Durante décadas la lucha anticapitalista se hizo en nombre y bajo la bandera del proletariado. Hace ya tiempo, al menos desde los años 60, que tal estandarte está desvencijado, por lo que la izquierda revolucionaria ha tenido que buscar nuevos emblemas. El objetivo de estas líneas es comparar dos nociones, dos categorías políticas que aspiran a ocupar el trono que ha dejado vacante la clase del proletariado: el pueblo, tal y como es concebido por Ernesto Laclau y la multitud de Toni Negri. No voy a entrar en demasiados detalles por no repetir lo dicho en anteriores entradas (aquí y aquí).
Negri pretende recuperar para la izquierda una noción que desde el siglo XIX forma parte del arsenal dialéctico del conservadurismo y los teóricos reaccionarios. La noción de multitud aparece vinculada a una nueva disciplina que surge a finales del siglo XIX: la Psicología de las masas. Se trataba entonces de un término peyorativo, característico de la literatura anti-comuna en la década de los años 70, que designa el comportamiento violento, destructivo e irracional de las masas. Los socialistas nunca lo utilizaron. La multitud se asocia con las mujeres y los locos. Estos autores (Hippolyte Taine, Gustave Le Bon, Gabriel Tarde, William McDougall...) están influenciados por el hipnotismo de Charcot. Para explicar el comportamiento de las masas en situaciones revolucionarias se apuntaba a la acción del líder que ejercía la función de hipnotizador y conseguía que las masas entraran en una situación de sugestión hipnótica. Quien rompe con este planteamiento por vez primera es Freud en 1921 con la publicación de Psicología de las masas y análisis del yo. En esta obra Freud entiende que el “vínculo social” es un vínculo “libidinoso”, lo que aglutina una multitud es la libido, no la sugestión; lo que hace posible la identificación del grupo como tal es la hostilidad hacia algo o alguien (el padre, los otros, etc). Sin embargo esta caracterización de la multitud nos acerca más a la noción de pueblo de Laclau que al uso que Negri hace del término, así que vamos a dejarla aparcada por el momento.
Es evidente que Negri no toma en consideración este uso y esta tradición. Pretende partir de una fuente más antigua y respetable: la filosofía de Spinoza. En el inconcluso Tratado político, Spinoza, comentando a Maquiavelo, llama "multitud" a los varones económicamente independientes que pueden aspirar a la condición de ciudadanos. La multitud, dice Spinoza, puede ser libre o esclava. La primera es una asociación de hombres libres en busca de su autoconservación; la segunda es una masa acostumbrada a la servidumbre que solo espera que le indiquen qué hacer para conservarse. La multitud libre, al contrario que la multitud esclava, no es una masa indiferenciada, es un agregado de hombres autónomos y racionales que aspiran a incrementar su poder. Según Spinoza la razón muestra que no podemos aumentar nuestro poder y libertad sin aumentar a la vez el poder y la libertad de nuestros semejantes. Pero la unión no es desinteresada, el motivo que lleva a los hombres a unirse y constituirse como multitud no es otro que el interés propio, lo que nos acerca más a burguesa la sociedad civil tal y como la concebía, por ejemplo, Hegel, que a la clase del proletariado. Sin embargo Negri pretende insertarse en la tradición marxista y la noción de multitud está concebida para sustituir al proletariado como clase universal. Pero todo esto nos aleja mucho de Spinoza.
Más cerca parece estar Negri de la noción de pueblo de Rousseau: el conjunto de los ciudadanos constituidos como nación soberana, un cuerpo homogéneo en donde cada cual es a la vez súbdito y soberano pues todos se subordinan a la voluntad general, la voluntad del pueblo. Esta es la paradoja: la noción de multitud tal y como es utilizada a principios de siglo XX por Freud nos conduce al pueblo de Laclau y en cambio el pueblo roussoniano nos lleva a la multitud de Negri. Verdad es que Negri reniega expresamente de ello y critica la concepción excesivamente homogénea de pueblo de Rousseau. La multitud de Negri es heterogénea y plural, pero la divergencia es aparente y superficial pues la multitud no está constituida a partir de antagonismos irreconciliables. Al contrario, hay una profunda y misteriosa voluntad de convergencia, de “cooperación lingüística” entre la multitud, lo que justifica el optimismo de su enfoque. La acción política debe limitarse a trabajar contra el Imperio y liberar, de esta forma, a la multitud que, una vez libre de ataduras, creará nuevas formas de cooperación social impredecibles en la actualidad.
No es de extrañar que Laclau critique la ingenuidad de una planteamiento así. Recordemos que Laclau niega la existencia de un sujeto emancipatorio. No hay, sostiene el argentino, una totalidad sin forma, el Imperio, y, por otro lado, una totalidad opuesta, la multitud. En lugar de la articulación hegemónica, Negri propone algo así como una convergencia espontánea entre las personas, la unidad de la multitud aparece como caída del cielo. No hay nada que articule las luchas anticapitalistas, lo único que tienen en común las diferentes luchas es “estar en contra”. Este proceso, según Negri, ya está ocurriendo como prueban los movimientos espontáneos y rizomáticos de una multitud que no respeta las fronteras establecidas.
Laclau sostiene en La razón populista que este es un análisis superficial. “Estar en contra” no significa nada, es un “significante vacío”. La diferencia entre el italiano y el argentino es que en Negri la emancipación es una tendencia natural de la gente a estar contra la opresión y en Laclau es el resultado de lógicas equivalenciales y la producción de significantes vacíos. Negri no está interesado por la estrategia política. No tiene sentido planificar u orientar la acción de una multitud que se mueve en base a fuerzas inmanentes e incontrolables (en un sentido semejante al conatus de Spinoza o el deseo de Deleuze). En fin, según Laclau, el enfoque de Negri no explica nada: ¿cuál es el origen de los antagonismos sociales? ¿en qué consiste la ruptura revolucionaria? ¿cómo habría de ser el paso del Imperio al poder de la multitud? Todas estas preguntas quedan sin respuesta. Laclau acusa a Negri de un exagerado optimismo y un injustificado triunfalismo.
¿Qué le reprocha Negri a Laclau? No lo sé. Pero desde las coordenadas teóricas y políticas del filósofo italiano se pueden plantear varias objeciones a la noción de pueblo de Laclau. La noción de multitud podría ser la base teórica de un republicanismo consecuente: el poder de la multitud solo es posible a partir de un escrupuloso respeto por la libertad y la autonomía de ciudadanos que toman sus propias decisiones de forma mancomunada. Por ello Negri es tan renuente a concretar cómo sería una política posimperial. A su lado la noción de pueblo de Laclau es un pobre artilugio manufacturado: el pueblo es algo construido, diseñado, programado..., necesita de representantes, líderes que forjen su voluntad y lo constituyan como tal. Recordemos que el pueblo es, para Laclau, el resultado de una operación de articulación hegemónica, es algo que acontece si ciertos políticos son lo suficientemente hábiles para gestarlo y tenaces para sostenerlo mediante el uso demagógico de significantes vacíos ante los cuales el pueblo responde afectivamente.
El resultado de esta indagación es ciertamente frustrante. La noción de multitud abre la puerta a un republicanismo vigoroso y saludable, pero no es más que un postulado metafísico que designa una totalidad ilimitada; se supone que la multitud es lo que siempre estuvo ahí, ella es la esencia que subyace en toda organización social, un colectivo heterogéneo y plural que, sin embargo, apunta a un objetivo común, libre de discordias, antagonismos... Debemos reconocer que la noción de pueblo de Laclau está mejor formulada y articulada; sin embargo la política populista nos conduce por una triste senda por la cual algunos preferimos no transitar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario