Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

domingo, 20 de octubre de 2019

Los consejos de Platón.
Óscar Sánchez Vega

Todo el mundo sabe que la propuesta política de Platón está expuesta, principalmente, en el diálogo La República. Sin embargo esa propuesta jamás se lleva a cabo y la radicalidad de su planteamiento nos hace pensar, al menos es lo que yo pienso, que Platón era plenamente consciente de la imposibilidad de implementar su modelo. El Estado Ideal es un paradigma que tiene como función orientar la acción política pero en sí mismo no puede ser llevado a la práctica. ¿Significa ello que la propuesta política de Platón tiene un valor meramente teórico pero es irrelevante en el terreno práctico de la política real? No. Platón en la carta VII se muestra partidario de poner a prueba su teoría política:
“Con esta disposición de ánimo me aventuré a salir de mi patria, no por los motivos que algunos imaginaban, sino porque estaba muy avergonzado ante mis propios ojos de que pudiera parecer sin más únicamente como un char­latán de feria a quien no le gustaba atenerse a la realidad de las cosas.” 328c
Así que Platón pretende atenerse “a la realidad de las cosas”, pretende someter a prueba su modelo, pero no lo hará en Atenas, su patria, sino en Siracusa (Sicilia). Propongo pensar la relación entre filosofía y política no a partir del análisis del Estado Ideal sino de los consejos políticos que Platón da a sus amigos de Siracusa. Tales consejos podemos encontrarlos en las cartas VII y VIII ¿Qué consejos son estos? ¿de qué tipo? Intentaré responder a estas cuestiones sin adentrarme demasiado en la situación política de Siracusa en el siglo IV aC, centrándome en su dimensión universal, aunque me temo que sea del todo imposible prescindir por completo del contexto histórico en el que fueron escritas las cartas. Ambas cartas se dirigen a los amigos de Dión, que a su vez era amigo de Platón y había sido asesinado víctima de un complot político.

En la carta VII Platón básicamente recuerda y repite los consejos que en su día dio al sobrino de Dión e hijo de Dionisio I: Dionisio el Joven. A primera vista los consejos son decepcionantes, consejos moralizantes e insulsos que carecen de relevancia política. Pero si tenemos esta impresión quizá es porque presuponemos que la relación entre filosofía y política es o habría de ser semejante a la del maestro y el operario: el maestro decide y el operario ejecuta. Pero esto no es así. Cuando el filósofo da consejos en su calidad de tal, esos consejos no consisten en decir lo que hay que hacer en el ámbito de las decisiones políticas.

El análisis de estos consejos puede servir, al menos, para precisar el tipo de acople que tienen filosofía y política.

A. Platón, en la carta VII, recuerda y retoma el consejo que en su momento le dio a Dionisio el Joven para solventar un problema que había heredado de su padre, Dionisio el Viejo. La cuestión era que...
“después de adquirir mu­chas grandes ciudades de Sicilia que habían sido devas­tadas por los bárbaros, (Dionisio el Viejo) no fue capaz, después de reor­ganizarlas, de establecer en ellas gobiernos de confianza formados con partidarios suyos, elegidos entre extranjeros de cualquier procedencia o entre sus hermanos, a quie­nes había criado él mismo porque eran más pequeños y a los que de simples particulares había convertido en jefes y de pobres en hombres inmensamente ricos.” 331e
Así pues Dionisio el Viejo había unificado toda la isla de Sicilia, lo que en sí mismo es un logro político y militar notable, pero, como era pobre en amigos, había puesto a parientes y extranjeros al mando de las ciudades conquistadas, de tal modo que el gobierno solo fue aceptado por la fuerza de las armas pero no fue tenido como propio.
“En cambio, Dionisio (el Viejo), que había con­ centrado toda Sicilia en una sola ciudad y que por su engreimiento no se fiaba de nadie, a duras penas pudo mantenerse, porque era pobre de amigos y de personas de confianza, y no hay muestra más evidente de la virtud o maldad de un hombre que la abundancia o escasez de ta­ les personas.” 332c.
Esta situación debería haber cambiado con el gobierno de Dionisio el Joven, al menos así se lo aconsejo Platón:
“(...) que siguiendo el camino que nosotros le indicá­bamos y comportándose como un hombre reflexivo y sensato, si reconstruía las ciudades devastadas de Sicilia y las asociaba entre ellas por medio de leyes y constituciones, de modo que se estrechara su unión entre sí y con el pro­pio Dionisio para defenderse contra los bárbaros, podría no ya duplicar el imperio de su padre, sino que en realidad lo multiplicaría.” 332b
En resumen: Platón aconseja reconstruir las ciudades de Sicilia y asociarlas por medio de leyes y constituciones. Es importante destacar que lo que Platón señala no tiene nada que ver con la forma de gobierno (tiranía, monarquía, democracia, etc) sino más bien con el entramado institucional. El problema de Dionisio el Viejo es que no supo cómo articular una unidad política, la isla de Sicilia, que rebasaba en mucho las unidades políticas de la Hélade: las polis. Es un error, advierte Platón, reproducir un tipo de organización en una escala que no le corresponde.

Para reforzar esta idea Platón recurre al ejemplo de Persia:
“En este as­pecto se mostró siete veces inferior a Darío, quien no se confió a hermanos ni a personas criadas por él, sino única­ mente a aliados de su victoria sobre el eunuco medo, dividió su reino en siete partes, cada una de ellas mayor que toda Sicilia, y encontró en ellos colaboradores fieles que ni le atacaron a él ni se atacaron entre sí. Dio con ello ejemplo de lo que debe ser un buen legislador y un buen rey, ya que, gracias a las leyes que promulgó, con­servó hasta nuestros días el imperio persa.” 332b.
Y también al ejemplo ateniense:
“Está también el caso de los atenienses; ellos no colonizaron por sí mis­mos muchas de las ciudades griegas invadidas por los bár­baros, sino que las ocuparon cuando todavía estaban po­bladas, a pesar de lo cual conservaron el dominio durante setenta años, ya que habían conseguido hacerse partida­rios en todas ellas.”332b
Llama la atención que para reforzar su argumento Platón se apoya en dos regímenes políticos opuestos. No importa. Lo importante es el entramado institucional, lo importante es saber que la fortaleza del Estado no se consigue por la fuerza de las armas sino a partir de la federación de ciudades. Se trata de organizar una unidad política mayor que la polis y la solución no puede ser la imposición o el avasallamiento. La unidad debe descansar en lazos de amistad. Es preciso vincular las ciudades entre sí, es necesario componer una sinfonía (symphonía) que sea respetuosa con la voz (phoné) de cada ciudad. La sinfonía solo puede alcanzarse al armonizar las diferentes voces de tal forma que aquí vemos muy claramente que Platón no aboga por un gobierno ideal que se imponga a las realidades políticas existentes, al contrario: el buen gobierno pasa por escuchar la phoné de cada polis y ponerla en armonía con otras. Platón se limita a aconsejar que las instituciones deberían ser establecidas por los más moderados y sabios de cada polis…. y con esto damos paso al siguiente consejo.

B. Platón deja muy claro en La República que la peor forma de gobierno es la tiranía y sin embargo en su día se mostró dispuesto a colaborar con dos tiranos de Siracusa, padre e hijo ¿no es esto una contradicción? En relación a este asunto cabe decir dos cosas: primero, que cuando afirma que la tiranía es la peor forma de gobierno es precisamente después de su experiencia en Siracusa, y segundo, que si los tiranos hubieran seguido los consejos de Platón, precisamente por ello, dejarían de serlo. Platón aconseja a Dionisio el Joven, como hemos señalado, que respete la libertad e independencia de las ciudades de Sicilia, es decir que no se imponga por la fuerza de las armas sino que promueva y favorezca cada ciudad cuente con la mejor de las constituciones, para ello es preciso que las leyes no emanen del soberano sino de una asamblea de ciudadanos eminentes:
“A estas personas hay que atraerlas a base de ruegos y promesas de los máximos honores para que salgan de sus casas, y luego hay que suplicarles y ordenarles, previa prestación de juramento, que promulguen leyes que no den más ven­tajas ni a vencedores ni a vencidos, sino que establezcan la igualdad de derechos para toda la ciudad.” 337c
Son los sabios locales, no el rey (Dionisio) ni su consejero (Platón), los que deciden el contenido de la ley. Cabe destacar, contra un tópico muy extendido, que Platón, cuando tiene la oportunidad de ejercer una influencia política real, no impone un modelo de Estado a las comunidades políticas realmente existentes. Al contrario: recomienda al soberano que sea respetuoso con las tradiciones y costumbres de los pueblos que gobierna.

Además, en la carta VIII, propone la creación de un cuerpo de guardianes que tengan por principal misión cumplir y hacer cumplir la ley.
“Para mandar en la gue­rra y en la paz habrá que nombrar guardianes de la ley, en número de treinta y cinco, de acuerdo con el pueblo y la asamblea. Debe haber tribunales diferentes para los distintos casos, pero la jurisdicción sobre la pena de muer­te y el destierro será la competencia de los treinta y cinco; además de éstos, tiene que haber jueces seleccionados entre los magistrados del año precedente, uno de cada ma­gistratura, el que tenga fama de ser el mejor y más justo.” 356d
¿Y el rey?
“No se permitirá a un rey juzgar tales causas, ya que, como sacerdote, debe estar puro de muertes, pri­siones y destierro.” 357a
De tal modo que, primero, las leyes las crea una asamblea de hombres prudentes; segundo, un cuerpo de magistrados independientes deberían ser los encargados de impartir justicia; tercero, el rey tiene una función simbólica, básicamente religiosa.

No parece que la institución monárquica tenga una papel muy relevante en la propuesta política de Platón. En la carta VIII alaba el sistema de Esparta de dos reyes (354a) y, finalmente (356b), acaba recomendando a los amigos de Dión que apuesten por un modelo con tres reyes (cada uno de los cuales representaría a los principales agentes de la crisis política de Sicilia: Dionisio el Viejo, Dión y Dionisio el Joven). En cualquier caso la función de los reyes habría de ser meramente simbólica. Lo importante son las leyes no los reyes.
“Por ello, concédase ahora a los unos libertad bajo el poder real y a los otros una autoridad real res­ponsable y sometida a las leyes, que ejercen un poder absoluto sobre los demás ciudadanos y sobre los propios re­yes en el caso de que cometan alguna ilegalidad.” (355e)

C. Si hay un consejo en las cartas VII y VIII que no sorprende al lector habitual de los diálogos platónicos es la exigencia de que todos, gobernados y gobernantes, deben someterse al imperio de ley. Este es un tema recurrente en los escritos platónicos:
“Sobre lo ya dicho, renuevo por tercera vez el mismo consejo con las mismas palabras a vosotros, que sois los terceros en recibirlo: no some­táis Sicilia ni ninguna otra ciudad a dueños absolutos —al menos ésa es mi opinión—, sino a las leyes ya que ello no es bueno ni para los que someten ni para los so­metidos, ni para ellos ni para sus hijos, ni para los des­cendientes de sus hijos.” 334d
Además la ley no puede ser un instrumento de batalla, un medio para subyugar a una parte de la población. La ley debe ser justa, no debe favorecer a un grupo a facción en detrimento de otro sino que ha de garantizar la igualdad y la equidad:
“(...) los males de las guerras civiles no terminarán hasta que los vencedores dejen de vengarse con batallas, exilios y matanzas y de lanzarse al castigo de sus enemigos; has­ta que se controlen a sí mismos y establezcan leyes impar­ciales, tan favorables para ellos como para los vencidos.” 336e
Y una vez promulgada la ley esta debe cumplirse a rajatabla. Para ello gobernantes y guardianes tienen dos instrumentos: el temor y el respeto.

“El temor, demos­trando la superioridad de su fuerza material; el respeto, presentándose como personas que dominan sus pasiones y prefieren estar al servicio de las leyes y pueden hacerlo.” 337a

Temor para imponer la ley y respeto por el sometimiento de los gobernantes a la misma. La elevación de las leyes por encima de la autoridad del gobernante es la principal garantía contra la tiranía. 

D. Otro tema recurrente en los escritos políticos de Platón es la necesidad de la educación del soberano. Como es sabido esta exigencia es máxima en La República donde se establece que los gobernantes solo pueden acceder a su función a partir de los 50 años, una vez hayan completado una larga y exigente formación filosófica. Solo de este modo, cuando la figura del filósofo y el rey coincidan en una misma persona, puede erigirse un Estado justo. Pero en la carta VII esta exigencia está considerablemente rebajada. No parece que en ningún momento Platón albergara la esperanza de que Dionisio el Joven pudiera convertirse en un filósofo, lo cual no quiere decir que Platón -con excepción del tercer y último viaje- desesperara de ejercer una influencia benéfica en la isla.
“(...) le recomendé (a Dionisio) ante todo que viviera cotidianamente de modo que llegara a ser cada vez más dueño de sí mismo y consiguiera amigos y camaradas fieles.” 331e
La educación de Dionisio II no alcanzó su objetivo final, pero este fracaso no consiste en que Dionisio no se hubiera convertido en el rey erudito que Sicilia necesitaba; es más, Platón reconoce en la carta VII que no le faltaban aptitudes para el aprendizaje. El problema es que no cambió su modo de vida, no se hizo dueño de sí y no encontró verdaderos amigos con los que caminar unidos por la senda de la virtud con el objeto de hacerse personas fuertes y autónomas:
“Por mi parte, yo lo aguantaba todo, fiel a los planes que en un primer momento me habían he­cho acudir allí, pendiente de que sintiera el deseo de vivir de acuerdo con la filosofía; pero prevaleció su resistencia.” 330b
El paso de la actividad teórica a las exigencias prácticas marca la distancia entre La República y la carta VII. Se produce aquí un ajuste en varios temas entre los que destaca este que nos ocupa. Platón cuando se enfrenta con la realidad abandona su primer objetivo de forjar un rey-filósofo y acaba conformándose con que el monarca “sienta el deseo de vivir de acuerdo con la filosofía”. Lo que me interesa destacar es la benéfica influencia del contacto con la filosofía y el filósofo, incluso si el joven discípulo no recorre todo el largo camino de regresus y progresus característico de la filosofía platónica. El objetivo de la educación puede considerarse alcanzado cuando el contacto con la filosofía induce al joven a cambiar su modo de vida:
“(...) nos­otros (Dión y Platón) le animábamos (a Dionisio II) a que se interesara por hacerse otros amigos entre sus parientes y camaradas de su misma edad que estuvieran de acuerdo entre sí para la adquisición de la virtud, pero ante todo para que se pusiera de acuer­do consigo mismo, ya que tenía una enorme necesidad de ello.” 332d
Solo si el gobernante está en armonía consigo mismo puede garantizar la “sinfonía”, es decir la armonía en el Estado. De ahí la importancia de llevar una buena vida, exigencia que cabe extender a toda la corte:
“Y si alguno no es ca­paz de vivir a la manera dórica de acuerdo con las costum­bres tradicionales, sino que aspira a seguir el género de vida de los asesinos de Dión y las costumbres sicilianas, no pidáis su colaboración ni penséis que puede actuar alguna vez con lealtad y honradez.” 336c
De nada sirve un entramado institucional justo e igualitario si la la corrupción anida en el corazón de los ciudadanos, por lo que la preocupación por la educación y la ética va más allá de la vida del monarca y la de quienes le rodean:
“Y ninguna ciu­dad podría mantenerse tranquila bajo las leyes, cuales­ quiera que sean, con hombres convencidos de que deben dilapidar todos sus bienes en excesos y que crean que de­ben permanecer totalmente inactivos en todo lo que no sean banquetes; bebidas o esfuerzos en busca de placeres amorosos; Forzosamente, tales ciudades nunca dejarán de cambiar de régimen entre tiranías, oligarquías y democra­cias, y los que mandan en ellas ni soportarán siquiera oír el nombre de un régimen político justo e igualitario.” 326c
Conclusiones.

Me planteo por último qué podemos aprender en el siglo XXI de los consejos de Platón, de qué manera actualizar la propuesta platónica y cómo podemos actuar políticamente en la sociedad que nos ha tocado vivir. Creo que no tergiverso en nada las palabras de Platón si hago de él un pensador republicano. Retomemos los cuatro consejos que podemos encontrar en las cartas VII y VIII:

Primero: federalismo. Lo dice muy claramente: el modelo de la ciudad griega no se puede extrapolar una unidad más grande. Platón aconseja forjar una unidad política compleja fomentando la amistad y confianza entre las diferentes comunidades políticas que la componen, las cuales son las que deciden acerca de su propia constitución (politeia). La unificación forzada y la ausencia de lazos suponen una condena a medio plazo para el Estado.

Segundo: separación de poderes. Platón aconseja a sus amigos limitar el poder del rey o reyes de Sicilia, primero mediante una asamblea de sabios que tienen la función de legislar y, segundo, mediante un cuerpo de magistrados que serían los encargados de impartir justicia y hacer cumplir la ley.

Tercero: imperio de la ley. Entiendo que de todos los consejos de Platón este es el más evidente y reconocido por lo que no es necesario insistir en él. Me limito a insistir en que este es el bastión teórico del republicanismo: solamente desde la fortaleza de las instituciones republicanas puede hacerse frente a la tiranía. Lo contrario es sustituir un tirano por otro.

Cuarto: educación pública. Es verdad que en la carta VII (y en La República) Platón hace hincapié en la necesidad de que el monarca reciba una buena educación con el objeto de hacerse dueño de sí, pero en una democracia el soberano es el pueblo. Lo importante es que el sujeto político sea también el sujeto de la actividad filosófica. Así pues, si aceptamos que el pueblo es soberano, lo que Platón dice es que es de la máxima importancia que el pueblo sea educado con el objeto de que cada ciudadano se haga dueño de sí y, de este modo, alcance la autonomía ética y política.