1. Kant: la constitución republicana.
La faceta de pensador político es una de las menos conocidas y
reconocidas de Immanuel Kant; sin embargo el filósofo prusiano dejó
escritos algunos textos sobre este tema a los que merece la pena regresar. Tomaré como referencia La paz perpetua de 1795 y la Segunda
parte del Conflicto de las facultades de 1798 para plantear
algunas cuestiones fundamentales en el republicanismo clásico.
Rousseau había dicho en El contrato social que ”todo gobierno
legítimo es republicano” y este es el punto de partida de la
reflexión kantiana: solo se puede concebir la libertad política
bajo el amparo de una constitución republicana. En La Paz
perpetua, Kant destaca que los principios de una constitución
republicana son: libertad política, dependencia de todos respecto a
la ley e igualdad en cuanto a ciudadanos. Aquí la clave está en la
ley porque tanto la libertad como la igualdad se definen en relación
a ella. La libertad no consiste en que cada uno haga lo que quiera
sino que significa no someterse a ninguna ley susceptible de no
recibir el propio consentimiento y la igualdad es jurídica,
esto es, igualdad en relación a la ley.
Por otro lado, para entender lo que es una república hay que distinguir
entre forma de estado y de gobierno. La forma de estado se define en
función de las personas que tienen el poder -esta es la
clasificación clásica de Aristóteles: autocracia, aristocracia y
democracia- y la forma de gobernar puede ser republicana o
despótica:
“El republicanismo es el principio político de la separación entre el poder ejecutivo del gobierno y el poder legislativo. El despotismo es la ejecución arbitraria por parte del Estado de las leyes que se ha dado él mismo, con lo que la voluntad pública es manejada por el regente como si fuera su voluntad particular”1.
Como otros muchos republicanos clásicos Kant no identifica
republicanismo con democracia, más bien al contrario: la naturaleza
de la democracia la hace proclive al despotismo porque en una
democracia la facción mayoritaria controla tanto el poder
legislativo como el ejecutivo. Kant encuentra más garantías para la
separación de poderes en la monarquía o la aristocracia, y esta es
la clave del gobierno republicano. No hay para Kant, como tampoco
para Rousseau, contradicción alguna entre monarquía y república,
un monarca puede gobernar de forma republicana siempre y cuando
cumpla con su obligación y se atenga a las funciones ejecutivas que
la constitución estipula para él. Pero ¿por qué la separación de
poderes es una cuestión importante? ¿Qué importancia tiene para el
ciudadano de a pie que el Estado sea de una forma u otra? La
respuesta de Kant es que la separación de poderes impide, u
obstaculiza al menos, la interferencia arbitraria del Estado en
asuntos que no son de su incumbencia. La experiencia histórica nos
dice claramente que la posibilidad de la libertad política está
directamente relacionada con la limitación del poder ejecutivo.
Precisamente por eso, advierte Kant, la democracia es un forma de
Estado que se ajusta mal al republicanismo, por el peligro de
interferencia que entraña la tiranía de la mayoría.
Es republicana, afirma Kant en La Paz perpetua, aquella
forma de gobierno en la que “los súbditos son también
ciudadanos”. Estamos tentados a responder a Kant que en una república, por definición, no hay súbditos, pero eso sería un error: para el republicanismo
clásico, desde Platón a Kant, todas las personas que viven en un
Estado son y han de ser súbditas de la ley. La diferencia es que en
una república la ley emana del cuerpo social con lo que los súbditos
pasan a ser también ciudadanos. Kant deja muy claro que solo podemos
acatar unas reglas de juego cuando estas valen para todos por igual
tras dárnoslas o hacerlas nuestras con total autonomía. No
hay excepción a esta regla e incluso el máximo custodio de las
leyes ha de obedecerlas como cualquier otro.
Las ventajas de vivir en una república son varias, pero ante todo Kant destaca una: dificulta la declaración de guerra porque en una guerra es el pueblo quien asume todas las penalidades del conflicto bélico, junto a las deudas que acarrean sus daños de toda índole:
“Si para decidir si debe o no haber guerra, se precisa el consentimiento de la ciudadanía como no puede ser de otro modo en una constitución republicana, nada resulta más natural que se calibre sobremanera el inicio de un juego tan funesto, dado que son los ciudadanos quienes acaban asumiendo todas las penalidades de la guerra, como ir ellos mismos a combatir, costear los gastos bélicos con sus propios bienes, reparar penosamente la devastación que acarrea todo conflicto bélico y, para colmo de males, amargar finalmente la paz misma con unas onerosas deudas que nunca se cancelan a causa de las siempre inminentes nuevas guerras”2.
Además de favorecer la paz podríamos suponer que una república
burguesa debiera estimular el desarrollo del libre comercio y, de
este modo, aumentar el bienestar de la ciudadanía. Sin embargo en
este punto Kant se aleja de las consideraciones liberales y utilitaristas.
Lo importante aquí, como en la moral, no son las consecuencias sino
la intención y el obrar bajo principios que puedan ser
universalizables. Kant se pregunta por qué ningún soberano de su
época se ha limitado a presentarse como un amo benevolente,
negándose a reconocer derecho alguno del pueblo frente a él. No lo
hace, responde, porque una declaración tal sublevaría a todos los
súbditos contra su soberano...
“Pues a los seres dotados de de libertad no les basta el goce de las comodidades de la vida que puede serle dispensado por otro (y en este caso por el gobierno), sino que les importa el principio según el cual se procuran ellos mismos tal goce.” 3
A pesar de que esta reflexión es una nota a pie de página, creo
que es del máximo interés para el asunto que nos ocupa. P.
Pettit dice que los republicanos entienden la libertad como
no-dominación y que esta noción a menudo se ha confundido con la
noción de libertad como no-interferencia propia del liberalismo. El
anterior texto puede servirnos para aclarar este punto y subrayar el
republicanismo de Kant. Desde el punto de vista liberal si un
gobernante no interfiere en los asuntos privados de los ciudadanos y
garantiza que todos puedan gozar de las comodidades de la vida...
entonces no hay problema, aunque el pueblo no sea soberano; se
trataría de un caso de dominación sin interferencia, aceptable para
un liberal pero no para un republicano al que le preocupa “el
principio según el cual se procuran (los ciudadanos) ellos mismos el
goce”. Los republicanos piensan que es posible perder la libertad
sin que exista una interferencia concreta, por el solo hecho de que
potencialmente ésta pueda ejercerse. Por eso un ser dotado de
libertad reclama un gobierno del que sea “colegislador”: “quienes obedecen a la ley también
han de ser al mismo tiempo, mancomunadamente, legisladores.” 4
Las consideraciones utilitaristas, por tanto, son de segundo orden
cuando se trata de valorar las ventajas de una constitución
republicana, además, en ocasiones, están desencaminadas. Por
ejemplo, Rousseau defendía la república porque era la forma de
gobierno más justa, aquella que nos merecemos, la que está más en
consonancia con la naturaleza humana. El planteamiento de Kant es más
bien el contrario:
"La constitución republicana es la única perfectamente adecuada al derecho de los hombres, pero también la más difícil de establecer y, más aun de conservar, hasta el punto de que muchos afirman que es un Estado de ángeles porque los hombres no están capacitados, por sus tendencias egoístas, para una constitución de tan sublime forma. Pero llega entonces la naturaleza en ayuda de la voluntad general, fundada en la razón, respetada pero impotente en la práctica, y viene precisamente a través de aquellas tendencias egoístas, de modo que dependa solo de una buena organización del Estado (lo que efectivamente está en manos de los hombres) la orientación de sus fuerzas, de manera que unas contengan los efectos destructores de las otras o los eliminen: el resultado para la razón es como si esas tendencias no existieran y el hombre está obligado a ser un buen ciudadano aunque no esté obligado a ser moralmente un hombre bueno. El problema del establecimiento del Estado tiene solución incluso para un pueblo de demonios, por muy fuerte que suene (siempre que tengan entendimiento), y el problema se formula así: "ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones"5.
Encontramos en Kant una oposición entre “lo que la naturaleza
quiere” y las inclinaciones o deseos de las personas concretas y
reales. Naturaleza vs naturaleza humana, podríamos decir. La
“naturaleza” de la que habla Kant es similar al “logos” de
los estoicos o, lo reconoce expresamente, a la “providencia”
cristiana (o lo que posteriormente Hegel llamará “Razón”). Lo que quiere la naturaleza es, por decirlo en dos
palabras, el triunfo de la Razón, pero los humanos no se lo ponen
fácil porque son codiciosos, egoístas, mezquinos, etc. Por ejemplo,
el fin de la naturaleza es la Paz, pero el camino para la Paz pasa
por la guerra: solo porque la guerra es natural e insoportable, como
decía Hobbes, y los hombres tienen entendimiento, es posible erigir
un Estado que ponga fín a la devastación de la guerra civil. Los
Estados nacionales son una garantía contra la violencia interna,
pero la guerra aún no se ha erradicado porque la relación entre los
Estados nacionales es similar a la que existía entre los hombres en
el estado de naturaleza, pero, por lo mismo, porque el hombre tiene
entendimiento, esta situación no puede prolongarse de forma
indefinida. Porque los hombres no quieren vivir con miedo y morir,
tarde o temprano, acabará implantándose una República Universal o,
al menos una Federación de naciones que ponga fin a la anarquía de
las relaciones internacionales. Este es, como es sabido, el vaticinio
y la apuesta de Kant.
Me interesa destacar que, según Kant, para instaurar una
república basta con que los hombres tengan entendimiento. No es
preciso, y hasta es ingenuo suponerlo así, una especial inclinación
al bien en el corazón humano. Se trata de regular la vida
social de suerte que, aunque los motivos para obrar de cada individuo
sean egoístas, el resultado de las acciones individuales sea
positivo para la comunidad. No hay en Kant, como tampoco en
Maquiavelo, esperanzas de mejorar la fibra moral del hombre, pero
aunque no se pueda obligar a los hombres a ser buenos moralmente
siempre cabe obligarles, por medio del derecho y la coacción
estatal, a ser buenos ciudadanos:
“la moralidad interior no es seguramente la que ha de producir una buena constitución, sino más bien ésta la que podrá contribuir a educar moralmente a un pueblo”6
Por tanto, el cambio en la vida social vendrá de la mano del
derecho, no de la evolución de la moralidad. En el Conflicto Kant
insiste en esta cuestión:
“Poco a poco irá descendiendo la violencia ejercida por parte de los poderosos y se incrementará el acatamiento a las leyes. En parte por pundonor y en parte por un provecho bien entendido irá surgiendo más dosis de bonhomía, algo menos de pendencia en los litigios, una mayor confianza en la palabra dada, etc, dentro de la comunidad y esto acabará por extenderse también a los pueblos en sus mutuas relaciones externas, hasta consumarse una sociedad cosmopolita, sin que con ello quede aumentada en lo más mínimo la base moral del género humano, para lo cual se precisaría también de una nueva creación (una influencia sobrenatural)”. 7
Es importante subrayar este punto: para Kant, como en general para
el republicanismo clásico, la república es necesaria para mejorar
la vida social y la responsabilidad de los ciudadanos, no a la
inversa; no es que la república sea el régimen político que nos
merecemos, el que está a la altura de nuestra moralidad sino que
necesitamos la república para mejorar como personas y como sociedad.
Creo que hay al menos un ejemplo que ilustra muy claramente lo que
quiere decir Kant. En 1958 George Wallance es elegido por una
amplia mayoría como gobernador del estado americano de Alabama. En
la campaña electoral había prometido que se negaría a cumplir la
sentencia del Tribunal Supremo de 1954 que ponía fin a la
segregación racial educativa y exigía que los niños blancos
y negros compartieran las aulas de la escuela pública. El lema de su
campaña fue: “segregación ahora y siempre” y resultado fue una
amplia y cómoda victoria para Wallace, con lo cual podemos afirmar
que, al menos en relación a este asunto, estaba muy clara cual era
la voluntad política del pueblo de Alabama. Sin embargo la
Universidad de Alabama se vio obligada en 1963 a admitir a tres
afroamericanos que cumplian todos los requisitos para ingresar en
ella. El 11 de Junio Wallace y su camarilla se presentaron a las
puertas de la Universidad con la intención de cumplir su promesa e
impedir que los estudiantes afroamericanos pudieran entrar en el
recinto universitario. El presidente Kennedy reaccionó ordenando a
la Guardia Nacional que escoltara a los estudiantes y así,
finalmente, pudieron inscribirse como estudiantes.
Hoy imagino que los ciudadanos de Alabama no estarán muy
orgullosos de este episodio. No me cabe duda que el principio de no
segregación tiene un amplio apoyo popular, pero fueron las
instituciones republicanas las que obligaron, en contra de la
voluntad popular, a que tal principio se implantara. Es posible
incluso que algunos o muchos blancos de Alabama sean racistas en su
fuero interno, pero esto es irrelevante. Lo importante es que los
derechos de la población afroamericana están garantizados por la
ley en todos los estados de la Unión y ningún partido político osa
levantar la voz y mucho menos promover acciones en contra de
una minoría racial.
Este ejemplo, supongo, le hubiera servido a Kant para reafirmarse
en su convicción de que solo la ley, es decir, una constitución
republicana, garantiza la libertad. Esta es una importante diferencia
entre la tradición republicana y liberal. Para los liberales, de
Hobbes en adelante, la ley supone siempre una limitación de la
libertad individual y, si bien es cierto que el derecho es necesario
para garantizar la paz, la seguridad y la prosperidad, no por ello
deja de ser un mal necesario. Frente a los liberales, los
republicanos, desde Platón, sostienen que no es posible pensar la
libertad política al margen de la ley.
- Bakunin y Thoreau: la libertad como rebelión y el derecho a la desobediencia civil.
Bakunin, al contrario que Kant, plantea la libertad como un
proyecto personal de alcance social: solo cuando el anhelo de
libertad brota del corazón humano es posible una transformación
social radical, es decir, una revolución que instaure una sociedad
libre no represiva.
El hombre es un producto social, una esponja que lo absorbe todo,
desde la cuna se le inculcan ciertos hábitos y valores que le
constituyen de manera inexorable. Aquí no hay libertad solo
replicación de lo ya dado. La libertad consiste en decir “no”,
está ligada a la capacidad crítica, a la ruptura de las jerarquías
y al cuestionamiento de lo establecido:
“Esa inmoderación, esa desobediencia, esa rebeldía del espíritu humano contra todo límite impuesto [...] constituyen su honor, el secreto de su poder y de su libertad. Es buscando lo imposible como el hombre ha realizado siempre lo posible y quienes se han limitado “sabiamente” a lo que les parecía lo posible jamás avanzaron un solo paso.”8
Bakunin entiende la libertad como autonomía que se conquista
frente al nomos impuesto. La rebeldía está en el origen de la
revolución y la rebeldía es un proceso psicológico que acontece
cuando tomamos distancia respecto a la sociedad, cuando somos capaces
de cuestionarnos la tradición. El hombre libre debe
emanciparse de sí mismo como producto social, rebelarse contra la
tiranía de la educación.
En esta ocasión podemos ilustrar la idea de Bakunin con otra
historia de Alabama: el caso de Rosa L. Parks. Como es sabido a Parks
la arrestaron en 1955 después de negarse a ceder su asiento del
autobús a un pasajero blanco como estipulaban las leyes de
segregación vigentes en el Estado. Su figura se convirtió en un
icono de resistencia a la segregación racial e inspiró la lucha a
favor de los derechos civiles. Las leyes segregacionistas no se
abolieron porque los blancos tomaran conciencia de la injusticia de
las mismas sino por la rebeldía de Rosa Parks y otros muchos
afroamericanos que se alzaron contra la legalidad vigente. Si no
fuera por el espíritu de rebeldía de algunos la segregación e
incluso la esclavitud seguirían vigentes
Al contrario que Marx, Bakunin afirma que lo que el individuo
manifiesta al exterior es generado en el interior: un alma servil se
manifiesta como un individuo sumiso ante el poder del Estado, pero un
alma rebelde es un potencial revolucionario. El enemigo del
hombre libre son las almas sumisas, su problema es los otros no
quieren o tienen miedo de liberarse con lo que se convierten en
instrumentos de la dominación. Pero solo el hombre rebelde es el humano
pleno, aquel que ha alcanzado su esencia, pues el fin de la vida
humana, como subrayará después Castoriadis, es la autonomía; pero
esta esencia solo puede actualizarse en la vida social, por ello la
emancipación nunca es meramente individual y la lucha por la
libertad es una lucha política porque la libertad es un bien
común, el mayor bien común. La libertad y la solidaridad, concluye
Bakunin, constituyen la esencia de la humanidad.
“No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es al contrario su condición necesaria y su confirmación. No me hago verdaderamente libre más que por la libertad de los otros”9.
Para los anarquistas, como es notorio, lo que se opone a la
libertad es el Estado por lo que es preciso su destrucción:
“Llegamos hoy a la absoluta necesidad de la destrucción de los Estados o, si se prefiere, a su radical y completa transformación en el sentido de que al dejar de ser potencias centralizadas y organizadas de arriba abajo se reorganicen, ya sea mediante la violencia, ya mediante la autoridad de cualquier principio, con una absoluta libertad para todas las partes”10.
No obstante en este texto Bakunin matiza el tópico anarquista: admite
la posibilidad de una “completa transformación” del Estado. La
clave, como en Simone Weil, es construir un orden social sin
dominación, no opresivo; una sociedad que no genere siervos sino
ciudadanos libres y autónomos. C. Tylor y en general los
comunitaristas nos hacen ver que el argumento anarquista incurre aquí
en una contradicción: si la libertad solo acontece como gesto de
rebelión contra la tradición, entonces en una sociedad libertaria
-o posmoderna- donde ya no hay tradición porque todo está
permitido, donde el único imperativo es gozar y ser felices, no es
posible ser libre puesto que no hay contra qué rebelarse. Los
psicólogos lo saben bien: el adolescente solo puede conquistar su
libertad y autonomía si los progenitores levantan muros contra los
que arremeter. Solo con el fondo de la sociedad y sus
tradiciones surge la independencia y la autonomía.
"Solo puedo definir mi identidad contra un fondo que tenga alguna relevancia. Pero poner entre paréntesis la historia, la naturaleza, la sociedad, las exigencias de la solidaridad, todo aquello, excepto lo que encuentro dentro de mí, supone, eliminar todos los candidatos a aquello que importa de verdad. Sólo si existo en un mundo en el que la historia o las exigencias de la naturaleza o las necesidades del prójimo o los derechos de la ciudadanía o la llamada de Dios o algo de este orden importe realmente, podré definir una identidad que no sea trivial. La autenticidad no es la enemiga de las exigencias que emanan más allá del yo, sino que contiene tales demandas."11
Pero supongamos sin embargo que esto no sea así, que psicólogos
y comunitaristas estuvieran equivocados y fuera posible una sociedad
libertaria en el seno de la cual cada persona pueda alcanzar su
libertad y autonomía. Recordemos que, según Bakunin, la libertad no
es una cualidad natural sino que es una conquista, algo que se
adquiere cuando una persona toma conciencia de sí y se rebela contra
lo instituido. Una sociedad justa debe permitir tal rebelión, porque
es por mediación suya como las personas adquieren autonomía y, por
decirlo al modo kantiano, llegan a la mayoría de edad. Llegamos así
al problema de la desobediencia civil.
En 1846 H. D. Thoreau se negó a pagar impuestos porque no
estaba dispuesto a colaborar con un Estado que mantenía el régimen
de esclavitud y emprendía guerras injustificadas, en aquel caso
concreto contra México. Por ello es encarcelado, aunque solo por una
noche en prisión porque alguien, probablemente su tía paga el
impuesto en contra de sus deseos. Sea como fuere la experiencia le
deja huella y en 1849 publica La desobediencia civil. En esta obra
Thoreau se pregunta: ¿qué debe hacer un ciudadano honesto?
¿hasta dónde debe llegar el respeto a la voluntad de la mayoría?
¿Las leyes de un Estado democrático deben ser obedecidas y
respetadas por todos los ciudadanos? Thoreau pensaba que no. Es la
conciencia y la voz de la razón quien deben guiar en último término
la acción humana, de lo contrario dejamos de ser hombres y nos
convertimos en marionetas:
"La ley no ha hecho nunca a los hombres ni una pizca más justos, y el respeto por ella convierte diariamente en agentes de la injusticia incluso a los hombres mejor dispuestos. Una consecuencia normal y corriente del excesivo respeto a la ley es que podamos ver una fila de soldados, coronel, capitán, cabo, soldados rasos, etc., marchando a la guerra por montes y valles en un orden admirable; en contra de su voluntad, ¡ay!, y en contra de su sentido común. La mayoría de los hombres sirven así al Estado no como hombres, sino como máquinas con sus cuerpos. En la mayor parte de los casos, no utilizan en absoluto su juicio o su sentido moral, sino que se colocan al nivel de la madera, de la tierra y de las piedras, y quizá pudieran fabricarse hombres de madera que sirvieran con idéntica perfección para ese propósito. Tales personas no merecen mayor respeto que un hombre de paja o un montón de basura. Valen lo que valen los caballos y los perros. Y sin embargo, se les considera normalmente buenos ciudadanos."12
El respeto a la ley no hace mejores a los ciudadanos. A veces
ocurre lo contrario: “bajo un gobierno que aprisiona injustamente,
el verdadero lugar para un hombre justo es una prisión”. Se da la
paradoja que esas leyes tan ensalzadas por los republicanos han sido
instituidas no por ciudadanos respetuosos con el orden social sino
por hombres rebeldes. La Constitución americana es hija de la
rebelión, los padres de la patria fueron rebeldes que se alzaron
contra la legalidad vigente. A mediados del siglo XIX Estados Unidos
es una democracia, pero también es un Estado que permite y legaliza
la esclavitud. ¿Qué debe hacer el ciudadano honesto? La respuesta
de Thoreau es tajante: obrar en conciencia, aunque al hacerlo vulnere
la ley; un ciudadano nunca debe “resignar su conciencia a la
legislación”.
Estos planteamientos de Bakunin y Thoreau parecen estar en la
antípodas del republicanismo, al menos del republicanismo clásico,
pues un pilar del pensamiento republicano es el imperio de la ley.
- El republicanismo del siglo XXI
¿Es posible pensar el republicanismo contemporáneo a partir de
Kant y Bakunin? A primera vista, no. La noción de libertad
de Bakunin no parece tener acomodo en la teoría republicana clásica.
Recordemos que para Kant es la ley, la constitución republicana,
quien garantiza la libertad e incluso la moralidad. Kant nos enseña
a no ser optimistas en relación a la naturaleza humana. Nada de esto
parece compatible con el derecho a la rebelión y a la desobediencia
de los que hablan Bakunin y Thoreau.
Pero, a pesar que la propuestas de Kant y Bakunin son muy
diferentes, ambas coinciden en entender la libertad como
no-dominación y esto es, según Petitt, lo esencial de la tradición
republicana. Por un lado la legalidad republicana tiene como objetivo
garantizar la libertad política y por el otro lado la revolución
anarquista tiene como meta instaurar un orden social que garantice la
libertad y la igualdad… Ambos coinciden en promover un orden social
que excluya la dominación, la arbitrariedad y la opresión. Kant
confía en el poder estatal y la fuerza de las leyes; Bakunin en el
espíritu de rebeldía y los lazos naturales de simpatía y
solidaridad. Mientras que para Kant y el republicanismo tradicional
la libertad política va de arriba a abajo, desde el orden jurídico
a las conciencias, en Bakunin es al contrario, es la solidaridad
entre conciencias insumisas la que puede y debe derrumbar el orden
social vigente y erigir una sociedad libertaria.
Creo que el republicanismo contemporáneo en relación a este tema
-hay otros aspectos muy importantes en el pensamiento republicano
como la participación política, la virtud cívica, el federalismo o la soberanía
nacional que no he tocado en esta entrada- debería ser capaz de
incorporar a la tradición anarquista y abandonar la concepción
monolítica de la ley y el derecho. Por una parte el vínculo entre
ley y libertad política es más complejo de lo que suponía Kant y,
por otra parte, el mito de una sociedad libertaria sin ordenamiento
jurídico ni coacción estatal no se sostiene en modo alguno. Si
estas dos líneas de pensamiento convergen habría de ser posible
algo así como la cuadratura del círculo: por un lado el
republicanismo no puede sin más abandonar la tesis del imperio de la
ley pues este es un punto nodal del pensamiento republicano, pero por
otro lado una sociedad que no admita el disenso y la desobediencia
civil pasa a ser una estructura autoritaria contraria a la libertad
política. Además, como nos muestran los casos de Alabama, el buen
ciudadano, es decir, el buen republicano, en ocasiones debe someterse
a ley en contra de su parecer y otras veces rebelarse y asumir las
consecuencias.
Decía Nietzsche que el objetivo de la cultura era “criar un
hombre a la que le fuera lícito hacer promesas”, esto es, un
individuo libre, autónomo y soberano que tenga el futuro en sus
manos y pueda responder por su palabra y sus actos, no un animal
doméstico sumiso y obediente, sin orgullo ni coraje e inhabilitado
para la generosidad. Tal objetivo puede y debe ser asumido por el
pensamiento republicano. La República no puede ser un rebaño de
ovejas dirigido por pastores. Pero el ciudadano libre y autónomo
tiene un peligro… puede desobedecer y rebelarse; es, hasta cierto
punto impredecible e, igual que Thoreau, pone su conciencia por encima
de la legislación. Yo creo que este es un peligro que debe ser
asumido y de alguna forma incorporado en la legislación. Podría ser
inspirador acudir a a la segunda constitución francesa, la
constitución jacobina de 1793, que en su artículo 35 dice:
“Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es, para el pueblo y para cada una de sus porciones, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes”.
El republicanismo del siglo XXI debe, pienso yo, preservar el
potencial revolucionario que tuvo en el pasado y esto pasa por asumir
la noción anarquista de libertad como autonomía y templar de algún
modo el principio del imperio de la ley porque su preeminencia
amenaza con hacer del republicanismo un enfoque acomodaticio e inane,
incapaz de ejercer un influjo emancipador en las sociedades
contemporáneas.
1 Kant,
Hacia la Paz perpetua, B26
2 Ibíd,
B24
3 Kant,
El conflicto de las facultades, Ak, VII, 87.
4 Ibíd,
Ak, VII, 91
5 Kant,
Hacia la paz perpetua, B61
6 Ibíd,
B63
7 Kant,
El conflicto de las facultades, Ak, VII, 92
8 Bakunin,
La libertad, pag 23
9 Bakunin,
Dios y Estado.
10 Bakunin,
La libertad, pag58
11 C.
Taylor, La ética de la autenticidad, 1994, pag 41
12 H.
D. Thoreau, La desobediencia civil, 1849
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