Michael Foucault muere el 25 de Junio
de 1984. Los primeros meses de ese mismo año, débil y afectado por
la enfermedad que pondrá fin a su vida, el sida, imparte sus últimas
lecciones en el Collège de France. El curso de 1984 (El coraje de
la Verdad. El gobierno de sí y de los otros II. Edit Akal) es la
referencia que en esta entrada voy a tener siempre presente. Este
curso, sin embargo, no puede considerarse de manera aislada, pues es
una continuación de las lecciones los dos años anteriores: el curso
de 1981/2 (La hermeneútica del Sujeto. Edit
Akal.) y el curso 1982/3 (El gobierno de sí y de los otros
I. Edit Akal).
Esta última etapa del pensamiento
foucaultiano es, en cierto modo, sorprendente o, al menos,
imprevista. El filósofo francés estaba, por aquel entonces, inmerso
en el proyecto de elaborar una Historia de la sexualidad y sus
indagaciones y descubrimientos le llevaron a modificar el plan
inicial. Lo que podríamos llamar una saludable y apropiada vida
sexual en Grecia era una parte, pero solo una parte, junto con, por
ejemplo, una buena alimentación, de lo que Foucault denomina
“técnicas del cuidado de uno mismo” a las que dedica el curso de
1981/2. Por razones que más adelante comentaremos, este objetivo del
cuidado de sí va estar directamente vinculado con el tema de
la parrhesía, que es el tema del curso 1982/3. La parrhesía,
conviene aclararlo cuanto antes,
pues es un término que en este texto aparecerá a menudo,
es el nombre que los griegos utilizaron para designar el hablar
veraz, decir la verdad, tomar la palabra con la firme decisión de
decir la verdad sin temor a las consecuencias que ello pudiera
acarrear. La parrhesía es, en primer lugar, una virtud política, es el coraje de decir
la verdad en la asamblea
política, pero en el siglo V aC surge, de la mano de Sócrates, una
nueva parrhesía ligada al objetivo del cuidado de sí.
Este es el tema del curso de 1984.
Como señalé al principio de esta
entrada, estas lecciones son las últimas que imparte, ya enfermo,
Foucault y, entiendo que de manera no casual, estas versan, en gran
medida, sobre las últimas palabras de Sócrates. En el libro sobre
Raymond Roussel, el propio Foucault sostenía que que la relación de
un autor con su muerte no es una cuestión anecdótica y esta es la
intuición que da pie a estas líneas: al final de su vida,
consciente de su enfermedad, cuando Foucault habla de Sócrates, en
realidad está hablando de sí mismo, cuando comenta el legado
socrático está formulando su propio legado, su testamento
filosófico.
Al menos desde 1981 el tema del cuidado
de sí es central en el proyecto foucaultiano y este es
precisamente el problema que Sócrates plantea en los últimos
momentos de su vida, según se nos muestra en la Apología, el
Critón y el Fedón. Llama la atención el minucioso
análisis que hace Foucault de los últimos momentos de la vida de
Sócrates y del mensaje que pretendía dejar a sus amigos. Las
últimas palabras de Sócrates fueron: me ameleséte, no
descuidéis, no olvidéis. También Foucault nos conmina a no olvidar
el cuidado de nosotros mismos, a no descuidarnos ni olvidar.
Indagaremos a continuación qué es lo que debemos cuidar y de qué manera, siguiendo el camino que Foucault sugiere: la vida de Sócrates, el cual, como sabemos, consagra su vida a la filosofía, vagando por las plazas de Atenas y conversando con todo aquel que estuviera dispuesto a intercambiar una palabras con él, pero evitando siempre la asamblea política. ¿Por qué Sócrates no toma la palabra en el ágora? ¿por qué no se dedica a la política? Porque si lo hubiera hecho estaría muerto, responde (Apología de Sócrates 31d-e). Para entender esta desafección, el alejamiento de Sócrates de la vida política, debemos decir algo de las complejas y paradójicas relaciones que se dan entre la parrhesía y democracia.
Se precisa de la libertad política
para que los ciudadanos puedan tomar la palabra y proclamar la verdad
en la asamblea, pero, por otro lado, aquellos que tienen el coraje
necesario para decir la verdad son unos pocos, los mejores. La ciudad
necesita que aquellos que son capaces de dar lo mejor de
sí puedan manifestarse abiertamente en beneficio de todos, del
mismo modo que el enfermo que quiere sanar necesita que el médico le
diga con franqueza qué debe hacer para recuperar la salud. En
términos de Foucault: la parrhesía exige la “diferenciación
ética” para que aquellos en los que predomina la mejor parte del
alma puedan educar al resto de la ciudad. Pero Sócrates y Foucault
desconfían que el pueblo pueda educarse de este modo.
Como hemos señalado la relación entre
democracia y parrhesía es paradójica. Por un lado, la
democracia hace posible que cualquier ciudadano, sea cual sea su preparación y su conocimiento, pueda tomar la
palabra en la asamblea y decir lo que le plazca, pero esta es, como
insistirá Platón, una mala parrhesía, la
ciudad no mejora, más bien al contrario, por el mero hecho de que
muchos puedan alzar su voz y dejarse oír. Si así fuera en el siglo
XXI, en pleno auge de las redes sociales, la calidad de nuestra
democracia estaría fuera de toda duda, lo cual, como sabemos, dista
de suceder. Lo que debiera ocurrir, claro está, es que los mejores tomen la palabra y eduquen a la ciudad
entera, pero esta buena parrhesía es peligrosa para quien la
ejerce pues pone en cuestión ciertos prejuicios y estereotipos que
están en la base de la polis democrática. Por definición la buena
parrhesía es elitista: pocos se atreven a contradecir a la
masa, pocos tienen el coraje para proclamar la verdad. Si la
parrhesía es para todo el mundo ya no es el coraje para decir
la verdad:
“la parrhesía aparece como peligrosa en cuanto exige de quien quiera utilizarla cierto coraje, que, en una democracia, corre el riesgo de que no se le haga honor” (El coraje de la Verdad. El gobierno de sí y de los otros II. Edit Akal, pag 45)
Se cruzan aquí dos distinciones muy
arraigadas en la cultura griega: unos pocos/la masa y los
mejores/los malos.
“Para que la ciudad pueda existir, para que pueda salvarse, le hace falta la verdad. Pero la verdad no puede decirse en un campo político definido por la indiferencia de los hablantes. Solo puede decirse en un campo político marcado y organizado alrededor de una escansión que es la que separa los más numerosos de los menos numerosos, y también de la escansión ética entre quienes son los buenos y quienes los malos, entre los mejores y los peores. Por eso el decir veraz no puede tener lugar en el juego democrático, habida cuenta que la democracia es incapaz de reconocer y hacer lugar a la división ética sobre cuya base, y solo sobre cuya base, el decir veraz es posible.”(Ibíd, Pag 52)
¿Por qué la democracia no
escucha al que tiene el coraje de decir la verdad? El problema está
en la estructura misma de la democracia que hace imposible la
“diferenciación ética”. En una democracia no toman las
decisiones los mejores sino los más numerosos que buscan lo mejor
para ellos mismos, pero este fin no coincide con el bien de la ciudad. Así pues
es peligroso decir la verdad también en una democracia. Por eso la
estrategia de Platón será otra: si la estructura de la polis
democrática es sorda a la verdad, la alternativa es cambiar el
alma, la psiké, del gobernante, el alma de Dionisio. La
empresa es enormemente difícil pero no es del todo imposible, no
hay, en este caso, una imposibilidad estructural.
Así pues, según Foucault, Sócrates no habla desde la tribuna política por pesimismo, porque está convencido de que la ciudad permanecerá sorda a sus requerimientos y su vida correría peligro. ¿Entonces Sócrates no toma la palabra en la asamblea
porque tiene miedo a que lo maten? No puede ser. Sócrates no tiene
miedo a la muerte. Al menos, a lo largo de su vida en dos ocasiones
ha aceptado el reto, ha puesto en peligro su vida por no callar, por
decir la verdad. En el 406 aC Sócrates ejercía un cargo público,
era prítane (magistrado) en el proceso de
contra los generales de Arginusas que eran acusados de impiedad por
no haber recogido los cadáveres después de la batalla. Él fue el
único que se opuso a la pena de muerte. Dice Sócrates “solo yo
voté contra vuestro deseo” (Apología 32b), exponiéndose
así a la ira de la multitud. La otra ocasión fue durante el
gobierno oligárquico de los Treinta tiranos. Quisieron hacerle
cómplice de la detención de León de Salamina que era objeto de una
acusación injusta, pero él se negó a participar en la detención.
O sea que Sócrates acepta el riesgo de la parrhesía, de
decir la verdad.
Si Sócrates protege su vida es en
interés de la ciudad. La ciudad le necesita, pero no como político.
Estamos ante un desplazamiento en la práctica de la veridicción.
El nuevo eje de la parrhesía socrática es el ethos,
la ética. Sócrates está constantemente interpelando a sus
conciudadanos pero es reacio a subir a la tribuna y hablar ante la
asamblea, es decir, convertirse en lo que hoy diríamos un político
profesional. Podemos extrapolar esta cuestión y pensar si el
filósofo debe hacer política o, mejor aun, comprender la posición
del propio Foucault. A lo largo de tres décadas Foucault tomó parte
en muchas luchas políticas, primero, en la década de los 50, en la
órbita del Partido Comunista, y después en apoyo de distintos
grupos izquierdistas, pero, y esto es lo que quiero destacar, nunca
fue militante. ¿Por qué? Fue una elección personal, naturalmente,
pero me pregunto si esta decisión tiene una lectura filosófica o es
simplemente una cuestión de carácter. Creo que en las últimas
lecciones del filósofo francés podemos encontrar razones que avalan el
alcance filosófico de la opción política de no militar que toma
Foucault. Este alejamiento de la vida política es especialmente
acusado los últimos años de su vida, aunque, a mi modo de ver, no deberíamos exagerar las novedades de los últimos cursos del Collège.
Foucault no cambia tanto como para despreciar la lucha política.
Pienso más bien que, en parte gracias a esta lectura de Sócrates,
Foucault es que cada vez más consciente de que hay un espacio para
otra forma de veridicción que nace precisamente en los límites de
la parrhesía política. Estamos ante dos corajes de decir la
verdad diferentes.
Pero volvamos a Sócrates, ¿por qué
Sócrates se aparta de la vida política y dedica su vida a deambular
por los calles sosteniendo conversaciones privadas con sus
conciudadanos? La respuesta es bien conocida: Sócrates ha escuchado
una voz interior, una voz demónica. Sócrates no tiene miedo pero no
quiere poner en peligro su vida porque tiene una misión que cumplir
y, en la medida en que estamos tomando a Sócrates como paradigma de
la vida filosófica, podemos generalizar y decir: el filósofo no se
debe convertir en un político profesional porque su papel es otro.
“Dicha tarea consiste en determinado ejercicio, determinada práctica del decir veraz, la puesta en acción de cierto modo de veridicción muy diferente de los que suelen tener lugar en la escena política” (Ibíd, pag 81).Es a este “ejercicio” al que dedican su vida tanto Sócrates como Foucault. ¿En qué consiste la veridicción propia de la filosofía? ¿En qué consiste la parrhesía propia del filósofo? Foucault delimita las características propias del discurso filosófico; el discurso de Sócrates difiere de otras formas de veridicción propias de la Antigüedad. Veamos esto de manera muy breve y esquemática. La profecía, en su versión tradicional, consiste en descifrar o interpretar lo que el dios dice, pero Sócrates somete a prueba el oráculo de Delfos. Cuando le llega la noticia que el oráculo, o sea, el dios, le ha designado como el más sabio de todos los hombres empieza una investigación, se trata de una indagación que tiene por objeto determinar si lo que dice el oráculo es verdad o no. Por lo tanto, la práctica socrática, es decir, la filosofía, al contrario que la profecía no admite criterios de autoridad, no se somete a la palabra de un dios. Tampoco la actitud de Sócrates es la propia del sabio. El sabio, Heráclito por ejemplo, se mantiene apartado de la masa acompañado solo por la Verdad, medita en silencio y solo interviene en la vida de la polis si la situación es desesperada, como cuando Solón toma la palabra en la asamblea para frenar los excesos autoritarios de Pisístrato. Sócrates sin embargo “trabaja” todos los días y su tarea no requiere retiro ni soledad sino todo lo contrario. Por último Sócrates tampoco es un profesor, no es un técnico que tenga respuestas precisas a problemas concretos. Sócrates es ignorante, no sabe, incita a quien le escucha a ocuparse de sí. Así pues estamos ante la emergencia de un nuevo discurso de verdad diferente a los tradicionales: profecía, sabiduría y enseñanza.
En la parrhesía socrática
podemos distinguir tres momentos: indagación, prueba y cuidado
de sí. En cada uno de estos momentos podemos marcar una
distancia, una diferencia entre la práctica socrática y la
parrhesía política. Indagación: frente a la afirmación y
prepotencia del político que se posiciona ante la asamblea,
reconocimiento de la propia ignorancia. Prueba: someter a prueba, no
dar nada por sentado, confrontar las almas para ver de qué pasta
está hechas. Y por último, frente al discurso unidireccional de la
vida política, Sócrates proclama que el objetivo de su tarea es la
epiméleia, el cuidado de sí, es decir, incitar a la
gente que cuide de sí misma antes de prescribirles cómo han de
vivir y de qué manera deben organizar la polis.
El objetivo final que plantea Sócrates
-la epiméleia o cuidado de sí- abre todo un proyecto
que Platón y Aristóteles por un lado y las escuelas helenísticas
por el otro se encargaran de completar. Un camino consiste en
centrarse en el “sí” que debemos cuidar, ¿qué debemos cuidar? El alma, naturalmente. Platón y elabora toda una “metafísica del
alma” que pretende dar respuesta a esta cuestión. Pero también el
proyecto socrático puede ser desarrollado en otra dirección: ¿en
qué consiste el “cuidado”? ¿Cómo hemos de vivir en beneficio
de nuestra alma? Las escuelas helenísticas proponen una “estética
de la vida” que será llevada al extremo por los cínicos; los cuales, a juicio de
Foucault, no han recibido la necesaria atención por parte de los
filósofos posteriores que, al tomar en consideración solamente la
“metafísica del alma”, recogen de manera solo parcial el legado
socrático.
Sócrates, como hemos dicho, intenta
preservar su vida todo lo posible para cumplir una misión sagrada:
enseñar a sus conciudadanos la epiméleia, el cuidado de
sí. Los atenienses se equivocan cuando entienden que el cuidado
de sí es el cuidado de su fortuna, honra o reputación. Esta es
la principal enseñanza de Sócrates: lo que debemos cuidar es la
razón, la verdad y el alma: phrónesis, alethéia y psyké.
“El uno mismo en esa relación de vela sobre sí mismo se define, en primer lugar, por la prhónesis, esto es la razón práctica, por decirlo de algún modo, la razón en ejercicio, una razón que permite tomar las buenas decisiones y desechar las opiniones falsas. En segundo lugar, el uno mismo se define por la alethéia, toda vez que esta es, en efecto, el índice, el elemento al cual se asocia la phrónesis, lo que ella busca y obtiene; pero la alethéia también es el Ser en cuanto estamos emparentados con él, bajo la forma, precisamente, de la psyké (del alma). (Ibíd, Pag 86)
Y naturalmente en la medida en que el
cuidado de uno mismo nos conduce al cuidado de los otros entramos
entramos en el territorio de la política, de la politeia. A
mi modo de ver, la lección más importante que Foucault extrae de
Sócrates es la imposibilidad de parcelar el discurso filosófico y,
por tanto, la necesidad de denunciar la impostura que supone hacer
filosofía de... del lenguaje, la ciencia, la mente, etc.
Sócrates nos enseña a pensar filosóficamente, esto es, a
transitar continuamente de de un territorio al otro, a no respetar
las fronteras. Filosofar es dar vueltas obsesivamente en torno a estos
tres temas: politeia, ethos y alétheia.
“Alétheia, politeia, ethos: creo que la irreductibilidad esencial de los tres polos, y su relación necesaria y recíproca, la estructura de la atracción de uno hacia otro y viceversa, sostuvo la existencia misma del discurso filosófico desde Grecia hasta nuestros días” (Ibíd, Pag 70)
Foucault es un consciente continuador
de esta empresa: Poder, Sujeto y Saber son los “polos” de su
pensamiento, pero no se trata de
estudiar estos temas por separado, no se trata de hacer una
epistemología, una ética y una filosofía política. Se trata más
bien de estudiar los discursos de verdad insertándolos en una
estructura de poder y analizando las formas de subjetividad que
generan. El discurso filosófico debiera establecer vínculos entre
estos polos. No hay una sola forma de hacerlo, se pueden emprender distintos enfoques. Cuando la filosofía se plantea el tema del Poder se debe plantear también la cuestión del las condiciones de verdad y la
diferenciación ética que las estructuras de poder pueden llegar a
generar. Y si empezamos por el polo del Sujeto debemos decir que la
filosofía, si en verdad lo es, no es meramente ética, debe interrogarse por
la verdad y las estructuras políticas dentro de las cuales el ethos
puede afirmar su singularidad y diferencia. Necesitamos pensar y
reconocer las correlaciones necesarias entre estos tres polos.
La filosofía, por tanto, no es un
discurso científico, político o moral. No se pregunta solamente por el decir veraz o las estructuras del poder político o la mejor manera de vivir. Es todo ello a la vez. Una
de las críticas más repetidas contra el último Foucault es que
había abandonado el campo de la filosofía política, pero conforme
a lo que aquí estamos exponiendo, Foucault sostiene que no se puede
hacer filosófica política o al menos no solo filosofía
política: la reflexión sobre el poder nos lleva al análisis de
los discursos verdaderos y a las formas de subjetividad.
Para finalizar, ateniéndonos a estos
temas podemos distinguir cuatro formas de hacer filosofía. La actitud
profética, que consiste en prometer la armonía final entre los tres
polos; es el discurso de la reconciliación. La actitud profesional,
que se caracteriza por separar los polos y estudiarlos de manera
aislada, es la propia de los que practican la filosofía de...
(lenguaje, ciencia, política, etc). La sabiduría filosófica, por
su parte, pretende establecer un único discurso que exprese la
unidad fundacional de la verdad, la politeia y el ethos.
Y, por último, el legado de Sócrates que es, al mismo tiempo, el
legado de Foucault:
“Hay, creo, una cuarta actitud en filosofía. Es la actitud parresiástica, justamente aquella que intenta, con obstinación y volviendo siempre a empezar, reintroducir, acerca de la cuestión de la verdad, la de sus condiciones políticas y la de la diferenciación ética que abre el acceso a ella; aquella que, de manera perpetua y siempre, reintroduce, acerca de la cuestión del poder, la de su relación con la verdad y el saber, por una parte, y con la diferenciación ética, por otra; para terminar, aquella que, acerca del sujeto moral, reintroduce sin cesar la cuestión del discurso veraz en el que ese sujeto moral se constituye y la de las relaciones de poder en que se forma. En eso consiste el discurso y la acción parresiásticos en filosofía: el discurso de la irreductibilidad de la verdad, el poder y el ethos y, al mismo tiempo, el discurso de su necesaria relación, de la imposibilidad en que nos encontramos de poder pensar la verdad (la alétheia), el poder (la politeia) y el ethos sin relación esencial, fundamental entre ellos.” (Ibíd, Pag 72)
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