Leer a Kant es encontrar en la filosofía la acuñación de un nuevo lenguaje, un idioma que transforma lo filosófico y permite que trabe relacionas novedosas y fecundas. Bajo el aparente manto de asepsia que recorre tantas de sus páginas, la filosofía kantiana se halla recorrida por una tensión poderosa, a veces violenta, que permite a la filosofía enfrentar un universo del que frecuentemente había procurado -sin todo el éxito deseado- escapar. Con Kant, la filosofía, lo quiera o no, vuelve a habitar la pólis.
Leyendo a Kant uno encuentra el mismo problema que se hace acuciante en el vivir biográfico, concreto, historiado hacia el pasado, proyectado al futuro, vivir que nunca puede deshacerse de la compañía de otros. Según él, el entendimiento posee la capacidad de reducir el campo de visión e interés a lo dado. Es, de este modo, la facultad de engendrar conocimiento, es, en suma, el "territorio de la verdad". Pero este entendimiento moderado, sensato y prudente como el consejo de una madre, está efectivamente rodeado de "un océano ancho y borrascoso, verdadera patria de la ilusión". Este océano, sin embargo, no puede ser dejado de lado, mana de dentro. El hombre es un irremediable campo de batalla, una lucha feroz e inextinguible entre la certidumbre del conocer y el anhelo de comprender y concebir. No puede resignarse a la paciente tarea de "deletrear" la unidad sintética de los fenómenos, sino que aspira al significado.
La pregunta que asoma tantas veces en la Crítica de la Razón Pura, la pregunta que imprime en ella una huella crucial, no se refiere a cómo limitarnos al discurrir válido del entendimiento, cómo ceñirnos al terreno seguro del conocimiento. Con respecto a ello, Kant posee la respuesta. La pregunta que conmueve su pensamiento desborda inevitablemente el reducido marco de una epistemología, y resuena como un cuestionamiento radical que desarbola la confianza en el conocimiento mismo. El verdadero interrogante es: ¿podemos contentarnos con el conocimiento? Es decir: ¿es suficiente la verdad? La verdad podría bastar a un ser solitario, pero Kant, al trazar los límites del conocer, se situó, de hecho, más allá de ellos, como afirmó Hegel. Con él, con el viejo "chino" de Königsberg, la filosofía se las vio de nuevo con el problema en torno al cual no ha dejado de dar vueltas la política: el de la insuficiencia de la verdad.
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