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miércoles, 13 de noviembre de 2024

El neoliberalismo de Hayek y la erradicación de la política (III)
Borja Lucena

1- Una poderosa nostalgia agita íntegra e internamente el pensamiento de Hayek. Es la nostalgia de la naturaleza. Todo el edificio neoliberal, esforzadamente revestido de convincentes argumentaciones y notables esfuerzos teóricos, se descubre a veces como el inconsolable deseo de una vida en común que no requiera de decisiones políticas y no pague el alto precio de éstas; una vida en común que, antes de desenvolverse en torno a deliberaciones y decisiones problemáticas o contingentes, obedezca a la estructura profunda de un devenir gobernado por la necesidad natural.

Hayek es dolorosamente consciente de que “decidir” significa “partir”, de que toda elección política quiebra la unidad inconsciente y amable del cuerpo social e inaugura el espacio de alguna confrontación. La política exhibe el signo de la discordia y, por esa razón, el pensador neoliberal añora el funcionamiento automático de las leyes cósmicas, la distribución impersonal de fuerzas y equilibrios que tejen la continuidad y la indiferencia del universo. Esta fijación histérica en la evitación del conflicto marca, quizás, el verdadero punto de fuga de toda la composición teórica de Hayek, para quien la política se halla dolorosamente unida a la fractura y el enfrentamiento. La política, en consecuencia, no señala el lugar de una libertad que tenga cabida esencial en la conceptualización hayekiana de la "libertad individual", sino, más bien, un obstáculo evitable; la "libertad individual" obedece, de este modo, a una operación de recorte, de abstracción y apartamiento con respecto a las libertades concretas y operativas que sólo una comunidad política, dotada de instituciones y leyes convenientes, puede habilitar. La posición de hayek es inequívoca: "(...) nadie necesita participar de dicha libertad colectiva para ser libre como individuo" ("Los fundamentos de la libertad", p. 35)

El pensador austríaco no supo liberarse de la personal y parcialmente comprensible percepción del aparente exacerbamiento de la política que, a su parecer, había desembocado finalmente en los grandes totalitarismos del siglo XX; por ello, inscribió su proyecto en el núcleo trágico de la filosofía política, que no es otro, a los ojos de Hannah Arendt, que la búsqueda de un sustitutivo para la política. Su pensamiento, en efecto, se dirige a la localización de una forma de convivencia que se libre de estar amenazada por los riesgos de la política. En esta dirección se puede comprender que la voluntad de sustituir las decisiones y acciones políticas por simples preferencias en el seno de un mercado abierto atrajera irresistiblemente el imaginario neo-utópico del neoliberalismo de Hayek, que pudo fantasear con una organización en la que la elección no significara quiebra del cuerpo social. También Milton Friedman cobijó entusiasmado la idea utópica de una sociedad sin política; la política, afirma, es siempre una amenaza para la “cohesión social”, dado que, por su propia naturaleza, implica una última conformidad, imposible, de todas las partes, lo que conduce a la coerción y el sometimiento final de unos a otros; al contrario, al hacer “que la conformidad sea innecesaria con respecto a cualquier actividad que abarca, el uso generalizado del mercado reduce la presión sobre el tejido social”, pues “el mercado permite a cada uno satisfacer sus propios deseos -representación proporcional efectiva-, mientras que el proceso político impone conformidad” (Friedman, M., “Capitalismo y libertad”, pp. 65 y 145). Desde entonces, las contemporáneas sociedades neoliberales se han gobernado por una voluntad incansable, callada o explícita, de sustituir a la política por los “anónimos e impersonales” mecanismos del mercado.


2- La concepción hayekiana de una sociedad libre se ajusta al modelo de un universo natural en el que todo es subsumido en un “mecanismo anónimo e impersonal” - el mercado - situado más allá de la eventualidad de las frágiles acciones y elecciones humanas. El pensador austríaco subraya constantemente cómo un orden de mercado nunca obedece a una voluntad consciente, sino al despliegue de un mecanismo sin dueño en el que resulta vano procurar la localización de una dirección deliberada. Del mismo modo que la ciencia descubre en la naturaleza leyes que nadie ha diseñado o impuesto, “el liberalismo deriva del descubrimiento de un orden que se autogenera, un orden espontáneo de la realidad social” (Principios de un orden social liberal, p. 28). El mercado supone la integración natural de los objetivos individuales diversos, al igual que la naturaleza integra la diversidad de trayectorias de distintos cuerpos sin implicar la intervención de voluntad alguna: “(…) en la catalaxis, el orden espontáneo de mercado, nadie puede prever lo que obtendrá cada miembro y los resultados que cada uno consigue no están determinados por la intención de nadie” (ibídem, p. 41).

El lenguaje que Hayek utiliza a la hora de describir el orden de mercado se adhiere a las metáforas y a las claves semánticas de la explicación científica de la naturaleza, recorriendo un arco que incluye la “adaptación” de los individuos a las variables ambientales cambiantes, la neutralidad moral de los procesos desatados en el medio natural o la inexistencia de propósitos inmanentes en cualquier cambio o movimiento. Por ende, el mercado exhibe el rostro de un universo impersonal y no comprometido con resultados, de manera que “hablar, con referencia [al mercado] de una distribución justa o injusta carece (…) totalmente de sentido” (ibídem, p. 42). Al igual que ante el mudo reinado de las leyes cósmicas, el individuo, ante los efectos del mercado, no puede más que buscar la adaptación y desechar la posibilidad de búsqueda de cursos alternativos de acción, dado que esto no sería más que una reacción ciega e impotente ante lo inevitable: “El hombre ha llegado a odiar las fuerzas impersonales (…) y a rebelarse contra ellas porque a menudo han frustrado sus esfuerzos individuales (…). Una civilización tan compleja como la nuestra se basa necesariamente sobre la acomodación del individuo mismo a cambios cuya causa y naturaleza no puede comprender. Por qué poseerá más o menos, por qué tendrá que cambiar de ocupación (…) ninguna mente aislada será capaz de comprenderlo” ( “Camino de servidumbre”, p. 245).

La única providencia con la que el individuo puede contar para asegurar el éxito de sus acciones se encuentra en el orden de los signos, y no en el de la comprensión de lo real y la iniciación de acciones fundados en ella. Los precios, de acuerdo con Hayek, se erigen en el signo capital de expresión de la verdad presente en los cambiantes fenómenos sociales, de manera que pueden guiar la adaptación de los individuos a circunstancias sobre las que no tienen ningún poder de intervención. Sólo los precios pueden ofrecer, en el seno de la sociedad neoliberal, “una guía eficaz para la acción del individuo”, dado que el sistema de precios coordina las innumerables decisiones de los sujetos individuales de acuerdo con el fundamento inconcuso de lo social y sus leyes inmanentes. A través de la variación de los precios, los “esfuerzos separados se coordinan por este mecanismo impersonal de transmisión de las informaciones importantes (…) una técnica que no requiere de un control explícito” (Ibídem, pp. 79-80). El precio, que “no está determinado por la voluntad consciente de nadie” (ibídem, p. 125), convierte en superfluo, por lo tanto, el recurso a cualquier decisión o acción de naturaleza política.

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