"¿Qué es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá comprenderlo con el pensamiento, para hablar luego de él? Y, sin embargo, ¿qué cosa más familiar y conocida mentamos en nuestras conversaciones que el tiempo? Y cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es, como sabemos o entendemos lo que es cuando lo oímos pronunciar a otro. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé.” San Agustín, Confesiones, Libro XII
Decía Platón en la carta VII que
“cuando después de muchos esfuerzos se han hecho poner en
relación unos con otros cada uno de los distintos elementos, nombres
y definiciones, percepciones de la vista y de los demás sentidos,
cuando son sometidos a críticas benévolas, en las que no hay mala
intención al hacer preguntas ni respuestas, surge de repente la
intelección y comprensión de cada objeto con toda la intensidad de
que es capaz la fuerza humana.“ Es decir que cuando llegamos al
final del camino dialéctico nos queda todavía dar un paso más
allá, un paso que no puede ser codificado en el lenguaje
lógico-racional, un paso más allá de de los logoi (los
discursos) en busca de lo que, hablando estrictamente, no puede ser
dicho, lo que Platón denominó “arrethon”. De ahí la
importancia fundamental del mito en el discurso platónico. En el
viaje en pos de la verdad debemos confiar en el logos, el
discurso racional, que actúa al modo de una lanzadera, pero llega un
momento en que el logos se agota y es entonces cuando el
artista invoca lo innombrable, el arrethon.
El tiempo parece pertenecer a ese
arrethon que, en sentido estricto, como nos recuerda San
Agustín, no puede ser dicho sino sólo mostrado. Es el poeta -no el
científico o el filósofo- quien nos impulsa hacia él. Centrándonos
en el asunto que nos atañe, directores como Terence Malik, Victor
Erice y, especialmente, Andréi Tarkovsky nos muestran en su
filmografía una idea de tiempo. Cuando digo ”idea de
tiempo” no me refiero a una conceptualización sistemática o una
reflexión explícita. Recordemos que la palabra “idea” viene del
griego ειδέα / ιδέα (aspecto, forma o apariencia). Esta
palabra es derivada de είδω (eído) que significa "yo vi".
De modo que originariamente la palabra “idea” está relacionada
con la visión, con lo que se ve. Que hay una idea de tiempo
en las obras de estos directores quiere decir que el tiempo se ve
en sus películas.
Sin embargo el objetivo de estas líneas
no se centra en los directores mencionados. Pretendo moverme dentro
de los límites del logos -del discurso racional- y no
adentrarme más allá. Una reflexión sobre la obra de Tarkovsky, por
ejemplo, rebasaría los límites señalados. Lo que quiero decir es
que una reflexión estrictamente filosófica sería, en este caso,
del todo insuficiente. Desde un arte, el cine, se puede apuntar al
arrethon, desde otro arte, la literatura, se puede reflexionar
sobra la obra de Tarkovsky y también, qué duda cabe, puede hacerse
un análisis conceptual, técnico o filosófico del cine de
Tarkovsky, pero, y este es el punto fundamental, tal análisis aporta
poco, queda muy por debajo de la obra comentada. Por ejemplo, en
Stalker el tiempo dentro de la Zona no es representado de la
forma habitual. Concebimos el tiempo, desde Descartes y Newton, como
un vector que avanza uniforme y unidireccionalmente con independencia
del trasfondo, de las cosas que acontecen o no pero no interfieren en
el lento e inexorable avance del tiempo. La genialidad del realizador
ruso es que, mediante imágenes, por medio de largos planos, parece
detener el tiempo o más bien fijar el tiempo al trasfondo, a las
cosas mismas. Tarkovsky nos invita a abandonar el tiempo cotidiano,
nos sugiere que otro tiempo es posible. Es difícil de explicar,
Stalker no puede traducirse completamente al logos. Sus imágenes
apuntan a algo más allá, a un arrethon, que difícilmente
puede ser enunciado.
Pero -afortunadamente, dirán muchos-
no todo el cine es como el de Tarkovsky. Otras películas pueden
analizarse más fácilmente, pueden ser traducidas al logos común.
Recordemos que la tradición platónica nos insta a recorrer el
camino del logos hasta donde sea posible antes de adentrarnos
en el misterio del arrethon, lo que llevado a nuestro tema
significa que es posible y debemos intentar una reflexión racional
sobre el tiempo que nos prepara, nos sirve de propedeútica, a lo que
acaso solo un arrebato místico puede proporcionar: una comprensión
de la esencia del tiempo.
Para esta labor, más humilde, es
preferible partir de los que en la época dorada de Hollywood se
denominaban los artesanos del cine. Richard Linklater es, a
mi modo de ver, uno de esos artesanos, un buen profesional que conoce
su oficio y que produce obras cinematográficas muy dignas que, sin
embargo, no son obras maestras. En Julio de 2014 Linklater extrenó
Boyhood, la cual estuvo nominada a seis categorías, entre ellas
mejor película, en la edición de los Óscar 2015 (finalmente sólo
se hizo con el premio a la mejor actriz de reparto para Patricia
Arquette). Boyhood no es un obra de arte, es una película
hasta cierto punto convencional. Lo peculiar de la película es bien
conocido: el envejecimiento de los personajes corresponde al
envejecimiento real de los actores. La película es filmada a lo
largo de 12 años, pero únicamente en 39 días de rodaje. Ahora
bien, ¿es este un dato extracinematográfico? ¿atañe a la esencia
de la película? Obviamente el tema sobre el que gira todo el film es
el paso del tiempo y el envejecimiento real de los actores otorga
credibilidad al relato, pero, por otra parte, la historia está
rodada de forma tópica. Al contrario que, por ejemplo, las películas
de Tarkovsky, la reflexión de Linklater no es formal, es decir, no
afecta al al lenguaje cinematográfico, al montaje, las secuencias de
planos, etc. Se trata, insisto, de una digna película, pero no de una
obra maestra. Otras películas, como Fresas Salvajes de
Bergman o Barry Lyndon de Kubrick, tratan el tema del paso del
tiempo con mucha más sensibilidad y hondura. El principal problema para el
espectador es que en Boyhood no ocurre nada que se salga de lo
cotidiano. La vida del protagonista, Mason, discurre a paso
cadencioso, imperceptiblemente casi. Un buen montaje, incisivos
discursos, especialmente los puestos en boca de Ethan Hawke, buenas
réplicas... son los aciertos de la película; pero hay demasiadas
escenas irrelevantes a lo largo de tres horas de filmación que hacen
que el ritmo narrativo decaiga en ocasiones. Una obra correcta,
repito, nada más.
Un relato de este tipo plantea un grave problema: ¿cómo finalizarlo? Un final apoteósico o meramente inesperado sería una traición a un estilo y un enfoque que se va desarrollando coherentemente a lo largo tres largas horas. Hubiera estado fuera de lugar cerrar la narración con un acontecimiento extraordinario que diera sentido a todo lo anterior. No era fácil terminar una historia así. Es aquí, según mi punto de vista, donde el director se muestra más brillante, cuando, de alguna manera, va más allá del logos y apunta al arrethon, a algo, una idea, que en propiedad no puede ser enunciada. El final de la película es como sigue (¡Ojo, spoiler!... naturalmente): Mason abandona el hogar materno y llega a la universidad, donde conoce a su compañero de habitación, Dalton, que le presenta a dos amigas, Barb y Nicole. Inmediatamente se establece una buena química entre ellos y acuerdan ir a contemplar el atardecer a un paisaje idílico: Big Bend. Dalton se adelanta con Barb mientras que Nicole y Manson quedan rezagados. Cuando llegan al lugar indicado se está poniendo el sol. Encima de un risco Dalton y Barb aúllan y gritan alborozados mientras que Nicole y Manson se sientan en el suelo algo apartados. La película acaba con el siguiente diálogo:
- Dalton (gritando, encaramado encima de un risco): el momento está teniendo un orgasmo maravilloso, es como si todo el tiempo se hubiera desplegado para que estemos aquí y miremos y gritemos: ¡Sí carajo!
-Nicole: ¿Viste como la gente siempre dice “aprovecha el momento”? Me inclino a pensar que es al revés: el momento nos atrapa a nosotros
-Mason : Sí. Sí claro es… es constante. El momento es... es como si siempre fuera ahora mismo, ¿sabes?
- Nicole: Sí.
Silencio.
Y así acaban tres horas de metraje
sobre la vida de Mason. El director ha optado por este final porque
entiende que esta escena es un adecuado colofón para la historia que
nos ha contado. ¿Por qué? ¿Qué quiere decir Mason cuando afirma
que “el momento es constante” o que “es como si siempre fuera
ahora mismo”? Recuerdo otra película, Atrapado el el tiempo,
la comedia de Harold Ramis, y me pregunto si lo que Linklater quiere
decir es que el momento es nuestro particular día de la marmota. Si
esto es así, no se trata como dice la sentencia hedonista de
“aprovechar” el momento sino más bien, parafraseando a Sartre,
de reconocer que estamos condenados al momento, no queda más remedio
que “aprovechar” el momento pues no hay otra posibilidad. No hay
vida más antes o después de este preciso momento en que tú lector
estas leyendo este texto que, claro está, no es el mismo momento en
el que yo estoy escribiendo estas líneas. Entonces... ¿pasado y
futuro no existen? ¿son quimeras, ficciones, productos de la
imaginación? Esta es la idea que se insinúa al final de la
película: el pasado y el futuro solo pueden existir en el momento,
como recuerdo o vestigio el primero y como proyecto el segundo.
Presente, pasado y futuro comparten un mismo tiempo: este preciso
momento, el único real.
¿Podemos profundizar en estas
reflexiones de la mano de algún filósofo? Sí. Encontramos en El
mundo como voluntad y representación de Schopenhauer un marco
filosófico adecuado para comentar esta escena final. Conviene trazar
de manera muy esquemática las líneas maestras de la metafísica
schopenhaueriana antes de hablar del tiempo de una forma más
específica. Schopenhauer llama representación a aquello que puede
ser conocido, lo que Kant denominó “fenómeno”, es decir, el
mundo para mí. Pero como nos enseñó el filosofo de
Königsberg no debemos confundir lo que es para mí con lo que
es en sí. Lo que es en sí o, como lo denominó Kant,
el noúmeno nos es del todo incognoscibe, pero para evitar el
solipsismo debemos afirmar su existencia. Pues bien esa cosa en sí es
llamada por Schopenhauer “voluntad”. La voluntad no se
puede definir, es lo que está por debajo de todo aquello que
conocemos, es la Vida propiamente dicha, lo que es previo a
todo lo demás, el impulso vital que se nos muestra del todo
indescifrable. La voluntad, lo real, es presente; ni pasado ni
futuro. Esta es la idea central, el pasado y el futuro solo existen
para la conciencia en la representación:
“Ante todo debemos reconocer claramente que la forma del fenómeno de la voluntad, es decir, la forma de la vida o la de la realidad es propiamente lo presente y no lo futuro no lo pasado, que no existen más que para el concepto y por el encadenamiento de la conciencia sometida al principio de razón.” (El mundo como Voluntad y representación, Tomo II,1985, pag101)
Algo así es lo que Nicole, la amiga de
Mason, quiere decir al sostener que es el momento quien nos atrapa a
nosotros y no a la inversa. Naturalmente, reconoce el filósofo, el
pasado ha existido, han existido millones de humanos que nos han
precedido como también ha existido el pasado de nuestra propia vida
pero hoy ya solo existe como vestigio o brumoso recuerdo. Pero
atención, Schopenhauer no dice que solo exista este presente.
¿Acaso el lector de estas líneas es el que vive el momento real, el
único real y todos los momentos anteriores que el lector y otros
hombres han vivido son ficciones o menos reales? Como decía San
Agustín todo esto es ciertamente extraño. Solo existe el momento
pero... ¿por qué ahora? ¿no fue igualmente importante y real el
momento anterior? Al hacernos preguntas como estas, nos reprocha el
filósofo alemán, seguimos prisioneros del dualismo cartesiano, de
la escisión entre el sujeto y el objeto, como si cada uno tuviera su
propio tiempo y por una feliz contingencia coincidieran justo en este
instante, en este momento, mi tiempo personal y el tiempo
cosmológico. Pero es justo esta escisión la que es denunciada por
Schopenhauer: es el sujeto, el individuo, lo que es una ficción.
En realidad lo que existe es la Naturaleza o, lo que es lo mismo, la
Voluntad y el Presente, un presente eterno e inmutable. Pasado y
futuro solo pueden ser concebidos en cuanto a representación, es
decir, como construcciones ficticias del intelecto. Lo único real es
la voluntad, esto es la vida y el presente por ello:
“Yo soy definitivamente dueño del presente y me acompañará por toda una eternidad como mi sombra; por esto no me asombra ni pregunto de dónde procede este presente y cómo es que sea ahora mismo.” (Ibíd, pag 102).
Esta peculiar concepción del tiempo le
sirve a Schopenhauer para rehacer la célebre argumentación epicúrea
contra el miedo a la muerte. La persona solo muere como fenómeno,
como individuo, pero no como realidad o cosa en sí. Como
voluntad no somos meros individuos sino manifestaciones de la Vida
misma, una Vida que es independiente del tiempo, es decir, eterna. Lo
que nos infunde pavor en la muerte es la aniquilación del individuo,
pero, frente a este sentimiento, la razón y la filosofía estoica
nos vienen a decir que la muerte es una ilusión porque el individuo
también lo es (como velo de Maya en el hinduismo). Solo es real la
Vida y el presente eterno, todo lo demás es ilusión. Solo el hombre
teme a la muerte. Solo en el hombre la Naturaleza toma conciencia de
sí misma y se distancia de si misma imaginando su muerte. Pero que
la muerte es una ficción lo prueba que concebir la propia muerte
requiere un considerable esfuerzo de la imaginación que solo podemos
sostener breves instantes. Por eso la angustia ante la muerte es una
sensación efímera, en circunstancias normales la fuerza de la
Naturaleza se impone a la reflexión. También en el hombre, como en
el resto de los animales, predomina la convicción de ser él mismo
la Naturaleza y, por tanto, eterno e inmortal. Así podemos seguir
adelante con la vida sin que la obsesión por la muerte nos paralice.
“Así, pues, el que se contenta con la vida tal como ésta es, quien afirma todas sus manifestaciones, puede confiadamente considerarla como sin fin y alejar de sí la idea de la muerte como una quimera infundida por un absurdo temor de un tiempo sin presente, parecido a aquella ilusión en virtud de la cual uno de nosotros se imagina que el punto ocupado por él en el globo terrestre es lo alto y todo lo demás lo bajo. Pues así como en nuestro globo lo alto se encuentra en cada punto de la superficie, así el presente es la forma de toda la vida; el miedo a la muerte porque ésta nos pueda arrebatar el momento presente es tan absurdo como si temiéramos deslizarnos hacia lo bajo del globo terrestre desde la altura en que ahora felizmente nos encontramos.” (Ibíd, pag 103).
En conclusión, para Schopenhauer el
hombre no es más que una pobre manifestación de la Naturaleza, como
lo es el agua o una piedra. La Naturaleza se identifica con la Vida,
la Voluntad y el Presente, un presente que es eterno e inmortal.
“La voluntad en sí y el sujeto puro del conocimiento, ojo eterno del mundo, existen fuera del tiempo y no conocen ni la permanencia ni la destrucción, que es el lenguaje del tiempo.” (Ibíd, Pag 105)
Pero el hombre puede pensar, construir
ficciones. El tiempo es una de esas ficciones. La voluntad está
más allá del tiempo y no conoce ni pasado ni futuro y en algunas
ocasiones como en la escena señalada de la película intuimos esa
verdad irrepresentable que, en sentido estricto, no puede ser pensada
ni dicha pues está más allá del logos. Intuimos que no
somos más que manifestaciones de una Naturaleza que se mantiene
inmutable, siempre presente, por ello “es el momento quien nos
atrapa a nosotros”, como dice Nicole y “es como si siempre fuera
ahora mismo”, tal y como replica Mason.
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