A. Introducción
En la primera entrada sobre este tema intenté recoger los argumentos de algunos autores como Foucault o Butler, que son quizá las referencias filosóficas más relevantes de lo que se conoce como teoría queer, en contra de la naturalidad con la que asumimos el dimorfismo sexual. Para ellos tanto “sexo” como “género” son construcciones sociales, conceptos que están insertos en discursos y que no son naturales en ningún sentido. Me propongo en esta entrada transitar por la otra cara de la cuestión, tomando como referencia el polémico libro que los psicólogos de la Universidad de Oviedo José Errasti y Marino Pérez (en lo sucesivo E&P) han publicado recientemente (Febrero de 2022): Nadie nace en un cuerpo equivocado, que les ha acarreado acusaciones de transfobia, de violencia epistémica y boicots en las presentaciones del libro.
Las preguntas que me planteo en principio son las mismas que en la entrada anterior: ¿sexo y género son categorías diferentes? ¿designan dos realidades diferenciadas o están tan imbricados (el sexo y el género) que no es posible una separación conceptual? La respuesta a estas cuestiones nos servirá para entender mejor la disforia de género y hacer una valoración de la terapia afirmativa que se suele aplicar en estos casos.
B. Los conceptos de sexo y género.
En la anterior entrada vimos como para Wittig el sexo no es más que una ficción lingüística generada por el discurso de la heteronormatividad y para Foucault el sexo es una categoría del discurso de la sexualidad, discurso que nace en el siglo XVIII. Pero ¿en verdad es esto así? La categoría de sexo, contra lo que afirma Foucault, parece trascender el discurso sobre la sexualidad porque en la totalidad de sociedades humanas los recién nacidos son considerados de sexo femenino o masculino tras observar los órganos genitales con los que han nacido. En todos los lugares y en todas las épocas históricas y de manera muy sencilla. No se conoce excepción a la regla de que en todos los lenguajes hay una expresión para indicar “ha sido niño” o “ha sido niña” después del parto. De este modo se constata el sexo de recién nacido, no se le asigna un sexo u otro de manera arbitraria, de ahí el enorme porcentaje de acierto. Entonces ¿por qué resulta difícil dar una definición satisfactoria de “sexo”? E&P dicen que en realidad no es complicado, solo en algunos contextos y en las últimas décadas se ha presentado esta dificultad. Lo habitual siempre ha sido comprender la diferencia sexual de forma muy simple. ¿Qué ha cambiado entonces? E&P sostienen, esta es la tesis principal del libro, que la sexualidad siempre ha estado ligada a la reproducción y que es la desconexión entre el sexo y la función reproductiva lo que está en el origen de la ambigüedad del concepto y la perplejidad de nuestra época.
“El sexo no trata sobre esencias, experiencias íntimas o identificaciones. El sexo tiene que ver con la reproducción (…) La reproducción es una función tan importante que no hay cultura que, de una u otra forma, en función de sus propias circunstancias no reconozca de alguna manera a mujeres y varones para ir encaminándolos ya desde bebés hacia los estereotipos que cada sociedad practica en relación a ambas funciones sexuales.”i (i)
Siempre se ha comprendido al sexo en relación a la reproducción. Después vendrá la biología a hablar de genes y cromosomas para explicar la función reproductiva del sexo; pero del mismo modo que podemos usar y usamos las categorías día y noche sin saber nada de astronomía, todas las culturas han distinguido dos sexos aún sin saber exactamente cómo funciona el mecanismo de la reproducción.
E&P nos proponen un experimento mental: imaginemos que la comida pierde su relación con la nutrición. Comemos para alimentarnos, pero es evidente que nuestra relación con la comida va mucho más allá: es un placer, un arte, un hábito social, marca nuestra vida cotidiana, es un elemento fundamental en las celebraciones, etc. Ahora imaginemos que podemos nutrir al cuerpo con unas pastillas o lo que sea, de tal manera que pudiéramos vivir saludablemente sin necesidad de comer. ¿Cómo sería entonces nuestra relación con la comida? ¿Comeríamos a pesar de no ser imprescindible? Probablemente sí; porque, como antes hemos señalado, la comida es un placer, pero nuestra relación con la comida cambiaría de manera sustancial, la comida dejaría de ser algo natural. Pues bien, dicen E&P, esto es justo lo que ha ocurrido con el sexo: al perder su conexión con la reproducción se vuelve complejo y problemático. Pero hasta hace relativamente poco no había problema alguno: comemos para alimentarnos, dormimos para descansar… y tenemos relaciones sexuales para reproducirnos.
Antes de proseguir con esta línea de argumentación, es importante adelantarse a un posible malentendido: es evidente que la desconexión ente el sexo y la reproducción, gracias a la proliferación de métodos anticonceptivos, ha traído consigo ventajas y avances sociales en la cultura occidental a los que no estamos dispuestos a renunciar, como la revolución sexual, la liberación de la mujer, etc; y esto E&P lo reconocen expresamente. Pero, y está es la cuestión que ahora nos interesa, ha problematizado el sexo. El mundo contemporáneo se caracteriza porque el sexo está desquiciado, ha perdido el quicio, no tiene gozne sobre el que descansar (la reproducción) y gira sobre sí mismo.
Para salir de este atolladero conviene dar un paso atrás y ver esta cuestión con más perspectiva. El carácter binario del sexo no lo determinan las características de los genitales, como denuncian los postestructuralistas, pero sí lo determina su función evolutiva: uno fecunda y otro gesta. Hay dos tipos de gametos: unos pequeños, móviles y poco valiosos y otros grandes (en proporción a los primeros), poco móviles y escasos. En la reproducción sexual el macho aporta los primeros y la hembra los segundos, el macho fecunda y la hembra gesta. No hay más funciones, no hay un tercer gameto, tampoco hay un “continuo”, ni un un “espectro”. Por ello:
“Lo que determina el sexo de un individuo es la función que cumple en la reproducción sexual anisogámica, es decir, el tipo de gameto que aporta en la reproducción.”ii (ii)
“¿Y qué pasa con las personas intersexuales?”replican los activistas queer. Las mal llamadas personas intersexuales, responden E&P, son personas, varones o mujeres, que padecen algún síndrome, como el de Turner o Klinefelter, pero no están “entre” el sexo masculino o femenino. “Intersexualidad” es una etiqueta confusa que agrupa a una serie (discreta, no continua) de síndromes diversos que afectan a individuos sexuados. En sentido estricto no existe la intersexualidad porque no existen los intergametos, las células sexuales o son espermatozoides o son óvulos. Que haya un pequeño porcentaje de personas cuyos órganos genitales no encajan bien en ninguno de los dos tipos no debería sorprendernos más que la variabilidad que podemos encontrar en la especie humana en relación al sistema locomotor o circulatorio. Nadie negará que la especie humana es bípeda, que tiene cinco dedos en cada mano o cuatro cavidades en el corazón a pesar de que haya un pequeño porcentaje de personas que no cumple con alguna de estas características. Pues con el sexo ocurre lo mismo. El dimorfismo sexual, por tanto, sigue en pie... otra cosa es el género.
En español “género” tiene un valor inicialmente lingüístico, referido a categorías gramaticales propias de sustantivos, adjetivos, pronombres y artículos que deben concordar entre sí. En cambio la palabra inglesa “gender” siempre tuvo un significado más amplio y hace referencia también a los dos sexos en los que se divide la especie humana. En cualquier caso hasta la llegada del feminismo no se plantea diferencia alguna entre sexo y género porque se da por hecho que los aspectos culturales y sociales derivados del sexo son una prolongación natural de las diferencia biológicas.
Parece ser que la activista norteamericana Gayle Rubin, a mediados de los años setenta, fue la primera en utilizar el término “gender” para usarlo como un concepto con un significado propio para designar el carácter cultural -no natural- de todas las construcciones sociales que perpetúan las desigualdades profundas entre varones y mujeres. En aquel momento el feminismo acentuó la diferencia entre una realidad biológica fija e indiscutible, el sexo, y una construcción social al servicio del orden patriarcal, el género. Esta distinción tenía un alcance crítico: se trataba de denunciar la falacia naturalista que justifica la discriminación social amparándose en la diferencia biológica.
Para este primer feminismo, que para distinguirlo de otras olas posteriores vamos a denominar feminismo político, el sexo es binario, pero el género no tiene por qué serlo. Con la llegada de la teoría queer a finales del siglo pasado se produce un movimiento regresivo a la etapa anterior en la que el sexo y el género se entremezclaban de forma confusa y, finalmente, llegamos a la situación actual en la que el género eclipsa al sexo y el feminismo (o una parte) transmuta a generismo; el sexo va a ser entendido como una realidad subordinada al género y conformada con su misma lógica.
¿Cómo ha sido posible este cambio tan radical en tan corto periodo de tiempo? Desde luego porque la sociedad ha cambiado profundamente, porque, como decía Bauman (y antes de él, Marx), vivimos en una sociedad líquida que se rebela ante todo lo sólido (la normatividad de género binaria, por ejemplo). Por apuntar un único análisis que no se sale de la línea argumental que estamos siguiendo, cabe mencionar la tesis de Amelia Valcárcel según la cual la perplejidad de nuestra época proviene del derrumbe de los estereotipos de género: las normas de género, que indican a cada sexo qué hacer y cómo comportarse en una situación determinada, que rigen en una “civilización feminista” están “fragilizadas” hasta el punto de estar hechas añicos. Ante este panorama caben dos repuestas: la del feminismo político que acepta esta situación y se congratula de esta debilidad pues entiende que las normas de género han sido tradicionalmente y siguen siendo los instrumentos de opresión de una sociedad patriarcal y la del generismo queer que, ante el derrumbe de la institución social de la heteronormatividad, interioriza el genero y lo instituye como nueva verdad.
El problema del generismo, según Valcárcel, es que reproduce la lógica sexista. Por ejemplo, si en el pasado un niño que se pintaba las uñas debía ajustar su género a su sexo y, por tanto, cambiar su modo de comportarse, para el generismo contemporáneo el mismo niño debería adaptar su sexo al género que ha elegido. Esto no es una exageración, en la actualidad cada vez más madres y padres optan por lo que llaman una crianza sin género (ver artículo). Se trataría de dejar de imponer al bebe roles o marcas de género que están asentados en lógicas patriarcales, a la espera de que la criatura descubra su género siguiendo sus propios tiempos y desarrollo evolutivo. A primera vista no hay nada de malo en ello, tanto feministas como generistas estarían de acuerdo: no se debe coaccionar a un niño para que se comporte conforme a ciertos estereotipos. La diferencia estriba en que para el generismo queer antes de la autodeterminación de género el infante es un ser humano incompleto, no es una persona sexuada, no es ni un niño ni una niña. Por ello conviene empezar eligiendo un nombre que no se considere ni masculino ni femenino para el bebé y utilizar con el “hije” un lenguaje con género neutro, vestirle con ropa variada (de niño y niña) a la espera de que el “niñe” elija “libremente” en el futuro su identidad y se convierta entonces en un ser humano completo.
Pero el sexo, según E&P, no se elige, tampoco se asigna, simplemente se constata.
C. La disforia de género
La disforia de género ha sido hasta hace poco tiempo un problema marginal que afectaba a un porcentaje muy reducido de adultos. Pero ahora es un trastorno muy importante, estamos hablando de aumentos de más de un 1000% en la última década y afecta a niños y niñas de 8 años y menos. Como todo el mundo sabe a esas alturas la disforia de genero designa un... vamos a llamarle “problema”, pues no hay un acuerdo acerca de si es o no una patología, que consiste en no encajar en el propio cuerpo, de “sentir” un género que no corresponde con las características de los genitales propios. Además, en una nueva vuelta de tuerca la ginecóloga estadounidense Lisa Litman describe en 2018 por primera vez lo que llama disforia de género de comienzo rápido o ROGD (rapid-onset of gender dysphoria): de repente un niño dice que se siente niña o viceversa.
E&P repiten reiteradamente en su libro que el problema de la disforia de género es real y que la labor de todos, especialmente de los psicólogos y psiquiatras, es comprender y ayudar a las personas que lo padecen (aunque este reconocimiento no les ha librado de recibir constantes y, en mi opinión, injustas acusaciones de transfobia). Pero no siempre se ayuda a alguien reconociendo su interpretación de lo que le pasa. Los sentimientos son reales, el sufrimiento también, pero es posible que la explicación de la disforia sea conceptualmente equivocada.
“no estamos negando que la disforia de género declarada y sentida por niños y adolescentes no sea un hecho real. Lo que planteamos es cómo se ha hecho real”iii (iii)
Los sentimientos de las personas con disforia son reales pero no son independientes del mundo en el que vivimos. Es el mundo moderno quien está detrás de estos sentimientos antaño muy minoritarios, por tanto las respuestas a las preguntas que nos planteamos sobre la disforia no están en el interior de las personas sino en el exterior, afirman E&P. Pero esta no es la explicación habitual que promueve el generismo queer. La explicación habitual es la que, de manera provocativa, sin duda, E&P niegan en el titulo de su libro; una persona con disforia, dicen los activistas trans, es aquella que ha nacido en un cuerpo equivocado. Esta es la narrativa más socorrida detrás de la cual se esconde el dualismo antropológico más rancio: solo puedo estar en un cuerpo equivocado si “yo” soy algo distinto del cuerpo, es decir, si, como decía San Agustín, “yo” soy un alma encarcelada en un cuerpo. La identidad sentida viene a ser ahora el alma inmaterial y, en ocasiones, el cuerpo en el que estoy atrapado no es el que me corresponde. Pero, sostienen E&P en el título de su libro: nadie está atrapado en un cuerpo equivocado. Este es un concepto “equivocado”, un eslogan fácil, un mantra.
“Nadie nace en un cuerpo equivocado, sin que esta afirmación suponga negar la realidad expresada de esa manera. No sería el cuerpo equivocado donde uno está atrapado, sino en los discursos y normas que regulan y desregulan la identidad de género.”iv (iv)
Lo curioso de este asunto es que la tesis de E&P según la cual estamos atrapados en “discursos y normas que regulan y desregulan la identidad de género”, de tal modo que eso que llamamos “identidad” no nace en el interior de nuestra alma sino que, por el contrario, es el resultado de un proceso de interiorización y asimilación de discursos y normas sociales... ¡es precisamente la tesis de Judith Butler, la filósofa más importante de la teoría queer! ¿Cómo es posible esto? A mi modo de ver conviene distinguir entre activismo y teoría queer, al menos la obra de Butler que es la que conozco un poco. Cuando E&P formulan esta crítica contra la teoría queer, hasta el punto en que pasa a ser el título del libro, están utilizando una variante de la falacia del hombre de paja: el concepto de “identidad sentida” u otro similar no aparece en la obra de Butler. Ella nunca afirma que el género “se elige” o que lo que la identidad de género dependa del “sentimiento”. Sin embargo pienso que Butler es responsable de esta mala interpretación. Sus libros están fuera del alcance de los adolescentes por su dificultad y me atrevería a decir que tampoco son leídos por la mayoría de los activistas trans; pero ella no puede ser ajena a esta interpretación que se hace de su obra. Si Butler se mantiene en lo que afirma en sus libros más importantes (al menos El género en disputa y Cuerpos que importan, que son los que yo he leído) debería marcar distancias con la propaganda del movimiento queer; y si coincide con los activistas debería elaborar una nueva propuesta teórica, pues ella ha de ser consciente del desajuste y hasta la contradicción entre lo que dice en su obra escrita y la información que les llega a los jóvenes y adolescentes.
D. La terapia afirmativa.
E&P reconocen en su libro que para muchos jóvenes con disforia que soportan un malestar duradero y persistente la transición puede ser una solución; lo preocupante es el discurso único que consiste en presentar la transición como la única opción, especialmente en los casos ROGD. Porque el activismo queer promueve siempre un enfoque afirmativo, es decir, defienden que el procedimiento con los niños y adolescentes con disforia ha de ser confirmar en todos los casos la identidad sentida e iniciar cuanto antes es proceso de transición de género mediante un tratamiento fármaco-quirúrgico. Pero esta solución es drástica e irreversible. No estaría mal, sostienen E&P, aplicar el principio de prudencia y valorar otras alternativas. El cuerpo, como sabemos, es un campo de batalla para todos los adolescentes. Por eso el diagnostico de disforia de género es sumamente arriesgado. Un hecho incontestable es que el malestar psicológico, que siempre ha estado presente especialmente en la adolescencia, se manifiesta ahora, en un porcentaje nada despreciable, como disforia de género, cuando hace unos pocos años el malestar adoptaba otras formas: ansiedad, depresión, crisis de la adolescencia, crisis de orientación sexual, Asperger, anorexia, etc. Las preguntas que deberíamos plantearnos son del tipo: ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Acaso antes no había casos de disforia o es que no se diagnosticaban correctamente? A este respecto me parecen especialmente perspicaces y poco frecuentes las palabras de una persona trans, Miguel Missé, sobre su propia experiencia:
“la experiencia trans es una solución posible frente a un malestar y la clave es fijarnos en el malestar. Ése es el enemigo a batir: si logramos reducir el malestar, se reducirá también la necesidad de transición. Es decir que una sociedad en la que existen personas trans no es precisamente mi ideal utópico; cuando hay transexualidad es porque hay malestar, es un síntoma de la rigidez de las categorías de género”v (v)
Algunos datos son, cuanto menos, inquietantes. Por ejemplo, un porcentaje significativo de chicas que transicionaron en Suecia desde 2010 padecían trastornos del espectro autista. ¿No será esto indicativo de que quizá el malestar que sufren estas chicas no está directamente vinculado con la identidad de género sino que obedece a otras causas? Además el porcentaje de chicas que transicionan a chicos es considerable más alto que el de chicos que transicionan a chicas. ¿Por qué? Por otra parte existen “arrepentidos” o destransicionistas, (sobretodo mujeres que transicionaron a varones) que son marginados y humillados en las redes sociales. Es un problema cuya magnitud no se conoce aún porque los investigadores que han intentado abordarlo se han encontrado con todo tipo de trabas e impedimentos como se puede ver en el documental The Tras train. El problema, que ya hemos comentado, es que el origen del sufrimiento puede ser otro y la transición es una decisión irreversible, especialmente para las chicas (masectomía, suplementación hormonal de por vida, voz grave y vello facial) con efectos a la largo plazo, como la osteoporosis, que son en gran medida desconocidos. Por ello ante la falta de evidencia científica de mejora en la salud mental con la terapia fármaco-quirúrgica sería aconsejable el principio de prudencia, porque después de la transición los problemas de ansiedad siguen ahí. Como dice Miguel Missé: “El cuerpo es el lugar en le que se expresa el malestar, pero no es la fuente del malestar trans.”vi (vi)
¿Entonces por qué se mantiene el enfoque afirmativo como única opción? E&P contestan que la principal razón es el miedo a ser acusado de transfobia. Pero existen alternativas: espera atenta, psicoterapia exploratoria, evaluación psicológica, etc. La estrategia tendenciosa del activismo trans consiste en descalificar como “terapia de conversión” todo lo que sea resistirse al enfoque afirmativo. Además, de manera más o menos explícita, se chantajea a las familias: o transicionar o enfrentarse a la posibilidad de un suicidio. Y lo peor es que los niños y adolescentes leen estos textos e interiorizan el dilema con lo cual, al menos en alguna ocasión, estamos ante casos de profecía autocumplida.
E. Comentario.
El libro de E&P se articula en torno a dos tesis. Primera: el sexo es diferente al género y está vinculado con la reproducción. Segunda: la disforia de género es un problema social más que de identidad personal.
En relación a la primera tesis creo que la respuesta a la pregunta por el sexo depende de las coordenadas filosóficas desde las que pensamos y no hay un criterio objetivo que determine cual es la posición correcta desde la cual pensar. Si pensamos desde una posición realista, según la cual habitamos en un mundo que no depende de nosotros pero que, al menos de forma parcial, podemos conocer, entonces tienen razón E&P: el sexo es una categoría muy diferente a al género. Pero justo esta posibilidad es la que niega el pensamiento posmoderno; según ellos no hay accedemos a las cosas en sí y todo nuestro mundo está mediado por discursos o juegos del lenguaje. Para los realistas, entre los que me incluyo, el cuerpo humano está sexuado de manera binaria del mismo modo que hay cinco, y no otro número, de poliedros regulares; son hechos que podemos conocer pero no dependen de nuestra voluntad. En cambio para el generismo queer todos los conceptos son construcciones sociales que alcanzan un significado en el seno de un discurso; desde esta perspectiva sexo y género convergen y se confunden.
En relación la segunda tesis (la que afirma que la disforia de género es una enfermedad social) tengo poco que matizar a lo aportado por E&P. Creo que tienen toda la razón. Lo que merece un breve comentario es la importancia de la “identidad” en nuestros tiempos porque la pregunta acerca del propio género no es más que una variante de la pregunta más general “¿quién soy yo?”. Vivimos en una sociedad neoliberal que fomenta el narcisismo, donde la necesidad de individualizarse, de destacar, de ser “uno mismo”, es tal que quien no se salga del rebaño no merece consideración alguna. La paradoja es que, de este modo, se crea un nuevo rebaño de mónadas aisladas, cerradas sobre sí mismas, que llevan una vida infeliz por carecer de un vínculo social. Nada puede comprenderse acerca de la disforia de género desde un punto de vista estrictamente psicológico sin partir de un análisis sociológico del mundo contemporáneo.
De todas formas no se puede negar que la pregunta por la identidad tal y como la formula la teoría queer es filosóficamente fértil en la medida en que cuestiona el orden categorial establecido que aceptamos de manera acrítica. Problematizar lo dado, aquello que naturalizamos y no nos paramos a pensar (¿qué es ser mujer o varón?) y cuestionar determinadas prerrogativas vinculadas al género son efectos filosóficamente saludables de la teoría queer. El problema es cuando se salta de la reflexión teórica a instigar tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas para menores con problemas psicológicos cuyas consecuencias son irreversibles y los efectos a largo plazo desconocidos.
Referencias:
i José Errasti y Marino Pérez, Nadie nace en un cuerpo equivocado, (2022), pag 30.
ii Íbid, 40
iii Íbid, 200
iv Íbid, 283
v Miguel Missé, A la conquista del cuerpo equivocado, (2018), pag 53
vi Íbid, 118
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