forma convendría precisar lo que entendemos por
“doctrina o política liberal” pues puede referirse a practicas
y posiciones teóricas muy distintas. No niego que tal planteamiento
sea necesario, pero al menos por esta vez prefiero proceder de forma
más informal tomando estos términos en su significado más
habitual y coloquial. En este sentido, no puedo estar de acuerdo con
Revel cuando señala que el liberalismo no es una ideología. Veo
claramente que, desde su inicio, el liberalismo es un entramado más
o menos coherente de ideas: ideas sobre la naturaleza humana -mas
bien egoísta e interesada- , sobre la propiedad privada y el libre
mercado, sobre el valor de la libertad individual, sobre la
tolerancia religiosa, sobre la importancia de la vida económica,
sobre la razón humana -entendiéndola básicamente como razón
instrumental-, sobre los valores morales -interpretándolos de forma
universal, no histórica-, sobre la preponderancia del individuo por
encima de la comunidad etc. Todos los liberales clásicos -Locke,
Kant, Tocqueville, Smith, Mill... - hacen ideología en el sentido
más habitual del término.
Sin embargo, si comparamos el
liberalismo con el marxismo debemos dar en parte la razón a Revel
porque la ideología socialista es más apriorística, atiende antes
a la coherencia interna del discurso que a la corroboración
empírica; mientras que el liberalismo es una ideología mas abierta
al principio de falibilidad. Por ello el filósofo o teórico liberal
suele ser más proclive que el socialista a modificar el modelo
teórico desde el cual interpreta la realidad si esta, la realidad
económica, no se ajusta a lo predicho en la teoría.
Además el liberalismo parece ser una
tradición con más confianza en sí misma. La mayor parte de los
teóricos liberales, con la notable excepción de Revel, no parecen
obsesionados con mostrar las taras y contradicciones del modelo
socialista sino que atienden preferentemente a los problemas y las
injusticias que se manifiestan en el seno de las sociedades liberales
(un claro ejemplo son las obras de Amartya Sen, Joseph Stigliz o
Martha Nussbaum); mientras que las producciones de los teóricos
socialistas siempre han estado a la defensiva. Incluso a mediados del
siglo XX, cuando existía un amplio abanico de modelos socialistas en
los que apoyarse, la mayor parte de la producción teórica de los
intelectuales comunistas, especialmente a este lado del telón de
acero, tenía como objetivo criticar al sistema capitalista, antes
que analizar, ponderar y mejorar en lo posible el modelo socialista.
b. “El totalitarismo más eficaz, y por ello el único presentable, el más duradero no fue el que realizó el Mal en nombre del Mal, sino el que realizó el Mal en nombre del Bien. Es lo que le hace menos excusable, pues su duplicidad le permitió abusar de millones de personas que creyeron en sus promesas” (Revel 2000, pag 98)
Básicamente comparto esta afirmación
de Revel. Esta es una diferencia fundamental entre un totalitarismo,
el nazi, y el otro, el comunista. Esto mismo será destacado por
Todorov en Memoria del mal, tentación del bien (2002). Hay,
sin embargo una diferencia entre Revel y Todorov que tiene que ver
con dónde ponemos el acento. Todorov pone el acento en el militante
de base al que, en cierta forma, disculpa por su apoyo al régimen
totalitario comunista; Revel, sin embargo, carga contra los
dirigentes de los partidos comunistas a los que acusa de haber
cometido los crímenes más atroces que la humanidad ha conocido.
c. “El arte de “pensar socialista” consiste en percibir en la realidad lo contrario de lo que se desprende de los hechos más masivos y más evidentes. De este modo, se nos machaca que, a pesar de todos sus defectos, el comunismo ha logrado al menos que progresen los derechos de la clase obrera. Lo que equivale a descartar, repito, el siguiente hecho monumentalmente evidente y masivo. A saber: primer punto, que los principales derechos de los trabajadores, de asociación, de coalición, de huelga, de sindicación..., se introdujeron entre 1850 y 1914 en y por las sociedades liberales. A saber: segundo punto, que esos mismos derechos fueron todos suprimidos en y por los países socialistas. Sin excepción. (Revel 2000, pag 216)
Puede ser este el fragmento más
discutible y desafortunado, no tanto por lo que dice el autor sino
por lo que calla. Revel no dice que fue precisamente la presión
constante de los sindicatos de clase la razón por la que las
sociedades liberales concedieron derechos políticos a los
trabajadores. Tampoco dice que los derechos sociales tuvieron que
esperar al periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial para ser
“otorgados”, o, mas bien, conquistados; época esta, la
Guerra Fría, en la cual los países capitalistas avanzados consiguen
desactivar el potencial revolucionario de la clase trabajadora
aumentando los salarios y con ellos el nivel de vida de los
trabajadores y transformándolos de esta forma en consumidores,
como bien denuncia Marcuse. Sin embargo, poco podemos reprocharle a
Revel en relación al segundo hecho señalado. En efecto, en los
países socialistas los derechos de los trabajadores – el derecho a
la huelga, a la manifestación, la libertad sindical, etc- fueron
abolidos. En la práctica la dictadura del proletariado era una
dictadura contra el proletariado.
d. “Los enemigos de la economía liberal quieren olvidar que su modelo ha sido experimentado” (Revel 2000, pag 152)
Acabo con este breve fragmento que es
un buen ejemplo de lo señalado al principio de este artículo: el
libro de Revel tiene interés en un contexto muy diferente al de
finales del siglo XX. Hoy la economía liberal, al menos en los
países del sur de Europa, también ha naufragado; puede y debe ser
criticada. Sin embargo la izquierda política debería, entiendo,
hacer propuestas más novedosas e imaginativas. La crisis del sistema
liberal no hace bueno el modelo socialista. Revel tiene razón: allí
donde tal modelo fue experimentado ha fracasado. Es preciso sacar las
lecciones pertinentes de todo ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario