Una disciplina fortalecida en el cerco invisible del
pensamiento, cuya actividad primordial reside en el ejercicio de la
no-actividad, cuyos productos no solucionan nada, cuyo lenguaje no pretende "comprar" el mejor argumento -si es que puedo usar una expresión tan pedante como cursi que se escucha a veces en las tertulias radioafónicas-; una actividad de esta naturaleza parece hoy destinada a no durar, a consumirse en los
márgenes de la febril circulación de mercancías, ocurrencias,
soluciones sociales definitivas, iniciativas emprendedoras. Y todo a pesar
de los esfuerzos de Savater por reconvertir al pensamiento filosófico
en "espíritu crítico" y manual de instrucciones de la ciudadanía. Lo que hoy denominamos "conocimiento", ese "know-how" - o como lo llamen en la siniestra
jerga de Dora exploradora- sirve para servir, y la filosofía
únicamente puede, en esa competición utilitaria, aspirar a un honroso puesto en el relicario de los
saberes del pasado. Ante aquella pregunta, ¿Cómo explicar que la cuestión estriba en que el orden de los efectos del pensar no pertenece a ese terreno en el que se da la utilidad, que es algo deducido y derivado? El orden del pensamiento es constitutivo, remite a la potencia de las causas configuradoras, y así, antes que combatir en la arena de las utilidades, lo hace en el espacio que dispone los presupuestos mismo de cualquier noción de "útil" o "inútil". Me temo que esa es la batalla que estamos perdiendo, o que no hemos avistado como auténtica batalla. Lessing expresó en una pregunta esas dos cosas, el carácter derivado de la utilidad y la negativa a condenar al pensamiento a la esfera de los meros efectos: ¿cuál es la utilidad de lo útil?
¿Qué decir ante la pregunta por la utilidad? ¿Que eso de resolver problemas exige
asentir a la idiocia de que sólo son problemas aquellos definidos como tales por los que
te encargan su resolución y que, por lo tanto, hay un problema político previo? ¿Que frente a la
sumisión a los procedimientos burocráticos de gestión de tareas la
filosofía tiene que emanciparse de la cadena de mando y no aceptar
los de encargo, sino buscar, componer, escoger los problemas?
¿Mandarla al carajo? Gracias a mi amigo Gregorio Luri (aquí), he dado en conocer una respuesta
verdaderamente insultante, belicosa, agresiva. Una respuesta, sin más, filosófica. Procede del repertorio de anécdotas
relativas a Ortega y Gasset. Aquí la dejo, por si uno de estos días
os preguntan sobre la utilidad de la filosofía:
"Don Francisco Grandmontagne fue obsequiado con una comida a la cual concurrían elementos intelectuales y artistas que querían rendir un homenaje al insigne escritor.En la mesa, frente a don José Ortega y Gasset, quiso la mala fortuna que se sentara un businessman que mostraba un profundo desprecio por los teóricos, como él decía, y, singularmente, por los filósofos.- ¿Para qué sirve un filósofo? -decía-. Para nada. En cuanto a mí, creo que la palabra filósofo es un eufemismo que designa a un necio. Porque, seamos francos, ¿qué diferencia hay, qué distancia separa a un filósofo de un tonto?- La anchura de una mesa -respondió amablemente Ortega".Alfredo Rodríguez Antigüedad, Anecdotario.
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