Dicho autor inglés trabajó con una empresa belga en el Estado Libre del Congo, y de dicha experiencia arranca ineludiblemente esta novela corta. Así, en ella se ve cristalizado -bajo el hipócrita manto de la tarea civilizadora del viejo continente, utilizada como pretexto- un primer viaje, el de los imperios al continente africano con su afán por explotar recursos naturales. Por consiguiente, en el texto brotan las contradicciones morales de los colonizadores.
Ahora bien, reducir la obra a una mera descripción de los efectos de la tarea de la metrópoli constituye una lectura muy superficial de esta. De hecho, en ningún momento se produce una alusión directa a las coordenadas espacio-temporales en que se desarrolla la acción. Así, a través de escenarios difuminados y de una acción imprecisa, el libro se llena de sobrentendidos.
Como señalábamos, el texto aporta mucho más que un retrato de la colonia conquistada. De este modo, a nivel formal constituye un ejemplo para la narrativa moderna por el empleo de una miríada de novedosos recursos. Para empezar, se produce en muchos momentos una traslación del análisis interno de los personajes principales al tipo de narrador. De este modo, se introducen el monólogo interior y el indirecto libre, que diseccionan el fluir de la conciencia de los protagonistas.
En este sentido, debemos vincular el empleo de dichas técnicas a un avance en el retrato introspectivo por parte de la literatura de la época. Ello se aprecia ya en varias de las novelas de la segunda mitad del siglo XIX, como Crimen y castigo o Madame Bovary; y en otras del inicio del XX -con elementos más modernos vinculados al desarrollo de la psicología como disciplina científica-como el Ulises o La voluntad. A este respecto, también se vislumbra en la obra la exploración del subconsciente, tema candente en el momento. Sin ir más lejos, Freud publicó La interpretación de los sueños un año después de la aparición del texto objeto de análisis.
Por otro lado, llama la atención la presencia de dos narradores diferentes: uno externo, que presenta el contexto general y los personajes; y posteriormente el propio protagonista, que toma las riendas del relato. Esta perspectiva múltiple aparecerá de forma recurrente en la novela del siglo XX (La hojarasca, Conversación en la catedral).
A nivel semántico, dicho libro puede interpretarse de diferentes maneras: hay un argumento literal, bastante endeble en cuanto a su contenido; y un significado simbólico, más relevante pero levemente esbozado, de tal manera que será la imaginación del lector la que lo desentrañe. Respecto a este último, de carácter metafórico, podemos atisbar que la inmersión del protagonista en la selva constituye el descenso del ser humano al interior de su alma, llena de recovecos fantasmagóricos y perversos, de rincones de maldad inexplorados.
A este respecto, la violenta y cruel aventura colonial, protagonizada por unos habitantes de la metrópoli abducidos por su deseo de dominación, nos remite a la bajada al infierno del propio hombre, donde se ubican sus pulsiones más atávicas. Por ello, puede trazarse un paralelismo entre el protagonista de El corazón de las tinieblas y el Eneas de la Eneida o el Dante de la Divina Comedia. En el caso que nos concierne, este descenso supone más que un segundo viaje real o fingido: constituye el regreso a nuestras pasiones más bajas; a lo que de animal queda en nosotros; a aquello que, atizado convenientemente por el fuego de la conquista, la codicia, el expansionismo o la simple ansia de poder, nos lleva a la cara más oscura de nuestra alma.
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