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viernes, 4 de octubre de 2024

Del darwinismo a la erradicación de la política (I).
Borja Lucena

1- Uno de los soportes teórico decisivos del neoliberalismo de Hayek es el darwinismo y, concretamente, la idea de una selección natural que, al igual que el desenvolvimiento del reino zoológico, regula de manera inmanente los asuntos humanos. De esta manera, la consistencia de las acciones humanas es velada por una trama opaca nunca cognoscibles para los hombres, que sólo pueden advertir el éxito o fracaso finales de las acciones que llevan a cabo. Las instituciones, las costumbres, las prácticas y leyes pugnan por persistir en un medio determinado, y sólo las más aptas son seleccionadas, sin intervención de los designios conscientes humanos. No hay distinción, a estos efectos, entre los organismos naturales y las realidades debidas a la acción humana.

2- El escepticismo hacia los designios o metas que guían la acción sostiene la inclinación hayekiana hacia un darwinismo que afirma la inanidad de la política apelando a la ignorancia sobre los procesos sociales y a la necesidad de depositar en los individuos –en los individuos exclusivamente- la búsqueda de respuestas y soluciones ante las circunstancias cambiantes. Al contrario de, por ejemplo, Hannah Arendt, la ignorancia sobre los resultados no es asumida como elemento insustituible y constituyente de la acción política sino señalada, más bien, como refutación de cualquier tentación de apelar a ésta. Tanto las acciones individuales como las realizadas junto a otros se ejercitan desde la ceguera hacia las consecuencias; no obstante, existe una diferencia decisiva en el marco de esta ceguera: antes que acordar un curso de acción común, Hayek piensa que la única posibilidad de hallar respuestas apropiadas a las situaciones siempre cambiantes de la vida compartida es multiplicar las acciones individuales a modo de constantes ensayos que, aunque abocados en la mayor parte al error, puedan, en algún caso, hallar una acción correcta, es decir, exitosa. Lo fundamental, por lo tanto, es reducir al máximo el ámbito de decisiones comunes, pues sólo la proliferación de líneas de conducta individuales acerca probabilísticamente a una acción que no esté abocada al fracaso. "La combinación de conocimientos y aptitud que lleva al éxito no es fruto de una deliberación común de gentes que buscan una solución a su problema mediante un esfuerzo conjunto (...) confiamos en los esfuerzos independientes y competitivos de muchos para la prevención de las necesidades que nos salen al paso" (Hayek, F.A., Los fundamentos de la libertad, p. 56). En esta coyuntura, lo común es pensado sólo como acallamiento totalitario de lo individual y de sus ínsitas e ilimitadas posibilidades de invención de soluciones.

3- La ontología política de Hayek se organiza sobre la disolución de todo horizonte referido a lo común, pues aquello que rebasa el ámbito de lo individual sólo puede ser percibido como obstáculo del libre decurso de trayectorias puntuales. En otras palabras: la política, en tanto que acción compartida que trasciende las decisiones puramente individuales, es esencialmente y en sí misma totalitaria y, en consecuencia, ha de ser eliminada de la trama de los asuntos humanos. Milton Friedman lo advierte con claridad cuando subraya que las decisiones políticas siempre implican el avasallamiento de alguna de las posiciones en pugna, mientras que sólo el mercado está en condiciones de satisfacer a la integridad de los participantes y sus elecciones: “La función del mercado es permitir la unanimidad sin conformidad, [lo] que es un sistema de representación efectivamente proporcional” (Friedman, M., Capitalismo y libertad, p. 63). Frente a la proporcionalidad “efectiva” del mercado, la proporcionalidad de un sistema político es siempre fallida, dado que el resultado final termina por hacerla estallar, extendiendo universalmente decisiones particulares que no tienen por qué ser compartidas por todos los implicados. El mercado, en consecuencia, es el único sistema que contempla, respeta y fomenta las diferencias, como gustan de decir los posmodernos; es “el orden espontáneo (...) [que], al ser independiente de cualquier objetivo particular, permite y favorece la consecución de muchos objetivos individuales, diferentes, divergentes e incluso contrapuestos. Por eso el orden de mercado, en particular, no se basa en objetivos comunes, sino sobre la composición de objetivos diversos en beneficio recíproco de sus miembros” (Hayek, F. A., Principios de un orden social liberal, 11, p. 30). En esta coyuntura, el mercado se levanta, no sólo como instancia de utilidad, sino como poder salvífico capaz de conjurar los riesgos que sobre la existencia humana proyecta la tentación de organizar políticamente la vida en común.

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