1. INTRODUCCIÓN
Me gustaría hoy hablarles de la historia, de la memoria, del
amor y de la verdad. Y para que esta tarea no resulte extremadamente volátil,
he buscado un cuerpo donde inscribir, donde hacer vivir estos conceptos. He
encontrado este cuerpo necesario en el denso y respirante mundo creado por
Gabriel García Márquez en la que fue su novela más querida El amor en los tiempos del cólera. Sobre este cuerpo, haremos
emerger la voz de Benjamin, de Althusser, de Foucault y de Badiou, construyendo
poco a poco la propia construcción del amor, en tanto que cuestión ontológica.
Y será la interrogación sobre las condiciones de posibilidad del amor la que
nos llevará irremediablemente a hablar del mundo, de sus hechos mudos y de cómo
hacerlos hablar, o cómo prepararnos para escuchar incluso lo que no queremos
oír sobre el pasado. Porque somos ya demasiadas las generaciones que no estamos
a la altura de las circunstancias, y porque la filosofía no puede permitirse
excusas.
Michel Foucault, en su texto sobre Nietzsche, nos dice que la
tarea indispensable de la genealogía consiste en "percibir la singularidad
de los sucesos (...) encontrarlos allí donde menos se esperan". ¿Y dónde
es dónde menos se esperan? Foucault nos dirá: "en aquello que no tiene
nada de historia". Lo que no tienen nada de historia pasa, justo por ello,
desapercibido. El amor no tiene nada de historia.
En una bonita reseña sobre la obra de García Márquez, la
autora de la reseña decía, y estoy completamente de acuerdo, que lo que hace
brillante esta obra es, entre otras cosas, que el amor aparece cargando el peso
de la realidad, sin más búsquedas de explicaciones poéticas, y con la sabiduría
que lo hace real, confiable y duradero.
El amor, entonces, sin
nada de historia, pero constituido en lugar (o en no lugar) donde encontrar la
singularidad de los sucesos, justo, podríamos decir, porque carga el peso de la
realidad.
Siguiendo la senda abierta para nosotros por la obra de
García Márquez, estamos en condiciones de plantear la pregunta sobre el amor,
sobre la condiciones de posibilidad del amor
2. FLORENTINO ARIZA O EL AMOR COMO EXPERIENCIA TENAZ
La pregunta sobre el amor, sobre la condiciones de
posibilidad del amor, si debe formularse, debe ser necesariamente desde la
calamidad. Es en la calamidad donde nos dice Gabriel García Márquez que
"el amor se hace más grande y más noble". Esta tesis nos recuerda a
lo planteado por Benjamin en su aspiración a la elaboración de una teoría del
conocimiento (como nos muestra Reyes Mate en su obra Medianoche en la
historia). Nos referimos a la idea de que hay un plus cognitivo e
interpretativo en la mirada que está cargada de sufrimiento, de necesidad y de
peligro. Es lo que llama el valor hermenéutico de las figuras desgraciadas. La
condición de toda verdad es para Banjamin, como lo es para Adorno, dejar hablar
al sufrimiento, porque “la verdad es del orden de la escucha más que de la
visión”. Por eso cabe reclamar a la verdad filosófica un lugar para los
testigos.
El amor de Florentino Ariza, en El amor en los tiempos del
cólera, es un amor que se distrae de la enfermedad, de la guerra, y de la
vejez, pero que, lejos de constituir su distracción una distracción
imperdonable, un retiro, representa una apuesta profundamente vinculada al
tiempo, a la historia, al futuro...
En un fragmento de la obra, nos dice García Márquez:
"La torre
del faro fue siempre un refugio afortunado que él evocaba con nostalgia cuando
ya tenía todo resuelto en los albores de la vejez, porque era un sitio bueno para ser feliz, sobre
todo de noche, y pensaba que algo de
sus amores de aquella época les llegaba a los navegantes en cada vuelta
de los destellos. De modo que siguió
yendo allí, más que a cualquier otra parte, mientras su amigo el farero
lo recibió encantado (...) Había una casa abajo, junto al estruendo de las olas
desbaratándose contra los cantiles, donde el amor era más intenso porque tenía algo de naufragio."
En este fragmento resuena la idea lacaniana de que el amor
tiene un alcance ontológico, o como dice Badiou en su Elogio del Amor, todo amor verdadero interesa a la humanidad entera,
porque cualquier amor nos da una nueva prueba de que el amor puede ser
encontrado y experimentado de otro modo que mediante una conciencia solitaria. Por
eso, como hemos dicho, todo amor verdadero, interesa a la humanidad entera.
Además de esta revelación que descubrimos en la obra y que
nos remite a la idea de que el amor es una cuestión ontológica, nos interesan
dos cuestiones fundamentales que se muestran claramente en la historia de
Florentino Ariza y Fermina Daza. Para referirnos a ellas vamos a acotar la
obra, centrándonos en la parte final. La historia narrada en la novela,
comienza con dos muertes. Una de las muertes, la del marido de Fermina Daza, el
doctor Urbino, se revela como la oportunidad del enamorado Florentino Ariza de
“repetir una vez más el juramento de su fidelidad eterna y de su amor para
siempre”. Vamos a referirnos a ese nuevo comienzo que se da en la historia en
el momento en que Florentino Ariza retoma su construcción del mundo que quiere
con Fermina Daza, cuando ambos pasan ya de los 70 años de edad.
Hay un par de fragmentos que me gustaría
leerles donde aparece claramente en qué consiste esta retomada pero al mismo
tiempo nueva labor tenaz:
“(…) todo tenía que ser diferente para suscitar nuevas curiosidades,
nuevas intrigas, nuevas esperanzas, en una mujer que ya había vivido a plenitud
una vida completa. Tenía que ser una ilusión desatinada, capaz de darle el
coraje que haría falta para tirar a la basura los prejuicios de una clase que
no había sido la suya original, pero que había terminado por serlo más que de
otra cualquiera. Tenía que enseñarle a pensar el amor como un estado de gracia
que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo”
“Un hombre que no fuera Florentino Ariza se hubiera preguntado qué
podría depararles el porvenir de un anciano como él, cojo y con la espalda
abrasada de peladuras de burro, y a una mujer que ya no ansiaba otra felicidad
que la de la muerte. Pero él no. Él
rescató una lucecita de esperanza entre los escombros del desastre, pues le
pareció que la desgracia de Fermina Daza la magnificaba, la rabia la
embellecía, el rencor contra el mundo le había devuelto el carácter cerril de
los veinte años”
Yo creo que estamos muy cerca de Badiou cuando nos dice que “El
amor es una proposición existencial”, “la posibilidad de asistir al nacimiento
de un mundo”. Cuando Badiou nos pide que rechacemos la concepción radicalmente
romántica del amor, por ser un simple y poderoso mito artístico, nos está
oponiendo la construcción a la mera experiencia. El amor para Badiou es
acontecimiento y duración, es, como dice “una obstinada aventura”, que no puede
reducirse al encuentro porque de lo que se trata es de reinventar la vida, de
durar en tanto que inventar una manera diferente de durar en la vida.
Reinventar el amor es reinventar la reinvención de la vida. “Un amor verdadero
es aquel que triunfa duraderamente, a veces duramente, sobre los obstáculos que
el espacio, el mundo y el tiempo le proponen”. Y esto es justamente lo que
ocurre en la novela. Cuando por fin
Fermina es capaz de revelarse a sí misma y a Florentino la verdad sobre sus deseos,
expresados de manera contundente cuando dice: “Lo que quisiera es largarme de
esta casa, caminando derecho, derecho, y no volver más nunca”. Entonces acepta
la invitación de Florentino de irse en un buque por el río. Y un día como hoy,
un 7 de julio, embarca en el Nueva Fidelidad, donde veremos irrumpir, como
diría Badiou, la eternidad en el tiempo, donde esa felicidad tan intensa que
causaba miedo será la prueba de que, otra vez en palabras de Badiou, el tiempo
puede albergar la eternidad. Es por eso que cuando llega el momento del
regreso, “la inminencia del regreso”, Fermina Daza siente que va a ser como
morirse. García Márquez lo expresa con mucha fuerza cuando nos dice
“Se alzaba un jueves radiante sobre las cúpulas doradas de la ciudad de
los virreyes, pero Fermina Daza no pudo soportar desde la baranda la
pestilencia de sus glorias, la arrogancia de sus baluartes profanados por las
iguanas: el horror de la vida real. Ni él ni ella, sin decírselo, se sintieron
capaces de rendirse de una manera tan fácil”
Ahora vamos a ver cómo las palabras con las que concluye la
novela resumen de una manera absolutamente magistral esa concepción del amor
articulada por Badiou que hemos esbozado, porque son palabras de una intensidad
casi insoportable, que, “fijan el azar”, puesto que constituyen una declaración.
Badiou explica magistralmente el sentido de la declaración en una relación
amorosa.
Declarar el amor es pasar del acontecimiento encuentro al comienzo de
una construcción de verdad. Es fijar el azar del encuentro bajo la forma de un
comienzo. (…) la absoluta contingencia del encuentro con alguien que no conocía
acaba por tomar la altura de un destino. La declaración de amor es el paso del
azar al destino, y es esa la razón por la que es tan peligrosa, tan cargada de
una especie de angustia espantosa. (…) de lo que era un azar yo voy a sacar
otra cosa. Voy a sacar una duración, una obstinación, un compromiso, una
fidelidad (entendida como) el paso de
un encuentro azaroso a una construcción tan sólida como si hubiese sido
necesaria.
Vayamos para ver esto al final de la novela. Les cuento
brevemente lo que sucede para llegar al final. El buque Nueva Fidelidad
navegaba en emergencia, con la bandera izada del cólera, no como se hacía en
ocasiones, para “burlar impuestos, para no recoger un pasajero indeseable, para
impedir requisas inoportunas”, sino para proteger a Fermina Daza y en última
instancia, para salvaguardar el amor de prejuicios. Pero en el momento en que
el buque debe detenerse y ponerse en cuarentena como le requiere la patrulla
armada al Capitán, éste, que no sabe cómo salir del embrollo, se ve sorprendido
por la propuesta de Florentino Ariza;
El capitán miró a Fermina Daza (…) Luego miró a Florentino Ariza (…) y lo asustó la sospecha tardía de que es la
vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
-
¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en
este ir y venir del carajo?, le preguntó
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y
tres años, siete meses y once días con sus noches.
-Toda la vida, dijo
3. PELIGRO Y VERDAD: WALTER BENJAMIN SOBRE LA HISTORIA
No hay romanticismo en la novela de García Márquez, en el
viaje y la felicidad amorosa de Fermina y Florentino no hay concesión alguna al
ensueño, al éxtasis. El amor aparece como una auténtica construcción de verdad.
Me gustaría leerles un fragmento que muestra cómo es el viaje
en el buque Nueva Fidelidad, para adentrarnos ahora en la cuestión de la
memoria y poder oír cómo resuenan ahora algunas tesis de Benjamin.
“se dio cuenta de que el río padre de la Magdalena, uno de los grandes
del mundo, era solo una ilusión de la memoria. El capitán Samaritano les
explicó cómo la deforestación irracional había acabado con el río en cincuenta
años: las calderas de los buques habían devorado la selva enmarañada de árboles
colosales que Florentino Ariza sintió como una opresión en su primer viaje.
Fermina Daza no vería los animales de sus sueños: los cazadores de pieles de
las tenerías de Nueva Orleans habían exterminado los caimanes que se hacían los
muertos con las fauces abiertas durante horas y horas en los barrancos de la
orilla para sorprender a las mariposas, los loros con sus algarabías y los
micos con sus gritos de locos habían ido muriendo a la medida que se les acababan
las frondas, lo manatíes de grandes tetas de madres que amamantaban a sus crías
y lloraban con voces de mujer desolada en los playones eran una especie
extinguida por las balas blindadas de los cazadores de placer”
Fermina y Florentino, apoyados sobre la baranda del buque,
ven lo que ve el ángel de la historia de la tesis IX de Benjamin. Recordemos la
célebre tesis novena sobre el concepto de historia. Benjamin dice:
Hay un cuadro de Klee que se llama Ángelus novus. Representa a un ángel
que parece estar a punto de alejarse de algo a lo que está clavada su mirada.
Sus ojos están desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas. El ángel de
la historia tiene que parecérsele. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Lo
que a nosotros se presenta como una cadena de acontecimientos, él lo que ve
como una catástrofe única, que acumula sin cesar ruinas sobre ruinas,
arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y
recomponer los fragmentos. Pero desde el paraíso sopla un viento huracanado que
se arremolina en sus alas, tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. El
huracán le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que da la espalda,
mientras el cúmulo de ruinas crece hasta el cielo. Eso que nosotros llamamos
progreso es ese huracán.
Reyes Mate, en sus comentarios sobre la obra de Benjamin,
dice que nosotros vemos lo mismo que el
ángel, pero no lo interpretamos como catástrofe, como lo hace ese ángel lúcido
pero impotente, desencajado por el sufrimiento sobre el que avanza y al que no
puede dar la espalda. Como dice Reyes Mate, “lo que para el ángel es un
entramado catastrófico es para nosotros incidencia menor integrable en un
conjunto que tiene sentido”. Pero es innegable que el progreso está animado por
una lógica catastrófica.
García Márquez nos dice:
“Florentino Ariza recibía informes alarmantes de estado del río, pero
apenas si los leía (…) y cuando se dio cuenta de la verdad ya no había nada que
hacer, como no fuera llevar otro río nuevo”.
“Un viajero inglés de principios del siglo XIX, refiriéndose al viaje
combinado en canoa y en mula, que podía durar hasta cincuenta jornadas, había
escrito “Éste es uno de los peregrinajes más malos e incómodos que un ser
humano pueda realizar”. Esto había dejado de ser cierto los primeros ochenta
años de navegación a vapor, y luego había vuelto a serlo para siempre, cuando
los caimanes se comieron la última mariposa, y se acabaron los manatíes
maternales, se acabaron los loros, los micos, los pueblos: se acabó todo”
El capitán del buque parece estar fuera del embrujo del que
se sale sólo cuando consideramos el progreso como catástrofe sin paliativos.
Así lo da a entender cuando comenta con ironía “no hay problema (…) dentro de
unos años vendremos por el cauce seco en automóviles de lujo”. Este mismo
capitán es retratado por García Márquez en una hazaña presentada en la novela
con un tinte heroico. Nos dice en la novela que el Capitán no aceptaba la
costumbre que se tenía de disparar desde la borda a los manatíes, hasta el
punto de que en una ocasión, cuando un cazador de Carolina del Norte,
desobedeciendo órdenes dejó huérfana a una cría de manatí, al dispararle en la
cabeza a su madre, el Capitán tomó la determinación de hacer subir a bordo a la
cría y dejó al cazador abandonado en el playón desierto junto al cadáver d la
madre asesinada.
“estuvo seis meses en la cárcel, por protestas diplomáticas y a punto
de perder su licencia de navegante, pero salió dispuesto a repetir lo hecho cuantas
veces hubiera ocasión”
El capitán Samaritano, como el hombre del Barroco, está lejos
del carácter complaciente del romántico, que “se siente arrobado por la belleza
de la decadencia”. Es la mirada
alegórica que entiende que tras una historia petrificada lo que hay es vida
fallida, y por ello es una mirada cargada con el deseo de redención. Justamente
esa es la idea más original de Benjamin: la cuestión de cómo captar lo que hay
de vida en lo dado por finiquitado.
En la obra de García Márquez esta cuestión Benjaminiana tiene
su correlato en un interrogante que nos asalta cuando acompañamos a Florentino
Ariza en su tenacidad. Esta cuestión se podría formular como una pregunta, una
pregunta que podría ser “¿qué son los años realmente?”. Si algo caracteriza al
personaje de Florentino es que no acepta un solo hecho mudo en lo pasado
durante su vida. Esos acontecimientos pasados que están presentes, como dice
Reyes Mate, “a merced del visitante”. Y a pesar de que Fermina no soporta que
Florentino se lo cite en cada uno de sus momentos (“antes” era una palabra prohibida,
dice la novela), lo cierto es que solamente cuando ella es capaz de citarse
también su pasado en cada uno de sus momentos, como diría Benjamin, puede
pensar en ser feliz. Porque, como decía Adorno, la felicidad implica verdad.
Pensó demasiado tarde que tal vez París no había sido tan lúgubre como
ella lo sentía, ni Santa Fe hubiera tenido tantos entierros por la calle. El
sueño de otros viajes futuros con Florentino Ariza se alzó en el horizonte:
viajes locos, sin tantos baúles, sin compromisos sociales: viajes de amor.
Me recuerda a la definición de Ernesto Sábato, para quien la
vida consiste en crear futuros recuerdos.
4. LA LLUVIA Y SUS RECORRIDOS: ALTHUSSER
No sólo la cuestión sobre la verdad de los años nos asalta
cuando seguimos a García Márquez en su historia. También hay otra pregunta
fundamental e ineludible, la pregunta sobre qué es lo que nos detiene en
ciertos momentos a los hombres. Creemos que el detenerse en este sentido
implica un descuido del porvenir. Probablemente porque llega un momento en que
creemos que está todo dicho, todo hecho, ya sea en la historia, ya sea en la
vida particular, y despojamos al tiempo de los años, que ya ni se celebran ni se
cuentan. No hay lugar para el tiempo pleno, ese en que se toma en cuenta las
ausencias, y en nombre del cual Benjamin critica el progreso. Todo se da en un
tiempo continuo.
Pero en la historia de García Márquez, si algo aparece, si
algo es importante, es ese cuidado extremo del futuro que se hace evidente una
y otra vez a lo largo de la novela.
Así podemos verlo por ejemplo en el siguiente fragmento:
“Hablaron de ellos, de sus vidas
distintas, de la casualidad inverosímil de estar desnudos en el camarote de un
buque varado, cuando lo justo era pensar que ya no les quedaba tiempo sino para
esperar a la muerte”
Hay
en estas palabras un reconocimiento de la contingencia, en términos althusserianos.
Reconocer el hecho de la contingencia, rechazando la cuestión del origen, es la
idea fundamental de lo que Althusser denomina la corriente subterránea del
materialismo del encuentro.
“Como en el mundo
epicúreo, todos los elementos están ahí y más allá, no hay sino la lluvia (…)
pero dichos elementos no existen, son meramente abstractos, mientras que la
unidad del un mundo no los haya reunido en el Encuentro que dará lugar a su
existencia”
Lo
que caracteriza a este movimiento subterráneo de la filosofía es la existencia
implícita de una alternativa: “el encuentro puede no tener lugar, igual que
puede tener lugar”.
Del
encuentro al que da lugar la desviación, en el sentido de Epicuro o de
Lucrecio, puede nacer un mundo, ahora bien, no basta que la desviación “de los
átomos” dé lugar a un encuentro. Althusser nos dirá,
“Hace falta que dure,
que no sea un encuentro breve, sino un encuentro duradero que devenga así la
base de toda realidad, de toda necesidad, de todo sentido y de toda razón”
Lo interesante de esta filosofía de la que nos habla
Althusser es su renuncia explícita a darse un objeto, a partir de definidos
problemas filosóficos. Esta corriente introduce el vacío y le da un alcance
filosófico decisivo, al decir que el objeto por excelencia de la filosofía es
el no-objeto, es la nada (como le néant
y como le rien). Es fácil desde esta
filosofía comprender en qué puede consistir una auténtica filosofía del amor,
si entendemos el amor como una experiencia en la que cierto tipo de verdad se
construye. En esto seguimos a Badiou, quien entiende que puede ser una tarea
filosófica defender el amor amenazado. Amenazado por una serie de concepciones
que acaban reduciéndolo a un mero éxtasis del encuentro, como defiende la
concepción romántica, o a un contrato, como se da en la concepción comercial, o
a una peligrosa ilusión, como se define desde la visión escéptica.
5. ASÍ NO SE PUEDE AMAR: BADIOU Y FOUCAULT
En
una entrevista Foucault nos dice sobre la homosexualidad, pero que puede ser
comprendido en un sentido mucho más general, que
Interrogarnos sobre
nuestra relación con la homosexualidad es desear un mundo donde esas relaciones
sean posibles, más que tener simplemente el deseo de una relación sexual con
una persona del mismo sexo.
Digamos,
sobre la base de esta afirmación foucaultiana, que interrogarnos sobre nuestra
relación con el amor es desear un mundo donde el amor sea posible, más que
tener el simple deseo de una relación amorosa.
Cuando
Foucault escribe el segundo volumen de la
Historia de la Sexualidad, dando un giro no del todo comprendido a su
proyecto inicial, plantea una cuestión que arroja una luz nueva sobre el
sentido de su pensamiento y sobre el alcance del mismo respecto a esa labor del
intelectual que el propio Foucault describió como la labor de “cambiar algo en
el espíritu de la gente”. Foucault nos dice que “hay momentos en la vida en los
que la cuestión de saber si se puede pensar distinto de cómo se piensa y
percibir distinto de cómo se ve es indispensable para seguir contemplando y
reflexionando”. Foucault nos habla de permitirle al pensamiento pensar de otro
modo.
Como
nos dice Miguel Morey,
En una sociedad como la
nuestra, en un momento histórico como el presente, el ejercicio de tratar de
pensar de otro modo está bien lejos de ser un mero deporte intelectual, antes
al contrario, es la condición de posibilidad misma para la creación de libertad.
Debemos
a Deleuze que haya colocado en su libro sobre Foucault la pregunta por el
pensar en un lugar central, porque en realidad no es hasta sus últimos textos
que Foucault habló claramente de esta cuestión.
Miguel
Morey nos dice que la caracterización que Deleuze hace de lo que para Foucault
significa pensar tiene “el inequívoco sabor del diálogo íntimo, en voz baja,
entre risas, resultado de una larga complicidad en esa misma pasión llamada
pensar”. Es Deleuze quien convierte “El pensar de otro modo” en el lema que
caracteriza el quehacer foucaultiano, en un texto que debemos entender como un
acto de amor.
Nos
dice Deleuze:
La práctica constituye
la única continuidad entre el pasado y el presente, o, a la inversa, la manera
en que el presente explica el pasado. (…) ¿Cuáles son los nuevos tipos de
luchas, transversales e inmediatas más bien que centralizadas y mediatizadas?
¿Cuáles son las nuevas funciones del “intelectual”, específico o singular más
bien que universal? ¿Cuáles son los nuevos modos de subjetivación sin identidad
más bien que creadores de identidad? ¿Cuál es nuestra luz y cuál es nuestro
lenguaje, es decir, nuestra “verdad actual”? ¿A qué poderes hay que
enfrentarse, y cuáles son nuestras capacidades de resistencia, ahora que ya no
podemos contentarnos con decir que las viejas luchas no son válidas?
Lo
que plantea Badiou sobre estas nuevas luchas es que si algo es verdadero
debería ser capaz de nacer de nuevo. En este sentido defiende la resurrección
del comunismo. Para Badiou, “Lo que se contiene en la palabra comunismo no está
en una relación inmediata con el amor. Sin embargo esta palabra comporta para
el amor nuevas condiciones de posibilidad”.
A Foucault, como a Badiou, aunque de diferente modo, les interesan las
condiciones de posibilidad de la experiencia, no de la experiencia posible, en
el caso de Foucault, si no, de la experiencia real. En un momento en que, como
dice Badiou incluso la hipótesis del comunismo parece que debe volverse
impronunciable, cabe resucitarlo (o quizá sacarlo del paro cardiorespiratorio),
en tanto que modelo intelectual.
(…) nuestra tarea
consiste en alumbrar de otro modo la hipótesis comunista, para contribuir a que
surja dentro de nuevas formas de experiencia política. Por eso nuestro trabajo
es tan complejo, tan experimental. Debemos centrarnos en sus condiciones de
existencia, en vez de limitarnos en improvisar sus métodos. Necesitamos
reinstalar la hipótesis comunista –la proposición que dice que la subordinación
del trabajo a la clase dominante no es inevitable- dentro de la esfera
ideológica. (…)
Lo que hoy está en
juego no es la victoria de la hipótesis comunista, sino las condiciones de su
existencia.
Badiou
dice que en el mundo actual, el mundo tal cual es, en este “interludio
reaccionario”, de lo que se trata es de reinventar, también el amor, reinventar
la aventura y el riesgo contra la comodidad y la seguridad.
De
lo que Badiou y Foucault son un ejemplo es de un tipo de pensamiento que en el
interior de unas condiciones imposibles, es capaz de alzarse y reinventar el
propio pensar, y de articularlo en torno a la cuestión de la verdad más que en
torno a la del conocimiento
Pensamos
con Badiou, que la relevancia del amor en la posibilidad de una vida otra y de
mundo otro, es su valor fundamental como contraprueba. El amor, en el mundo de
hoy, es una contraprueba, siempre y cuando “no se conciba como el único
intercambio de beneficios recíprocos, o si no se calcula de antemano como una
inversión rentable”. El amor, en un mundo capitalista, es una contraprueba
porque es una confianza hecha al azar, “nos lleva a la idea de que se puede
experimentar el mundo desde el punto de vista de la diferencia”. El amor de
este modo, “es una experiencia personal de la universalidad posible”.
6. CONCLUSIÓN: EL TESORO DEL GALEÓN SAN JOSÉ
Para concluir mi intervención, me gustaría llevarles al
centro de una contienda, y plantear, si me lo permiten, un inusual ejercicio
filosófico, sobre la base de los conceptos que hemos ido hilvanando entorno a
la novela de García Márquez: el amor, la memoria, la historia y la verdad.
Les propongo decidir qué es lo que debería decidir a quién
pertenece el tesoro del galeón San José.
En
la población caribeña en la que se desarrolla el relato del ‘Amor en los
tiempos del cólera’, el galeón San José se evocaba como el “emblema de la
ciudad ahogada en los recuerdos”. García
Márquez recrea la historia del galeón San José, la nave española, que viajaba
con su flota a España para dar oxígeno a la corona. Fue hundida por los
ingleses en 1708, a unas cuantas millas de Cartagena de Indias. Es un pasaje
precioso de la novela, tan célebre que cuando el presidente de Colombia anunció
el pasado diciembre el hallazgo del galeón San José, no sólo se abrió un
intenso debate sobre leyes de patrimonio, derechos de explotación, etc. Algunas
voces se alzaron llamando al pecio “el tesoro de Fermina Daza”, en una legítima
apuesta por introducir un elemento convulsivo en la fría lucha por el tesoro
más buscado del Caribe. En un artículo de la sección de Cultura de el País,
publicado el pasado 9 de diciembre, se decía lo siguiente:
Demente o no, cosas
cuerdas del amor, el San José existía, y este sábado se sabrá si Florentino
Ariza había perdido el juicio del todo. (…) el tesoro que aparezca pertenece a
Fermina Daza, porque Florentino Ariza lo buscó infructuosamente para ganarse su
corazón. Así tendrá, como dice el epígrafe de la novela, a su diosa coronada.
No
es de extrañar que surgieran esta y otras voces recordando, proyectando sobre la
fugacidad de la imagen del pasado una luz de mágica redención. Y no es de
extrañar porque García Márquez crea un retrato inolvidable del galeón hundido, y
al hacerlo nos obliga a plantear una demanda peculiar al pasado que fuerza el
debate a salir de su zona de confort. Esta es la imagen a la que me refiero:
Lo que entonces contó
era tan fascinante, que Florentino Ariza se prometió aprender a nadar, a
sumergirse hasta donde fuera posible, sólo por comprobarlo con sus ojos. Contó
que en aquel sitio, a sólo dieciocho metros de profundidad, había tantos
veleros antiguos acostados entre los corales, que era imposible calcular
siquiera la cantidad, y estaban diseminados en un espacio tan extenso que se
perdían de vista. Contó que lo más sorprendente era que de las tantas carcachas
de barcos que se encontraban a flote en la bahía, ninguna estaba en tan buen
estado como las naves sumergidas. Contó que había varias carabelas todavía con
las velas intactas, y que las naves hundidas eran visibles en el fondo, pues
parecía como si se hubieran hundido con su espacio y con su tiempo, de modo que
allí seguían alumbradas por el mismo sol de las once de la mañana del sábado 9
de junio en que se fueron a pique. Contó, ahogándose por el propio ímpetu de su
imaginación, que el más fácil de distinguir era el galeón San José, cuyo nombre
era visible en la popa con letras de oro, pero que al mismo tiempo era la nave
más dañada por la artillería de los ingleses. Contó haber visto adentro un
pulpo de más de tres siglos de viejo, cuyos tentáculos salían por los portillos
de los cañones, pero había crecido tanto en el comedor, que para liberarlo habría
que desguazar la nave. Contó que había visto el cuerpo de comandante con su
uniforme de guerra flotando de costado dentro del acuario del castillo”
Bien
diferente es el relato del hallazgo real por parte del presidente de Colombia:
El mandatario colombiano
declaró que “sin lugar a ningún tipo de duda, hemos encontrado el galeón San
José 397 años después de su hundimiento. El galeón San José fue hallado el
pasado viernes 27 de noviembre (…) en las inmediaciones de la Costa Caribe
colombiana, en un lugar nunca antes referenciado por estudios previos y
localizado a partir de estudios cartográficos, meteorológicos e históricos
antes desconocidos en Colombia”. La embarcación ha sido identificada a través
de sus “cañones de bronce con tallas de delfines” (…) también se han detectado
cajones, vasijas de cerámica y porcelana y armas personales. El yacimiento
arqueológico no ha sido intervenido, afirman las autoridades colombianas,
aunque en las fotografías difundidas se distinguen unos cañones sorprendentemente
intactos, sin indicios de degradación. Colombia insiste en que la información
relativa a este extraordinario hallazgo se encuentra sometida a reserva de ley
y serán muy pocos los voceros que están autorizados a hablar oficialmente sobre
el tema.
Las
reservas del gobierno colombiano tienen que ver con dos problemas: el de a
quién pertenecen el barco y el tesoro, y el de qué hacer con el hallazgo. En
la regulación internacional de los hallazgos hay dos posiciones: los que
consideran que los naufragios deben ser sacados y llevados a superficie (es lo
que se llama el derecho de salvamento), y lo que consideran que no deben
moverse del lecho marino (preservación in situ). La primera posición obedece a
sendas convenciones, sobre el mar y sobre el salvamento de 1982 y 1989. La
segunda posición es la regulada por la Convención de la UNESCO, de 2001 sobre
patrimonio cultural sumergido. Esta regulación solamente es vinculante para
países que formen parte de estos instrumentos internacionales. No es el caso de
Colombia.
En
cuanto a la atribución de la propiedad de los bienes encontrados en naufragios
que reposan en la plataforma continental de un Estado, en los tratados citados
no existen tampoco reglas claras que resuelvan los posibles problemas. Pueden
derivarse tres parámetros de la práctica de los Estados para establecer la
propiedad del patrimonio cultural sumergido: Law of finds: permite que
quien encuentre un naufragio se apodere de los tesoros encontrados en él,
entendiendo que éstos eran bienes abandonados. Ese criterio se ha venido
limitando, exigiendo que se realice previamente un acto expreso de repudio o
abandono; Soberanía de la bandera del barco: es el alegado por España en
todos los casos relacionados con galeones, y encuentra sustento, por ejemplo, en
la Convención de Derecho del Mar, aunque requiere que los navíos fueran de
guerra y no comerciales.; La ubicación del naufragio: en la medida en
que el hallazgo se encuentra en áreas donde un Estado ejerce soberanía, es éste
el que puede reclamar la propiedad de dicho patrimonio cultural sumergido. Esta
práctica se encuentra ampliamente desarrollada por la normatividad interna de
numerosos países, permitiendo incluso alegar la existencia de una costumbre
internacional ante la ausencia de otras normas vinculantes. Hay una cuarta
posible atribución de la propiedad de los bienes encontrados, que se refiere a
los países de los que salió originariamente el tesoro, quienes
consideran que el tesoro fue expoliado y exigen la titularidad como un modo de
reparación.
Tenemos
por lo tanto 5 posibles propietarios: España, Colombia, Perú, La empresa
cazatesoros, y Fermina Daza. España en nombre de la gloria pasada, Colombia en
nombre de la necesidad presente, Perú en nombre de la injusticia histórica, la
empresa en nombre de la lógica de la recompensa, y Fermina Daza en nombre del
amor.
Me
gustaría plantearles ahora, por fin, la pregunta. ¿A quién le damos el tesoro
del San José? Dejaré la cuestión abierta, aunque si me preguntan responderé que
una Fermina Daza cansada de baúles y compromisos, no creo que reclamara el
pecio. Así que se me ocurre que quizá sería de justicia dejarlo en el fondo
marino, y cambiarle el nombre al mar Caribe.
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