Mi pregunta es si es posible justificar
filosóficamente una asignatura tal. Para ello voy a seguir los pasos
de Platón. En el diálogo Protágoras, Platón trata sobre la
educación y la naturaleza de la virtud. Veamos qué podemos sacar en
claro.
La trama del diálogo es
aproximadamente como sigue: Hipócrates despierta a Sócrates para
rogarle que le acompañe a escuchar al gran sofista Protágoras, el
cual es, según dice la gente, un conocedor de “cosas sabías”
(312c). Sócrates accede al ruego de Hipócrates no sin antes
advertir a su joven amigo que lo primero será preguntar por la
naturaleza y utilidad de la sabiduría del sofista antes de
entregarse a ella. Es preciso saber qué introducimos en el alma del
mismo modo que hay que conocer lo que comemos (313a). El sofista
viene a ser como un comerciante o un tendero que ensalza el valor de
su mercancía, por ello su juicio es parcial. Hay que ser precavidos.
Hipócrates y Sócrates se dirigen
hacia la casa de Calias, donde se hospeda Protágoras. Sócrates le
pregunta a Protágoras qué provecho puede sacar un joven como
Hipócrates de su sabiduría a lo que este responde que: “en
cuanto convivas conmigo, volverás a casa siendo mejor, y la día
siguiente lo mismo, y todo los días progresarás más” (318a).
Así pues el sofista ayuda a los jóvenes a ser mejores, pero,
pregunta Sócrates: ¿mejores en qué? No en música o
pintura... ¿en qué, entonces? Sócrates le exige que concrete en
qué consiste su saber. Protágoras responde:
“(...) Mi enseñanza es la buena administración de los bienes familiares, de modo que pueda él dirigir óptimamente su casa, y acerca de los asuntos políticos, para que pueda ser él el más capaz de la ciudad, tanto en el obrar como en el decir.
-¿Entonces, dije yo, te sigo en tu exposición? Me parece, pues, que hablas de la ciencia política y te ofreces a hacer de los hombres buenos ciudadanos.
-Ese mismo es Sócrates el programa que yo profeso.” (319a)
Estamos ya en disposición de valorar
la pertinencia del diálogo platónico para dilucidar el problema que
estamos planteando. ¿Acaso no es el fin de la asignatura Valores
éticos ayudar al joven y hacerlo “más capaz tanto en el obrar
como en el decir” para hacer de él un “buen ciudadano”?
Sócrates replica que él no pensaba
que esa materia fuera enseñable. Todos los atenienses parecen saber
lo suficiente acerca de las cosas éticas y políticas y no aceptan
de buen grado que se les corrija o contradiga. Sócrates parece dudar
de que la virtud sea enseñable, pero quizá sea esta una primera
impresión que conviene matizar. En realidad Sócrates, como
finalmente reconocerá, está de acuerdo en que la virtud es
enseñable, de lo contrario, como argumenta Protágoras, los hijos de
Pericles tendrían la virtud política por el mero hecho de serlo y
no es así. La cuestión central de este diálogo no es, como tantas
veces se ha dicho, si la virtud es o no enseñable, sino cómo y
quién se encarga de enseñar la virtud. Protágoras dice que él es
la persona adecuada porque él es el extranjero imparcial que se somete a
los intereses de la ciudad y tiene las herramientas pedagógicas
necesarias.
Con el objetivo de precisar qué tipo
de virtud es la que enseña el sofista y por qué es preciso
cultivarla, Protágoras pasa a narrar el famoso mito de Prometeo.
Este mito tiene por objetivo hacer ver a Sócrates que aunque las
virtudes éticas y políticas son comunes a todos, eso no significa
que podamos despreocuparnos de ellas. Al contrario, son comunes
porque todos deben aprenderlas: “creen (los
atenienses) que esa (la
virtud) no se da por naturaleza ni con carácter
espontáneo, sino que es enseñable y se obtiene del ejercicio.”
(323c) La virtud ética y política es un don de Zeus que exige un
proceso de enseñanza para actualizarse. Aristóteles diría que
somos virtuosos en potencia, pero precisamos de un maestro para
actualizar la potencia. Que la virtud política se obtiene mediante
el ejercicio y no es por naturaleza lo prueba, según Protágoras,
el que reprobamos al que carece de ella. (324a). Todos los hombres
pueden aprender, por eso todos pueden participar en la vida pública.
Las virtudes sobre las que se discute
en el Protágoras, aquellas que Sócrates duda que pueden ser
enseñadas, son las virtudes herméticas (éticas y políticas), no
las prometeicas (técnicas: pintar o tocar la flauta) cuya enseñanza
no plantea tantos problemas. La sabiduría del sofista parece
imprecisa -como los Valores éticos- no es como la música,
la arquitectura o el cálculo, porque no es una ciencia. Además, aunque
Protágoras se muestre reacio a reconocerlo, las virtudes políticas
que enseña el sofista son contingentes y particulares, dependen de
la ciudad. No son universales como las matemáticas. Protágoras es
un profesional imparcial que está dispuesto a variar la receta en
función de las necesidades de los dirigentes políticos. Pero esta
no es, no puede ser, la perspectiva de Sócrates. Él es un patriota,
un ciudadano comprometido con su ciudad. Es natural que el ateniense
desconfíe del mercenario que dice ser maestro de virtud, porque la
virtud que dice dominar el extranjero es la virtud política, pero no
cualquier virtud política, sino la virtud política ateniense.
Protágoras es el extranjero que viene a enseñar los atenienses como
ser buenos atenienses.
En este momento del diálogo los
papeles parecen estar cambiados: Prótagoras es el moralista, el
optimista pedagógico que está seguro de su oficio: él es un
educador, un maestro de virtud; mientras que Sócrates se muestra
escéptico. Pero, repito, el escepticismo de Sócrates no es porque
considere poco importante el tema. Al contrario, sabemos que para
Sócrates la virtud tiene una importancia capital. Lo que duda es
que pueda darse una enseñanza reglada, lo que Sócrates pone en
cuestión es la institucionalización escolar de la ética. La virtud
no parece derivarse de ninguna enseñanza especial, así pues
Sócrates desconfía que quien parece tener una relación
privilegiada con la virtud y está dispuesto a compartirla a cambio
de un estipendio. Pero el problema de fondo no es tanto que el
sofista cobre, sino el negocio privado de la enseñanza. Lo que pone
en cuestión Sócrates es el peligro de dejar en manos de mercaderes
la educación de los ciudadanos. La casa de Calias, el plutócrata,
es el lugar donde se reúnen los sofistas (Hipias, Pródico y
Protágoras). En una casa privada unos extranjeros pretenden decir
cómo se han de educar los atenienses. No parece descabellado, a la
luz de lo expuesto en la República y la Leyes, decir
que lo que a Platón le parece vergonzoso es hacer una mercancía de
la educación, privarla de su función pública. En ese sentido
convendría tomar en serio la petición de Sócrates en la Apología
de ser mantenido en el Pritaneo, a cargo del erario público: él es
el auténtico educador y la educación no debe ser un asunto privado.
Sócrates entiende la virtud como consustancial a la vida política.
Por otra parte, la ética no es una técnica como la
medicina o la música que precisa de maestros y enseñanza. Por eso
Sócrates no ejerce ningún oficio preciso, se limita a deambular por
la calles y conversar con los jóvenes. Es la praxis, no la
theoria, el ámbito que permite el florecimiento de la virtud.
Los valores morales no son invenciones de especialistas, surgen de
manera espontánea en la vida política. Se da la paradoja de
que Protágoras representa mejor el estereotipo nietzscheano de Sócrates que el mismo personaje Sócrates. Es Protágoras quien se
marca como objetivo promover la virtud; en cambio Sócrates se manifiesta contrario al voluntarismo del sofista y apuesta por la verdad. Será
finalmente la sabiduría la clave que permita articular una noción
dialéctica de virtud... pero esa es otra historia.
Como Gustavo Bueno sostiene (en su
Introducción al Protágoras, Edit Pentalfa) la cuestión
clave que permite poner en duda la figura del sofista es la
naturaleza múltiple y heterogénea de la virtud. Sócrates duda que
la virtud, “la piedad, la sensatez, justicia, sentido moral, etc”,
forme una unidad (329c). Sócrates defiende una concepción
dialéctica de la virtud porque sus partes parecen ser no solo
heterogéneas sino, a veces, opuestas. Como se muestra claramente en
el Eutifron, las virtudes entran en conflicto: la piedad puede
ser injusta y la justicia impía. Si esto es así, el sofista en
cuanto “maestro de virtud” es una figura imposible, una
contradicción andante.
A la luz de lo expuesto ¿hay o puede
haber un hueco para la ética en la enseñanza secundaria? Sí,
pienso, pero modesto. Lo más que cabe potenciar es un adiestramiento
para el reconocimiento y análisis de lo que ya esta dado. No se
trataría ya de enseñar valores morales sino de identificar,
comparar, deducir, etc; y esto, amén de que no es lo mismo que
forjar ciudadanos virtuosos, requiere cierta madurez intelectual que
están lejos de haber alcanzado los niños y niñas de 12 o 13 años.
Los defensores de la asignatura parecen sostener como Protágoras una
visión armonista de los valores morales; en consecuencia, argumentan
que conviene empezar la enseñanza en una fase temprana y avanzar
poco a poco. Pero Sócrates sabe que los valores entran en
contradicción unos con otros. Una concepción dialéctica de la
virtud exige, para ser ejercida con un mínimo de rigor, cierta
madurez académica. Por otra parte, no debemos esperar que este
ejercicio sea promovido por el poder político, sino más bien al
contrario. Lo que la ciudad requiere de sus funcionarios es el
manejo del adoctrinamiento y la propaganda con el fin de crear una
masa comprometida con los valores patrios y no alentar lo que
Nietzsche denominaba “espíritus libres” que puedan poner en
solfa la moral imperante.
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