Voy a decir una barbaridad: ¿qué culpa tendrán los ciudadanos de Tordesillas de que haya tanto pocopensante por el mundo? Parece ser que les ha tocado a ellos salir cada año en los medios de comunicación y en los muros políticamente correctos de todos los tuiteros y feisbuckeros de este país. Incluso ahora, nuestros políticos, que han visto el filón, también se meten a “romper una lanza por el Toro de la Vega”. Si uno fuera tonto, de veras creería, después de leer redes sociales, telediarios matutinos y periódicos nacionales, que el día que prohiban el Toro de la Vega, al fin triunfará la paz y la felicidad en el reino animal. Tengo entendido que algún ciudadano de Cataluña se ha creído justo eso, que después de prohibir las corridas de toros en su territorio, a los caballos les han crecido crines de colores y a las vacas les han salido manchas moradas.
Pero a poco que uno tenga un poco de olfato, caería en la cuenta que aquí hay una operación ilustrada “a lo Kant”. Me explico: como sabemos, este filósofo, creyó que entre tanto batiburrillo de conocimientos, era necesario cortar unas cuantas cabezas intelectuales, para salvar las que de verdad valen la pena: ¡deshagámonos de la metafísica para salvar la ciencia! Decía el de Königsberg. Este gesto, en cierta forma era la misma operación que los burgueses franceses llevaron a cabo en la aclamada Revolución: gritaban “¡cortémosle la cabeza al rey y acabemos con las tradiciones irracionales!, añadiendo sólo de pensamiento “¡si con eso aumentamos nuestros negocios!”. Y les salió a pedir de boca a estos ilustrados burgueses, puesto que pocos años después de que las turbas conquistaran la Bastilla al grito de “libertad, igualdad, fraternidad”, estos mismos revolucionarios estaban cosiendo telas y apretando tuercas en fábricas por sueldos miserables; pero eso sí, ya conscientes de que arbeit mach frei (¡toma invento!).
Pues con esto del maltrato animal, ocurre justito lo mismo: algunos han pensado que merece la pena que las iras animalistas de los ciudadanos se descarguen contra estas tradiciones españolas tan bárbaras, como son las del Toro de la Vega y otras muchas de las que no se dice ni mu (nunca mejor no dicho), si con eso, otros asuntos son salvaguardados, a saber, los de la industria de la muerte organizada: la todopoderosa industria alimentaria, la todopoderosa industria farmacéutica, la todopoderosa industria cosmética. Y no es que no me preocupe el sufrimiento del Toro de la Vega, de todos los toros de todas las vegas, pero entiéndaseme en esto: todo este revuelo alrededor de esta tradición cruel del pueblo castellano, igual que la análoga corriente imparable de antitauromaquia, me suena a lo mismo que si, para acabar con el exceso de Co2 atmosférico hiciéramos una campaña contra el uso de las barbacoas dominicales. Y es que, me huele a cuerno quemado que sean las fiestas tradicionales de los pueblos, ya sea el Toro de la Vega o todos los Bous al carrer, al aigua, embolats o del aguardiente, esto es, la vida cotidiana de los ciudadanos que se expresa en sus tradiciones (entre otras cosas), la que al final tenga que pagar el pato. Y con eso no estoy argumentando en favor de ninguna muerte de ningún animal en ninguna vega.
Para que se me entienda un poco más pongo aquí unos datos (1). La industria cosmética europea usó en el año 2008 para experimentación 24,199 perros, 312.681 conejos, 649.183 aves y 10.449 monos. Los experimentos que se hacen con estos animales para producir cosas como cremas hidratantes, mascarillas, pinturas cosméticas, cremas solares.. etc, me los voy a ahorrar para no herir la sensibilidad del lector, incluidos los de Tordesillas. Y es más, si estas cifras se comparan con las del 2005 descubrimos que en España este genocidio animal ha aumentado más de un 51% (me gustaría saber a partir de qué año la cuestión del Toro de la Vega empezó a convertirse en un tema nacional). Estas cifras ya nos dan cuenta de dónde está el verdadero problema, si en ese pobre animal que muere cada año acosado por los mozos de Tordesillas, o en la cantidad de bestias que son convertidas en cifras junto a otros cientos de miles de animales, para poder llenar las estanterías del "Bodichop" de ungüentos mágicos.
Y no sólo hablemos de la industria cosmética, aunque parece que es la que más nos duele. Otra industria empeñada en cosificar al animal a través de un auténtico holocausto es la industria alimentaria. Las fábricas de carne, que sin duda es lo que son las empresas cárnicas, no tratan a los animales como eso, animales, sino como productos inertes, objetos de manipulación, cosas destinadas al consumo y la rentabilidad, haciéndolos ingresar desde su nacimiento en una cadena de engorde y sacrificio en la que no hay ninguna parte del proceso que no sea en sí misma tortura. Para ponernos en situación: “Las terneras en explotación intensiva son las hijas e hijos de las vacas explotadas por la industria lechera. Se las separa de su madre entre 3 y 8 días después de su nacimiento, provocando un terrible trauma a ambas. Después son vendidas a criadores profesionales. Son aisladas en diminutos cajones donde se les inmoviliza y donde recibirán una alimentación artificial pobre en hierro formada por, leche en polvo, vitaminas, minerales, azúcar, antibióticos y fármacos para el crecimiento. Estas medidas van encaminadas a conseguir una carne blanca y blanda, (gracias a la anemia y al atrofiamiento muscular por falta de movimiento), y a una búsqueda de optimización de los costes de alimentación del ternero (pues al no moverse no quema calorías y engorda más deprisa). En esta situación, que durará varios meses (según considere oportuno el ganadero para su beneficio económico), el ternero padece graves problemas psíquicos y físicos. Podemos imaginarlo con facilidad, son solo bebés apartados de su madre que viven una corta vida de penurias aislados y sin apenas poder moverse, cuando en libertad corretean, se tumban cómodamente en la hierba, se relacionan con su madre, juegan con otros terneros y hacen todo aquello que les hace felices”(2). Así se consigue convertir a los animales en meras cosas listas para ser empaquetadas.
Se me espetará que por lo menos, en este asunto, de lo que se trata es de producir los alimentos necesarios para la sociedad, que es un mal necesario, que no podríamos abastecer a la población mundial de carne si no es utilizando estos procedimientos fabriles de campo de concentración. Pero ciertamente este argumento es falso, completamente falso. Sólo hay un motivo para el mantenimiento de esta industria: que es muy rentable. Es la gallina de los huevos de oro, pues los animales son, para la industria cárnica, una verdadera máquina de generar rentabilidad: por un lado metes mierda y por el otro salen paquetitos de carne envasada al alcance de todos los bolsillos. Actualmente es económicamente menos gravoso alimentarte de productos de origen animal que consumir cereales, frutas y verduras frescas. Pero también, claro está, es abiertamente mucho más perjudicial para la salud, claro que del coste sanitario ya se ocupan los propios contribuyentes, no las empresas cárnicas, que hacen caja limpia. Si volviéramos a la explotación tradicional de granjas donde los animales tienen una existencia aceptable y se sacrifican aquellos que la naturaleza y el ciclo de las estaciones va permitiendo, lo que se considera agricultura ecológica, seguramente el precio de la carne aumentaría a la par que disminuiría, por evidentes razones, su consumo. Los beneficiados seríamos los consumidores de alimentos, que adecuaríamos el consumo de carne a nuestras necesidades reales, mejorando notablemente la salud pública y, por supuesto, el gasto sanitario (que también pagamos nosotros). Pero claro, los perdedores serían sin duda la industria cárnica, despojada de su máquina de hacer billetes, pues las granjas de ganadería ecológica, en las que no se maltrata a los animales, serían mucho menos rentables que las fábricas de producción intensiva.
Por todo esto, no cabe esgrimir el argumento de la necesidad para salvar a la industria alimentaria, la farmacéutica o la cosmética, y distinguirla de las tradiciones populares, crueles en sí mismas, pero no menos que la maquina de producción de cadáveres.
Creo firmemente que todo este movimiento antitaurino, y “antitodoslostorosdelavega” está avalado por los mismos que están interesados en perpetuar la industria del maltrato animal, situando el maltrato del lado del ciudadano y alejándolo de la aséptica maquinaria de producción de billetes cuyos productos, sean cremas cosméticas o suculentas salchichas, ni gritan ni sangran. Se pone la moral, al fin y al cabo, del lado del ciudadano que está obligado a tener un comportamiento adecuado, o pasar por un vil maltratador, y se deja el campo libre a la industria, exenta de valoraciones morales, pues parece que su único cometido es el del servicio público.
En conclusión, si se trata de buscar una relación distinta con los animales, se me ocurre por dónde deberíamos empezar. Si se trata de seguir manteniendo las cosas como están y lavar un poco nuestras conciencias, para mantener intacto el problema, sigamos todos rompiendo lanzas contra el Toro de la Vega.
1 Fuente: http://www.animanaturalis.org/p/1476
2 Fuente: http://www.granjasdeesclavos.com/vacas/explotacion
1 Fuente: http://www.animanaturalis.org/p/1476
2 Fuente: http://www.granjasdeesclavos.com/vacas/explotacion
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