«The Perks of Being a Wallflower»
es una película de Stephen Chbosky que en España se tradujo como «Las ventajas
de ser un marginado» y en América Latina «Las ventajas de ser invisible». En ambos
casos la traducción no está mal dirigida aunque no termina de captar el
significado de «wallflower» en inglés. Un «wallflower» es alguien que va a un
baile y como nadie le pide bailar se queda por las esquinas del salón, cerca de
la pared, como una solitaria flor que crece en las grietas de un muro. La película
ciertamente va un poco de eso, de cómo esos chicos «invisibles» o «marginados»
son flores raras que, a pesar de todo, florecen. Lo interesante de la historia
es que Chbosky es capaz de relatar con cuidado, sinceridad y mucha delicadeza, esas
grietas de la adolescencia, esos espacios oscuros y solitarios donde, otra vez «a
pesar de todo», la vida es capaz de crecer, fortalecerse y salir adelante.
Es a estos espacios raros a los
que los sistemas educativos le tienen verdadero terror. Ecosistemas efímeros
que aparecen y desaparecen ofreciendo durante un momento una coartada a sus
habitantes para poder seguir. Los colegios e institutos y las modas pedagógicas hablan con obsesiva
insistencia de «inclusión» o «integración», como si fuera una ley divina la
obligatoriedad de sentirse y verse incluido en el grupo de los Otros, en la
banda de los demás. Incluso cuando los Otros son a menudo unos imbéciles y los
Demás poco tienen que ver conmigo, con esta flor rara que últimamente vengo
siendo. Los profesores, adalides de la inclusión, del trabajo por proyectos, de
la gamificación, de las dinámicas de grupo, se proponen con sistemática
insistencia dinamitar estos ecosistemas y cegar estas grietas, obsesionados por
«destimidificar» al tímido, «desrarificar» al raro, «incluir» al excluido.
Olvidan, llevados en volandas por modas pedagógicas, que la educación es, ante
todo, una relación entre personas y que sustituir «relaciones» por «dinámicas»
a menudo colabora con la ruptura de los lazos sociales que mantienen viva una
sociedad; cosas tales como la amistad, la admiración o el respeto. Todos esos «wallflowers»,
seguramente, ya tienen sus espacios de inclusión desde donde, con suerte,
voluntad y en compañía, se abrirán al mundo de los Demás, un mundo en el que estar
perfectamente adaptado, integrado, incluido, no dice nada bueno de uno mismo. Pensaba
Sartre que «el infierno son los otros» y
visto así, la adolescencia es para algunos, una última resistencia en ese mandato
ineludible de formar parte de una comunidad de demonios. Con un poco de
suerte, tanta «inclusión» no agotará esa resistencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario