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viernes, 11 de octubre de 2024

Del darwinismo a la erradicación de la política (II)
Borja Lucena

4- El político solicitado en la obra de Hayek es ya legión. Se define por el desarrollo de prácticas dirigidas, no a abrir la novedad de la acción concertada o la deliberación en el seno de la vida social, sino, más bien, a erradicar todo conato de propuesta política ante las tareas que aquélla constantemente plantea. Adquiere, de este modo, la paradójica figura del que, desde el poder político, se esfuerza por anular lo político mismo, reducirlo a su expresión mínima, subordinarlo a las exigencias de la gestión, la eficacia, el bienestar, la creación de riqueza y los requerimientos que ésta prescribe. Lo que de la iniciativa de un político se pide es que despeje el espacio en el que el mercado está en condiciones de organizar el campo totalizado de la vida en común, supliendo, de este modo, a los problemáticos procedimientos políticos. “Lo que hace el mercado es reducir en gran medida la gama de problemas que deben decidirse mediante medios políticos” (Friedman, M., Capitalismo y libertad, p. 53). El político -lo político mismo- ha de abandonar la totalidad, lo común, en tanto que destino de su acción, pero eso no quiere decir que su iniciativa desaparezca; se reduce en su campo de aplicación, pero gana en fuerza e intensidad. La política, de este modo, se redefine, desplazándose desde el ámbito de la acción humana y sus posibilidades al de la instauración de las condiciones de posibilidad de un mercado de funcionamiento auto-regulado.

5- Frente al mito del anarquismo neoliberal, lo cierto es que el Estado propugnado por Hayek se contrae sólo para reunir una potencia mayor sobre el punto crucial desde el que ha de estructurarse la integridad de la vida en común: el marco jurídico, institucional y práctico que dispone a la competencia como ley universal del comportamiento humano: “(…) la economía de mercado presupone la adopción de ciertas medidas por el poder público” (Hayek, F.A., los fundamentos de la libertad, p. 307). Hayek rompe el dualismo fetichista de los liberales clásicos, que sólo concebían un dilema esencial: o economía dirigida o total eliminación de la intervención del Estado. El gran poder de su reflexión radica en la ingeniosa habilidad con la que rompe esa antítesis engañosa. El Estado no debe abandonar los instrumentos de la intervención, sino dirigirlos – agresivamente, sin contemplaciones para con lo existente- hacia la racionalización del espacio social. Para que no existan obstáculos al movimiento de individuos, bienes, servicios o prestaciones mutuas el espacio de la vida en común ha de ser alisado, despojado de las rugosidades sedimentadas por obra de la costumbre y los modos arcaicos de vida, despejado de impedimentos, fluidificado hasta la disolución de todo grumo que trabe la libre e indeterminada circulación. En palabras de Hayek, “hay una diferencia completa entre crear deliberadamente un sistema dentro del cual la competencia opere de la manera más beneficiosa posible y aceptar pasivamente las instituciones tal como son. Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez-faire” (Hayek, F. A., Camino de servidumbre, p. 47). Como efecto de la contundencia ejecutiva en el aseguramiento y fijación del marco de posibilidad de la sola actuación de las fuerzas de la competencia, la intervención decidida del Estado levanta una esfera donde no pueda existir ya posibilidad de intervención (política), pero que exige una constante intervención del poder administrativo, regulativo, policial y burocrático que mantenga esa esfera libre de intervención (política). La refutación de la planificación “socialista” de la economía no implica la renuncia al poder e intervención del Estado, sólo señala y acota la dirección de esta intervención con la intención de suministrarle completa eficacia. “(…) no hay Estado que no tenga que actuar” (ibídem, p. 113), dado que “estas funciones coactivas del gobierno (...) son las que están encaminadas a la preservación de un orden de mercado que funcione (…) asegurar el nivel de competencia que exige un eficaz funcionamiento del mercado” (Hayek, F.A., Principios de un orden social liberal, 53, p. 50).

6- Es sorprendente, no obstante, cómo Hayek deja en suspenso su propio principio evolucionista al exigir del poder del Estado la erradicación de los obstáculos y barreras que, tradicionalmente, todas las sociedades humanas, y, específicamente las europeas, habían levantado contra la expansión ilimitada de los mercados. Si bien asegura que las instituciones humanas obedecen a la lógica de la selección natural, no se pregunta por qué las sociedades históricas habían introducido esos impedimentos al libre desenvolvimiento de las fuerzas propiamente mercantiles, ni tampoco por qué esos frenos obtuvieron un refrendo exitoso durante milenios. De esta tarea se hará cargo Karl Polanyi, quien, en "La gran transformación" ya advirtió cómo fue precisamente el desarrollo espontáneo de la vida comunitaria lo que condujo secularmente a regular y encerrar en límites la natural potencia expansiva de la riqueza y las fuerzas productivas.

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