Página de filosofía y discusión sobre el pensamiento contemporáneo

miércoles, 22 de enero de 2025

Un Mesías delirante.
Eduardo Abril Acero

 Hay algo claramente obsceno en esta insistencia en ridiculizar tanto a Trump como a los «supervillanos» de las tecnológicas, sin darnos realmente cuenta de lo que está pasando. En estos últimos días, muchos insisten en este error. Un texto que leí hace unas semanas me parece mucho más esclarecedor que todos los comentarios que se vienen haciendo por parte de la izquierda. Douglas Rushkoff, en La supervivencia de los más ricos, nos cuenta cómo perdió a su amigo Sam, un compañero de la universidad, a quien tenía por un tipo inteligente y formado. Recuerda que, en el «College», tras una borrachera, solían hablar delirantemente hasta la madrugada, planteando todo tipo de conspiraciones: «¿Y si la realidad es un videojuego al que hemos olvidado que estamos jugando? ¿Y si Stanley Kubrick falsificó la llegada a la Luna en un plató de cine? ¿Y si la estación HAARP de verdad puede controlar el tiempo?… Se trataba de un juego de ingenio que a veces incluso proporcionaba algunas reflexiones perspicaces sobre la interacción entre los medios de comunicación, la tecnología y la psique colectiva». El problema es que, años después, Sam pareció ahondar en estos delirios y se hizo un auténtico conspiranoico, seguidor del movimiento QAnon, un tecnófilo declarado, admirador de Musk y votante de Trump. A este último lo tenía como un verdadero mesías, elegido para librarnos de «una élite global que mantiene su poder mediante el abuso sexual de menores y el asesinato ritual; o que extraen un fluido psicodélico llamado «adrenocromo» de la sangre de los niños y luego lo consumen para aumentar su poder». A Rushkoff este relato le parecía un delirio de enfermos mentales, pero Sam estaba convencido de su veracidad y le enviaba regularmente mensajes de texto a altas horas de la noche para avisarle de que estaba próximo el día de la liberación, cuando Trump y sus seguidores se hicieran con el poder. Rushkoff achacaba la diferencia entre él y su amigo a que, mientras que él era un chico de ciudad, Sam se había criado en el campo, en una zona rural deprimida que había perdido su tejido industrial debido a las deslocalizaciones y que actualmente vivía asolada por la crisis del fentanilo, un negocio que habría hecho ganar millones de dólares a las grandes farmacéuticas con la connivencia de las élites políticas, a las que resultaba fácil odiar. Además, Sam y sus vecinos debían soportar a diario cómo las cadenas de televisión les describían como paletos cristianos, racistas, ignorantes y adictos a la oxicodona. Rushkoff culpa en el libro, entonces, a internet y a las redes sociales de que su inteligente amigo Sam se haya creído el cuento del mesías redentor. Pero creo que el relato debería ser tomado aún más en serio. Sam y los millones de simpatizantes de Trump, Bolsonaro, Milei, etc. (porque son millones, no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo), no hacen sino actualizar el mesianismo que la izquierda lleva tratando de activar décadas. Hemos repetido tantas veces el relato de que el mundo está gobernado por una élite de magnates capitalistas, y hemos esperado tanto la llegada de un redentor, que cuando realmente el discurso ha empapado el tejido social «lumpen», escapándose de las manos de una izquierda intelectual snob y burguesa, solo hemos sabido echarnos las manos a la cabeza y pendular entre el horror y el desprecio a lo que vemos como un esperpento. Lo único que se nos ha ocurrido es ridiculizar a Trump y convertir a sus «apóstoles» en una troupe cómica y terrible de supervillanos, al modo en que los describe la estupenda película No mires arriba. Deberíamos reconocer, al menos, en lugar de seguir resguardando nuestro lugar privilegiado de «almas bellas», que si Trump, Bolsonaro, Milei y compañía han acumulado tanta ilusión y tanto respaldo es porque sus seguidores se han creído punto por punto el mesianismo fetichista de la izquierda, aunque su relato resulte delirante. Pero es que, en rigor, todo mesianismo siempre ha sido delirante.

3 comentarios:

  1. Una historia muy interesante la que nos traes, Edu. Yo también pienso que el trumpismo, o esta ola de populismo conservador que nos asola, es un acontecimiento político que conviene pensar más en serio de lo que se está haciendo. En tu entrada señalas un error habitual de la izquierda que conviene evitar: el mesianismo fetichista. Estoy de acuerdo. Por otra parte, Ariane en su libro dice que debemos huir de la posición cínica que consiste en justificar la opresión y la miseria bajo el argumento de que siempre ha sido así... ¡que le vamos a hacer! También estoy de acuerdo. La pregunta entonces es: ¿qué espacio queda entre el mesianismo y la conciencia cínica? Es ahí donde queremos estar, ese debería ser nuestro lugar, nuestro espacio político, pero... ¿cómo se llama esa tierra?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ya, desde luego es un problema importante. Ariane es muy lúcida con ese apunte que hace, el «siempre ha sido así» no deja de ser un fetichismo de la peor clase, un fetichismo del «tiempo eterno». Eso es justo lo que dice Aviñó, que debemos habitar otro tiempo. Básicamente creo que es así, pero en mi caso, ese tiempo debe ser el de un tiempo roto, fracasado, agotado. Tras el fracaso lo más fácil es el cinismo y lo más difícil es un tiempo común. Aquí yo soy profundamente cristiano, pero entendiendo que el verdadero significado del Mesías no es la promesa de redención, sino la constatación de un cadáver. el auténtico mesianismo cristiano es la muerte de Cristo, sin espera de redención. Decís San Pablo que a un cristiano todo le está permitido: pues justo eso. Todo está permitido, sin recetas, sin seguridades, sin fetiches. De momento habría que ver de qué forma se le hace un huevo en la comunidad a esos "paletos" que, tarde o temprano, descubrirán que Trump es un becerro de oro. Ellos no son los enemigos, los enemigos somos nosotros.

      Eliminar
    2. Tiene muchos nombres... Adaptación, gradualismo, socialdemocracia,ja,ja

      Eliminar