Me propongo comentar brevemente en
estas líneas algunos paralelismos que he encontrado en las últimas
obras de dos figuras muy relevantes de la literatura universal y dos
de mis autores preferidos: León Tolstoi y Vasili Grossman. Se trata
de Resurrección de Tolstoi y Todo fluye de Grossman. Ambos autores
nos transmiten en estas novelas sus últimas palabras y lo que
podemos considerar su legado: el imperativo de someter la política al
hombre y no a la inversa. Estamos ante dos testimonios de un profundo
humanismo, dos gritos en contra de la deshumanizada maquinaria
estatal, dos advertencias contra la burocratización de la vida
social y la cosificación de la vida humana. También tienen en común que los dos,
cada uno a su modo, encuentran razones para la esperanza: el amor
fraternal en el caso de Tolstoi y el ansia de libertad en Grossman
son las armas contra la deshumanización, son la promesa de un
mundo mejor.
Por otra parte, además de la afinidad
del planteamiento y de que los valores que promueven son
similares, hay un tema muy concreto que se repite en las dos obras:
el sistema penitenciario ruso y la vida de los prisioneros. Las obras
de Tolstoi y Grossman constituyen una denuncia contra el sistema
penal imperante en su época y el degradante trato infligido a los prisioneros.
Pero la crítica va más allá de lo que pudiera parecer a primera
vista. El sistema penal no es un mero subapartado del enorme
entramado estatal, es algo más profundo y sintomático. Toda la
sociedad queda retratada en el sistema penal: el trato y la
consideración hacia los prisioneros no son más que casos extremos
de la consideración global del ser humano. Se puede medir integridad
moral de una sociedad tomando en cuenta, primero, las razones
que el Estado aduce para privar de la libertad a un ciudadano y,
segundo, el trato infligido a los prisioneros. Aplicando este baremo
Tolstoi y Grossman recusan al Estado zarista y soviético
respectivamente.
I
Su última obra es un ajuste de cuentas
con la aristocracia, el Estado, la familia, la Iglesia... con toda
la sociedad rusa en definitiva. Sus reflexiones recuerdan al joven
Marx: todo privilegio se fundamenta en la explotación; el lujo y el
refinamiento se yerguen sobre el sufrimiento y la miseria de los
más desfavorecidos; una vida ociosa es una vida alienada; solo el
trabajo dignifica... Tolstoi promueve lo que después se denominaría
naturismo libertario: una vida libre y frugal levantada sobre el
trabajo manual y el amor fraternal.
II
El autor se manifiesta principalmente
por boca del personaje principal, Ivan Grigórievich – pero también
en los silencios y la mala conciencia de su primo, Nikolái
Andréyevich-. Ivan Grigórievich, una vez liberado del campo de
trabajo tras la muerte de Stalin, reflexiona sobre el sentido de su
vida y la reciente historia de Rusia. El estalinismo había llegado a
su fin pero el régimen continúa. A pesar de todo el daño y
sufrimiento causado, los nuevos dirigentes mantienen las estructuras
e instituciones de la época de Stalin. El estado soviético sigue en pie; pero frente al conocido lema hegeliano “todo lo real es
racional”, Ivan proclama un nuevo y particular lema: “todo lo
inhumano es absurdo e inútil”. Todo el cruel y poderoso entramado
estatal levantado en contra de la dignidad humana está condenado a
perecer, a ser barrido por el viento y desaparecer de la faz de la tierra como si nunca hubiera existido.
La fuerza de la vida, el ansia de libertad de los hombres vencerá
finalmente a cualquier obstáculo que se le oponga. Stalin, a su
modo, lo sabía, por eso diseñó una maquinaria liberticida en
nombre de la libertad. La retórica de la emancipación nunca fue
abandonada en el Estado soviético, ni siquiera en sus peores
momentos, cuando la sola mención de la libertad podía ser
considerada como una broma cruel y macabra. Esto es, a juicio de
Grossman, porque Stalin sentía un miedo patológico a la libertad y
sabía que el anhelo de libertad que anida en el corazón del humano
es imbatible.
Pero el estado soviético no fue
construido por Stalin, este heredó un Estado que había sido gestado
y diseñado por el revolucionario más destacado del siglo XX:
Vladimir Ilych Lenin. Grossman, en un capítulo de la novela, somete a
una minuciosa disección psicológica al revolucionario ruso. Por un
lado, Lenin es un dictador, un líder político duro e implacable con
sus enemigos políticos que construye una rígida y cruel maquinaria:
el Estado soviético. Por otra parte, según numerosos testimonios,
en su vida privada era una persona dulce y tímida, leal con sus
amigos y extremadamente frugal; un intelectual que disfrutaba
especialmente con la lectura de Tolstoi, con la Appassionata de
Beethoven y el teatro de Chéjov.
Que Lenin admire a Tolstoi no deja de
sorprender. Me pregunto que reflexiones le suscitarían párrafos
como este, extraído de Resurrección:
“Si se plantease el problema psicológico de hacer que los hombres de nuestro tiempo, cristianos y humanos, simplemente buenos, llegasen a cometer las mayores atrocidades sin sentirse culpables, es posible que no hubiera más que una solución: que estos hombres fuesen gobernadores, directores de prisión, oficiales, policías, es decir, que, en primer término, estuviesen seguros de que existe algo, a lo que se llama servicio al Estado dentro del cual se puede tratar a la gente como si fueran cosas, prescindiendo de toda relación humana y fraternal; y en segundo lugar, que los hombres afectos a este servicio del Estado se viesen vinculados de tal modo que la responsabilidad por la consecuencia de sus actos no cayera separadamente sobre ninguno de ellos.”
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