Es sabido que el neoliberalismo de Hayek esgrimió, desde su primeras formulaciones, una autojustificación que no carece de plausibilidad: se trataría de describir, comprender y defender los modos en que la sociedad contemporánea, desde sus dinámicas intrínsecas de auto-organización, puede habilitar defensas efectivas contra el abuso de poder ejercido por los Estados y, en última instancia, contra el perfeccionamiento definitivo de este dominio tal y como cristalizó en los totalitarismos estalinista o nacionalsocialista.
De acuerdo con la propuesta hayekiana, sólo el mecanismo de la competencia, tal y como se plasma en la mecánica del libre mercado, es capaz de poner coto a la expansión totalitaria del poder y, por esta razón, la vida íntegra de una sociedad libre debería adoptar la forma de un mercado, sin importar de qué subsistema social se trate en cada caso: ya se trate del ámbito estricto de las decisiones económicas, ya de los sistemas de previsión social (como los seguros sociales, el subsidio de desempleo o la asistencia sanitaria), ya de aquellos asuntos comunes que exigen la toma de decisiones políticas, sólo la existencia de un marco de competencia libre como el existente en el mercado puede garantizar que el poder estatal no se expanda hasta colmar sus ambiciones inevitables de ocuparlo y controlarlo todo.
Lo llamativo del desarrollo de esta propuesta es que, procurando escapar a la dialéctica de la expansión estatal totalitaria, Hayek se ve empujado a aceptar, si no los medios, si los objetivos últimos que agitaron con frecuencia a los movimientos totalitarios. Por decirlo con otras palabras: si bien Hayek aborrece de la ampliación ilimitada del poder estatal, parece bendecir los fines a los que esta ampliación servía. Detesta, por ejemplo, que el Estado pueda decidir acerca de la vida y la muerte, pero sólo para asumir que sean los mecanismos "ciegos" del mercado los que lo hagan. En este sentido, la firme oposición hayekiana al totalitarismo nazi no le exime de defender, en última instancia, una concepción de la sociedad gobernada por valores irresistiblemente similares. ¿No se resuelven en lo mismo los ideales de eficacia y provecho económico que los de pureza biológica y selección de la raza? ¿No suponen ambas propuestas la misma obsesión por devolver las comunidades humanas al gobierno exclusivo de las fuerzas y "leyes", incontestables, de la naturaleza? Cuando Hayek dice "mercado", efectivamente, debemos entender que está diciendo "naturaleza", y aquí radica la clave de un posible hermanamiento con aquello que pretende aborrecer.
Estas líneas viene a cuento por la lectura de la propuesta que realiza Hayek en torno a la asistencia sanitaria "gratuita" en la utopía neoliberal que él propugna, y que, en muchos rasgos identificables, viene a ser algo así como un totalitarismo sin Estado, un totalitarismo sin política, un totalitarismo de la naturaleza-mercado al que sólo le falta apelar a la "muerte compasiva" a la que apelaron los nazis:
"Es posible que la medida parezca incluso cruel, pero beneficiaría al conjunto del género humano si, dentro del sistema de gratuidad [sanitaria], los seres de mayor capacidad productiva fueran atendidos con preferencia, dejándose de lado a los ancianos incurables. Bajo el aludido sistema (de sanidad) estatificado suele suceder que quienes pronto podrían reintegrarse a sus actividades se vean a ello imposibilitados por tener que esperar largo tiempo a causa de hallarse abarrotadas las instalaciones médicas por gentes que ya nunca podrán trabajar" Hayek, F., Los fundamentos de la libertad, p. 404
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