A pesar del desprestigio actual del término, conservar ha sido una de las operaciones fundamentales en la construcción de toda cultura humana. Conservar es reconocer y cuidar lo valioso, y consiste en hacerse cargo del mundo con el fin de mantenerlo en el quicio de su belleza, de su potencia, de su integridad. Al contrario, índice inequívoco de barbarie es el desprecio hacia el ser de lo que hay y, más concretamente, la indiferencia hacia la conformación tangible del lugar que nos sirve de morada. El siglo XX, en este sentido, nos ha legado innumerables ejemplos de salvajismo al someter las ciudades a una transformación brutal que, en muchos casos, terminó para siempre con la belleza que componía sus calles y edificios, y que hacía de ellas un lugar, no para solamente vivir o circular, sino para habitar. Por esta razón, la segunda mitad de ese siglo ha sido denominada por alguno“la época de la destrucción de las ciudades en tiempos de paz”, porque, hasta ese momento, sólo las guerras habían arruinado de esa manera el magnífico artefacto de buena vida que constituye la vida urbana. La bestialidad puede adoptar muchas formas, y una de ellas consiste en la voluntad de transformarlo todo, de obtener beneficio y productividad de todo en todo momento, de imponer el propio deseo en el entero campo de lo circundante sin atender a su conformación previa, al contingente sentido de su existencia, al significado y el grosor de sus formas constituidas.
Los parajes que acompañan al río Duero a su paso por Soria son, sin duda, una maravilla única y desconocida en la mayor parte de las urbes españolas. Llaman la atención por la bendita ausencia de proyectos urbanísticos que los hayan malogrado, cosa que, desgraciadamente, no se puede decir de tantos márgenes fluviales sometidos a una urbanización impudorosa. Yo, que nací y crecí en una ciudad que confinó su río tras muros de hormigón y autopistas estruendosas, creo saber lo que eso significa. La lectura de los poemas que Antonio Machado dedica al río Duero y su entorno ofrece, en este sentido, una experiencia única de continuidad y duración, de tiempo sostenido y densificado a través de la palabra, dado que no sólo vinculan con un pasado ya ido, sino que nos comunican con el presente y con la presencia. Si Machado es el poeta que cantó y contó Soria del modo más memorable, su voz no cantaba lo perdido, sino lo que aún comparece ante nosotros cuando paseamos por San Saturio, por San Prudencio, por el Cerro de los Moros. Ante el espectáculo de los alcores y la soledad de las encinas cenicientas, ante la apabullante reverberación de la espada flamígera de los chopos otoñales en las aguas, nosotros, como ayer el poeta, tenemos el privilegio de sentir cuán poderosamente se organiza la verdad cuando se hace belleza.
La proyectada urbanización del Cerro de los Moros constituye un acto de cerrilidad tan descomunal que no puede dejarnos –a los sorianos en general, a las instituciones, al Ayuntamiento, a los millones de lectores de Machado- callados. No podemos transigir con un atentado tan certero y destructor, que cambiará para siempre no sólo la fisonomía, sino la esencia misma de la ciudad. La publicidad puede querer convencernos de que plantar 1.300 viviendas en el Cerro de los Moros significa ganar un espacio urbano a partir de terreno mudo y salvaje, pero ésa es una argumentación engañosa e inaceptable: el río y sus aledaños ya pertenecen a la ciudad de Soria, ya son parte de su cuerpo vivo y concreto. El río y los cerros que lo abrazan no son un “espacio”, no son un “terreno” que ganar, sino que, hoy más que nunca, significan más bien la siniestra posibilidad de perder para siempre el corazón y la belleza de la ciudad de Soria. Dejando aparte la inane retórica anti-franquista, es ahora cuando, a casi medio siglo de la muerte del dictador, es preciso evitar que Soria emprenda el camino del desarrollismo económico franquista, responsable de aniquilar la textura histórica de tantas ciudades españolas para convertirlas en hangares levantados para amontonar gente
Todavía hay tiempo, porque el tiempo lo instituyen los poetas. Y tenemos a Machado de nuestra parte.
Publicado en el Heraldo-Diario de Soria. 19 de Noviembre de 2020.
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