La revolución digital ha añadido un interesante elemento a este relato. Por supuesto que nadie pensaría que las redes sociales forman parte del «ocio», el tiempo de descanso que permite continuar con esa muerte diferida. Al contrario, de nuestra interacción en redes podría decirse lo mismo que Clausewitz decía de la política, que es la continuación de la guerra por otros medios, la continuación del trabajo por otros medios. Ya es un aspecto cotidiano de nuestras vidas el usar las redes en el trabajo, con nuestros amigos, con nuestras familias, y en cualquier ámbito que se nos ofrezca. Como si, como pluriempleados, tuviéramos un segundo trabajo después del trabajo, al que le dedicásemos nuestras vacaciones y le robásemos tiempo a nuestras obligaciones. Hay adolescentes que, en el instituto, en lugar de prestar atención a las actividades del aula, dedican toda su atención a sus redes. Y el problema es que sus resultados, al final, no difieren gran cosa de los que no lo hacen. Por eso, podemos decir con Baudrillard, que el mundo digital es también una muerte diferida. Y su contrario, evidentemente, tampoco es un paraíso sin móviles, mirándonos a los ojos para relacionarnos, apreciando todos los matices «reales» del mundo que nos rodea, prestando atención a los «pequeños detalles», etc. Seamos francos, esas son las vacaciones de unos cuantos pijos que pueden irse a paraísos de desconexión, en hoteles idílicos, al borde de un fiordo, o en un atolón de polinesia, para follar con pijas con rastas y presumir de la redescubierta «conexión» con la naturaleza. Si al menos hubieran leído a Žižek, sabrían que la naturaleza es una mierda pinchada en un palo y ese encuentro les habría arrasado.
Lo otro de la muerte lenta en las redes, igual que en el trabajo, es el sacrificio, la muerte del sujeto. Dicho de otro modo: la locura. Si mañana hubiera una tormenta solar que arrasase la posibilidad de mantener las tecnologías de la información, el resultado no sería que saldríamos todos a la calle, con cierto temor y emoción, a recuperar el olor de las margaritas y mirarnos, por fin a los ojos maravillosos de las personas que estalqueamos en internet. Intuyo que el efecto primero y más inmediato, es que se acabarían todos los stoks mundiales de ansiolíticos, antipsicóticos y antidepresivos. Y, en lugar de multitudes de personas recuperando la experiencia única de vivir, lo que obtendríamos son millones de personas teniendo la experiencia sacrificial de morir en vida. Así que no se pueden abandonar las redes de cualquier modo, debes disponer de un trabajo extenuante que te permita ir muriendo lentamente para poder hacerlo. Por eso, algunas personas, a veces tienen ganas de que llegue septiembre.
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