Aparentemente las películas de
Alexandre Payne no tienen mucho misterio; algunas parecen incluso
frívolas y superficiales, pero a poco que nos fijemos descubriremos
un realizador peculiar, un humanista de mirada lúcida y poco dado a
sentimentalismos. Sus detractores le reprochan que es un realizador
frío y previsible, dicen que no emociona y, en parte, tienen razón; es cierto que al espectador le
cuesta empatizar con sus personajes porque son mostrados de manera
objetiva, a cierta distancia, sin disimular sus defectos. No he
visto su primer trabajo, Citizen Ruth (1996) y no comentaré
apenas nada de dos películas muy recomendables: Electión
(1999) y Los Descendientes (2011). En cambio haré múltiples
referencias a tres filmes: A propósito de Schmidt (2002),
Entre copas (2004) y
Nebraska (2013), por lo que aconsejo al lector de estas líneas
que si no ha visto, y tiene intención de ver, alguna de estas
películas posponga esta lectura para una mejor ocasión pues me temo
que voy a destriparlas por completo. Lo más evidente que tienen en
común estas tres comedias dramáticas es que son “road movies”
y toda “road movie” es una metáfora de la vida. Un director que
insiste tanto es este género cinematográfico es porque tiene algo
que decir; quiere trasmitir, llamémosle pomposamente, una “filosofía
de la vida” -esta es la intuición germinal que da pie a esta
entrada-. No voy a entrar a analizar Los Descendientes porque
es un historia diferente pero no tanto como se pudiera pensar en un
principio; estamos ante lo que podríamos llamar una “road movie”
inversa. El protagonista Matt King (George Clooney) vive en un
ajetreo permanente y un acontecimiento inesperado, el grave accidente
de su mujer, le obliga a parar y reflexionar sobre su vida. La vuelta
al hogar cumple la función del viaje en los otros tres filmes.
Además de la carretera como telón de
fondo, las tres películas mencionadas se levantan sobre un buen
guión, una buena puesta en escena y una potente fotografía
(especialmente en Nebraska, obra de P. Papamichael). Todas
ellas tienen finales ambiguos, desprenden una fuerte sensación de
soledad y de apatía vital (sobretodo A propósito de Schmidt
y Nebraska). Además son críticas con los convencionalismos
sociales y la moral burguesa. La estructura narrativa de estas
películas es clásica; podemos distinguir las tres fases
tradicionales (planteamiento, nudo y desenlace) que, por ajustar
mejor a las historias contadas, voy a denominar de la siguiente
manera:
Primer acto: la vida cotidiana.
En las tres películas la vida
cotidiana de los protagonistas se nos presenta solitaria y tediosa.
A propósito de Schmidt nos cuenta la inmensa soledad de
Warren Smichdt, interpretado magistralmente por Jack Nicholson, en la
recta final de su vida. Warren es una persona anodina, tacaña y poco
cariñosa. Su desánimo no está generado solamente por la reciente
jubilación y, sobretodo, por la pérdida de su esposa porque antes de
enviudar Warren ya era un viejo antipático y gruñón que no estaba satisfecho en el trabajo ni era feliz en su matrimonio. Entre copas cuenta la historia de Miles y
Jack. Miles es un hombre deprimido y derrotado, un escritor fracasado
que no ha superado su divorcio. Jack es un actor de segunda fila, una
persona superficial y divertida que es consciente de que su objetivo
en la vida, ser un actor famoso con éxito entre las mujeres, es ya
inalcanzable. Por ello se dispone a sentar la cabeza casándose con
una joven de buena familia, pero antes espera
aprovechar la última semana de soltero para apurar la copa de la
vida hasta el final. En definitiva dos hombre perdidos que buscan
orientación y sentido. Nebraska es otra historia sobre la
soledad y el crepúsculo vital -como A propósito de Schmidt-.
Woody Grandt, maravillosamente interpretado por Bruce Dern, se
encamina al final de una vida truncada. Woody es un anciano senil,
alcohólico y derrotado, quizá con principios de alzhéimer. No tiene
una buena relación con sus hijos y menos aún con su mujer
(interpretada curiosamente por la misma actriz que hace de mujer de
Warren en A propósito de Schmidt, June Squibb, la cual
realiza aquí un trabajo notable).
Segundo acto: la aventura.
El auténtico viaje es siempre una
aventura que rompe con la odiosa vida cotidiana. En
A propósito de Schmidt, Warren
viaja en autocaravana a través del Estado de Nebraska hasta Denver
con la esperanza de reorganizar su vida y asistir a la boda de su
hija. Durante el viaje Warren vislumbra un nuevo
objetivo vital para su desnortada vida: salvar a su hija de un
matrimonio con un imbécil e iniciar una relación franca y sincera
con la única persona que le importa después de la muerte de su
esposa. En Entre copas Miles y Jack emprenden un viaje por el
condado vinícola de Santa Ynez, al sur de California, como despedida
de soltero de Jack. Durante el viaje Miles fantasea con la
posibilidad de publicar su primera novela, alcanzar el éxito y
reconocimiento que precisa para recuperar la autoestima y reconquistar a su anterior esposa, de la que sigue
enamorado, y Jack con ser de nuevo deseado por distintas mujeres sin
necesidad de comprometerse con ninguna. En Nebraska, Woody
emprende un viaje a Nebraska para hacerse con un supuesto premio de
un sorteo de un millón de dolares que, claro está, es una engañifa.
Como nadie es capaz de hacer desistir a Woody de su obsesión, el
protagonista más soso que pudiéramos imaginar, su hijo David, le
acompaña en esta aventura. Woody y su hijo hacen una extraña
pareja, como don Quijote y Sancho Panza, juntos avanzan por parajes
desolados, en cierto modo parecidos a la llanura manchega y juntos
hacen frente a a los malandrines que les salen al paso: los
familiares y antiguos conocidos de Hawthorne, el pueblo natal de
Woody.
Así pues todos los personajes de Payne
van en busca de un sueño, que, finalmente, como era de esperar, será
inalcanzable. No debemos trivializar este fracaso. La fantasía, como
señala con acierto Žižek, no es una mera ensoñación de la que
podamos fácilmente prescindir sino más bien la “realización del
deseo”, es decir, la condición de posibilidad para que podamos
desear y el deseo es, como afirma Spinoza, la esencia el Hombre. Dice el esloveno que la fantasía es siempre “la respuesta
al deseo del otro” y así Miles sueña con ser un escritor de éxito
porque es lo que otros esperan de él o Warren y Woody los padres que
no han sabido ser y que sus hijos habrían deseado y merecido.
Gracias a la fantasía el mundo circundante adquiere sentido y
“descubrimos” quienes somos en función de la distancia entre la
imagen del yo y el yo ideal. Vivimos en un mundo
medianamente ordenado y congruente a través de la fantasía y su
abrupto final supone el desmoronamiento de la realidad entera.
Tercer acto: el retorno
En A propósito de Schmidt el
hipócrita discurso de Nicholson en la boda de su hija marca el
inicio del final, un punto de inflexión a partir del cual Warren
acepta las cosas como son, claudica y retorna al redil. Solamente
Ndugu, un niño africano que apadrina, pero no conoce personalmente,
viene a dar algo de sentido a su vida. En Entre copas, Jack
acaba, igual que Warren, regresando al redil y casándose con su
prometida de la que no parece estar enamorado. Por su parte Miles se
viene abajo cuando se entera en la boda de su amigo que Victoria, su
ex mujer, va a tener un hijo con su nuevo esposo. Queda para Miles
la puerta abierta de nueva relación y la posibilidad de un feliz
matrimonio para Jack, pero, a la luz de las fantasías del viaje, no
es este el “Happy End”
esperado sino más bien un triste sucedáneo. En Nebraska,
Woody regresa a casa con un modesto botín: una camioneta de segunda
mano, un compresor de aire y una gorra de ganador, sustituyen el
sueño del millón de dólares.
¿Desbarro demasiado si comparo las
historias de estos personajes con las vicisitudes de la conciencia
antes de reconocerse como lo que es en la Fenomenología del
Espíritu de Hegel?
Veamos hasta dónde podemos estirar el
símil. Partimos en la Fenomenología de la conciencia inmediata que vive lo
existente como en sí, o sea, como independiente de la
conciencia. La vida y el mundo es lo que es, algo que tiene entidad
propia y la conciencia recibe pasivamente. Así viven todos los
personajes de Payne antes del viaje, sumergidos en un mundo que no
sienten como propio, pero que no osan enfrentar. Luego viene el
núcleo de la historia: el viaje o drama fenomenológico. La
conciencia inmediata muta entonces a conciencia de sí
o autoconciencia, la cual ya no concibe al mundo como en
sí, sino para sí, es decir, lo exterior ya no es lo dado
sino que solo adquiere sentido para un sujeto, para una conciencia
que impone sus condiciones. Los personajes de Payne intentan hacerse
cargo de su propia vida, transitar por su propio camino: recobrar la
relación con su única hija, volver con su ex mujer, cobrar un
millón de dólares... Se trata de someter la vida a los deseos
personales. Pero estamos, como en Hegel, ante una conciencia
desdichada que, por un lado, se alza por encima de las
contingencias de la vida, pero a su vez es dependiente de ese mundo
del que se reniega. Así, de igual modo que, en la Fenomenología,
la conciencia debe abandonar el subjetivismo para encontrar una
salida, los personajes de Payne deben abandonar sus fantasías y
reconciliarse con el mundo tal y como es. Pero el punto de llegada ya
no es el mismo que el de la partida porque no es posible ni positivo
desandar el camino. En la Fenomenología los avatares de la
conciencia finalizan cuando ella misma se reconoce como razón,
para la cual el mundo es la vez en sí y para sí. No
podemos aceptar lo exterior como como lo dado de antemano pero
tampoco reducir lo objetivo a la conciencia subjetiva. El mundo ni es
una entidad ajena a la subjetividad ni se pliega a nuestros deseos.
De este modo los personajes de Payne abandonan sus proyectos y
regresan al mundo real, pero este mundo no es el mismo que hemos
dejado al partir, hay en él una semilla de esperanza, una
posibilidad real de reconciliación a través de una relación
humana: gracias a Ndugu en A propósito de Schmidt, abriendo
la posibilidad de una relación entre Miles y Maya en Entre
copas o iniciando una nueva etapa en las relaciones entre padre e
hijo en Nebraska. No estamos ante finales felices, pues los
sueños de los protagonistas se han malogrado por el camino, pero,
suponemos que el intento ha merecido la pena pues al menos se ha
ganado algo: un genuino vínculo humano.
De todas formas no podemos evitar
acabar con cierta sensación de derrota, cierto regusto amargo que
coincide con mi particular lectura de la Fenomenología. Da la
impresión que Hegel nos engaña, que no cumple con lo prometido: la
última figura de la conciencia, la razón, no es ese punto
final anunciado equidistante entre el polo subjetivo y el objetivo.
El mundo real, lo en sí, impone su dominio y apenas queda
lugar para la subjetividad, la libertad, los sueños y los deseos. Warren regresa
a su hogar solo y derrotado, Jack se casa con una mujer que
probablemente no ama, Miles no recupera a su ex mujer y no publica su
novela, Woody no cobra el millón de dólares... Al final, como en
el mito de Pandora, los males quedan sueltos asolando la vida humana
y solo un poco de esperanza nos permite seguir adelante.
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