La concepción heideggeriana de “espacio” es política y vivencial. El espacio no es para él lo que la tradición moderna ha arrojado, la abstracción cartesiana de extensión o estructura trascendental a priori, matemática y geométrica kantiana. Heidegger trata de recuperar la concepción tradicional del espacio pensándolo como lugar significativo, punto de referencia, lo abierto por la presencia del ente que se relaciona con el hombre en su vivir, en su ir y venir, en su trasiego cotidiano.
En “Construir, habitar, pensar” Heidegger nos deja claro que el espacio no es ni algo exterior al hombre, como si hubiera hombres por un lado y espacio por el otro, ni una una mera vivencia subjetiva al modo de Kant. “Los espacios -dice allí Heidegger- se abren por el hecho que se los deja entrar en el habitar de los hombres”1. ¿Cómo ocurre esto? ¿cómo las cosas del mundo, en su cotidiano relacionarse con los hombres abren el espacio en tanto que lugar? Heidegger nos contesta con su famosa alusión al puente de madera sobre el Rhin2. El puente, nos dice Heidegger, no junta simplemente las dos orillas del río, sino que es pasando por éste cuando aparecen las dos orillas. Y no solamente esto, sino que nos dice que es el puente también el que hace aparecer algo así como el “paisaje”, la corriente del río que viene de las montañas lejanas, el bosque que hace que el río se pierda en la oscuridad, el espacio abierto donde el río se ensancha... todo eso aparece como tal cuando se erige el puente que une las dos orillas y cada ente cobra el sentido de lugar en el ir y venir del hombre. El puente hace un sitio, crea un lugar, y hace aparecer el paisaje y todo lo demás, lo que llamaríamos un paraje. Sólo después, una vez las cosas han quedado interrelacionadas como una red de lugares, cabe hablar de algo así como “distancia”. La distancia no es más que lo que trascurre entre un lugar y otro. No está lejos el tiempo en el que el lenguaje alumbraba esta verdad y la distancia se medía en medidas vivenciales: “dos días de camino” se decía un viajante cuando recorría una red de lugares esperando alcanzar su destino.
El lugar lo hace la cosa en su relación vivencial con el hombre. El mundo no es más que esa relación de lugares-cosas dotadas de significatividad en las que se derrama el habitar de los hombres. La etimología de la palabra alemana “raum”, “espacio”, nos da cuenta de esta idea. El significado primitivo de esta palabra apuntaba a un lugar franqueado para la población, o lo que es lo mismo, el lugar habilitado para el vivir humano. Este sentido se conserva en la palabra inglesa room y es evidente en su traducción castellana “habitación”. Un espacio es algo que se ha aviado, que se ha franqueado, que se ha abierto, que ha quedado establecido entre unas fronteras, unos límites, para que el humano habite, establezca su trasiego.
Resulta evidente por qué Heidegger relaciona en esta obra el espacio con el construir: lo que abre el espacio, lo que genera los lugares para este habitar, como ocurre en el caso del puente, es el construir humano, un desbrozar, un abrirse paso abruptamente, un trazar caminos y abrir claros, un habilitar lugares, construir ciudades, establecer campos de cultivo, trazar senderos en las montañas, disponer rutas marítimas, aéreas e incluso espaciales. Es la actividad humana la que abre el espacio.
Pero este construir que dispone el espacio puede hacerse de diversos modos. Podría decirse que es el modo de construir lo que confiere una identidad al hombre. Es así, porque la actividad técnica de la que habla Heidegger no es un mero colocar ladrillos y erigir paredes, es todo un modo de disponerse el hombre en co-pertenencia con el mundo. El mundo-espacio, es lo abierto en la actividad técnica del hombre, y el hombre es aquel ente que se da a través de lo abierto en su quehacer. No hay un hombre primero que se dirige a un mundo pre-existente, dispuesto frente a él, en el que edifica su modelo habitacional. Hombre y mundo, hombre y espacio, sólo aparecen como tal en la relación de co-pertenencia que se da en la actividad técnica. No es baladí que en el significado propio del verbo Bauen, que significa “construir” y a la vez “habitar” resuena también el bin de ich bin (yo soy). “Construir” es un habitar que constituye el mismo ser del hombre. El lugar otorga la identidad a aquel que lo habita y, dependiendo de cuál sea este lugar, como se relacionen las cosas unas con otras y con el habitar, el hombre es uno u otro; no podemos hablar del mismo hombre si el lugar-mundo que habita y abre en su habitar, es el de los centros comerciales y las urbanizaciones-colmena, que si es el del Ágora y el campo de labranza.
Esta consideración del espacio por parte de Heidegger es necesariamente una consideración política. Político por cuanto, es el convivir de los hombres, en su mútua pertenencia al mundo, lo que genera el espacio que hace del hombre ser algo, y dispone el mundo para su ocupación. No en el sentido de que el espacio sea algo que primero se establece y posteriormente se ocupa con actividades, una de las cuales puede ser la política, sino en el sentido de que el espacio es ya, en sí mismo, lo político. Hay una co-pertenencia entre el hombre y el mundo, y el hombre y el espacio, de tal forma que ni uno ni otro pueden tomarse como lo que está frente al sujeto o a su alrededor, sino lo que se abre en la actividad del propio hombre, junto a otros hombres. En Ser y Tiempo escribe “El espacio no está en el sujeto, ni el mundo está en el espacio. El espacio está, más bien, «en» el mundo, en la medida en que el «estar-en-el-mundo», constitutivo del Dasein, ha abierto el espacio.»”3. El espacio y el mundo son siempre el espacio de una comunidad, el mundo de una comunidad: hombres que comparten un habitar-construir.
Es verdad que Heidegger no conecta explícitamente su concepto de espacio con el hecho político, pero no se puede obviar este ámbito en la filosofía heideggeriana al conectar las reflexiones sobre el Dasein en Ser y tiempo, con su posterior reflexión en torno al espacio y el habitar-construir humano. Puede que, como ha señalado Félix Duque, Heidegger evitase las connotaciones más “peligrosas” en su análisis del concepto de espacio. Pues es verdad que Raum significa propiamente hacer sitio, abrir un espacio, espaciar, liberar, hacer habitable un lugar, pero también la palabra apunta a otros significados que no son tomados en cuenta por Heidegger como los de extirpar de raíz, aniquilar, limpiar, romper, desgajar, abrirse paso abruptamente, lo que conecta, ha señalado Duque, con el significado se conserva en el castellano rozar, del latín ruptiare, romper, y que señala al ámbito del trato entre los hombres, tanto a un tratarse con cercanía, como o incluso a tener una discusión, o entrar asiduamente en conflicto.
Esto se ve claramente en los ejemplos que usa Heidegger para mostrar la apertura del espacio, como es el caso del puente de madera, pero también y sobre todo, el templo griego. Ambos ejemplos son comunitarios, construcciones que abren la relación entre los hombres y su habitar mundano, que establecen el espacio de la comunidad, del trasiego, de la comunicación, de la relación con otros hombres y lugares. El templo es, propiamente, un espacio para la congregación, para el establecimiento de normas, para la designación de lo sagrado y precisamente para el el establecimiento de la comunidad bajo el designio de un dios, esto es, de un límite. La dimensión política del espacio es evidente en el pensamiento de Heidegger cuando se piensa en profundidad, hasta tal punto que cabe comprender la filosofía heideggeriana, especialmente en su segunda etapa, como el intento de pensar un modo distinto de habitar el mundo, de generar un espacio para la comunidad que no fuera ya el que venía pre-establecido en el habitar moderno y que generaba ya situaciones insostenibles, comunidades insostenibles.
En “Construir, habitar, pensar” Heidegger nos deja claro que el espacio no es ni algo exterior al hombre, como si hubiera hombres por un lado y espacio por el otro, ni una una mera vivencia subjetiva al modo de Kant. “Los espacios -dice allí Heidegger- se abren por el hecho que se los deja entrar en el habitar de los hombres”1. ¿Cómo ocurre esto? ¿cómo las cosas del mundo, en su cotidiano relacionarse con los hombres abren el espacio en tanto que lugar? Heidegger nos contesta con su famosa alusión al puente de madera sobre el Rhin2. El puente, nos dice Heidegger, no junta simplemente las dos orillas del río, sino que es pasando por éste cuando aparecen las dos orillas. Y no solamente esto, sino que nos dice que es el puente también el que hace aparecer algo así como el “paisaje”, la corriente del río que viene de las montañas lejanas, el bosque que hace que el río se pierda en la oscuridad, el espacio abierto donde el río se ensancha... todo eso aparece como tal cuando se erige el puente que une las dos orillas y cada ente cobra el sentido de lugar en el ir y venir del hombre. El puente hace un sitio, crea un lugar, y hace aparecer el paisaje y todo lo demás, lo que llamaríamos un paraje. Sólo después, una vez las cosas han quedado interrelacionadas como una red de lugares, cabe hablar de algo así como “distancia”. La distancia no es más que lo que trascurre entre un lugar y otro. No está lejos el tiempo en el que el lenguaje alumbraba esta verdad y la distancia se medía en medidas vivenciales: “dos días de camino” se decía un viajante cuando recorría una red de lugares esperando alcanzar su destino.
El lugar lo hace la cosa en su relación vivencial con el hombre. El mundo no es más que esa relación de lugares-cosas dotadas de significatividad en las que se derrama el habitar de los hombres. La etimología de la palabra alemana “raum”, “espacio”, nos da cuenta de esta idea. El significado primitivo de esta palabra apuntaba a un lugar franqueado para la población, o lo que es lo mismo, el lugar habilitado para el vivir humano. Este sentido se conserva en la palabra inglesa room y es evidente en su traducción castellana “habitación”. Un espacio es algo que se ha aviado, que se ha franqueado, que se ha abierto, que ha quedado establecido entre unas fronteras, unos límites, para que el humano habite, establezca su trasiego.
Resulta evidente por qué Heidegger relaciona en esta obra el espacio con el construir: lo que abre el espacio, lo que genera los lugares para este habitar, como ocurre en el caso del puente, es el construir humano, un desbrozar, un abrirse paso abruptamente, un trazar caminos y abrir claros, un habilitar lugares, construir ciudades, establecer campos de cultivo, trazar senderos en las montañas, disponer rutas marítimas, aéreas e incluso espaciales. Es la actividad humana la que abre el espacio.
Pero este construir que dispone el espacio puede hacerse de diversos modos. Podría decirse que es el modo de construir lo que confiere una identidad al hombre. Es así, porque la actividad técnica de la que habla Heidegger no es un mero colocar ladrillos y erigir paredes, es todo un modo de disponerse el hombre en co-pertenencia con el mundo. El mundo-espacio, es lo abierto en la actividad técnica del hombre, y el hombre es aquel ente que se da a través de lo abierto en su quehacer. No hay un hombre primero que se dirige a un mundo pre-existente, dispuesto frente a él, en el que edifica su modelo habitacional. Hombre y mundo, hombre y espacio, sólo aparecen como tal en la relación de co-pertenencia que se da en la actividad técnica. No es baladí que en el significado propio del verbo Bauen, que significa “construir” y a la vez “habitar” resuena también el bin de ich bin (yo soy). “Construir” es un habitar que constituye el mismo ser del hombre. El lugar otorga la identidad a aquel que lo habita y, dependiendo de cuál sea este lugar, como se relacionen las cosas unas con otras y con el habitar, el hombre es uno u otro; no podemos hablar del mismo hombre si el lugar-mundo que habita y abre en su habitar, es el de los centros comerciales y las urbanizaciones-colmena, que si es el del Ágora y el campo de labranza.
Esta consideración del espacio por parte de Heidegger es necesariamente una consideración política. Político por cuanto, es el convivir de los hombres, en su mútua pertenencia al mundo, lo que genera el espacio que hace del hombre ser algo, y dispone el mundo para su ocupación. No en el sentido de que el espacio sea algo que primero se establece y posteriormente se ocupa con actividades, una de las cuales puede ser la política, sino en el sentido de que el espacio es ya, en sí mismo, lo político. Hay una co-pertenencia entre el hombre y el mundo, y el hombre y el espacio, de tal forma que ni uno ni otro pueden tomarse como lo que está frente al sujeto o a su alrededor, sino lo que se abre en la actividad del propio hombre, junto a otros hombres. En Ser y Tiempo escribe “El espacio no está en el sujeto, ni el mundo está en el espacio. El espacio está, más bien, «en» el mundo, en la medida en que el «estar-en-el-mundo», constitutivo del Dasein, ha abierto el espacio.»”3. El espacio y el mundo son siempre el espacio de una comunidad, el mundo de una comunidad: hombres que comparten un habitar-construir.
Es verdad que Heidegger no conecta explícitamente su concepto de espacio con el hecho político, pero no se puede obviar este ámbito en la filosofía heideggeriana al conectar las reflexiones sobre el Dasein en Ser y tiempo, con su posterior reflexión en torno al espacio y el habitar-construir humano. Puede que, como ha señalado Félix Duque, Heidegger evitase las connotaciones más “peligrosas” en su análisis del concepto de espacio. Pues es verdad que Raum significa propiamente hacer sitio, abrir un espacio, espaciar, liberar, hacer habitable un lugar, pero también la palabra apunta a otros significados que no son tomados en cuenta por Heidegger como los de extirpar de raíz, aniquilar, limpiar, romper, desgajar, abrirse paso abruptamente, lo que conecta, ha señalado Duque, con el significado se conserva en el castellano rozar, del latín ruptiare, romper, y que señala al ámbito del trato entre los hombres, tanto a un tratarse con cercanía, como o incluso a tener una discusión, o entrar asiduamente en conflicto.
Esto se ve claramente en los ejemplos que usa Heidegger para mostrar la apertura del espacio, como es el caso del puente de madera, pero también y sobre todo, el templo griego. Ambos ejemplos son comunitarios, construcciones que abren la relación entre los hombres y su habitar mundano, que establecen el espacio de la comunidad, del trasiego, de la comunicación, de la relación con otros hombres y lugares. El templo es, propiamente, un espacio para la congregación, para el establecimiento de normas, para la designación de lo sagrado y precisamente para el el establecimiento de la comunidad bajo el designio de un dios, esto es, de un límite. La dimensión política del espacio es evidente en el pensamiento de Heidegger cuando se piensa en profundidad, hasta tal punto que cabe comprender la filosofía heideggeriana, especialmente en su segunda etapa, como el intento de pensar un modo distinto de habitar el mundo, de generar un espacio para la comunidad que no fuera ya el que venía pre-establecido en el habitar moderno y que generaba ya situaciones insostenibles, comunidades insostenibles.
1Martin
Heidegger, “Construir, Habitar, pensar” en Conferencias
y Artículos,
ed. Ives Zimmermann (Barcelona: Serval, 1994)
2Martin
Heidegger, “La pregunta por la técnica,” en Conferencias
y Artículos,
ed. Ives Zimmermann (Barcelona: Serval, 1994), 18.
3Martin
Heidegger. Ser
y tiempo (Madrid:
Trota 2003) 136.
4Martin
Heidegger. Ser
y tiempo (Madrid:
Trota 2003) 136.