Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

miércoles, 1 de enero de 2025

Las dos almas de la filosofía.
Óscar Sánchez Vega

a) Introducción

Para aquellos que se acercan por primera vez a la filosofía, especialmente a la filosofía moderna y contemporánea, la confusión y perplejidad debe ser importante: ¿qué tienen en común todos estos autores que son reconocidos como “filósofos”? No puede ser el tema, ni la metodología, ni el propósito o los intereses, etc. Difícilmente cabe imaginar un grupo más disperso y heterogéneo que el de los filósofos modernos (digo “modernos” porque antes del siglo XVII es más fácil buscar rasgos comunes en los temas y el quehacer de los filósofos). Las preguntas que me planteo en esta entrada son un poco las de siempre, las clásicas: ¿qué es la filosofía y en qué consiste filosofar? Y como era previsible no se me ha ocurrido ninguna respuesta nueva y original, pero recordé dos respuestas que otros han dado; dos ideas de filosofía que si las confrontamos se iluminan mutuamente y se comprenden mejor.

El primer modelo, la primera idea de filosofía que quiero presentar, parte de una metáfora. Distintos autores comparan el trabajo del filósofo con el del cartógrafo, la persona que elabora mapas. Por ejemplo, para Gustavo Bueno no cabe hablar de “filosofía” en singular, sino de “filosofías” en plural dialécticamente enfrentadas y cada filosofía es como un mapa del mundo que se construye como oposición y alternativa a otros que se consideran deficientes -Siempre teniendo en cuenta que el acceso a la “realidad pura” nos está vedado, pues todo nuestro conocimiento está mediado por el lenguaje, los conceptos, valores, etc. Por lo que es imposible valorar un mapa comparándolo con la “realidad en sí”; un mapa solo se puede comparar con otro mapa-. En la misma línea, William James afirmaba que las teorías (científicas o filosóficas) son como mapas de un territorio y que el problema de la verdad se reduce a determinar cuál es el mapa que orienta mejor, el que cumple su función de manera óptima. Por último, Deleuze y nuestra amiga Ariane Aviñó sostienen que la función de una filosofía emancipatoria habría de ser “cartografiar territorios futuros”.

Entonces nuestro primer modelo será el filósofo-cartógrafo cuya tarea sería diseñar un sistema conceptual que represente, de la manera más fidedigna posible, el mundo presente o futuro. El problema aquí es que en las comparaciones entre mapas, o sea, en las disputas filosóficas, puesto que como hemos señalado no es lícito acudir a un arbitro neutral que dirima el conflicto, raramente hay algún acuerdo acerca del “mejor” mapa. Lo habitual es más bien enrocarse en la posición propia y no tomar en consideración otros mapas que organizan el territorio a partir de referencias muy distintas. En una palabra: el peligro de entender la filosofía como un tipo de cartografía es el dogmatismo.

Por otro lado, existe toda una raza de filósofos que no encajan en el modelo de filósofo-cartógrafo a los que -inspirándonos en Heidegger- vamos a llamar, sencillamente, pensadores. Recordemos que para Heidegger el pensamiento no es el mero uso de la razón, no es una forma de conocimiento, ni siquiera es un saber. El pensamiento es otra cosa. Pensar es una actividad del espíritu que encuentra su fin en ella misma, un intento, siempre truncado, de dar cuenta de un Ser que se nos sustrae. “Pensar” es -a diferencia de un mapa- algo esencialmente inútil.

A continuación intentaré identificar y trazar una línea genealógica de estos dos modelos en la Filosofía moderna, teniendo en cuenta que estamos hablando de tipos ideales que no encuentran su correlato exacto en el mundo de la vida. Si lo que aquí sostengo tiene algún sentido entonces habría que reconocer que en toda filosofía hay una parte de pensamiento y otra de cartografía... pero no en las mismas proporciones.

b) Los filósofo-cartógrafos.

Pudiera parecer que el padre de la duda metódica es un claro ejemplo de pensador. No estoy de acuerdo. En mi opinión todo el desarrollo de la duda, si lo queremos ver como un ejercicio de pensamiento, es un fraude. Descartes no arriesga nada, sabe muy bien a dónde quiere llegar y toda la duda es una pantomima para demostrar la firmeza del pilar que va sostener todo el sistema (el cogito, naturalmente). Descartes es el primer filósofo-cartógrafo de la modernidad; aunque el mapa de la modernidad temprana más potente y completo será, creo yo, la Etica de Spinoza.

En el siglo XVIII lo que urge es un mapa del sujeto que nos ayude a entender qué es el conocimiento y será, claro está, Kant quién nos lo proporcione. Y en el siglo XIX los dos más importantes filósofo-cartográfos son Marx y Freud: el primero mapea la realidad social del capitalismo y el segundo la subjetividad humana. Sus mapas son tan potentes que siguen cumpliendo su labor de orientación en el siglo XXI.

Naturalmente excede con mucho el objetivo de estas breves líneas trazar un breve esbozo de estos mapas que por lo demás son bien conocidos por cualquier aficionado a la filosofía. Termino este apartado simplemente apuntando una virtud y un peligro de esta forma de filosofar. La virtud es la fertilidad, el carácter positivo de estas propuestas. Para un marxista, por ejemplo, el sistema de Marx es una herramienta intelectual de primer orden para comprender el mundo en el que vivimos; es la estructura que da sentido al resto de los saberes que sin la filosofía serían caóticos o malinterpretados. El sentido y la necesidad de la filosofía, entendida de este modo, es evidente. El peligro de los mapas de los filósofo-cartógrafos es, ya lo habíamos señalado, el dogmatismo.

c) Los pensadores.

El primer pensador de la modernidad fue, creo yo, Pascal. La comparación entre Descartes y Pascal puede ser provechosa para nuestro objetivo, los puntos fuertes de uno son los débiles del otro. Pascal es un pensador profundo, sincero e insobornable, y precisamente por ello es incapaz de construir un mapa del mundo como el de Descartes o Spinoza. Pascal pertenece a otra estirpe de filósofos: la de los pensadores.

Del siglo XVII doy un salto importante en el tiempo hasta el siglo XX. Hay un cierto consenso acerca de cuáles son los dos más grandes filósofos de este siglo: Heidegger y Wittgenstein. Estoy de acuerdo, y lo que añado es que ellos son ante todo pensadores. Ambos nos ofrecen un inmejorable ejemplo de lo que intento señalar. ¿Qué es pensar? Lo que hacen Heidegger y Wittgenstein. Otros ejemplos de pensadores contemporáneos podrían ser Unamuno, Benjamin, Nishida o Lacan. ¿Que tienen en común estos autores? Pues que, hablando en sentido estricto, ninguno de ellos sostiene un sistema (quizá Lacan sea el que está más cerca de hacerlo) porque para construir un sistema, es decir, para hacer un mapa, necesitamos categorías firmes, con contornos definidos que no varíen su significado, pero su fidelidad a la tarea de pensar les impide alcanzar esta estabilidad.

Decía Deleuze que la filosofía consiste en construir conceptos; no podemos filosofar sin ellos. Pero la diferencia entre un cartógrafo y un pensador es que los conceptos del primero son firmes y estables, sobre ellos se puede construir algo sólido; en cambio en el pensador todos los conceptos y categorías tiemblan. El pensador vuelve a sus conceptos fundamentales una y otra vez, de forma incluso obsesiva, pero tal recurrencia no contribuye a fijar un significado estable, más bien al contrario.

Los peligros que acechan al pensamiento son, creo yo, la esterilidad, el nihilismo y el misticismo. Ante la tarea sin fin del pensamiento la tentación siempre es abandonar la vía de la razón, claudicar ante la constatación de que no se atisba el final del camino.

d) Conclusión.

Para cerrar esta entrada vuelvo a recordar que los cartógrafos y los pensadores son tipos ideales que no se dan en el mundo de la vida. Es más: si se dieran no serán filósofos en el sentido estricto del término porque -y esta es la tesis que quiero defender- la filosofía supone un movimiento dialéctico que va de un tipo al otro, es decir, del pensamiento a la cartografía. Esta tensión dialéctica es necesaria porque el pensamiento llevado a su extremo cae el misticismo o nihilismo; y, por el otro lado, la cartografía alejada del pensamiento deviene en dogmática.

Esta naturaleza dual de la filosofía ha estado presente desde el principio. El método dialéctico de Platón consiste en un doble movimiento de regresus y progresus que podemos vincular con las dos formas de hacer filosofía de las que hemos hablado: el regresus es la ascensión desde las sombras de la caverna hasta el exterior, es la etapa crítica del proceso y se corresponde a lo que aquí hemos denominado “pensamiento”; y el progresus o la vuelta a la caverna se corresponde con el mapeado de la realidad que hacen los filósofos.

El problema, a mi modo de ver, es que los dos momentos platónicos (regresus y progresus) no encajan en absoluto, por lo que difícilmente pueden ser “fases” de un único “método”. Si permanecemos fieles a la exigencia del pensamiento, como pide Heidegger, debemos abdicar de la pretensión de encontrar un pilar firme en el que descansar, puesto que el pensamiento, al contrario de la ciencia, es un pensar sobre algo que se escapa y nunca se alcanza. Y sin referencias estables no hay mapa posible. Si, por el contrario, pretendemos hacer un mapa, entonces necesitamos establecer relaciones a partir de elementos estables y congruentes (conceptos); el problema es que tal estabilidad es, en cierta medida, impostada: las referencias del mapa son fijas porque no han sido sometidas a una crítica más radical. Salvaguardar a toda costa la estabilidad y congruencia del mapa nos aboca al dogmatismo.

He aquí la Escila y Caribdis de la filosofía.

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